sábado, 28 de febrero de 2009

El paseo de los melancólicos

Me voy encontrando con tantos ojos en los que me reflejo que me parece estar en la sala de los espejos de La Dama de Shangai: la anciana con su perrito, arrastrando con la correa al único ser afectuoso que no la ha abandonado; el cincuentón al que el cardiólogo ha dado un aviso; la pareja de verdes en su bici; el empleado de banca con traje impecable de deportes; el emigrante en su chándal barato integrándose en la vida ciudadana,... El Paseo de los Melancólicos discurre desde la vieja fábrica de Mahou a Ronda de Segovia por las antiguas vías de ferrocarril que anudaban el vientre de Madrid: de Príncipe Pío a Atocha, pasando por las ya olvidadas estaciones de Delicias, Peñuelas e Imperial, hoy un pasillo verde que apenas conserva rastros de su pasado industrial. El carril bici, por el que vamos los viandantes o correteantes une ahora trozos de historia que son como pedazos del alma. Cruzo bajo el Viaducto hasta las raíces rocosas que sustentan la Almudena en el Parque de Atenas, a la sombra de Rouco: su recuerdo y su sombra me alcanzan desde hace muchos años, cuando era un oscuro vicerrector que recordaba a Richelieu. Salta en el ipod "Correcaminos, al loro" de Extremodouro: me parece adecuado al recuerdo que me había invadido, me reconcilio con todos los correcaminos que nos cruzamos con ojos entre nostálgicos y ensimismados. Llego hasta Campo del Moro, a la sombra de la sombra del poder del palacio, casi vacío como la trastienda del poder; Virgen del Puerto, tumba de Durruti, con su iglesita reconstruida por Franco ladrillito a ladrillito (políticas de la memoria del que triunfó que ahora miro con indiferencia); Ronda de Segovia, comedor de sopa boba bajo el Seminario y las Vistillas (todavía no es la hora y aún no está la cotidiana cola de seres ocultos que se agrupan ahí para sobrevivir como correcaminos que son); de nuevo Paseo de los Melancólicos, más perros, más ancianos, más empleados de banca, más ensimismados. Más Pasillo Verde; Paseo de la Esperanza, salen de misa niños y ancianos de una de las iglesias garaje que han crecido por la zona; estación de Delicias, restos del madrid industrial que fue sustituido por el madrid de los servicios, lleno ahora de correcaminos que nos encontramos sin ir a ningún lugar. "Se me acercan las paredes, se me alejan las salidas", canta Fito y los Fitipaldis; Santa María de la Cabeza: "una carrera con salidas/para las miserias de la vida", La Polla en uno de sus ácidos cantos; "todos sometidos/todos sometidos", repite el estribillo. Exacto.

