Como el agua de la fuente, las emociones surgen a la superficie en la interfaz donde unos cuerpos se conectan con otros y con el medio, donde los esquemas corporales y las redes y tejidos grupales ordenan el entorno espaciotemporalmente. La interacción social, desde los niveles más primarios en los espacios de intimidad en segunda persona, pasando por la acción colectiva, llegando a los espacios institucionales, produce siempre patrones emocionales, racimos de actos emotivos que configuran las identidades personales y colectivas. No sería posible sin la mediación de la cultura material, de un conjunto de dispositivos que hacen que, como indica la metáfora de Sarah Ahmed, las emociones se “peguen” a los objetos y los objetos se peguen a nuestras almas.
Las emociones circulan como circulan las acciones, los
bienes de consumo, las cosas, el capital y las mercancías, las materias primas,
la energía y la información. La mediación material permite que las
interacciones de los cuerpos y sus expresiones se difundan en el espacio
social, que los ritmos y repeticiones creen atmósferas emocionales y que, en un
sentido inverso, produzcan y reproduzcan emociones. A lo largo de la historia
la mediación material ha creado una enorme variedad de espacios de circulación emocional:
espacios conversacionales de las sociedades tradicionales, desde la reunión al
atardecer de la tribu, donde el humor atenuaba los conflictos e iras
cotidianas, a los lavaderos de la aldea que permitían un espacio generizado
donde las mujeres compartían cotilleos y emociones. Habermas estudió la
relación entre los cafés y tertulias del siglo XVIII y la emergencia de la
opinión pública, un conglomerado entre otras cosas de emociones políticas.
Goebbels teorizó con sus 11 principios de propaganda cómo usar los medios del
momento (radio y prensa) para modelar regímenes emocionales completos. Están
apareciendo numerosos estudios sobre los procesos de maduración y la mediación
de los teléfonos celulares y, actualmente de los smartphones. Mucho más que
cualquier otro elemento mediador de la identidad, el smartphone es el
dispositivo donde se depositan las líneas de vida personales con mayor densidad
y riqueza de contenidos: qué apps se han instalado, cuáles son las costumbres
de uso, cuáles los hábitos, tiempos y espacios. De entre las nuevas
terminologías que hablan de las relaciones sociales mediadas por el móvil
destacan el ghosting o rupturas de relación a través de mensajes de móvil o el
phubbing, o ignorar al otro con el que se está usando la pantalla.
La mediación emocional de la cultura material es muy clara
en el caso de los smartphones en tanto que constituyen una auténtica ecología a
través del fenómenos de las apps que ordenan la vida personal en sus más
diversas facetas: la comunicación, las noticias, la salud, el consumo y
comercio, la educación, el turismo, el transporte y la geolocalización, … Hacer
un recuento y clasificación de las apps instalables en los smartphones equivale
a levantar un mapa de la vida cotidiana en la era del 4G y 5G. Si, como afirma
Reddy, los emotivos son performativos que transforman tanto el mundo como al
performante, la mediación material es lo que hace posible la eficacia del
emotivo. No es lo mismo el llanto con el que se acompaña a los familiares en un
velatorio que las quejas y llamadas a la acción en un medio social, no es lo
mismo un ejercicio ocasional de seducción con la mirada en una discoteca que
abrir un canal en OnlyFans para exponer el cuerpo propio. Cada una de estas
prácticas conlleva un modo de producción emocional que se expande por el
ciberespacio como una ola que rehace nuestras costas y costumbres.
La base material de las emociones no es sino la producción
de espacios afectivos a través de intervenciones en el, entorno creando lugares
de experiencia en donde adquieren sentido nuestras reacciones viscerales:
Atmósferas afectivas: Espacios y objetos median en la
creación de estados de ánimo y disposiciones probables a reacciones emocionales
se refiere a los «estados de ánimo» o sentimientos emocionales de diversas
características. En The comfort of the Things, Miller y sus
colaboradores eligieron al azar treinta personas en las calles de Londres sur
que aceptaron mostrar sus casas y mantener un seguimiento para examinar su
cultura material. Una de las preocupaciones más extendidas era la creación de
una atmósfera emocional en la casa. La creación de un espacio emocional indica
una suerte de propensión al amueblamiento del mundo, a hacer de los espacios
más cercanos productores de algún sentimiento, desde el confort a la intimidad,
incluso en los espacios de más escasez, no es difícil encontrar plantas
humildes, estampas o grafías diversas que indican una voluntad de orden del
mundo. En el lado contrario, espacios de entretenimiento como los casinos y
salas de juego llenan el ambiente de luces y ruidos para generar ansiedad.
Habría que hacer un catálogo de estrategias y políticas emocionales del
espacio.
