Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 29 de noviembre de 2009
La hormiga extraviada
miércoles, 25 de noviembre de 2009
El jardín de los senderos que se bifurcan
domingo, 22 de noviembre de 2009
Déficit de atención
Atender es cansado: lo sabes de las clases, de la lectura, de la conversación insustancial, de la distancia que te produce el espectáculo del baile al que te han invitado y no querrías asistir.
Atender agota: la realidad te sobrepasa y te cuestiona, te pide una respuesta para la que tus músculos no se han preparado suficientemente.
Atender es menos una cuestión de fijar la mirada que de dejar que el cuerpo entero se sumerja en la realidad como se sumerge en el agua.
Las veces que logro sacar fuerzas para dibujar algo que está ahí presente me descubro al poco con intensas agujetas en el alma: mi cuerpo nota una existencia con déficits de atención permanentes. No está suficientemente preparado para lo real. Demasiado espectáculo.
martes, 17 de noviembre de 2009
El dispositivo del autoengaño
viernes, 13 de noviembre de 2009
Amor propio o autoestima
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
(...)
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
(...)
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
(...)
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos...
León Felipe
Ya lo he dicho varias veces y seguiré repitiéndolo cuando sea necesario: aprendo más de los alumnos de lo que enseño. Álvaro Marcos termina su trabajo del curso con los versos de arriba, y no puedo menos que compartirlos aquí, pues da con absoluta certeza en el clavo de lo que trataba de explicar con la idea de la identidad emigrante. ¡¡¡ Gracias Álvaro!!!
Que las cosas no nos hagan callo.
¿Por qué la filosofía no es autoayuda?
He hojeado muchos libros de autoayuda e incluso he leído uno no demasiado despreciable. Todos comienzan con un masaje a la autoestima, como si fuese algo necesario para sobrevivir en la selva de los yoes depredadores en que vivimos. La estima que sentimos por nosotros mismos varía de carácter a carácter y de temperamento a temperamento. Tengo que confesar que mi autoestima es muy baja: no me importa ni tenerla así ni confesarlo. Como el rey Salomón, siempre he preferido la lucidez a la felicidad: saber cuál es el lugar propio de uno en el mundo puede ser desconsolador, pero al menos no te engañas a ti mismo. Entre la gente que me rodea, y a quienes observo sin que el cariño me impida calibrar su tamaño, están quienes sufren de baja autoestima y quienes sufren de alta autoestima: ¿qué más da? Como si el que tuviese un bajo concepto de sí mismo estuviese más condenado que el que tiene un alto concepto de sí mismo. Los que tienden a la super-estima son más presumidos y, bueno, eso a veces les hace mas divertidos y a veces no, quienes se/nos auto-presentan/mos bajo el signo de la resignación a veces son/somos divertidos y a veces no (el masculino abarca ambos géneros, para no hablar como sindicalista o lehendakari). No creo, contracorriente, que el grado de estima de uno mismo sea relevante en la vida. La autoestima suele depender de excesivas contingencias de contexto, tiempo y lugar. Al final, esos pequeños autoengaños son la sal de la vida: a unos les parecerá sosa, a otros salada.
Lo que sí me parece esencial, difícil, es conseguir amarse a sí mismo: el amor propio, por extraño que resulte, es la cosa más rara del mundo. El amor propio nace de una capacidad de amar que ha de haberse ejercitado en otros antes de aplicarse a uno mismo. El presumido ama su imagen, no a sí mismo, a quien generalmente tiende a despreciar, como desprecia a otros en quienes reconoce lo que es y no quiere ser. El depresivo hace lo mismo.