jueves, 26 de febrero de 2009

Las gaviotas del Manzanares

Hace años que vivimos con la misma metáfora, pero ayer me ocurrió como si fuera la primera vez, en uno de los momentos colgados en el inevitable atasco cotidiano en el Puente de Praga. Miré a mi izquierda y allí estaban, y con ellas vino la rumbita del Gato Pérez, "¿Qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?". Fueron a la vez las gaviotas y la pregunta. No la gaviota en Madrid, universal extraño que no reconozco, sino aquellas gaviotas. Unas poquitas, nada de masas enormes. El Manzanares no daba más que para unas cuantas que se movían entre las aguas escasas, los desmontes de la M30, y los esbozos de un río urbanizado. Me vino entonces el pensamiento de que esa era la pregunta esencial de la vida: la que le dirigimos al otro de referencia (¿qué género tiene el otro? me cuesta entender por qué el lenguaje tiene que obligarnos a determinar los géneros, por qué el otro tiene que ser masculino, femenino, neutro o epiceno. Dejemos que el otro siga siempre ambiguo), un otro que nos plantea una pregunta sin respuesta, como la pregunta por esa gaviota en Madrid. Un ser que no está en su sitio, que trae tras él la historia de un mar que no conocemos (que quizá tampoco conozca esa persona, pero que está ahí presente, irremisiblemente nacida de su presencia en una zona errónea del mundo, del misterio de su existencia extrañada). Y nos dirigimos al otro haciendo una pregunta incontestable, deseando un relato que no nos va a contar porque no sabe hacerlo, porque su historia no responde a esa pregunta. Y nos damos cuenta que la pregunta nos la estamos dirigiendo a nosotros mismos: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?", que el otro que somos ante nosotros mismos tampoco sabe qué responder, que apenas le alcanza para iniciar un relato que ni siquiera tiene un "erase una vez...", porque ese "erase.." ya se ha perdido como se pierde el mar en la niebla. Y descubrimos que hasta ahora habíamos pensado la identidad como oposición (qué palabra, "oposición": palabra de vida funcionarial, una oposición como destino, que convierte a un ser en funcionario, que cree que ya es porque hizo una oposición y no repara en que toda su vida se ha convertido en oposición). Y mirando las gaviotas querríamos que nuestra vida fuese, como ellas, pura exposición. "Exposición" como contar algo que no sabemos muy bien ni donde empieza ni donde termina, ni siquiera cuál es el significado de lo que estamos contando, porque simplemente nos estamos exponiendo, exponiendo mucho al contarlo, enseñando vergüenzas que estaban ocultas, mostrando precariedades e ignorancias, dejando entrever las costuras de la vida, abandonando las oposiciones para exponerse como uno se expone al viento, como se expone a las miradas. Y en ese instante el relato se convierte en una pregunta sin respuesta: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?".

sábado, 21 de febrero de 2009

Las migas en la barba

Después de la voluntad de poder y de la voluntad de saber, áridas zonas de nuestra errónea naturaleza donde se han cebado las fieras culturales de la posmodernidad (Foucault et alii), me atrevo a ofrecer la tercera mejilla: nuestra voluntad de representación, "querer aparentar", que dirían nuestras madres a sus respectivas peluqueras. Voluntad de representación como voluntad de distinción. Vaya, recordemos rápidamente a Bordieu: todos nos movemos en un espacio de dos coordenadas, el capital económico y el capital simbólico (cultural, si se quiere). La estrategia de la distinción: crear barreras dentro-fuera para aislar a los que aparecen como "ricos" o "cultos" cuando no son más que pardillos o snobs (cada poco se cambian de signos de estatus: ropa, lugares, autores, etc..., hay que correr mucho para estar en el mismo sitio y estar al día). La estrategia del snob: dejar que los signos de distinción hablen de él para hacer creer (hacerse creer a sí mismo) que ya está en los mejores círculos. Vana pretensión. Los círculos de privilegio tienen siempre expertos en detectar al parvenu, generalmente un snob admitido ad hoc (recordad My Fair Lady). Situarse en un escalón siguiente es la voluntad de representación. Cuando llegué a Madrid, buscando piso, me asombraba en los anuncios del segundamano la frase "portal de representación" para caracterizar el estatus de distinción del anunciado apartamento. Ahora ya no me extraña casi nada: Madrid entero se ha convertido en un portal de representación.
Cada conversación, cada gesto, cada acción parece llevarnos al ejercicio de esa voluntad de representación: transmutamos la ignorancia en desprecio, la flaqueza de atributos en plumas de avestruz, la penuria de ambos capitales en puro teatro. El hidalgo que esparce migas en la barba para hacer creer que hoy se ha saciado.
Me espanta que perdamos el sentido de la proporción, que perdamos el derecho a la ignorancia, a mostrar la fragilidad y la penuria, que nuestra voluntad de representación desborde a nuestro deseo de presentación.

En fin, la ignorancia, la pobreza, son estadios superiores difíciles de conquistar: la miseria es no saber que no se sabe, creerse que se es rico.

