martes, 16 de noviembre de 2021

Mitos y logos

 




No seré el primero ni el último que recuerde que la idea de que la filosofía comienza con el paso del mito al logos es uno de los mitos de la cultura moderna, pero quisiera dibujar un apunte a mano alzada y sin goma de borrar en el que cuestione este mito desde lo que hemos ido aprendiendo de la filosofía del lenguaje, de la mente y la antropología sobre mitos y conceptos. 

Los mitos son metáforas y alegorías que recorren la historia y geografía de las culturas mutando y adaptándose, con variaciones más o menos analizables, quizás no con las herramientas tan inútilmente precisas como las del estructuralismo, pero sí quizás con las más laxas de la narratología, que amplía un poco la mirada más allá de los binarios de Levi Strauss y seguidores. Podemos conjeturar que no son simples ilusiones sino almacenes de saber práctico que modelan el mundo no como simples correspondencias isomórficas con las estructuras de lo real sino quizás o otras formas de proyección suficientes para conservar aquellos saberes que las culturas consideran lo más valioso de su patrimonio generacional. Podríamos considerarlos, debido a su capacidad de mutación, metarrelatos o esquemas para construir relatos. 

Relatos y conceptos: ese es el núcleo del mito del paso del mito al logos. Según este mito algunas mentes se alzaron de las ruinas ideológicas de una sociedad oprimida por el miedo a los dioses y comenzaron a ver el mundo en términos de conceptos que captaban las esencias y accidentes de lo natural. Lucrecio, en De rerum natura ya incorpora este mito en su gran poema, en el Elogio de Epicuro. El gran marco es la Lógica de Aristóteles que fue durante siglos la teoría más repetida de qué son los conceptos hasta que Frege inició la fractura de ese modo de concebirlos, y con ello una larga revolución que llega a nuestros días. Frege, como enseñamos en los rudimentos de filosofía del lenguaje, criticó la teoría de los conceptos basada en la forma gramatical sujeto/ predicado, que es la forma natural en la que se suelen entender intuitivamente, al menos hasta que se piensa el lenguaje y los conceptos con un poco más de cuidado. Kant, desgraciadamente, siguió atado a la teoría aristotélica, como toda la ilustración, y desgraciadamente como toda la filosofía posterior que no atendió a lo que estaba haciendo la filosofía del lenguaje a lo largo de un siglo de investigación sobre conceptos.

La segunda fase de la revolución fregeana la llevó a cabo la tradición wittgensteiniana que no solo se olvida de la equivalencia de gramática superficial y conceptos, sino que observó que no pueden separarse los conceptos de las formas de vida, de las prácticas y las culturas puesto que su función es básicamente recognoscitiva, sirven para saber si el hablante parte la realidad del mismo modo que el resto de la comunidad lingüística. Comienzan siendo prototipos, estereotipos, hasta que se insertan en redes conceptuales que, a su vez, expresan prácticas de conocimiento, como ocurre en las ciencias formales o naturales, y en la filosofía. Pensar en conceptos, así, es difícil porque se entra en un territorio donde son las relaciones entre ellos más que las referencias al mundo las que cuentan. 

Lo que había de verdad en el mito del paso del mito al logos no es que apareciera el pensamiento conceptual, que estuvo con la humanidad desde que sus ancestros aprendieron a comunicarse con el lenguaje. Lo que probablemente ocurrió, tal como sospechan Havelock y otra gente que ha estudiado la emergencia de la escritura, es que los chamanes aprendieron a escribir y fue la escritura la que permitió el pensamiento conceptual separado del pensamiento basado en relatos. ¿Cuándo ocurrió este cambio? Muy lentamente y en Platón se nota claramente la tensión entre pensar en conceptos (que quizás reservaba para sus alumnos más avanzados) y pensar con mitos, que constituyeron el esqueleto de los diálogos, en los que aparecen trufados conceptos y relatos.

Es imposible para humanos normales pensar en conceptos sin pluma y papel. Un argumento medianamente complejo está más allá de las capacidades de la mayoría de las personas si no van escribiendo los términos y sus relaciones. El cuñadismo, con perdón, es la forma natural que tenemos de conversación porque la cabeza no nos da para más: elaborar un razonamiento es algo que exige el tiempo de la escritura. Es lo que los filósofos llaman reflexión, que básicamente es escribir para ir notando los pasos, las tensiones y contradicciones, e ir superando los estereotipos para encontrar más allá los límites conceptuales en otras prácticas y dominios.

Pero lo mismo ocurre con los relatos: el relato es primigenio en la mente. Es el modo en que la mente organiza el discurrir de las cosas. Frank Kermode en su "The sense of an ending" recuerda el que tictac de un reloj, representado así ya es un relato. La mente comienza pensando en metáforas o parábolas, que envían nombres de un lado a otro: así, narrativamente, comienzan también los conceptos, que son en cierta forma relatos congelados en los que nuestras prácticas cognitivas han delimitado bien condiciones normativas de aplicación.

Tenía razón Foucault cuando sostiene que la modernidad comienza menos en Galileo que en Cervantes: el Quijote es la gran obra en la que el lenguaje vuelve sobre sí mismo y descubre su capacidad de construir otra realidad, como cuando en la Segunda Parte don Alonso de Quijano afirma que él es el verdadero Quijote y no otro que anda por ahí hijo de un tal Avellaneda. Esto, que es básicamente la gran estructura de la reflexión, es tan central como el abandono que Galileo hizo de la distinción de física terrestre y física celeste, y, quizás como Cervantes, supo que estudiar la realidad solo puede hacerse aprendiendo un nuevo lenguaje, que en su tiempo aún no estaba escrito del todo y hubo de esperar a Newton y Leibniz.

Pese a lo que sabemos de relatos, mitos y conceptos, aún se sigue repitiendo desgraciadamente que la filosofía comienza con el paso del mito al logos. No es extraño que un tal Lyotard afirmara que la modernidad acabó cuando acabaron los grandes relatos. Uno de ellos es este citado mito que sirve para ahorrarse en la práctica mostrar lo complicados que son tanto los pensamientos conceptuales como los buenos mitos y relatos. 

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