Tiendo a la filoginia más que a la misoginia: encuentro en las mujeres, estadísticamente, más capacidad de amar a otros y por eso más capacidad de amor propio que en los varones. Veo a las alumnas más centradas en la vida: no es que trabajen más, es que saben mejor por qué lo hacen.Veo a las madres, compañeras,...etc., más centradas en la vida: saben que saben que saben, ..., que la vida no da más que lo que uno pone. Se encuentra en las mujeres, estadísticamente, más casos de amor propio. No es un problema de género: también entre los ebanistas y ensoladores hay más casos de amor propio que entre los profesores de universidad (demasiados pavos reales para un jardín tan pequeño). El amor propio no nace de la emoción sino del autoconocimiento: saber lo que se quiere es la cosa más difícil de saber. Quien no sabe lo que quiere no sabe que uno mismo es quien desea y no sabe aceptar su deseo como un elemento esencial de su vida: siempre transfiere al mundo la carga. amarse es conocer. Pero conocer, auto-conocerse, es difícil. Implica una capacidad de entrega difícil de lograr.
Que las cosas no te hagan callo: mantener la piel abierta para que el amor pueda llegar con el tiempo a ser amor propio.
Que así sea.
domingo, 8 de noviembre de 2009
La vida sin raíces
Siento que mi vida siempre ha discurrido por otras sendas y me atrevo a proponer la experiencia del desarraigo como una forma de vida que, creo, se mueve en otro nivel de profundidad que el de la pertenencia. Observo el espectáculo de lo comunitario a menudo: llegas a un lugar y todos se esfuerzan en parecer felices y unidos. Las reuniones abundantes de risas y vino, la familiaridad, los abrazos y las continuas llamadas a una vida simple y feliz. Y tú te sabes de otro sitio, no porque tengas allí los lazos que aquí no tienes, sino porque no perteneces.
Se diría que hace frío afuera, que si no perteneces a algún sitio no sabes localizarte en el espacio, no eres, tu identidad está fracturada y, como si fueses una planta, estás en camino de agostarte si no recibes pronto la savia que solamente los lazos de algún sitio pueden proporcionar.
No es mi experiencia: cuando te vas, y la experiencia del desarraigo es estar yéndose, desde lejos se pierde el ruido del tumulto y te das cuenta que tras los lazos del lugar están los lazos del lugar. Que los lazos atan, que la pertenencia es pertenencia, que los muros se levantan muy cerca de casa y que cualquier insinuación de disgusto o disidencia es pronto castigada con la murmuración, con el "qué rarito eres, hijo", con una vuelta en el torno que aprieta los lazos.
Cuando no perteneces tienes que aprender algunas lecciones: la primera y más importante, es descubrir que la soledad es la verdadera condición humana, la que nos horroriza y de la que tratamos de escapar como tratamos de escapar a la muerte, aún sabiendo que es nuestro destino. Pero la soledad tiene muchas caras: la relación con los otros no es la negación de la soledad. Quien se sabe solo también sabe que las dependencias de los otros son siempre un ofrecimiento propio, una obediencia y una aceptación que no es pertenencia sino don. La soledad no se "cura" con las relaciones. Al contrario, una relación profunda solamente puede establecerse sobre la soledad mutua, sobre la aceptación de la soledad del otro sin tratar de corregir su camino, sino, por el contrario, de aceptar acompañarle por un tiempo, incluso si es el tiempo entero de tu vida. No pides que tu soledad se desvanezca, solamente que se respete.
He pertenecido a muchos grupos, banderías, lugares, familias, y siempre he tenido la experiencia de estarme yendo. Detectas que ya estás en esa condición cuando te cansan los discursos de autoafirmación, se te hacen sospechosos los mítines contra los adversarios y te planteas dudas sobre si no tendrá razón el disidente. Y sientes curiosidad, preguntas, vas a ver y descubres que en el otro lado hay mucha vida, nuevas ideas, te atraen formas de vida y de cultura que tu grupo no sabía ni siquiera de su existencia.
El desarraigo no es, claro, un quitavientos. Como en el mar, hay que aprender a navegar aprovechando los vientos contrarios, orzar a tiempo, a disfrutar del viento en la cara: es la señal que te da la vida de que sigues en movimiento.