Una nota de finde: la película de Claudia Llosa, La teta asustada. Me interesó mucho su anterior película, Madeinusa, sobre el Perú profundo en un tono que recordaba al mejor García Márquez del realismo mágico (ella es sobrina de Vargas LLosa). En esta película alcanza un tono más serio y merece la pena una vista y una discusión. El título hace referencia a un síndrome peruano: las hijas de las violadas en la guerra de Sendero Luminoso han mamado la angustia y el miedo de sus madres. Necesitan cura. La película, en un tono más oblicuo que la similar de Isabel Coixet, trata de la posibilidad de esa curación: una hija que en unos días de aprendizaje trata de enterrar a su madre, de quien ha heredado el miedo. Pura inteligencia. ¿Por qué son las directoras jóvenes las que están abordando temas que otros no quieren tratar?

martes, 17 de febrero de 2009

Decimatio

Querría haber titulado esta entrada Hijos de los hijos de la ira, como el título del libro de Ben Clark, premio Hiperión de poesía, y manifiesto declarado de una generación que ya está en otro lugar, desde el que mira atrás con ojos que a la vez que preguntan en sus preguntas acusan. Lo he sentido como se siente el frío del tiempo cuando me ha llegado el libro de Germán Labrador Méndez, Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española (Devenir, 2009). Germán es joven, muy joven. Ha acabado de acabar la tesis y ya estaba en el paro después de la beca, como toda una generación que estamos machacando. Una generación que no nos merecemos. Otros sí: Germán, no por suerte sino por méritos, ha logrado una plaza estable de profesor titular en Princeton, la primera universidad de Estados Unidos, en el departamento de estudios hispánicos, algo a lo que no podrán aspirar ni en sueños, no podremos, ni en sueños, los ya bien asentados en la cultura.
El libro de Germán fue su tesina (cielos!, cómo será su tesis), lo estoy devorando: me ha llevado a los más oscuros rincones de una memoria que no querría tener. Como toda mi generación. La memoria de la parte olvidada de la transición. Germán ha relatado la parte de una generación que cayó en manos de la Condesa Morfina, la Señora del Sueño, el Caballo, la Blanca Uría, ... una parte de la transición que no hemos relatado. Una de las historias de la transición que no han sido contadas. Una de las zonas del tiempo que no queremos revisitar. Dejaremos otras para otra entrada. Quiero unirme ahora con Germán en el recuerdo de los poetas que se quedaron en el margen.

Soy un confeso lector de wikipedia. Y cito sin escrúpulos esta entrada del término decimatio que expresa mejor que yo lo que quiero decir:


"La palabra proviene del diezmado de tropas. Se trataba de una medida excepcional que se solía aplicar en casos de extrema cobardía o amotinamiento. El castigo consistía en aislar a la cohorte o cohortes seleccionadas de la legión amotinada y dividirla en grupos de diez soldados. Dentro de cada grupo se echaba a suertes quién debía ser castigado (independientemente de su rango dentro de la cohorte) y era elegido uno, el cual debía ser castigado por los nueve restantes, generalmente por lapidación o por golpes de garrote. Los sobrevivientes eran obligados a dormir fuera del campamento de su legión, hecho de gran peligro en época de guerra. Supuestamente el castigo debía aleccionar a los soldados supervivientes y a las demás cohortes, pues la muerte podía llegar aleatoriamente, a manos de los propios compañeros, sin tener en cuenta rangos ni méritos anteriores. Sin embargo, más habitualmente, la decimatio rompía el espíritu de cuerpo y la unión entre compañeros de armas (ejecutores por sorteo de sus propios hermanos de armas), minando la confianza hacia los comandantes de las legiones que ordenaban tal castigo”


