La precariedad es un estado, es decir, configura una condición de existencia. Es relativa ⎼cada momento histórico, técnico, económico y social define un umbral de precariedad⎼, lo que no es relativo es su carácter de exclusión: definimos como “precaria” aquella condición que impide el acceso básico y normal a las posibilidades de planes de vida “normales” o reconocidos como tales en una sociedad.
La precariedad se diferencia del
calificativo de “pobreza”, que tiene una dimensión institucional, un estatus
objetivo que es medido por las organizaciones mundiales, tal que pueden
asignarse cuantificaciones y fronteras, al otro lado de las cuales se sitúan las vidas que discurren en
un contexto de escasez que es medido respecto a estándares convencionales, la
noción de precariedad adquiere una dimensión fenomenológica en la que el
sufrimiento forma parte de una forma de vida donde la pobreza puede ser un
componente pero lo que define este estatus es más bien la dificultad para
elaborar planes de vida propios.
La pobreza es una forma de vida definida por la escasez.
Como el mal, la escasez puede tener orígenes difícilmente evitables o, por el
contrario, ser un producto de la organización y el sistema económico, es decir,
puede ser escasez producida por la abundancia de otros. La lucha contra la
pobreza es parte necesaria de cualquier programa de acción que contemple la
justicia y la igualdad como valores reguladores y se enfrente a la escasez
inducida. La escasez y pobreza que no tendría que ocurrir dados los recursos de
una sociedad, o de la humanidad en su conjunto, define sin la menor duda un
punto de partida imprescindible. Pero no es este el objeto de mis reflexiones
en este momento, que se orientan hacia la forma de vivencia de la escasez que
ha devenido en llamarse “precariedad”. En la pobreza, inducida o no,
encontramos sin la menor duda un entorno en el que proliferan las vidas
precarias, pero también encontramos formas de vida llenas de solidaridad y de
realización. A la pobreza de muchos se opone la opulencia de los pocos, y por
ello, levanta un mapa de la injusticia de una sociedad, pero en tanto que
condición de escasez no es por sí misma una forma de daño. Lo es cuando la
pobreza genera precariedad como estatus.
Al intersecar la pobreza con las posibilidades de agencia,
es decir, con los grados de libertad, tal como nos enseña Amartya Sen, es cuando
aparece la precariedad como una ausencia de planes de vida, como una fractura
del tiempo de la vida en sus aspectos de memoria y proyecto, como un colapso en
el presente continuo en donde el vivir se reduce a sobrevivir un día más.
La precariedad se vive como sufrimiento continuo, como una
corrosión del carácter, como dificultad insalvable para llegar a ser. Tiene al
menos tres dimensiones: la material, la política y la epistémica, es decir,
como una subjetividad definida por el no tener, no poder y no saber. en estas
tres dimensiones, la pobreza de posibilidades se transmuta en una forma de
existencia en la tanto objetiva como subjetivamente se daña la imaginación de
trayectorias personales y colectivas de futuro y se producen estados alterados
de subjetividad que basculan entre el resentimiento y la nostalgia, entre la reactividad
ciega y la desesperanza. La precariedad material no es solo pobreza o escasez,
es ante todo imposibilidad de acceso a la cultura material que permite
construir planes de vida.
Históricamente, la lucha contra la precariedad bajo la forma
de solidaridad definió el horizonte de “seguridad social” como el objetivo
político de crear un estado en el que la vivienda y subsistencia, la salud y
educación estuviesen garantizados por la sociedad en su conjunto. Bajo la forma
de logros del estado de bienestar o los actuales objetivos de renta básica
incondicional, la cultura material de la lucha contra la precariedad material consiste
en el diseño de una temporalidad sostenida por la redistribución de los
recursos sociales en una planificación estratégica. El aspecto material de la
precariedad colectiva aparece como una fenomenología que resulta de la fractura
o al menos de las grietas amenazantes en la organización de la redistribución
de estos recursos. La precariedad material se expresa entonces no tanto como
una ausencia inmediata de recursos como en la convicción de que tales recursos
no existirán en un futuro. La reproducción social es una de las primeras
dañadas por la precariedad. En las sociedades pasadas, el abandono de lo niños,
queridos o no, por falta de recursos, o en las sociedades actuales, la opción
obligada de no tener hijos por la percepción de la incapacidad de criarlos
adecuadamente, expresan una de las más características consecuencias de la
precariedad en lo que respecta a la reproducción biológica. En términos
personales, la precariedad material se manifiesta en la reducción de la vida a
la búsqueda o el mantenimiento del empleo, en la conversión de la biografía en
currículo, en la centralidad que adquiere el cálculo de recursos en cada instante
de vida.
En lo que respecta a la precariedad política o agencial, se
traduce en la percepción del no poder como incapacidad de determinación de la
propia vida o de la vida entendida comunitaria y colectivamente. La precariedad
agencial entraña una suerte de estado de sumisión obligada, de nihilismo
sistémico respecto a toda posibilidad de mejora que no sea por los azares de la
fortuna. Esta forma de precariedad tiene una expresión muy gráfica en la
proliferación de los locales de apuestas y juegos que se encuentra de forma
creciente a medida que uno se interna en los barrios populares. Dejar en manos
de la suerte el propio futuro porque no se cree en absoluto que el entorno
próximo ofrezca ninguna posibilidad de acción o mejora. El nihilismo de la precariedad
agencial recorre todos los estratos de la vida: la desesperanza del adolescente
puede conducirle a políticas corporales de adicción a dietas o drogas, a
estrategias de diseño del cuerpo que dejan en manos de una futura suerte el
propio futuro. La alternativa de la esquina como camello o el triunfo en un
deporte como milagro de la suerte son formas características que dan cuenta del
daño en la imaginación de las posibilidades propias.
La precariedad epistémica no es la menor de todas. Se
traduce en la opacidad del mundo, en la dificultad insalvable para entender lo
que pasa y asignar causas a los efectos que se viven dolorosamente. Miranda
Fricker ha denominado “injusticia epistémica” a esta forma de precariedad.
Kristie Doston la ha llamado “opresión epistémica”, subrayando que la opacidad
nace de la exclusión del acceso a los recursos cognitivos comunes que
permitirían entender la situación propia y la colectiva. Esta exclusión se
traduce en las dificultades para acceder a la educación, pero también en otras
muchas carencias entre las que destaca una suerte de soledad epistémica
originada por la inexistencia de comunidades de reflexión, de instituciones en
las que se puedan dar nombres a las causas de la situación social propia o
ajena.
La precariedad es una forma de exclusión de la
condición ciudadana. Es una forma de existencia fuera de lo político, entendido
como la forma social de orden en el caos del mundo. Las vidas precarias son
existencias en el caos, en el margen de la historia. De ahí que la superación
de la condición precaria, aunque no se traduzca necesaria ni inmediatamente en bienestar
o seguridad social es una condición de emergencia de lo político. Lo
político nace cuando las capas precarias de la sociedad hacen visibles ante los
poderes hegemónicos los escenarios que más temen: la voluntad de no trabajar,
la exigencia de poder colectivo y la declaración de los nombres de la opresión.
En el origen de los estados como reacción política a estos miedos encontramos
el nacimiento de lo político como condición humana y como conciencia y lucha
contra la precariedad.
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