El tiempo de la historia
La historia es según Hegel la historia de los estados. Los
pueblos sin estado serían pueblos literalmente sin historia. Este relato eurocentrista
une varios tiempos: el de la ciudad, el estado y la escritura. Durante miles de
años una parte enorme de la humanidad vivió sin los tres componentes, sin que
ello fuera óbice para que no desarrollaran estructuras culturales muy complejas
y modos de vida social no menos complejos, tal como ha dado cuenta de ello la
antropología y cada vez más la arqueología. Y sin embargo parece que la
emergencia de los estados sobre las ciudades, apoyado en la memoria colectiva
transmitida por la escritura fue un punto de inflexión en la historia en tanto
que modificó radicalmente la propia condición humana.
Las condiciones que hicieron posible los estados son
diferentes en su naturaleza ontológica. Varias de ellas tienen que ver con la
cultura material, desde lo más básico de los materiales que permiten
transformar a gran escala el mundo a las herramientas, espacios y prácticas que
permiten estas manipulaciones. En este proceso, no determinista ni lineal,
fueron centrales el sedentarismo, la domesticación del fuego, plantas y
animales, la construcción de aldeas estables, la emergencia de las ciudades y
la escritura. La convergencia de estos procesos crea temporalidades unidas a
los registros físicos y externalizados en la escritura, modificando con ello
las artes de la memoria y las proyecciones del futuro. Otras tienen que ver con
el ascenso de grupos violentos que imponen su regla a la sociedad y crean
jefaturas militares, monarquías e imperios.
En las afueras de estos relatos, la idea de que hay pueblos
sin historia ha calado profundamente en el sentido común contemporáneo. La
partición entre lo que aparece en las noticias y lo que aparece en documentales
podría ser un índice de qué pueblos siguen aún en el lado de la historia no
escrita, de la no historia y en las barranqueras de la clasificación de estados
fracasados. El cuento determinista une el origen del estado con los
asentamientos estables en ciudades, la agricultura y ganadería que permite
alimentar a grandes multitudes hacinadas en espacios contraídos y la
superioridad cognitiva que proporcionó la escritura, que hizo posible las leyes
estables y las todavía más estables religiones de la palabra. Fuera de estos
márgenes el tiempo es un tiempo sin relato ni medida, como si los pueblos que
quedan empantanados en esos espacios sufran una suerte de presente continuo,
condenados a ciclos sin sentido de pasado ni futuro. Las controversias sobre el
origen del estado en el sedentarismo y la agricultura, en sus versiones del
materialismo histórico determinista o en las no menos deterministas del
culturalismo liberal, se extienden desde la historiografía a la filosofía
política del presente. La forma estado en todas sus variantes parece ocupar el
espacio completo de la sociedad y la cultura, incluso o sobre todo en las
pretensiones neoliberales que prometen menos estado y más mercado, como si no
encomendasen en la práctica a un estado cada vez más poderoso el lugar
dominante del mercado en la sociedad y en la conversión de espacios de valor de
uso en valor de cambio.
La emergencia de la forma estado en relación con las bases
materiales de una sociedad con excedentes de producción plantea muchas
cuestiones sobre la necesidad, la contingencia y la irreversibilidad de los
cambios sociales. Relatos populares con pretensiones omniabarcantes como los de
Yuval Harari, Steven Pinker o Jared Diamond han contribuido a reforzar el
determinismo histórico, dejando a los azares del clima o las invasiones las
únicas vibraciones de una historia conducida por el presunto éxito de los humanos
en el conocimiento, la técnica y la moral. Para el materialismo histórico
clásico de Marx y Engels, tal como lo presenta en su libro El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado, este sería un hecho contingente
y no necesario, pero derivado de la formación de núcleos de poder que
controlaron los excedentes de producción generados por el desarrollo técnico de
la agricultura. La contingencia aquí está matizada por un cierto determinismo
tecnológico del que ni Marx ni Engels lograron desprenderse.
Qué difícil es navegar los peligrosos estrechos de la memoria histórica, mucho más turbulentos en las aguas oscuras del pasado lejano
La domesticación de humanos, plantas y ganado: el domus.