A medida que leía las páginas de Letras arrrebatadas esta palabra, decimatio, me daba vueltas en la cabeza. La explicación de wikipedia me explicó también por qué: una generación que dejó en el suelo a sus compañeros de tienda. Los más sensibles, los más perceptivos, los más débiles, los que no sabían subir por la escalera.
Recorre Germán las poéticas y los carteles y los poemas de esos quince o dieciséis años de movida, entre 1970 y 1986, los años de los que tanto se habla y tan poco se cuenta.
Querría recordar sólo algunas voces, como la de esa niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, y no encontró el jardín prometido, Blanca Andreu:


Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto
voy hablando del trozo de universo que yo era,
de subcutáneas estrellas de sangre
cazadas por el ángel de la anemia
en el cielo arterial,
diciendo leucocitos del alba y rio de linfa,
o bien de lo que quise:
el ligero Mediterráneo,
la prohibición de envejecer,
la gavilla del sueño barbitúrico,
y sobre todo, sobre todas las cosas,
Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros,
Mozart en ala y aeropuerto,
arco de violín principe o piloto: Mozart el Músico.


Nombres como Eduardo Haro, Leopoldo María Panero, y todos los nombres olvidados que si escribieron un poema fue tal vez sólo en la puerta del baño del garito nocturno, un grito inaudito de ayuda. Querría recordar con este poema que también recuerda Germán, de Aníbal Núñez, nuestro Rilke, las infinitas noches de una generación que quería escapar de la cárcel de la ciudad (Salamanca en el caso de Aníbal, metáfora de todas las salamancas de la época):


Cayó la tarde y, a su fin, el ágape,
las pócimas, los filtros,
el necesario azar de impares tazas
y de la lejanía a colación: los barcos,
mares y valles comparados,
relatos ilustrando escuetos métodos
de cómo vadear ríos: (...)
No, aquí nada es disperso: aquí callamos
todos alrededor de un mármol nada mítico
pensando en los viajes que no haremos,
mostrando gestos desapasionados
(...) la soterrada
genealogía de cada uno,
que cada uno representa
en la ciudad en la que sin remedio
caemos atrapados por su mera mención.



Un día de estos una prestigiosa revista de Brown se hará eco de la inquietante historia de la transición española contada por un joven profesor de Princeton, y tal vez alguien de la prensa bienpensante, siempre atento a lo que pasa, nos ofrecerá un babélico reportaje, y quizá recordemos algo más de lo que fuimos.
Y ellos estarán allí, de nuevo cito a mi muy leído Aníbal Núñez, soñando que murieron soñando escapar una tarde de aquellas, aunque fuera en brazos de la señora fría:

Morir soñando, sí, mas si se sueña
Ilusión es la muerte, fe la vida,
Guerra la paz; y si la paz se olvida
El tiempo al fin de eternidad se adueña.
La desgana de ayer ¿qué nos enseña
Deshaciéndose en hoy? Abierta herida
El empeño de hacer que la aprendida
Ventana dé al vacío que se sueña.
No se matan los sueños con la muerte.
¿A qué representarla con tal ceño?
Morir es aprender lo ya sabido,
Vivir la vida no es negar la suerte.
No sabemos, Miguel, si es que te has ido
O sigues con nosotros en el sueño


¿Responderemos alguna vez a las preguntas de los hijos de los hijos de la ira?

domingo, 15 de febrero de 2009

Son las sombras

Es curioso que asociara a Bacon con la sombra cuando aún no había visitado la doble exposición sobre la sombra del Thyssen/CajaMadrid. El comisario es Victor I Stoichita, a quien mucho leo, autor de la Breve Historia de la Sombra (Alfaguara) que está en el origen de esta exposición. La primera parte me interesó menos, por lo conocido: la sombra como mito del origen de la pintura ( la doncella corintia de Plinio el Viejo perfilando la sombra de su amante); la sombra como constructora del volumen del barroco; la sombra ocasional de la figura en el romanticismo, salvo el divertido cuadro sobre el origen del realismo socialista, lo demás es interesante por los cuadros en sí mismos y el rescate de algunos autores. Sube el interés y se desciende a más profundidad en la segunda parte en CajaMadrid, donde se muestra la sombra en la pintura, fotografía y cine del siglo XX, o al menos de la primera mitad. Es aquí donde aparece la otra dimensión de la sombra: la sombra como presencia de la no presencia; como amenaza; como reflejo de lo no consciente; como metáfora de la opacidad de la mente:

