domingo, 15 de septiembre de 2019

La trampa moral transhumanista





El transhumanismo no sería peligroso si no estuviese ya rediseñando los sistemas de salud. No sería más que una curiosidad de adictos a la ciencia-ficción si no se apoyase en imaginarios y deseos muy extendidos y no siempre confesados, si no formase parte de uno de los peores caminos que sigue el capitalismo contemporáneo: la conversión de la esperanza en mercancía. En estas breves líneas querría apuntar un breve esbozo de lo que considero la trampa del transhumanismo: hacernos creer que se puede responder a sus pretensiones con argumentos y principios morales cuando lo que hay por detrás es un proyecto político. 

El transhumanismo es un proyecto cultural que promueve una línea de investigación tecnológica basado en dos hipótesis: la primera es que el humanismo tradicional, que pretendía la educación de la humanidad a través de la cultura para sacarla de la barbarie y civilizarla, ha fracasado pues los orígenes de los males de la sociedad están en que la naturaleza humana está mal diseñada por la evolución. La segunda es aún más audaz que la anterior. Afirma que la tecnología podría ayudar a resolver los problemas que el humanismo ha sido incapaz de resolver. 

Bajo estos supuestos, el transhumanismo apoya líneas de investigación que promueven lo que denomina mejoramiento humano. Para calibrar el alcance de este proyecto deberíamos recordar que el humanismo también era un proyecto tecnológico y no solamente hermenéutico o filológico. La tecnología del humanismo, acertada o equivocada, perseguía hacer del planeta Tierra un hogar para la humanidad, un mundo artificial que la protegiese de los avatares ciegos del destino y la naturaleza. El humanismo inspiró (y se inspiró siempre en) una concepción muy clara de la medicina: estaba orientada a restaurar y reparar terapéuticamente las capacidades humanas, es decir, de la condición humana en su mejor expresión. Por el contrario, el transhumanismo propone técnicas para trascender la condición humana en sus límites biológicos y culturales.

Desde los más ancestrales tiempos de las sociedades griega y romana, el humanismo nació como otro proyecto de formación y mejora humana distinto al transhumanista:  a través de medios fundamentalmente basados en prácticas culturales como la educación en los diversos saberes humanos, el control de las tendencias emocionales disgregadoras y peligrosas como la ira, el resentimiento o los terrores, y el cuidado de la salud a través del ejercicio físico y dietas alimenticias adecuadas y, en los casos de enfermedad o daño, de ayuda técnica al organismo mediante la terapia experta basada en la iatroquímica o la intervención quirúrgica y, más recientemente, mediante las políticas públicas de salud preventivas. 

El transhumanismo sostiene que estas estrategias han sido insuficientes y que el diseño biológico y psicológico de la especie humana tiene límites que pueden y deben ser sobrepasados dadas las posibilidades actuales de la tecnología. La propuesta moral transhumanista contiene dos niveles: el primero es que ya existen tecnologías que permiten intervenir en el futuro del cuerpo y de la especie. El segundo principio es normativo: que debemos intervenir en el futuro del cuerpo y de la especie. 
El gran debate ético no se dirige tanto hacia las tecnologías en sí cuanto al principio de que la investigación, desarrollo e innovación tecnológica en las áreas de la bioingeniería, farmacia e ingeniería médica deben orientarse no ya hacia la prevención, conservación y terapia sino, por el contrario, al desarrollo de técnicas que trasciendan la dotación biológica y cultural humana.

La primera afirmación de hecho constata que el estado de la técnica bioingenieril, y en particular las técnicas de edición genética, nos permite o permitirá intervenir en la planificación de la descendencia hasta el punto de que no es utópico pensar en un supermercado genético en el que padres y madres elijan las características de sus hijos, desde su sexo a otras muchas características fenotípicas. De hecho, los colleges norteamericanos reciben habitualmente anuncios en los que se piden donaciones de esperma y óvulos a individuos con ciertas características de inteligencia, salud y apariencia física. Por ejemplo, la intervención en el marcador genético 5-HTTLPR se asocia con el diseño de un temperamento más orientado a la felicidad (el gran negocio del siglo). El análisis genético de los fetos ya se ha convertido en una práctica habitual para las parejas que pueden y quieren permitírselo. 

