domingo, 23 de septiembre de 2012

Sobreviviendo en la nación zombie




Continuemos las disquisiciones sobre los imaginarios zombie. En una entrada anterior ligaba la inundación de esta figura en la cultura visual más reciente con dos posibilidades: la inminencia de la catástrofe (sociedad del riesgo y todo ese rollo) o la posibilidad de transformación humana o reversión hacia el salvajismo. Sigo preguntándome por algunos detalles no menores en la iconografía zombie. Algunos signos me resultan más sugerentes y me inclinan a otra interpretación. Me refiero a la centralidad que tiene en toda la narrativa la cultura material del mundo post-apocalíptico. Cuando todo se ha consumado, lo importante es lo que queda. En el día después, lo primero es  hacer el recuento de lo que hay. Y es en este arqueo en donde se manifiestan las características más significativas de la cultura zombie. 
He ojeado vídeos de YouTube bajo la entrada "zombie survival guide" (hay montones) y es sorprendente la correspondencia entre los relatos que hacen cientos de extraños aficionados a coleccionar armas y los elementos más esenciales de los relatos (visuales o literarios) del género. Del mismo modo que en otro tipo de relatos los personajes están perfectamente caracterizados por sus roles (Vladimir Propp), aquí son centrales los objetos. Los verdaderos actantes de los relatos-zombie son los componentes de una cultura material de la ruina y la basura: dónde y cómo encontrar los pocos bienes de consumo aún depositados en almacenes y comercios, premiosos inventarios de armas disponibles, con sus clases y marcas, sus calibres y mortíferas propiedades, las cavernas y madrigueras donde ocultarse, la imprescindible autopista invadida de automóviles, ... 
Lejos de ser relatos ex-novo, la narrativa zombie pertenece a un bien consolidado género de la modernidad, el de los relatos de naufragio que, ya desde el Barroco, constituyeron una trayectoria central en la autocomprensión del tiempo presente. El Robinson Crusoe constituye un paradigma de lo que será el sujeto moderno: exiliado en una isla, deberá colonizarla antes de que se le permita volver a la civilización. Robinson Crusoe contiene al menos tres relatos: el del juego de exilio, colonización y vuelta de Robinson, el relato de la imposible socialidad Robinson-Viernes y, por último, pero central y olvidado en las múltiples interpretaciones, la historia de la colonización material de la isla, el recuento de los bienes y posesiones  y la historia de su progresivo enriquecimiento. Mucho más tarde, Julio Verne, siempre tan perspicaz, escribió La isla misteriosa para glosar al nuevo robinson, el ingeniero americano que fue capaz de reconstruir una civilización desde una absoluta precariedad, hasta el punto de recibir el homenaje (y ayuda) del misántropo Capitán Nemo que, como nuevo sujeto-otro postcolonial, observa los progresos materiales del ingenio americano. En las dos historias los inventarios forman un elemento fundamental de la sensación de realidad del relato. Lo que nos hace acompañarlos es la cuenta interna que nos hacemos de sus artefactos y de sus carencias. Y tanto como los personajes nos importa el cómo constituyen LA PROPIEDAD en la que reharán sus vidas.
No tengo la menor duda de que la narrativa zombie es la más característica de nuestro tiempo en donde el término que lo señala es la precariedad. El nuevo sujeto desamparado, empobrecido, rodeado de sus vecinos ahora fantasmas carnívoros, debe transfigurarse en un sintecho con su carrito (La carretera) e ir recolectando lo que encuentra entre la ruina. Si Zaratustra predicaba en el desierto la muerte de Dios, la nueva figura predica la muerte del hombre. Ya ha muerto y los póstumos estamos hurgando entre el basurero de la historia, armados de reliquias, algo donde cobijarnos. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Poéticas de la desobediencia


"El término desobediencia remite a una actitud que se ha relacionado con lo infantil, asociada más a la defensa de un derecho adquirido que una exigencia revolucionaria, de hecho podría decirse que este tipo de reacciones se dan desde el interior de los sistemas en un contexto donde cualquier acción extrínseca o promesa revolucionaria resulta rápidamente neutralizada"