Discutía el otro día con Guillermo de Eugenio sobre los vampiros como figura contemporánea, sobre cómo el nosferatu ha conseguido perder su temible reflejo de lo amenazador y se ha convertido en figura de la otredad, incluso de la otredad del adolescente que descubre la complejidad de lo social. Murnau había conseguido poner en imágenes a Freud: el vampiro lo llevamos dentro, por eso viaja done vayamos y amenaza a todos los que nos rodean. Dreyer lo dejó aún más claro en su inquietante Vampiro, una película que consigue levantar la aprehensión incluso o sobre todo por su mismo lamentable estado de conservación, como si fuera el vestigio de un sueño que apenas recordamos: hay sombras que se desprenden y viajan solas, presencias de lo que no está, indicios de lo que acecha en el lago oscuro de la mente



En la selección de secuencia de películas (lo que más me impresionó de la exposición) aparecen algunas de las sombras más negras de la historia del cine: el Iván de Eisenstein, la sombra de Stalin que se cierne sobre las paredes de un palacio tan cercano al Castillo Kafkiano



o las sombras por las alcantarillas de la Viena de la posguerra donde habitan los fantasmas que construyeron Europa: la especulación, el militarismo, el desprecio y el cinismo, "el tercer hombre" que siempre reflejará el uso comercial de la inteligencia. El Tercer hombre de Carol Reed es la sombra de la memoria, la pesadilla de la amistad que recordamos con afecto y que no querríamos volver a encontrar:




Si Freud es el Señor de las Sombras, su profeta es, para mí, sin duda, a pesar de otros arcángeles de lo oscuro, Dreyer. Es quien asocia la luz y la sombra en los cimientos del imaginario. Gertrud en la sombra. Paredes de una habitación que miramos los espectadores del deseo que somos.




Decía Pasolini en uno de su poemas tardíos: "adoro la luz sólo si no ofrece esperanza". Cierto: es la madre de la sombra, la proyección de la presencia de la ausencia. Si la sombra hizo la pintura, la fotografía ha convertido la sombra en la proyección de los fantasmas de la mente.

martes, 10 de febrero de 2009

El misterio del zelote

Toda la reacción visceral que me producen las personalidades fanáticas no consigue extirpar una pregunta por ciertas formas de estar en la vida que adoptan medios y formas radicales. Me surge esta pregunta más bien tonta por dos referencias con las que me he topado por casualidad en estos días de tedio invernal. La primera fue hace un par de semanas cuando, huyendo de la programación televisiva a la hora de cenar, y acudiendo al reservorio ya casi exhausto de la magra biblioteca de Puerta de Toledo, tuve ocasión de ver, que no revisitar, la película de Michael Curtiz de 1940 Santa Fe Trail. La otra, también hace unos días, con ocasión de La conversación de Descartes y Pascal en el Teatro Español con Josep Maria Flotats. Ambas representaciones tan distantes y distintas coinciden en presentar como insoportables fanáticos a dos personajes a los que el juicio de la historia debería pensar con cierto cuidado: el abolicionista John Brown, colgado en 1959 tras una fallida insurrección armada, y el torturado y frágil filósofo Pascal. Ambos fueron fundamentalistas: puritano y jansenista, respectivamente. Le he dado muchas vueltas en estos días a ambas imágenes.
La película de Michael Curtiz es clara y abiertamente ideológica. La historia es muy compleja y tiene que ver con algunos de los fantasmas contemporáneos de los Estados Unidos: en los territorios abiertos de Kansas, las tensiones entre abolicionistas y proesclavistas convirtieron las praderas en un territorio abierto de luchas para conseguir o evitar que Kansas fuera un estado esclavista. John Brown se convirtió en guerrero de la causa antiesclavista, quiso armar a los negros y asaltó el arsenal de Harper Ferry en Virginia donde fue apresado por una compañía de marines madada por Robert E. Lee. Se le juzgó y condenó a muerte. Emerson, Thoreau y Victor Hugo se adhirieron a su causa y Thoreau escribió en el periódico de Concord un sentido homenaje que puede leerse en la red. Ha sido siempre un personaje de controversia. Se le ha descrito como un zelote fanático que quiso resolver el problema de la esclavitud con las armas. Victor Hugo anunció proféticamente que su muerte era el presagio de una horrible guerra civil que ¿ha terminado ahora?