En lo que se refiere a la mente, también se constata la existencia de técnicas de intervención interna o externa en el cerebro para influir sobre las reacciones y límites corporales. Productos farmacéuticos como el Modafinil, Adderall o Ritanil, que fueron diseñados para tratar déficits o trastornos, se muestran efectivos en el control de los límites psicológicos de resistencia, por lo que se investigan sus usos militares para estimular la atención, la resistencia al sueño y la fatiga o, más allá, la pérdida del miedo. Otras técnicas como la estimulación magnética extracraneal se muestra también efectiva en la intervención sobre áreas definidas del cerebro asociadas a funciones que pueden ser planificadas. El implante de dispositivos intracraneales, por otro lado, se observa como líneas de potenciales desarrollos de aumento y modificación de las funciones mentales.

Ninguna de estas (y otras muchas) técnicas son por sí mismas controvertibles. De hecho se han desarrollado en un contexto de investigación orientada a la prevención o terapia de problemas de salud. Lo que propone el transhumanismo es que debería permitirse e incluso moralmente aconsejar su uso para planificar el futuro. Las dos promesas más usuales son las de la prolongación personal del tiempo de vida mediante técnicas de intervención genética y la de planificación eugenésica de las características de los hijos. En este caso, la eugenesia no se presenta como una obligación impuesta para la prohibición de reproducción a quienes no se consideran bien dotados fisiológica o conductualmente, o de imposición de aborto de fetos con malformaciones, algo asociado ya a las políticas nazis, sino una mucho más insidiosa política liberal de supermercado genético que apele al deseo de los padres de tener hijos perfectos.

Son muchas las respuestas a estas pretensiones que tienen un carácter moral. Se argumenta que las trayectorias de mejora humana son parte del sueño de dominio de la naturaleza, que son un peligro para la autonomía personal y otros muchos argumentos que no desarrollaré aquí. No digo que estas respuestas estén equivocadas, pero me parece que no son muy productivas básicamente por dos razones: la primera es que el transhumanismo ha conseguido anclarse en deseos profundos y extendidos. Cuánta gente que se observa con problemas de temperamento o fisiológicos no culpa (preconscientemente) a sus padres por haberles dejado esta herencia genética. Cuánta gente sueña con que sus hijos sean mejores que los padres y madres en características físicas e intelectuales. Cuánta gente paga técnicas fuera de los sistemas terapéuticos para mejorar su aspecto. La hegemonía transhumanista del término y concepto de "mejora" es su mayor arma, a la que no se puede responder solamente con argumentos morales condenados a ser hipócritamente asentidos y ocultamente rechazados.

En segundo lugar, la respuesta moral generalmente se asienta sobre un concepto esencialista de la naturaleza humana, como si nuestras características y lo que llamamos "dones" no hubiesen sufrido cambios culturales. Qué se considere "mejora" depende de qué es lo que se considere características buenas y malas. Y estas características están cargadas ideológicamente: están cargadas de estereotipos raciales y de prejuicios psicológicos. Cuán sorprendente e indignantes son los modelos humanos que presenta la publicidad y la cultura de masas: cuerpos perfectos y diseños de superhétores que una mirada un poco atenta descubre rápidamente como sociópatas peligrosos que sin embargo son admitidos como modelos ideales de persona.

Antes, después, paralelamente a, de los argumentos morales debe estar el debate ideológico y político sobre qué se esconde tras el término "mejora". Pensar que la deliberación de virtudes y vicios nos ayudará sin haber desvelado los estereotipos que esconde la búsqueda de la "inteligencia" o de cánones de belleza y salud es haber caído ya en la trampa transhumanista. Por eso la industria de la mejora se realimenta de las críticas morales y crece pese o gracias a ellas, sabiendo que lo único que hacen es reforzar el deseo profundo de "mejora", un deseo que ya se han encargado de activar mediante la tecnología de los sueños, que es la verdadera tecnología transhumanista.


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