El domus, sostiene Scott (Contra el estado cap
2) es un auténtico nicho ecológico creado por la ingeniería del entorno humana
que transforma a todos sus moradores, incluidos los humanos. Es, afirma, una
concentración de plantas en campos cultivados, de corrales, de almacenes de
grano y semillas, de personas y animales que coevolucionan en interacción
inacabable. A este ecosistema acuden comensales no invitados como los gorriones
y urracas, ratas y ratones, junto con los parásitos que traen consigo los otros
animales: pulgas, piojos, garrapatas, ácaros, mosquitos. Se modifica
radicalmente el entorno suprimiendo los competidores y depredadores de los
seres domesticados, haciendo por ello que estos dependan en delante de los
cuidados agrícolas y ganaderos. Se modifican las conductas: los animales fácilmente
domesticables, que ya eran de por sí gregarios, ahora se amansan y pierden
capacidades de supervivencia. Los humanos, por su parte, transforman sus
cuerpos a través de nuevas rutinas de trabajo que modifican y especializan sus
sistemas motores, su percepción, su sensibilidad.
Con su estilo característico, lúcido casi siempre, con
algunos tópicos también, Lewis Mumford[1] escribe
sobre los orígenes de la ciudad. Asocia la aldea a una concurrencia de técnicas
que él califica de femeninas, asociadas a lo sedentario, al cuidado, a la
construcción de recipientes, frente a las herramientas móviles de cazadores y
recolectores. Sin duda con tanta fantasía como erudición considera que la
ciudad nace de la aldea, básicamente de dominio femenino, cuando se mezclan las
artes masculinas del poder y la violencia con los entornos conservativos de la
aldea.
En la aldea es tan importante lo ritual como lo instrumental
y funcional. Están en germen, afirma, todas las instituciones de la ciudad: los
centros sagrados y los alrededores profanos, el dentro y el fuera, los nuevos
ritmos y trabajos que impone el sedentarismo y la agricultura y ganadería. Pero no hay un camino único de la aldea a la
ciudad ni de esta a los estados jerárquicos.
La ciudad es algo más que una aldea extendida. Significó una
reestructuración de los espacios y tiempos, espacios públicos del poder
político, militar y religioso, murallas que definen el espacio de seguridad,
calles, plazas y zonas comerciales y de producción artesana, caminos de
comunicación con otras ciudades y puertos, aparición de la división social del
trabajo.
La controversia sobre el origen del estado y el determinismo,
De entre las diversas formas sociales que se producen en el
Neolítico, en la transición de cazadores recolectores a agricultores y
ganaderos sedentarios (una transición zigzagueante, con idas y venidas, rectas
y revueltas), una de las que se convirtió en la trayectoria ideológicamente
dominante de la historia fue la del estado, muy relacionada, aunque no en forma
determinista, con la posesión privada de bienes, tierras y ganado. La
construcción de espacios arquitectónicos permanentes permitió el control del
futuro mediante la acumulación, la deuda y otras formas en que se manifestó el
poder. Friedrich Engels en su (1884) El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado se apoya en las investigaciones de Lewis H. Morgan (La
sociedad primitiva) para enlazar estas tres formas sociales en un proceso
de realimentación. En este tema se trata de examinar la hipótesis bastante
determinista que une las condiciones materiales del sedentarismo, la
domesticación de vegetales y animales (agricultura) y el origen de las primeras
ciudades en el Neolítico con la emergencia de estos tres elementos tan
centrales en la historia humana que, por otro lado, están en profunda relación
con el origen de la escritura, la religión y la ciencia y, en general de la
cultura escrita. Según Engels, el patriarcalismo sucede al matriarcado en las
sociedades primitivas, la propiedad a las formas de bienes en común y el estado
a la organización de clanes. ¿Cuáles son las condiciones materiales que
hicieron posible la emergencia de los estados?, ¿fue un proceso necesario o,
por el contrario, una de las posibles trayectorias históricas?
El sociólogo Charles Tilly[2] une los
procesos de urbanización, las dinámicas de acción colectiva y la formación de
los estados en un mismo proceso: “Desde hace más de cinco mil años, los Estados
son las organizaciones más grandes y poderosas del mundo. Definamos los Estados
como organizaciones coercitivas
que se distinguen de los hogares y los grupos de parentesco y ejercen una clara
prioridad en algunos aspectos sobre todas las demás organizaciones dentro de
territorios sustanciales. El término incluye, por tanto, las ciudades-estado,
los imperios, las teocracias y los estados y muchas otras formas de gobierno,
pero excluye tribus, linajes, empresas e iglesias como tales.” (p. 1). Son
formas sociales cuyas actividades incluyen la violencia y la guerra contra sus
rivales de dentro de su territorio o los enemigos externos, la expropiación de
los medios que permiten esta violencia, la instauración de formas de ordenen la
distribución de recursos y bienes a los miembros de la población y el control
de la producción de bienes y servicios.