Pero la película de Michael Curtiz, protagonizada por Olivia de Havilland, Errol Flynn y Ronald Reagan (como marines) toma un partido muy claro contra John Brown, a favor de la "unidad" del estado y de la comprensión del esclavismo, y dibuja a Brown como un loco sediento de sangre (curioso, Curtiz, autor de Casablanca, húngaro emigrado a Austria, luego a Alemania, luego a Estados Unidos, que nunca llegó a hablar bien inglés, meditando sobre el más complicado y pantanoso de los hilos históricos de ese país). El retrato de Thoreau, que le conoció y admiró, es sumamente sensato y va en la dirección contraria. Admiraba a Brow y a su causa sin reparos.



El diálogo de Descartes y Pascal, por su parte, hace lo propio con Pascal: una caricatura de ser frágil, loco, fanático y anticientífico (él, que está en la base de la transformación probabilística que sucedería poco a poco en la ciencia). Frente a Pascal, Descartes, todo sentido común, bonhomía y sabiduría de la vida.
¿Por qué?
La estrategia de convertir en fanático al otro es extremadamente efectiva, es la mejor de las armas de la retórica. ¡Estás loc@!, es una de las respuestas en la disputa que ahorran cualquier ulterior aportación de datos.
No sé ponerme del lado de John Brown ni de Pascal, no sé de qué lado estoy, me faltan datos: pero sé que fueron seres complejos que no solamente estuvieron en la historia sino que la hicieron, y que la hicieron, como sostiene Thoreau de Brown, no limitándose a mirar o predicar.
¿Cuál es el paso resbaladizo que hace que alguien se convierta en zelote insufrible? Tengo que reconocer que mi lugar, si lo tengo, debe estar entre los fariseos, pero no dejo de preguntarme por los zelotes.
¿Qué mira Blaise Pascal?

sábado, 7 de febrero de 2009

Sombra de hombre

El aullido del poderoso: en su jaula, rodeado de los lazos del poder, cayendo una lluvia de cenizas, amarrado a la silla como si a la cruz fuera,..., así representó Francis Bacon al inocencio x de todos los poderosos del mundo. Más que en distorsión, sus figuras se difuminan en el espacio de amplios desiertos de hirientes naranjas o grises. Bacon consigue que las carnaciones, los rosas y los blancos produzcan desasosiego, como si uno estuviese explorando el estrato de la mente donde está la puerta de los sueños.





Aún si reponerme de la visita a la exposición del Prado, he aprendido más de lo que quisiera de la vida y de la muerte. También de arte: por ejemplo, el rechazo que su pintura manifiesta a todo el expresionismo abstracto. En la entrevista que exhiben en el Prado pregunta con sarcasmo "No recuerdo el término técnico...¿expresionismo abstracto?, sí, expresionismo abstracto. Era lo que Rembrandt hacía". Él, sin embargo, fue capaz de representar lo abstracto de la conciencia, el lugar donde la forma se pierde y sólo quedan los detalles, como la carne y las vísceras, el horror y el deseo, los violentos malvas de la maldad. Babuinos, crucificados, papas, amantes muertos: cuerpos que cuelgan, sombras de hombre que ha sido.

