Las emociones nacen en la superficie, en la interfaz donde unos cuerpos se conectan con otros y con el medio, donde los esquemas corporales y las redes y tejidos grupales ordenan el entorno espacio-temporalmente. La interacción social, desde los niveles más primarios en los espacios de intimidad en segunda persona, pasando por la acción colectiva, llegando a los espacios institucionales produce siempre patrones emocionales, racimos de emotivos que configuran las identidades personales y colectivas. No sería posible sin la mediación de la cultura material, de un conjunto de dispositivos que hacen que, como indica la metáfora de Sarah Ahmed, las emociones se “peguen” a los objetos y los objetos se peguen a nuestras almas.
Las emociones circulan como circulan las acciones, los
bienes de consumo, las cosas, el capital y las mercancías, las materias primas,
la energía y la información. La mediación material permite que las
interacciones de los cuerpos y sus expresiones se difundan en el espacio social,
que los ritmos y repeticiones creen atmósferas emocionales y que, en un sentido
inverso, produzcan y reproduzcan emociones. A lo largo la historia la mediación
material ha creado una enorme variedad de espacios de circulación emocional:
espacios conversacionales de las sociedades tradicionales, desde la reunión al
atardecer de la tribu, donde el humor atenuaba los conflictos e iras
cotidianas, a los lavaderos de la aldea que permitían un espacio generizado
donde las mujeres compartían cotilleos y emociones. Habermas estudió la
relación entre los cafés y tertulias del siglo XVIII y la emergencia de la
opinión pública, un conglomerado entre otras cosas de emociones políticas.
Goebbels teorizó con sus 11 principios de propaganda cómo usar los medios del
momento (radio y prensa) para modelar regímenes emocionales completos. Daniel
Miller, el teórico más importante de la cultura material, ha dirigido por años
proyectos de investigación sobre antropología digital. Están apareciendo numerosos
estudios sobre los procesos de maduración y la mediación de los teléfonos
celulares y, actualmente de los smartphones. Mucho más que cualquier otro
elemento mediador de la identidad, el smartphone es el dispositivo donde se
depositan las líneas de vida personales con mayor densidad y riqueza de
contenidos: qué apps se han instalado, cuáles son las costumbres de uso, cuáles
los hábitos, tiempos y espacios. De entre las nuevas terminologías que hablan
de las relaciones sociales mediadas por el móvil destacan el ghosting o
rupturas de relación a través de mensajes de móvil o el phubbing, o ignorar al
otro con el que se está usando la pantalla.
La mediación emocional de la cultura material es muy clara
en el caso de los smartphones en tanto que constituyen una auténtica ecología a
través del fenómenos de las apps que ordenan la vida personal en sus más
diversas facetas: la comunicación, las noticias, la salud, el consumo y
comercio, la educación, el turismo, el transporte y la geolocalización, … Hacer
un recuento y clasificación de las apps instalables en los smartphones equivale
a levantar un mapa de la vida cotidiana en la era del 4G y 5G. Si, como afirma
Reddy, los emotivos son performativos que transforman tanto el mundo como al
performante, la mediación material es lo que hace posible la eficacia del
emotivo. No es lo mismo el llanto con el que se acompaña a los familiares en un
velatorio que las quejas y llamadas a la acción en un medio social, no es lo
mismo un ejercicio ocasional de seducción con la mirada en una discoteca que
abrir un canal en OnlyFans para exponer el cuerpo propio. Cada una de estas
prácticas conlleva un modo de producción emocional que se expande por el
ciberespacio como una ola que rehace nuestras costas y costumbres.
Atmósferas afectivas: Espacios y objetos median en la
creación de estados de ánimo y disposiciones probables a reacciones emocionales
se refiere a los «estados de ánimo» o sentimientos emocionales de diversas
características. En The comfort of the Things Miller y sus colaboradores
eligieron al azar treinta personas en las calles de Londres sur que aceptaron
mostrar sus casas y mantener un seguimiento para examinar su cultura material.
