Un conocido apotegma que muchos usamos es que el arte produce una redistribución de lo sensible. La acción estética (ya no podemos hablar de "obra" en los sentidos más tradicionales) es una intervención en el espacio público a través de múltiples sistemas materiales (que van desde el libro a la pantalla y desde el cuerpo a los artefactos más singulares) que produce transformaciones en el orden de las sensibilidades.
En la era después del arte, es decir, cuando a la pregunta "pero ¿esto es arte?" el artista responde "¡esto es arte!" (o responde el comisario, el galerista, el concejal de cultura o quien corresponda), la acción estética debería redefinirse en tramos largos, en la forma de un proceso que incluya la producción (post-producción), distribución, consumo y resignificación. Que incluya el yo del productor y el tú del consumidor, el nosotros del espacio estético y el ellos de las relaciones de poder en el orden cultural. Es decir, que deberíamos incluir la acción estética en las formas de vida, como un acto más de las prácticas que nos constituyen.
Ya se ha dicho muchas veces, desde Pierre Bourdieu a Nicolas Bourriaud, pero no tengo claro que estemos extrayendo las consecuencias que esta transformación de "el arte del arte" tiene, al menos en algunos órdenes de la producción estética que me parecen más que interesantes por más que sean aún minoritarios. Una de ellas es que tenemos que redefinir también las "reglas del arte", entre ellas, esa parte del poder cultural (o del capital cultural) que consiste en el ordenamiento de las "técnicas" que debe dominar el artista para la producción de un artefacto que tenga consecuencias estéticas. La intervención del Estado en este orden se inicia con los orígenes del estado, cuando se fundan las academias y toda suerte de instituciones de gestión colectiva del saber del artista.
Las vanguardias, y toda la cadena de transformaciones que calificamos bajo el término de "modernismo", transformaron radicalmente las relaciones en la economía del poder sobre las técnicas del arte. Pero eso no significa que desapareciesen las relaciones de poder. A partir de la irrupción de los grandes coleccionistas de comienzos del siglo pasado, será el mercado y serán los grandes medios de comunicación, a través de sus aparatos de "crítica cultural", quienes vayan redefiniendo la normas de la técnica del arte. Museos, comisariados y demás sustitutos de las viejas academias, escuelas y facultades de arte, serán en adelante parte de un enorme sistema que muta de ser lo anteriormente llamado "arte" a lo que ya es "mercado del arte".
Entiendo aquí por "mercado del arte" no solamente el sistema de intercambios económicos que hacen de la obra una mercancía, sino también y sobre todo el sistema social de reconocimientos que se asocia a la constitución del grupo social de los "artistas". En el mercado del arte operan fuerzas como la fama, pero también el prestigio. Ventas vs. reconocimiento por parte de la crítica y el público más o menos informado. Famoseo vs. culto. En todo este enorme circuito, el "arte" del(a) artista, entendido en el sentido originario griego de la tejné, de la habilidad y la técnica del(a) artista, estará sometido también a los procesos de génesis de valor que asociamos a los mercados.
La idea de acción estética, sin embargo, en cuanto desborda el simple marco de la "obra" producida por la habilidad normalizada del artista, nos plantea nuevos e interesantes problemas que tienen que ver también con la transformación del orden de las sensibilidades.
El ejemplo sobre el que querría llamar la atención es el arte que implica innovación técnica y epistémica para poder ser producido. Podríamos llamarlo impropiamente arte tecnológico. Cuando se habla de tal arte enseguida pensamos en fotografía, video, arte digital, etc. Aunque es cierto que todo este nuevo mundo, que es realmente el que alcanza con más profundidad a las conciencias contemporáneas, tiene una relación de constitución con la tecnología (electrónica, visual, digital, etc.), sin embargo los artistas son generalmente meros usuarios, no productores de innovación tecnológica. No, al arte que me refiero es al que se produce a través de un proceso de investigación cognitiva, empírica y experimental, que no es distinta de la científica o de la ingenieril.
Poco a poco el arte producto de la investigación científico-técnica va sumando acciones que ya constituyen una notoria trayectoria histórica. Sin embargo, lo que parece cada vez más interesante es el estatuto de este trabajo de investigación para producir objetos que, como ocurre con otros artefactos de la técnica, no existirían si no fueran producto de un diseño creativo. Que hacen cosas, cosas raras en el caso de lxs artistas "tecnológicxs", cosas que, sin embargo exigen mucha investigación para existir.
Estas líneas son el comienzo de un trabajo conjunto con un artista que trabaja en este difícil territorio, Ricardo Iglesias. Ricardo ha logrado una interesantísima historia de innovaciones técnicas con intenciones estéticas. Le conocí cuando acababa de trabajar en un proyecto en el que hackeó una Roomba, el robot para limpiar suelos que ahora anda por todas las casas, pero que entonces era algo curioso porque incorporaba un chip de orígenes militares, y lo rediseñó para que interactuase con el espectador comportándose como un robot "autista" (el estereotipo del autista, es decir, lo que se piensa como personas con dificultades para la socialidad). Investigó en el autismo y en la robótica.
Las fotografías que aparecen aquí son trabajos sobre sus proyectos actuales que están en la línea de hacer visible la videovigilancia a la que estamos sometidos como parte central de las relaciones de lo sensible. La spam tower que gira y gira, con brazos que acaban en teléfonos móviles, llena de spam a todos los móviles de los espectadores o usuarios que se acercan. Los robots vigilantes, como perros de guardia, rodean a los espectadores y viandantes.. Son muchos proyectos que no pueden llevarse a cabo sino como resultado de un largo proceso de investigación técnica, diseño e innovación que tiene una función fundamentalmente estética: intervenir en las sensibilidades.
Por un tiempo se resistirá este arte a la normalización: ni comisarios, ni señores del arte y la crítica saben mucho de electrónica, robótica, programación y hackeamienstos, así que tendrán que limitarse a la descripción fenomenológica de lo que ven (que no es más de lo que ven los usuarios de la tecnología, es decir, la superficie o interfaz de contacto). Pero también, quienes se dedican a estas cosas son incapaces de explicar, por ejemplo en el mercado académico, cuál es la razón por la que su trabajo debe ser reconocido. Traducir al anequés (para los lectores no españoles: es uno de los dialectos que habla el sistema académico español para comunicarse con la ANECA, la gran hermana que reconoce o no los méritos y dona o niega acreditaciones), traducir al anequés, digo, el valor del hackeo de una Roomba para que se comporte como un robot autista, según las últimas investigaciones experimentales en psicología es más bien difícil. Desesperantemente difícil. Y explicarle a un ingeniero qué es la funcionalidad estética del cacharro, pues también.
Arte inútil. También inutilizable.
(para quien quiera conocer más: Ricardo Iglesias