Picad en esa imagen y meditad un instante sobre el lobo en su celda

miércoles, 4 de febrero de 2009

Los simbiontes de Cascorro

Dejé hilos sueltos por mi cabeza en la última entrada y mejor los anudo ahora antes de que se desvanezcan. Vuelvo sobre esos seres creativos que logran sobrevivir cuando el resto ha agotado sus esperanzas: simbiontes como los que habitan durante el día la Plaza de Cascorro, con sus viejas furgonetas esperando un encargo de guardamuebles, un traslado de estudiantes, un viaje a por el sofá de la abuela, el traslado del aparador barato desde el centro comercial. Los recordé al oir la irritada respuesta a una pregunta de una entrevistadora por parte de un transportista tradicional acerca de esos "piratas" del transporte. Sí, vale, no voy a hablar a favor de la economía sumergida, no se trata de eso, sino de la supervivencia y creatividad sumergida: mientras respondía amenazante, la cámara nos mostraba a unos transportistas a las puertas de los centros comerciales ofreciendo sus servicios. No había otros más que ellos. Los centros comerciales son ahora nuevos espacios, es algo notorio, pero también lo es la carencia de servicios. La economía oficial aún no ha descubierto esas explanadas de cemento. Los simbiontes sí: saben que allí hay una necesidad y se ofrecen a cubrirla. Hacen innovación sin un sistema nacional de i+d+i. No necesitan tecnología punta: su inteligencia les sobra.
El ruido de las emisoras y los comentaristas sobre la crisis es estridente y ensordecedor. Gritan los números, las estadísticas. Hay que esperar sin embargo a las llamadas de la gente para informarse de algo. Porque cada caso nos señala con mucha más claridad lo que pasa que la adición a los índices abstractos. Es entonces cuando sueño con simbiontes.
Los simbiontes se hacen visibles cuando la oscuridad se cierne sobre la ciudad: son los pocos que iluminan las salidas. Se me ocurre que las cosas aún no deben estar tan mal cuando no hay sentido de emergencia. Aún no sabemos, por ejemplo, qué salario reciben los periodistas estrella que claman contra la crisis; aún no sabemos qué ocurre con los capitales que escapan al control de todos los gobiernos; aún no sabemos cuáles son los recursos con los que contamos. En situaciones de emergencia necesitamos una mirada de simbionte para hacer inventario de nuestras posibilidades: qué tiempos y qué salarios (ofrezco el mío el primero) podemos empezar a repartir, qué medidas colectivas, qué redes, qué sistemas de solidaridad necesitamos. Cuando la irritación empiece a mostrar sus frutos nos acordaremos de nuestra incapacidad para pensar. Recuerdo la crisis del corralito argentina. Argentina es un país curioso. Está lleno de gente que no confía en el gobierno. Cuando las cosas van mal se irritan muy rápidamente, pero también se organizan: en unos meses habían nacido comedores colectivos, redes de apoyo social, formas de arroparse colectivamente en el desastre. Mostraron en la práctica lo que la teoría de la acción colectiva señala en la teoría: que en situaciones de catástrofe las masas dejan de ser masas y se organizan en redes de apoyo mutuo; que el miedo se convierte en ayuda voluntaria; que las teorías del egoísmo esencial de los humanos son un invento ideológico para justificar el egoísmo de unos cuantos. Luego, así de frágiles somos, esas redes fueron colonizadas no por los simbiontes sino por los parásitos que pretendieron alguna renta política del hambre: la teoría de juegos también predice esas infecciones. Da igual. No me importan los parásitos, sino la viva luz que emiten los simbiontes cuando las cosas vienen mal.
Cuando paso por Cascorro miro a esas furgonetas con los ojos del discípulo que quiere aprender a vivir de los maestros de la subsistencia.