Los nuevos materialismos constituyen un movimiento
intelectual contemporáneo que busca repensar la relación entre materia, cuerpo
y agencia, desafiando la centralidad del lenguaje y la representación en las
teorías sociales y culturales previas. En un cierto sentido es un giro dentro y
fuera del posmodernismo, del que abandona la insistencia en la discursividad y
del que sigue en su énfasis en la performatividad, ahora expandida a formas de
hibridación o simbiosis ontológica entre diversos niveles de organización de la
materia, la vida y la cultura. Su tesis nuclear es que la materia no es pasiva
ni inerte, sino que posee capacidades de agencia y afecta a los procesos
sociales, políticos y ecológicos. Sigue la onda metafísica del spinozismo que
popularizó Deleuze y que influyó en el feminismo de la tercera ola (las
australianas Moira Gatens y Genevieve Lloyd llevaron el spinozismo hacia una
nueva teorización del feminismo). Converge con esta línea los nuevos estudios
de ciencia, tecnología y sociedad desde un punto de vista menos reduccionista
que el constructivismo social y más cercano a una co-construcción de los tres
polos, a los que se añaden también la naturaleza (agentes no humanos) y la
cultura (como dinámica permanente de transformación y reproducción de la
sociedad). Su mayor atractivo es la propuesta de un giro ontológico que acepte
la interconexión entre lo humano y lo no humano que gravite sobre el papel de
los cuerpos, los afectos y la experiencia material en la producción de
conocimiento y realidad.
Entre las figuras más destacadas del movimiento se
encuentran teóricas como Karen Barad, quien desarrolla la teoría de la
“intra-acción” y la performatividad material; Jane Bennett, conocida por su
noción de “materia vibrante”; y Rosi Braidotti, que explora las implicaciones
éticas y políticas del posthumanismo. También son relevantes autoras como Stacy
Alaimo, con su concepto de “trans-corporeidad”, y Elizabeth Grosz, que examina
la materialidad desde una perspectiva feminista. Donna Haraway es sin duda la
pionera de este movimiento desde sus comienzos en estudios sociales de la
ciencia (Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature, que
incluye su conocido "A Cyborg Manifesto" entre otros ensayos escritos
entre 1978 y 1989). Además de estas importantes escritoras cabe incluir en los
nuevos materialismos, aunque con muchos matices, la obra más tardía de Bruno
Latour (Donde aterrizar) en la que orienta la teoría del actor red (ANT,
por sus siglas en inglés) hacia una preocupación mayor por las políticas de la
naturaleza y en la que aboga por un potencial crítico de los ensamblamientos
(un concepto que comparte con Deleuze).
En la última década se ha extendido entre numerosas líneas
culturales de tal modo que puede hablarse de un auténtico giro ontológico, o
quizás de la renovación de los viejos materialismos escindidos entre el
materialismo histórico marxista y el materialismo eliminacionista de origen
científcista (el primer Rorty, los Churchland, Dennett). El materialismo
histórico sufrió de numerosas indeterminaciones intentando salvar la idea
central de que hay que referir siempre la historia a la confrontación de clase
y a la producción social de la humanidad a través del trabajo. Entre los
problemas que tenía el materialismo histórico, el primero fue la dependencia
(explicable) de Marx con la ciencia de su momento, especialmente con el
principio de conservación de la energía, que está en la base de El Capital y su
ruptura conceptual entre trabajo y fuerza de trabajo. Integrar en el marxismo
clásico toda la complejidad de la biología, la información y la complejidad es,
por ahora, una tarea pendiente que la filosofía estalinista del materialismo
dialéctico (diamat) no consiguió. Por otra parte, en el extremo opuesto,
hacer compatible el marxismo con los movimientos culturales y las luchas por el
reconocimiento es algo que sigue estando en la agenda teórica contemporánea. Un
marxismo queer es por el momento un terreno pantanoso, y lo mismo cabe
decir de su compatibilidad con el decolonialismo y el interseccionalismo, con
los que coincide en parte y en parte discrepa por la primacía que da a una de
las formas de explotación y opresión. En todo caso, es parte de los debates
abiertos contemporáneos.
