Edita Manuel Cruz una interesantísima compilación de reflexiones sobre los pronombres personales: yo, tú, el/ella, nosotros/nosotras, vosotros/vosotras, ellos/ellas. Ha elegido a algunas de las voces más interesantes y renovadoras de la filosofía contemporánea: Fina Birulés, Laura Llevadot, Alicia García, Marina Garcés, Ángela Lorena, David Gràcia, Santiago López Petit. Cada uno de los trabajos son más que recomendables, pero querría hacer una breve reflexión sobre el argumento contra los pronombres de Santiago López Petit: siempre tan radical, siempre tan profundo. sostiene SLP que el dominio de los pronombres es un dominio en un doble sentido: establece un territorio de tensiones (yo/nosotros; nosotros/ellos, etc.) y al tiempo establece un territorio de poder: el poder del lenguaje que, al crear un código, establece también un sistema de elecciones en el que nos empantanamos. Trasladamos las crisis a elecciones entre pronombres: salvar el yo, salvar el nosotros, salvar.... Cuando es este sistema de elecciones el que hace presente la trampa de los pronombres. Ofrece SLP una alternativa que ha estado/está presente en muchos de los actuales movimientos radicales: crear espacios de anonimato. Crear una renuncia a los pronombres.
Tiene razón SLP en que las crisis de existencia contemporánea han sido vividas como crisis de pronombres: noche del "yo", noche del "nosotros", noche del "ellos". Tiene razón en que las salidas de las crisis no pueden ser salidas que supongan nuevas dicotomías: retirada al aristocratismo del yo, retirada al cálido calor del nosotros, ... Tiene razón en todo ello. Y, sin embargo,... ¿es el espacio anónimo un espacio público? Es ciertamente un espacio de resistencia, un espacio guerrillero de la identidad sin adjetivos. Pero podría ocurrir que estas estéticas de la resistencia, como señaló José Luis Brea en el último número que editó de Estudios Visuales, no sean sino un lugar en donde se esconda también enmascarada la estrategia de la subordinación. La conquista del nombre y la conquista del pronombre sigue siendo una conquista. Es, ciertamente, una conquista de un nuevo estado de fragilidad y vulnerabilidad, el que da la existencia visible. La existencia anónima ha sido la existencia subordinada: la existencia de clase, la existencia de género, la existencia de etnia ("todos se parecen"). Es cierto que reivindicar estas existencias es reivindicar el lugar de lo humano. Pero la cultura de las existencias subordinadas tiene fuerza y mensaje porque, precisamente, entrañan el reclamo del nombre. Carlos Thiebaut lo explicó perfectamente hace años en su libro La historia del nombrar: pasamos la noche oscura de la historia luchando con el ángel para conquistar el nombre. Para conquistar los pronombres. El dominio de los anónimos, me parece, puede que no sea sino otra forma de retirada a un "nosotros" que sigue sosteniendo las dicotomías. Me parece que la única alternativa seguirá siendo construir un dominio de los pronombres en donde no existan pronombres de dominio. No sé si aquél dominio utópico será un dominio de anónimos. Desde luego no será un dominio de antónimos.