sábado, 5 de septiembre de 2020

Tras el humanismo

 



Se cumplen poco menos de setenta y cinco años de la Carta sobre el humanismo de Heidegger, en respuesta al El existencialismo es un humanismo de Sartre y poco más de veinte de Normas para el parque humano. Crítica de la Carta sobre el humanismo de Heidegger de Sloterdijk, que suscitaría una triste y olvidable polémica en los periódicos con Habermas, quien escribiría, como respuesta a Slotedijk en 2001, El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?. Las dos discusiones forman parte de una muchísimo más larga controversia sobre la dignidad de los humanos y cuál pudiera ser su fundamento y responsabilidad. Tan larga como los documentos que conservamos escritos de la humanidad, como el Mahabhárata, el Génesis o las tragedias de Sófocles.

La Carta de Heidegger es un pequeño resumen de su filosofía. Responde a la tesis de Sartre de la prioridad de la existencia y de la acción, y de paso al pragmatismo, al marxismo, al materialismo y a todo intento de relacionar lo humano con lo animal. Su respuesta es que el horizonte de lo humano es el pensar interpelado por el Ser. Sin átomo de modestia, Heidegger se declara más allá de la filosofía. La Carta termina con un párrafo de post-apocalipsis cultural:

Ya es hora de desacostumbrarse a sobreestimar la filosofía y por ende pedirle más de lo que puede dar. En la actual precariedad del mundo es necesaria menos filosofía, pero una atención mucho mayor al pensar, menos literatura, pero mucho mayor cuidado de la letra. El pensar futuro ya no es filosofía, porque piensa de modo más originario que la metafísica, cuyo nombre dice la misma cosa. Pero el pensar futuro tampoco puede olvidar ya, como exigía Hegel, el nombre de amor a la sabiduría para convertirse en la sabiduría misma bajo la figura del saber absoluto. El pensar se encuentra en vías de descenso hacia la pobreza de su esencia provisional. El pensar recoge el lenguaje en un decir simple. Así, el lenguaje es el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del cielo. Con su decir, el pensar traza en el lenguaje surcos apenas visibles. Son aún más tenues que los surcos que el campesino, con paso lento, abre en el campo.

Lo que Heidegger dice que hace ya no es filosofía sino una forma de lenguaje que es el lenguaje del ser: “el pensar traza en el lenguaje surcos apenas visibles. Son aún más tenues que los surcos que el campesino, con paso lento, abre en el campo”.  No hay que ser muy sutil como para reparar en que Heidegger quiere responder aquí a la tesis XI sobre Feuerbach de Marx, y con él a todos los que anteponen la acción al pensamiento. No puedo decir que me guste mucho lo que piensa Sloterdijk, pero su sarcasmo sobre Heidegger en Normas debería entrar en una antología de la ironía. El texto del entonces joven y mediático filósofo sostiene que todo esto que hace Heidegger es lo que han hecho siempre los escritores del humanismo. No otra cosa que cartas que se escriben entre sí gente que sabe leer y que cree que lo escrito salvará a los humanos de su condición caída. Filósofos que no son más que filólogos queriendo salvar el mundo como super héroes con sus redefiniciones de palabras, algo así como Agamben con máscara de Spiderman.

Tampoco puedo decir que me guste mucho la críptica respuesta de Habermas a Sloterdijk, a quien acusa de que su propuesta de “domesticación” del ser humano implicaría una suerte de eugenesia disfrazada de intervención en las líneas germinales y la reproducción de generaciones futuras.  Pero sí es cierto que el argumento de Sloterdijk, después de sus denuestos a Heidegger, es más o menos el argumento que tomarán los transhumanistas épicos como base ideológica: hasta ahora el humanismo ha sido una cultura que pretendía mejorar al ser humano a través de la educación. Ha fracasado estrepitosamente, así pues, dejemos que ahora se encargue la ciencia, que podría planificar un ser humano futuro libre de todas las lacras de comportamiento violento y del destino al sufrimiento constante.

El argumento del transhumanismo radical, épico, el de la transformación sin restricciones de las líneas germinales o de la investigación sobre prótesis informacionales en el cerebro, e incluso la “descarga” de la memoria en una nube digital, me parece uno de los más lamentables argumentos de la historia. Resulta que el humanismo, que desde el Renacimiento e incluso desde Grecia constituía la base de la educación, uno de cuyos productos es la ciencia, ha fracasado, pero la ciencia, ahora sin humanismo, podrá triunfar imponiendo a las futuras generaciones temperamentos genéticamente inscritos. No se tarda mucho en encontrar unos cuantos auto-socavamientos en este modo de argumentar. Lo dejo como tarea práctica para el lector.

Pero aún queda la cuestión del humanismo. Lo hemos tomado como una tradición unitaria, como si supiésemos a qué nos referimos, cuando de hecho a poco que escarbemos es una tradición siempre en controversia, siempre en sospecha de sí. Nietzsche y Foucault, por ejemplo, se declaran abiertamente antihumanistas, pero su concepción histórica de lo humano es quizás una de las formas más sutiles de humanismo. Lo mismo ocurre con la línea del posthumanismo crítico que representa, por ejemplo, Rosi Braidotti, que, siguiendo las críticas desde el feminismo y el pensamiento ecológico, acusa a muchos humanismos de antropocentrismo, de olvido de la vida en favor de una supuesta superioridad del ser humano y, sobre todo, de estar contaminado de androcentrismo y etnocentrismo. Pero Braidotti, como Geneviève Lloyd, como Moira Gatens, como antes Deleuze y Guatari, se declaran posthumanistas herederas de Spinoza y su reivindicación de la fuerza de la vida. El posthumanismo crítico, afirma Braidotti, no es un “post” en un sentido de “después” sino una crítica a la contaminación supremacista de toda la autorreferencia a lo que somos, incluyendo en este “nosotros” un espectro mucho más inclusivo que el de las figuras que generalmente ha supuesto el humanismo, y que podríamos resumirlas gráficamente en el famoso canon de Da Vinci.

Habermas, en su discusión con Sloterdijk, habla de la "dignidad de los seres humanos", que se basaría según sus palabras en la capacidad de auto-comprensión de la especie humana, que sería puesta en cuestión dejando libre a la ingeniería genética. Pero esta dignidad, que según nos enseña la etimología consiste en considerar que los seres humanos como tales son merecedores de algo, no puede ya ser insolidaria con la dignidad de los seres vivos. Parte de nuestra auto-comprensión es quizás el sabernos indignos de pertenecer al árbol de la vida, y proponernos recuperar el ser dignos de aquel. En esto, creo, consistiría el posthumanismo, en un ganarse la dignidad luchando por la de todos aquellos seres que no habrían cabido en el círculo que dibuja el canon de Da Vinci.









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