sábado, 24 de enero de 2009

Circumdederunt me, gemitus mortis

Sigo pensando en lo que significa la elección de Obama. Mis amigos siguen suministrándome claves que sigo como perro por rastrojo en busca de la comprensión de lo que pasa. Fernando Rodríguez de la Flor acaba de darme otra inapreciable clave. Estoy escuchando ahora la Missa pro Defunctis de Cristábal de Morales, el gran compositor español, publicada en 1544 cuando era miembro del coro papal, pero, y es lo que me importa ahora, cantada en la catedral de Toledo en 1598 en el funeral de Felipe II. La presentación del disco es interesante, imagina esos momentos: "Amanece, las campanas tocan con lentitud en Toledo. Una procesión serpentea a través de las calles. Cubiertos por sus negras vestimentas de luto, el Arzobispo preside la procesión seguido de los altos dignatarios eclesiásticos y de la nobleza ordenados según su rango. El cortejo se detiene en ciertos lugares predeterminados donde el coro entona un responso. Cada estación representa una jornada del alma del muerto en su camino hacia la salvación eterna. Cuando los dignatarios entran en la Catedral, siempre oscura y en sombras, se abruman ante la luz de miles de velas que cubren el monumento funeral, el catafalco, una enorme construcción tan grande como la misma catedral, adornada con textos en latín en honor del muerto. El silencio desciende sobre el templo y la invitación solemne : "Circumdederunt me, gemitus mortis" inicia los maitines de muerto." Así reza el comienzo de Paul McCreesh y Grayson Wagstaff en su presentación del disco. Clavan el significado del Requiem. Fernando Rodríguez de la Flor nos contó el otro día cómo un imperio ensimismado sustituyó el poder por la celebración del poder y cómo el Barroco español no puede entenderse sino como una continua reflexión sobre un poder evanescente y frágil que se está yendo y cómo el abandono de este mundo es la condición de su existencia. Recordaba Fernando el maravilloso poema cervantino del valentón ante el catafalco que fue construido en Sevilla, también para conmemorar la muerte del emperador:

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


Un soldado derrotado, que llega de Flandes, pobre y melancólico, viendo cómo el imperio se descompone, cómo su vida dedicada a la dura batalla ha quedado en una extrañada vida de quien ya no tiene sentido, y llega a un catafalco que celebra la muerte con unos fastos que aplastan la dimensión humana por una representación de lo divino en la Tierra.

Que los imperios caen no es una idea extraña: es la idea sobre la que ha sido construida la cultura que nos habita. Unos imperios caen y nosotros somos los sucesores: es el pensamiento imperialista presente en nuestra cultura. Los imperios caen y nosotros debemos celebrar la muerte pues es nuestro destino: es la modernidad del sur, lo que aportamos a la esencia de Europa.

El Requiem de Morales es un hermoso y emocionante diálogo entre el coro masculino y femenino sobre la fragilidad humana y lo efímero del poder. El imperio filipino optaba por lo efímero; Obama ha elegido lo épico, pero observo, o al menos siento, que la misma melancolía preside las dos ceremonias. Observo el espectáculo del Mall, entre el Congreso y el monumento a Washington, y voto a dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla.

1 comentario:

  1. Amigo Fernando, llego a tu blog de tarde en tarde. A veces pinchando el el marcador, pero otras, como hoy, por casualidad.
    Quizá el mundo inmenso lo es sólo a veces, y las más es un pañuelo. Te encuentro, Fernando, en títulos de cine, en asuntos sobre la metáfora de la definición, o, como hoy, buscando una antífona escuchada años atras. No hay mucho que te pueda aportar, salvo aconsejarte el uso de alguna droga de las llamadas psicodélicas (si acaso no las has probado ya) para darte una experiencia diferente de la existencia. Eso, y una frase de Silvio Rodriguez: "Cada segundo es como el cobro de lo que resultamos ser". Un abrazo!

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