domingo, 2 de septiembre de 2018

Metereología de la estructura de sentimientos



Raymond Williams concibió el término "estructura de sentimientos" para explicar cuáles eran los lazos que tejían la trama de la cultura común de un pueblo, una generación, una sociedad. El pionero de los estudios culturales intentaba captar los movimientos de ciclos muy largos que constituyen y a la vez modifican una sociedad. Los significados que nos permiten constituir los sentidos que le damos a las cosas, al mundo, la sociedad y la historia están formados por redes conceptuales pero también por actitudes reactivas que se almacenan en la memoria de las palabras. Hay palabras vacías, inanes, que ni siquiera promueven ningún movimiento afectivo, como los latiguillos y expresiones que usamos para articular la historieta que contamos, y palabras que desencadenan emociones encontradas, que su mero uso en una conversación produce susceptibilidades, atención, conflicto.

En la estructura de sentimientos estamos, y no puede ser descrita desde fuera por sociología alguna sino intuida en las asociaciones que evocan las palabras que usamos, al modo en que, en las películas, el psicoanalista de turno pedía al personaje que respondiese a las palabras que le proponía. No son asociaciones aleatorias, son remembranzas que dibujan sendas en la memoria con las que podríamos explorar la estructura de sentimientos sin por ello ser capaces de levantar ningún mapa. Hay palabras que unen y palabras que dividen. Pronunciadas casualmente en el intercambio casual de comentarios, erizan la piel y desatan historias y experiencias que estaban atadas a aquella palabra, de modo que el oyente responde con adversativas, con ira, contando sucedidos o lecturas que ha acumulado en la bolsa de rencor que estaba atada por aquella palabra.

No hay topografía fiable de la estructura de sentimientos, pero, como el tiempo de cada día, que consultamos pidiéndole predicciones al servicio correspondiente, la estructura de sentimientos está regida por cambios climáticos y estacionales, por ocasionales vientos y por periodos de sequía, por nieblas o por amenazas de tormenta. Hay tiempos de euforia y tiempos de ansiedad, momentos de esperanza y épocas de indignación, temporadas de tedio y rupturas de las aguas afectivas que desbordan en torrentes por las calles. La estructura de sentimientos nunca está quieta, es un cielo tan cambiante como el que une el mar y la costa; siempre sometido a brisas contradictorias, a nubarrones imprevisibles o atardeceres apacibles.

Stanley Cohen, un sociólogo nacido en Suráfrica, emigrante a un kibutz israelí en los años sesenta y afincado al final en Inglaterra, un intelectual de la izquierda británica, preocupado por cómo se manipulaba y fracturaban los sentimientos de la sociedad, le dio un nombre a ciertas tormentas afectivas que transformaban la estructura de sentimientos de modo ocasional pero no por ello superficial. Me refiero al concepto de "pánico moral", con el que describía cómo en los años cincuenta y sesenta de Inglaterra se habían estigmatizado a los jóvenes rockers y mods. Jóvenes obreros que los fines de semana llenaban de ruido, gritos y música las calles y asustaban a la clase media, amenazando no se sabe qué, produciendo una ansiedad que pronto fue aprovechada por el poder, activando las reacciones autoritarias, haciendo intervenir a la policía y llenando los telediarios de tumultos, detenciones e informes de expertos que explicaban cómo se corrompía la "juventud".

El pánico moral es a veces inducido desde arriba y a veces emerge desde abajo como si fuera una plaga de acónito y otras plantas venenosas que invaden por un tiempo los campos de alrededor. El pánico moral produce márgenes y levanta barreras de odio y temor en la estructura de sentimientos. Ciertas vestimentas, gestos, palabras o expresiones despiertan ansiedad y necesidad de acudir a la autoridad para que restaure la armonía. Corren las historias, los bulos o los ocasionales episodios de violencia que se magnifican, comentan y van de boca en boca produciendo rencores y escándalos insufribles, levantando vallas donde antes había un campo común de significados.

El pánico moral ha sido siempre el instrumento más utilizado en la política contemporánea para producir el conflicto sin el cual no habría adhesiones ni descalificaciones, sin el que no habría adversarios sino vecinos. Del pánico moral vive la prensa, la televisión, las tertulias y lo que ahora son sus altavoces, las redes sociales que lo amplifican, lo modulan y dónde sólo había existido un encontronazo casual se intuyen ahora estrategias, odios, conspiraciones y amenazas que no pueden quedar sin respuesta. Antes de que la autoridad se haya movilizado, el sistema judicial puesto en pie, la policía haya subido a sus furgonetas y se hayan constituido grupos operacionales para intervenir sobre el conflicto insalvable, ya antes la estructura de sentimientos había producido una tormenta de ansiedad y en el fondo de cada espíritu se había llamado interiormente al guardia, al juez, al inspector, al héroe necesario que habrá de traer la paz perdida.

El pánico moral quiebra cíclicamente la estructura de sentimientos haciendo emerger en el espacio de los significados una crisis más profunda que amenaza la existencia de la sociedad como tal y que produce por ello estas erupciones de afectos sobre las que se sostiene el conflicto. Quizás el origen esté en otro lugar distante, en cambios lejanos en las regiones del poder, en transformaciones en la economía y la tecnología que producen desahucios y exilios, deslocalizaciones y despidos, desesperanzas en los planes de futuro ahora ya hipotecados para siempre. Pero se manifiesta en un huracán de sentimientos que se lleva los tejados bajo los que se cobijaban las familias, ahora divididas a la hora de la cena, en vientos de odio que ciegan las miradas, las enrojecen y las tuercen, las llenan de aviesas intenciones y de profundas desconfianzas. No importa ya cuál fue la causa de la crisis, lo que queda es el tifón de ira. La autoridad espera paciente que los ánimos se caldeen para dar la orden den intervención y restaurar el orden. Es decir, para añadir un poco más de miedo a la estructura de sentimientos, sin el cual no hay gobernación posible.


La ilustración es de Marina Núñez.

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