Una de las preocupaciones más extendidas era la creación de una atmósfera
emocional en la casa. La creación de un espacio emocional indica una suerte de
propensión al amueblamiento del mundo, a hacer de los espacios más cercanos
productores de algún sentimiento, desde el confort a la intimidad, incluso en
los espacios de más escasez, no es difícil encontrar plantas humildes, estampas
o grafías diversas que indican una voluntad de orden del mundo. En el lado
contrario, espacios de entretenimiento como los casinos y salas de juego llenan
el ambiente de luces y ruidos para generar ansiedad. Habría que hacer un
catálogo de estrategias y políticas emocionales del espacio.
Espacios de sufrimiento: Otro de los libros de Daniel Miller, The
Comfort of People es un estudio etnográfico de una institución inglesa, los
hospices, que son centros dedicados a los enfermos terminales, lo que en
España se llamaron en el siglo XIX hospitales de desahuciados, con la idea de
que lleven una vida digna y agradable en sus últimos días, dedicándose a
actividades varias, muchas de ellas sociales. Son espacios paliativos en
entornos en los que cabría encontrar sufrimiento y desesperanza. Su estudio
muestra, sin embargo, hasta qué punto una disposición del espacio puede
transformar el mismo acto de morir dignamente. En el otro extremo encontramos dispositivos
sociales orientados a generar sufrimiento: espacios de confinamiento, cárceles
y celdas de tortura, lugares de producción de muerte en vida, violencias que
generan limpiezas étnicas o producción intencional de hambrunas. Las guerras y
la violencia moderna, desde el siglo pasado, se han convertido en guerras
totales que se dirigen a las poblaciones tanto o más que a los ejércitos en
lucha. La violencia se pega a los espacios generando desesperanza y sufrimiento
sin fin.
Espacios de distracción: La ordenación del espacio contemporáneo, que
ha destruido los lazos tradicionales de la aldea y barrio, que ha generado
soledad, desarraigo y desubicación, ha producido también una desmesurada
variedad de zonas de entretenimiento para el turismo masivo, parques temáticos,
shopping centers, casas de apuesta para adolescentes y otra terrorífica lista
de dispositivos orientados al aplacamiento de la ansiedad, y al tiempo de
colonización económica de la atención.
Espacios de la memoria: Muchos estudios exploran cómo
los objetos actúan como anclas tangibles para los recuerdos y las emociones.
Una reliquia familiar, por ejemplo, no es solo un objeto, sino un recipiente de
la historia familiar y las emociones asociadas con las generaciones pasadas. Pueden
ser espacios creados para generar sentidos de lo sagrado y de conmemoración o
simples lugares de nostalgia donde habitamos o vivimos tiempos memorables. Los
monumentos y memoriales están diseñados para evocar emociones específicas, como
el orgullo, la tristeza o el recuerdo, y dar forma a las respuestas emocionales
del público ante los acontecimientos históricos. Sirven como espacio físico
para el duelo o la celebración colectiva.
Espacios rituales: Los rituales son el medio
tradicional de generar emociones que produzcan y sostengan emocionalmente la
sociedad. Ritos de paso, de duelo, de sacrificio, de celebración, …, todos
ellos necesitan una base material en forma de espacios adecuados. No hay religiones
sin emociones, pero tampoco sin templos, imágenes o libros o cualesquiera
objetos depositarios del rito.
Objetos de emoción: Desde la fantasmagoría de la mercancía que estudió Benjamin, a la más humilde historia afectiva de las cosas que nos rodean, como los viejos jerséis, las sillas o las estilográficas, ciertos objetos interactúan con la mente generando afectos y emociones. No es necesario tratarlo siempre con el despreciativo término de fetiches, son, por el contrario, a veces, claro, depositarios de la identidad personal, familiar o colectiva, como si en ellos se hubiesen quedado pegados los afectos. No habría arte sin esta capacidad de los objetos de interpelar a nuestras sensibilidades
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