Tomo el título, la cita y el tema del interesantísimo libro de Loreto Alonso Atienza, Poéticas de la producción artística a principios del sigo XXI: Distracción, Desobediencia, Precariedad, Invertebrados. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011. Loreto es una artista de Lavapiés que, como tantos de su generación, ha tomado el camino del exilio y la emigración para recalar en México desde donde relata las prácticas insumisas del arte contemporáneo. Loreto detecta los sutiles hilos que enlazan gestos, actuaciones y actitudes que niegan la realidad presente sin cerrar los ojos cuando el mismo mirar duele. Un relato de gestos mínimos que forma multitud y comunica la luz que da la fuerza creativa de la vida contra el oscuro trasfondo del tiempo presente.
Efectivamente, hay algo de infantil en la desobediencia, hay algo de impotencia en su ejercicio, y hay algo de desesperanzado en la actitud desobediente. Pero también hay impulso y distancia de la norma, ejercicio de la autonomía y ruptura del consenso. Quien desobedece rompe el espacio común y por ello hace visible los límites de lo existente, señala un lugar donde nadie se atreve a mirar y reivindica este territorio como propio al tiempo que exige su reconocimiento.
Quien desobedece es impertinente, molesta, preferiríamos que se fuera, que dejase el sitio libre y no volviera. La desobediencia, sin embargo, es un ejercicio de movilización de la atención. Sin desobedientes el mundo miraría siempre en la misma dirección, atraído por la música, letra e imagen del señor de cada día.
Cuando además la desobediencia se torna poética, es decir, en creadora de obra que tiene por intención movilizar la sensibilidad, se produce entonces un juego de inestabilidades que afecta a la experiencia colectiva. Hay pocas acciones tan efectivas estéticamente (es decir, efectivas en la transformación de la sensibilidad hacia lo que realmente importa como sentido de la existencia) como la indisciplina guiada por la intuición creativa que suspende los significados familiares, las normas invisibles, los muros transparentes, las emociones degradadas, los discursos vacíos.
Relatos de la impertinencia, poéticas de la desobediencia, juegos desde la precariedad, estrategias de la táctica mínima. Algo está ocurriendo fuera de los circuitos del arte normalizado que necesitamos con urgencia.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Ciégate para siempre


Ciégate para siempre:
también la eternidad está llena de ojos-
allí
se ahoga lo que hizo caminar a las imágenes
al término en que han aparecido,
allí
se extingue lo que del lenguaje
también te ha retirado con un gesto,
lo que dejabas iniciarse como
la danza de dos palabras sólo hechas
de otoño y seda y nada.
Terribles y hermosas son las palabras de Paul Celan. Un oscuro epitafio para la tumba del arte, tal como fue concebido en la modernidad, heredero de la religión en la misión de educar a la humanidad en un proyecto hecho de imagen y palabra. Sabemos que el modernismo fue un proyecto crítico de reflexión sobre la modernidad, sobre la pérdida de sentido del lenguaje y la imagen, que dio origen a lo que llamamos vanguardia: un destino de pureza estética que distanció a la forma de la obra de arte de los objetos inteligibles cotidianos en los que habitamos. La obra de arte se hizo progresivamente ilegible, ininterpretable, guardiana de "un ruido secreto" (como titulaba Duchamp una obra en la que escondía el misterio de una frase ininteligible y de un objeto inaccesible, ambos productores de un ruido secreto. José Luis Brea dedicó uno de sus mejores libros Un ruido secreto. El arte en la era póstuma de la cultura (1996) al significado de esta obra)





El destino del arte contemporáneo parecía estar entre el vacío, la ausencia de sentido, o, peor aún, la teatralidad, la intención escenográfica para llenar el espacio de estas nuevas iglesias en las que se han convertido los museos de arte contemporáneo. Otra forma de vaciedad. El modernismo como instancia crítica del arte moderno parecía así estar condenado a su auto-socavamiento. 
Mas las palabras de Celan apuntan a un sino aún más tenebroso que el del silencio, vacío, ausencia. Celan, desesperado, desesperanzado anima al artista a abrazar el mismo camino del rey Edipo: cegarse para siempre, enmudecer, arrancarse los ojos, cortarse la lengua y la mano de escribir. Porque son  las propias imágenes y palabras las que han huido del sentido, no ya la obra ni las intenciones del artista.
Un fracaso aún más profundo si consideramos que la imagen y la palabra fueron, cada una a su modo, las fuentes de la religión: religiones de la imagen, religiones de la palabra. Aún a comienzos del siglo pasado podían discutirse las consecuencias de la muerte de Dios. Celan se convierte en el profeta de otra muerte, la de la imagen y la palabra, cada una a su modo madres de Dios. El destino al que nos llama Celan es el de edipos ciegos, encerrados en un infinito balbuceo sin sentido. Samuel Beckett, en El innombrable, habría de narrar el mundo absurdo de esta nueva figura de lo humano. Es la culpa de quienes antes de cegarse y enmudecer habían destruido el significado.