domingo, 30 de junio de 2019

Melancolía, derrota y modernidad



En su celebrado libro Melancolía de izquierda, Enzo Traverso adopta un punto de vista benjaminiano en el que las víctimas de la historia de la emancipación humana ocupan el lugar privilegiado que merecen en el pensamiento socialista. Su libro propone una lectura marxista de las imágenes de las derrotas como parte de un proyecto cultural. No puedo estar más de acuerdo. No había leído el libro cuando escribí Cultura es nombre de derrota, en donde propongo algo similar para sustentar los estudios culturales. En ambos casos, la vía negativa en el pensamiento, que propone Carlos Thiebaut, se convierte en un método de exploración y de interpretación de los hechos históricos o culturales. Se trata de un ejercicio de la memoria a contrapelo (el término, de nuevo, es de Walter Benjamin) en el que la experiencia de la derrota se convierte en la atmósfera donde se produce la fusión de horizontes entre la cultura de quien mira y la de quienes ejercieron en el pasado una vita activa.

Esta perspectiva se extiende más allá del tiempo contemporáneo a una forma de leer la historia de entera de la cultura y, ahora propongo, también la historia de la filosofía. Así los conceptos de modernidad e Ilustración han sido considerados tradicionalmente como signos de optimismo y éxito, de promesa social y epistemológica en donde se une la emancipación humana en el estado con el triunfo final de la razón. Nos podríamos haber ahorrado muchas controversias en la época de la posmodernidad si hubiésemos afinado el oído para escuchar las voces de las víctimas que se ocultan entre las líneas de los textos canónicos de la modernidad filosófica.

El filósofo inglés Stephen Toulmin en su libro Cosmópolis. La agenda oculta de la modernidad, nos da algunas claves que nos ayudan a situarnos en el contexto histórico en el que nació esta cultura que llamamos Ilustración y con ella sus promesas. Toulmin (1922-2009) fue un autor que siempre escribió contracorriente. Sus textos sobre argumentación y sobre Wittgenstein en su tiempo fueron despreciados por no ser suficientemente complacientes con el imperio Oxbridge (la línea analítica impuesta por Oxford-Cambridge), pero hoy son textos clásicos que se han incorporado a la enseñanza de la lógica informal y a la renovación de la forma de leer a Wittgenstein. La tesis que sostiene es que la modernidad como cultura (otro término para la Ilustración) nació de una terrible derrota de las ansias de libertad que recorrieron Europa en el Renacimiento y el primer Barroco. Erasmo, Luis Vives, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Fray Luis de León,  Juan de la Cruz y Teresa de Jesús representan en las letras este impulso hacia la tolerancia basado en un escepticismo distante que considera que la vía negativa es el mejor modo de acceso al conocimiento (Toulmin, 1990).

De tiempo en tiempo Europa parece estar al borde del suicidio o, como afirmó Hannah Arendt refiriéndose a la I Guerra Mundial, cayendo directamente en él. El primero de esos momentos lo data Toulmin en 1610 cuando ocurrió el asesinato de Enrique IV, primero rey de Navarra y posteriormente de Francia. Había intentado que Francia fuese un estado tolerante con las religiones. Su muerte fue un signo de lo que estaba por venir: la intolerancia y la creación de una alianza entre el poder ideológico de la religión y el poder militar del estado. El siglo XVII fue uno de los siglos de hierro en la historia europea y mundial: las guerras de religión que asolaron Europa, el nacimiento del esclavismo a gran escala, la sistemática destrucción de toda posibilidad de tolerancia, la Inquisición española se convirtió definitivamente en un instrumento político de control de una nueva, poderosa y permanente élite político-religiosa. Fue un siglo en el que nació el pensamiento ilustrado tal como luego se convertiría en parte canónica de la historia del pensamiento: Descartes, Hobbes, … El semiescepticismo tolerante del primer Barroco se convirtió en políticas de acero en el siglo siguiente. 

Lo que llamamos Ilustración es la reacción a la derrota del posibilismo. El racionalismo ilustrado es la reacción melancólica y de resistencia de una generación que veía cada vez más lejano un horizonte de libertades básicas de investigación y creencia. El historiador de las ideas francés Paul Hazard notó en un ensayo ya clásico, La crisis de la conciencia europea,  que la mayoría de las ideas que triunfaron en la Revolución Francesa habían sido enunciadas cien años antes en el marco cruel del siglo XVII. Fue un siglo de lento trabajo intelectual, de lo que hoy llamaríamos hegemonía, para sobreponerse a un desierto de autoritarismo e intolerancia. En unas pocas décadas se produjo lo que Hazard llamó una crisis de conciencia generalizada. Su libro, muy centrado en Francia, pero oteando el horizonte europeo, resalta el largo trabajo intelectual de una muchedumbre de autores y eruditos empeñados en reconstruir la interpretación de la historia.