En lo que respecta al materialismo eliminacionista, parte de
una constatación que a primera vista es difícil de rebatir: toda causalidad de
un nivel superior del orden de lo real se reduce a la causalidad de los
componentes básicos. Así, la aparente causalidad mental sería causalidad
neuronal, y esta, a su vez, alguna forma de causalidad fisicoquímica. La
filosofía de la mente del siglo pasado debatió en numerosas controversias y
temas colaterales esta tesis. Parecía que la hipótesis de la mente como un procesador
simbólico daba fuerza a esta forma de materialismo, pero surgieron los debates
sobre los problemas difíciles de la conciencia, la fenomenología, etc., y el
reduccionismo fue derivando hacia una tesis ambigua y más débil de la
sobreveniencia entre niveles de explicación de la naturaleza. Al igual que el
marxismo histórico, el materialismo eliminacionista estaba basado en un
imaginario científico si no decimonónico, al menos muy dependiente del imperio
de la física como ciencia básica, al modo en que el positivismo lógico planteó
una metafísica fisicalista. El fisicalismo nunca acabó de comprender la
complejidad y la capacidad de la estructura y la forma de las relaciones para
originar propiedades emergentes. Su obsesión por eliminar toda forma de
causalidad hacia abajo (internivel) le hizo ciego a las transformaciones
técnicas que supusieron las redes neuronales (que ahora han dado lugar a la IA
generativa), la nanotecnología y, por supuesto, todos los desarrollos de la
biología molecular. En lo que respecta al nivel social, el materialismo
reduccionistas no pasó de compromisos con formas de darwinismo o de teorías
sociales ultra intelectualistas como la teoría de la decisión racional. Ha sido
una forma de materialismo espontáneo en muchas regiones de la ciencia,
especialmente en las ciencias cognitivas y en las ciencias sociales. Quizás,
políticamente, lleno de puntos ciegos a las reivindicaciones ontológicas de los
nuevos movimientos sociales.
La cuestión que nos importa es si los nuevos materialismos suponen
un avance respecto a las lagunas metafísicas y políticas de las formas más
tradicionales.
No hay duda de que los nuevos materialismos han aportado una
nueva conciencia de unidad ecológica, que se manifiesta en la atención al
cuerpo, los afectos, la preocupación por la destrucción del medio ambiente y la
resistencia a los efectos depredadores del capitalismo, de la ontología
patriarcal de dominación. La ontología dinámica, basada en una concepción de la
potencia creadora de la naturaleza es otra de las grandes transformaciones que
ha supuesto esta corriente. Esta ontología dinámica es la que sostiene la
crítica a las categorizaciones estables, sobre todo las que se asientan sobre
clasificaciones binarias (natural / cultural, masculino /femenino, …). Estos
dos puntos nodales son pues
1.
Una concepción relacional y de unidad de la
naturaleza
2.
Una concepción de la naturaleza como potencia en
despliegue de posibilidades
Con respecto al materialismo eliminacionista, el hecho de
que los nuevos materialismos hayan nacido en parte en los estudios de ciencia,
tecnología y sociedad aporta una visión menos idealizada que el cientificismo
que constituía la atmósfera intelectual del reduccionismo. Los nuevos
materialismos han tendido a ser anti-deterministas y a tener una consideración
más amplia de lo que son los procedimientos de producción de la ciencia, en
tanto que entrelazamientos de practicas sociales, sistemas técnicos, teorías y
experimentos. Los nuevos materialismos mantienen una actitud desconfiada frente
al cientificismo reduccionista del que sospechan que tiende a naturalizar
diferencias que tienen un origen básicamente social. Incluso diferencias como
las de sexo, que se explicarían solo biológicamente y género, en el nivel de
explicación sociocultural son puestas en cuestión.
Los nuevos materialismos son ya una ontología extendida y
hegemónica en la teoría crítica contemporánea. Difícilmente puede considerarse
una perspectiva marginal. Sin embargo sigue heredando del estilo posmoderno una
inclinación demasiado poderosa hacia la metáfora que deja muchas ambigüedades
abiertas en lo que respecta a los mecanismos materiales que están en la basa de
la producción de mundo y de experiencia.
Las líneas abiertas que los nuevos materialismos deben
todavía desarrollar son las siguientes, desde mi punto de vista
1.
El poder de las mediaciones
La idea de mediación no se
refiere al uso habitual en teoría de conflictos, tiene que ver más con la idea
hegeliana de la co-constitución de dos polos que en primera instancia
aparecerían en oposición, como por ejemplo la conciencia y su objeto, que se
recoge en la parábola del amo y el esclavo de la Fenomenología. Desde
una perspectiva materialista, la mediación puede aplicarse a varias tensiones
constitutivas como la relación entre un entorno interno y un entorno externo,
en el caso de los organismos, e incluso en lo que respecta al entorno interno,
a la mediación entre las transformaciones que sufren los elementos de un
sistema y las relaciones entre las que entran formando un sistema con
propiedades emergentes. Así, por ejemplo, una neurona de una red neuronal activa
las neuronas de su entorno, pero estas relaciones están mediadas por la
dinámica general de la red. Si nos referimos a la relaciones entre entorno
interno y entorno externo la mediación se produce por la acción mutua de
intercambio de materia, energía e información que transforma ambos espacios.
2.