Espacios de sufrimiento: Otro de los libros de Daniel Miller, The
Comfort of People es un estudio etnográfico de una institución inglesa, los
hospices, que son centros dedicados a los enfermos terminales, lo que en
España se llamaron en el siglo XIX hospitales de desahuciados, con la idea de
que lleven una vida digna y agradable en sus últimos días, dedicándose a
actividades varias, muchas de ellas sociales. Son espacios paliativos en
entornos en los que cabría encontrar sufrimiento y desesperanza. Su estudio
muestra, sin embargo, hasta qué punto una disposición del espacio puede
transformar el mismo acto de morir dignamente. En el otro extremo encontramos dispositivos
sociales orientados a generar sufrimiento: espacios de confinamiento, cárceles
y celdas de tortura, lugares de producción de muerte en vida, violencias que
generan limpiezas étnicas o producción intencional de hambrunas. Las guerras y
la violencia moderna, desde el siglo pasado, se han convertido en guerras
totales que se dirigen a las poblaciones tanto o más que a los ejércitos en
lucha. La violencia se pega a los espacios generando desesperanza y sufrimiento
sin fin.
Zonas de distracción: La ordenación del espacio contemporáneo, que
ha destruido los lazos tradicionales de la aldea y barrio, que ha generado
soledad, desarraigo y desubicación, ha producido también una desmesurada
variedad de zonas de entretenimiento para el turismo masivo, parques temáticos,
shopping centers, casas de apuesta para adolescentes y otra terrorífica lista
de dispositivos orientados al aplacamiento de la ansiedad, y al tiempo de
colonización económica de la atención. En La zona de interés (Jonathan
Glazer, 2023), rodada en Auschwitz en
2021, relata el muro que separa un lager, un territorio de horror, del
hogar del director del campo, un espacio doméstico ordenado para olvidar,
negar, ignorar lo que hay al otro lado del muro, del que solo llega ruido y
olor. Sorprende que los centros comerciales tiendan a situarse en lugares de
cruce, carrefours, entre territorios desiguales para crear la
fantasmagoría de seres iguales en el consumo.
Lugares de la memoria: “—Y también éste —dijo de pronto Marlow— ha
sido uno de los lugares oscuros de la tierra”. Así se expresa el protagonista
de El corazón de las tinieblas mirando al Támesis y recordando los
tiempos remotos en que los romanos ascendieron por el río. “Un país cubierto de
pantanos, marchas a través de los bosques, en algún lugar del interior la
sensación de que el salvajismo, el salvajismo extremo, lo rodea… toda esa vida misteriosa
y primitiva que se agita en el bosque, en las selvas, en el corazón del hombre
salvaje. No hay iniciación para tales misterios. Ha de vivir en medio de lo
incomprensible, que también es detestable. Y hay en todo ello una fascinación
que comienza a trabajar en él. La fascinación de lo abominable. Podéis imaginar
el pesar creciente, el deseo de escapar, la impotente repugnancia, el odio” ⎼continúa en un monólogo
profético de lo que será su ulterior aventura por el río Congo. Muchos lugares actúan como anclas tangibles
para los recuerdos y las emociones. Una reliquia familiar, por ejemplo, no es
solo un objeto, sino un recipiente de la historia familiar y las emociones
asociadas con las generaciones pasadas. Pueden ser áreas creadas para generar
sentidos de lo sagrado y de conmemoración o simples lugares de nostalgia donde
habitamos o vivimos tiempos memorables. Los monumentos y memoriales están
diseñados para evocar emociones específicas, como el orgullo, la tristeza o el
recuerdo, y dar forma a las respuestas emocionales del público ante los
acontecimientos históricos. Sirven como espacio físico para el duelo o la
celebración colectiva. Los rituales son el medio tradicional de generar
emociones que reproducen y sostienen la sociedad. Ritos de paso, de duelo, de
sacrificio, de celebración, …, todos ellos necesitan una base material en forma
de espacios adecuados. No hay religiones sin emociones, pero tampoco sin
templos, imágenes o libros o cualesquiera objetos depositarios del rito.
Objetos de emoción:
Así refiere Georges Perec al misterio de los objetos que nos
rodean en Lo infraordinario:
Describan su calle. Describan otra.
Comparen.
Hagan el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguense acerca
de la procedencia, el uso y el devenir de cada uno de los objetos que van
sacando.
Pregúntenle a sus cucharillas.
¿Qué hay bajo su papel de la pared?
¿Cuántos gestos hacen falta para marcar un número de teléfono? ¿Por
qué?
¿Por qué no se encuentran cigarrillos en las tiendas de alimentación?
¿Por qué no?
Me importa poco que estas preguntas sean, aquí, fragmentarias, apenas indicativas
de un método, como mucho de un proyecto. Me importa mucho que parezcan
triviales e insignificantes: es precisamente lo que las hace tan esenciales o
más que muchas otras a través de las cuales tratamos en vano de captar nuestra
verdad.
Desde la fantasmagoría de la mercancía que estudió Benjamin,
a la más humilde historia afectiva de las cosas que nos rodean, como los viejos
jerséis, las sillas o las estilográficas, ciertos objetos interactúan con la
mente generando afectos y emociones. No es necesario tratarlo siempre con el
despreciativo término de fetiches, son, por el contrario, a veces, claro,
depositarios de la identidad personal, familiar o colectiva, como si en ellos
se hubiesen quedado pegados los afectos. No habría arte sin esta capacidad de
los objetos de interpelar a nuestras sensibilidades.
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