Cuando te vas, te avisan: ¿quién te crees que vas a ser fuera de nosotros?, te amenazan con la inexistencia, pero no: puedes contestar con la mayor de las tranquilidades: "yo mismo".
El miedo a la pérdida de las raíces es el miedo más profundo de la especie, es el fundamento de todo poder, que siempre se apoya en ese miedo para su preservación. Solamente hay que atravesar el umbral para descubrir que ese miedo se desvanece como nube que se llevan los nuevos vientos, como el Señor Oscuro que se aleja de tus pesadillas.
El desarraigo te concede, además, otro don: puedes contemplar, como el emigrante que eres, tu vida con una cariñosa nostalgia y volver a casa por navidad para mirar a la vez desde fuera y desde dentro a los que dejaste y, si fuese el caso, simplemente quererles, libre ya de los lazos que te ataron. Y si no, siempre tendrás de tu lado la comedia y la ironía.
Hay que perder el miedo a las puertas: sirven (también) para abrirse y sirven para salir.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Los recorridos del deseo
La primera figura o etapa (que podría ser dominante en la adolescencia, pero que en realidad es más una dimensión de la experiencia quizá siempre presente) es aquélla en la que el deseo consiste simplemente en desear, en confrontarse con las posibilidades con el ánimo de apropiarse de ellas; de poseer, de estar en esas posibilidades o llegar a ser ellas.
Para quien el futuro es un espacio ilimitado de posibilidades, como ocurre en la juventud, desear es la manera de estar en el mundo: abierto a lo que aún no es: lejana la memoria de toda nostalgia y abiertos los ojos a la pura contemplación de lo que será.
Vuelvo de estas ensoñaciones de un paseante solitario, y aquí las cuento por si alguien se identifica (al menos con la parte del camino que le va)
domingo, 1 de noviembre de 2009
Tras pasar los límites
Pienso, leo y escribo tras haber pasado los límites de un trabajo ordenado: demasiadas cosas, preocupaciones, dead-lines, preguntas sin respuestas. Me miro en el desierto del otro lado, cuando ya no eres, disuelto en los acontecimientos. Has roto las disciplinas que te atan al orden, pero también has olvidado el cuidado de tí mismo. Estás perdido en una rosa de vientos cambiantes.
Cuando se han traspasado los límites trabajar cansa: el tiempo se hace miel amarga y los segundos cardos secos que te arañan la piel. Se te estropea el carácter: las palabras ya no son tuyas, ni tu ira, ni tu impaciencia. En los horizontes sólo hay auroras negras.
Por suerte escampa cuando llueve y el arte me permite volver por algunos tiempos acá de los límites:
Un comisario inteligente organiza la exposicion bataillana "Las lágrimas de Eros". Lágrimas cristalinas, berninianas, en esta fotografía de Man Ray. Lento paseo por las salas del Tyssen: voces de un diálogo de imágenes que prueban que Eros y Thanatos siempre bailan juntos. En la historia del sujeto, son la materia de la que están hechas nuestras emociones, el horizonte-límite de lo que somos. Encuentro la experiencia estética tras pasar los límites le la luz y en la oscuridad de la sala, unos vídeos de Bill Viola me llevan de nuevo a ese lugar de incertidumbre, aunque ahora por un camino más apacible. Agua, cuerpos, miradas y abrazos en una danza de imágenes lentas que muestran la vida tras pasar los límites. Y te reconcilian con ella.
Al lado, Fantin-Latour. Un pintor de ensimismamientos, que lleva a término la historia del sujeto ensimismado que comenzó en la pintura francesa barroca y posbarroca. Atmósferas de cuerpos desvaídos, flores en el límite de lo vivo y lo muerto, rostros callados. Cuadros hechos de tiempo:
Tras pasar los límites sólo quedan las preguntas por lo que somos. Ya no hay fuerzas para intentar las respuestas.