La controversia sobre el origen de los estados tiene una
dimensión histórica pero también filosófica y política: ¿fue un proceso
político necesario?, ¿fue voluntario o producto de la violencia de clase?, ¿fue
un proceso cultural determinado por la domesticación de vegetales y animales,
el sedentarismo y la agrupación de grandes cantidades de personas en un mismo
territorio bajo la forma ciudad?, ¿estuvo relacionado con otras técnicas junto
a la domesticación y selección, como el dominio de la arquitectura del barro y
la construcción con mortero, la alfarería y la cerámica. Es una controversia en
la que se entrecruzan varios temas y procesos: (1) el tipo de suelo del
territorio donde se asientan los estados, bueno para el cultivo de cereales
pero no tan generoso que permita que la población mantenga un régimen de
cazadores, recolectores y ocasionales granjeros y ganaderos, no interesada en
mejorar las plantas y animales, o tan poco generoso que obligue a un nomadismo
permanente y a un control cuidadoso del tamaño de la población. (2) ¿Cómo llegó
a preferirse la acumulación de gentes en el escaso terreno de una ciudad frente
a la vivienda dispersa? Parece una cuestión de balance entre el miedo a
invasiones de enemigos o miedo a las epidemias y enfermedades que conllevan las
ciudades abarrotadas. (3) La invención de la escritura (ideográfica o
alfabética), que registra eventos y nombres del poder y permite contabilizar
deudas y granos almacenados o anticipaciones de cambios estacionales. (4)
Surgimiento de una primitiva división social del trabajo en sectores primario,
secundario y terciario.
La concepción tradicional es que estos fenómenos están
relacionados por alguna suerte de necesidad histórica. Frente a esta
concepción, James C. Scott y David Graeber[3]
argumentan a favor de la contingencia histórica en la formación de estados.
Razonan que los estados primeros fueron frágiles y efímeros a causa de las
epidemias y enfermedades derivadas de la superpoblación, que se sostienen solo
sobre la obligación de pertenencia basada en la violencia sobre los súbditos y
que su base material es la agricultura cerealística, que permite la conversión
del grano en una mercancía susceptible de ser usada para imponer impuestos y
generar deudas estructurales en la población. Scott argumenta que el
sedentarismo y la domesticación no fueron necesariamente juntos, sino que hubo
asentamientos sin domesticación. Por su parte, Graeber y Wengrow critican
también la concepción lineal y de progreso en la historia, tal como la defienden
autores tan populares como Francis Fukuyama, Jared Diamond, Steven Pinker y
Yuval Noah Harari, y afirma que el registro arqueológico permite observar que
muchos asentamientos y formas sociales basadas en la ciudad no condujeron a la
forma estado, como por ejemplo las sociedades olmeca, inca, maya, China en la
dinastía Shang o el Egipto antiguo, entendiendo que el estado es el monopolio
de la violencia, la burocracia y la información y la legitimidad de la
autoridad.
La controversia se extiende desde la formación de los
estados, una cuestión principalmente política, o sobre el lugar de la política
en la historia, a la civilización, o el lugar de la cultura, especialmente de
la cultura material en el desarrollo histórico de la humanidad.
[1]
Mumford, Lewis (1961) La ciudad en la historia. Trad. Enrique L. Revol,
Logroño: Pepitas de Calabaza
[2] Tilly, Charles (1992) Coertion,
Capital, and the European States 990-1992, Oxford: Blackwell.
[3]
Scott, James C. (2022) Contra el estado.
Una historia de las civilizaciones del Oriente Próximo antiguo, trad
Antonio Cabo, José Riello, Ricardo Dorado,
Madrid: Trotta; Graeber, David, Wengrow, David (2021) El amanecer de
todo. Una nueva historia de la humanidad, trad. Joan Andreano, Barcelona:
Planeta, Wengrow, David (2020) What Makes Civilization? The Ancient Near East and the Future
of the West, Oxford: Oxford University Press.
No hay comentarios:
Publicar un comentario