Restricciones y posibilidades
Muy cercano al concepto de
posibilidad está el de restricción (o constricción) que se usa en física en la
forma de condiciones de entorno y en el de ingeniería y biología como
restricciones. Se trata de que las dinámicas de los sistemas producen posibilidades
pero estas están limitadas tanto por los estados energéticos como por las
formas estructurales del sistema. Así, por ejemplo, el crecimiento del
esqueleto de un vertebrado está limitado por las relaciones estructurales de
las partes. En la antropogénesis, la posición erecta afectó al ángulo de
inserción del cráneo en la columna y liberó la dinámica de crecimiento del
cráneo. Otro ejemplo usual de restricción es el entorno energético: una hormiga
puede transportar varias veces su peso, pero si creciese al tamaño de un
elefante su exoesqueleto no podría soportar su propio peso. La idea de
restricciones es central para el estudio de las dinámicas sociales y culturales
creativas. Un conjunto de restricciones claro es la disponibilidad de energía y
de recursos materiales, pero, en el otro extremo, la disponibilidad de
conocimiento y tecnología es otra de las constricciones básicas de diferentes
formas de orden social. Por ejemplo, una sociedad muy descentralizada necesita
tecnologías de red y de comunicación también descentralizadas que permitan
acciones colectivas sin un centro director.
3.
Affordances y andamios
La idea de affordances que
proviene del realismo ecológico de los esposos Gibson (años 80 del siglo
pasado) refiere a la estructura de predisposiciones de un organismo para
aprovechar regularidades del medio, como por ejemplo, las líneas de fuerza del
campo magnético terrestre en el cerebro de las aves migratorias. La idea de
affordances nació para explicar las capacidades perceptivas de los organismos,
pero progresivamente se ha ido extendiendo a la capacidad de aprovechamiento de
estructuras tanto naturales como artificiales del entorno. Así, buena parte de
los nuevos materialismos aceptaría la idea de que ciertos nichos técnicos
ofrecen affordances para la acción.
Muy relacionado con el concepto
de affordances está el de andamios como metáfora de una construcción
materialista de formas y estructuras que no necesita acudir a componentes
externos. La cultura, así, se entiende como un entorno material de andamios que
permite a los individuos adquirir habilidades y competencias que sin ellas no
podrían haberse desarrollado naturalmente. La escritura, por ejemplo, es un
andamio que produce arquitecturas conceptuales en el pensamiento que la pura
narratividad de las culturas orales no podría haber generado.
4.
Complejidad y no linealidad
La complejidad es por una parte
una de las mayores transformaciones de la ciencia contemporánea en un sentido
transversal y, por otra parte, uno de los campos más difíciles de desarrollo.
Los grandes sistemas físicos, termodinámicos, como los que articulan el
Planeta, son sistemas complejos cuyas dinámicas están sometidas a procesos no
lineales, muy dependientes de pequeñas variaciones en las condiciones
iniciales, o de la composición del sistema y de sus relaciones. El sociólogo
Niklas Luhmann hizo de la idea de reducción de la complejidad el componente
fundamental de su teoría de la sociedad. El desarrollo de la sociedad moderna
tiene que lidiar con la incertidumbre a medida que aumenta la complejidad de
sus relaciones. Para ello, sostiene, se producen procesos de diferenciación de
sistemas en subsistemas que traducen la incertidumbre el riesgo, al menos en el
riesgo controlado por su actividad. Estos procesos de diferenciación, sin
embargo generan interacciones menos controladas entre todos los subsistemas
que, a su vez, producen incertidumbre.
5.
Distorsiones espaciotemporales
El desarrollo de la vida genera
siempre cambios en las escalas espaciotemporales geológicas. El tiempo de la
vida de un ser vivo, el tempo de la evolución, el tiempo y el espacio que
conforma los nichos ecológicos. En un sentido ampliado, tal como han estudiado
autores como Henry Lefebvre, la sociedad y la cultura en sus procesos de
reproducción son también producción de espacios y de tiempos, particularmente
de ritmos que articulan la vida cotidiana. La interacción entre el entorno
geológico, el técnico, el social y el cultural genera profundas distorsiones en
los espacios y tiempos. Así, por ejemplo, la diferenciación moderna entre el
tiempo medido por el reloj, basado en la sincronización de prácticas y el
tiempo fenomenológico de la vida están siempre en tensión, como ocurre, por
ejemplo en la apropiación del tiempo de la vida y su conversión en tiempo
abstracto en el capitalismo, o la explotación de la atención en la cultura de
las pantallas contemporánea.
6.
El poder de la cultura material
La tradición que proviene de la
cultura material, nacida en parte en la nueva arqueología y en parte en los
programas de antropología así denominados, “cultura material” Daniel Miller,
está renovando tanto los estudios culturales como la filosofía de la tecnología
y las relaciones entre ciencia, tecnología y cultura. Desafortunadamente no ha llegado aún este
impacto a los nuevos materialismos, que apenas hacen análisis concretos de toda
la cultura que está encarnada en los artefactos y en su circulación en la
producción y reproducción social. La cultura material no es un simple
subproducto pasivo de la agencia humana, sino un factor activo mediante el que
las personas, grupos y colectivos expresan su identidad y desarrollan sus
proyectos.
La nueva materialidad, el nuevo materialismo necesita
incorporar, desarrollar, encajar y trenzar en una propuesta ontológica todos
estos aspectos que no solo no son inconsistentes sino, al contrario, son un
desenvolvimiento de las dos hilos que tejen esta concepción: la unidad de las
fuerzas de la naturaleza en su despliegue y la concepción relacional y
sistémica de los procesos y sistemas.
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