De entre la inmensa literatura creada por los historiadores de la cultura moderna, es memorable el trabajo de Christopher Hill, un historiador marxista de la cultura de esta época en del Reino Unido, cuyos libros escritos en la segunda mitad del siglo pasado refuerzan la tesis de Toulmin de que la modernidad es hija intelectual de la melancolía y la derrota. Sus textos van creciendo en intensidad desde su clásico Los orígenes intelectuales de la Revolución Inglesa hasta el significativo por su título: La experiencia de la derrota. Milton y sus contemporáneos. Hill entrelaza magistralmente la sangrienta historia del Reino Unido en el siglo XVII con la historia cultural de las resistencias y los movimientos milenaristas, utópicos y la emergencia de la nueva ciencia y pensamiento. Las guerras civiles inglesas (las tres) que asolaron los tres reinos de Inglaterra, Irlanda y Escocia entre 1642 y 1651, y la controvertida república de la Commonwealth (1649-1653) se cierran con una derrota de todos los intentos de crear una sociedad tolerante.  Los movimientos sociales, entre lo religioso y lo político, que lo intentaron, fueron disueltos y marginados: los levellers (niveladores) y su fracción más radical los diggers (cavadores), los cuáqueros, los ranters, los muggletonians, los seekers, los numerosos independientes republicanos,…, una pléyade de movimientos que muchas veces se entremezclan, aún en sus discrepancias, pero que coinciden en una esperanza. Gerrard Winstanley, el autor más conocido de los levellers, en su The Law of Freedom in a Plataform (1652), uno de los varios textos que anticipan un horizonte y programa comunista, habla abiertamente de una segunda venida, donde el Cristo ya no es el nombre del esperado sino que el mesías se llamará Razón e instaurará un reino de cooperación en la Tierra.

Durante un tiempo, la creación de un ejército propio (el New Model Army) que dirigiría Cromwell, fue un espacio (social, armado) donde encontraron protección estos movimientos, en una Inglaterra cada vez más dividida por fracturas religiosas de intolerancia. Pero, como suele suceder en muchos movimientos sociales, este breve interregno fue una ilusión, pronto triunfaron las tendencias autoritarias de diversos signos republicanos o monárquicos, protestantes o católicos. En un clima de violencia interminable, que llevaría a la llamada “Gloriosa” revolución de 1688, se subieron los escalones que harían posible la modernidad. Newton publicó uno de los referentes de la Revolución Científica: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica en 1687, Hobbes la versión latina de su Leviathan or the Matter, Form, and Power of the a Common-Wealth Ecclesiasticall and Civil  en 1688 y John Milton, en 1667 la segunda versión de su Paradise Lost, la gran alegoría de la Ilustración y su non serviam. Las tres líneas que articularían la modernidad del siglo XIX: el poder del conocimiento, el poder político del estado y el poder simbólico de la cultura, tal como lo descubriría el romanticismo, estaban ya escritos como lamento de un fracaso en los albores de la Revolución Inglesa.

Si en algún momento de la historia tiene sentido el término de Raymond Williams “estructura de sentimiento” como categoría que capta el aire de familia de un momento histórico, es sin muchas dudas en el crepúsculo del Renacimiento y el ascenso de la cultura Barroca. El espacio interior como refugio, la melancolía como estado de ánimo caracterizan el tono de la época. En 1621 Richard Burton (1577-1640) publica su monumental The Anatomy of Melancholy (Burton, 1621), un texto que revisará una y otra vez en sus varias ediciones. Es una obra indicativa del momento de desolación en que surge la modernidad. Un ensayo de reacción a la experiencia de la melancolía. Fue este afecto un tema muy transitado en el Renacimiento, tiempo en que dicho ánimo fue concebido como la condición de la persona reflexiva, creativa o pía. El Elogio de la locura  de Erasmo, el Liber de anima de Melanchthon, que tanto influye sobre el de Burton, el conocido grabado Melencolia I  de Durero manifiestan el espíritu saturnal tal como lo estudiaron como signos del tiempo Raymond Klibansky, Erwin Panofsky y Fritz Saxl en su Saturno y la melancolía. Robert Burton, sin embargo no es ya un renacentista aunque se reconoce paciente de melancolía como Montaigne y Melanchthon, dos referentes claros de su libro. Se presenta a sí mismo como un Demócrito junior que quiere ayudar a la gente a salir del estado de melancolía. Recientes interpretaciones de la obra de Burton señalan con insistencia esta ruptura. Ya no es la reflexión sino la experiencia del estado de las cosas lo que causa la melancolía: la intolerancia religiosa y la corrupción del estado. Así, Gowland interpreta de esta forma la Anatomía de la melancolía:

La utopía de Burton, puesta en riesgo por el medio ambiente corrupto en el que fue imaginada, representa no una esperanzada encarnación de la eu-topía de More  ­­̶  que fue etiquetada sin ambigüedad como optimus status reipublicae ̶  sino más bien la melancólica desesperanza que resulta de reconocer la vanidad de la ou-topía. Desafía al optimismo reformista que caracterizó el movimiento humanista del que tan profundamente era deudo, un programa que constantemente luchó contra, pero nunca desarraigó, transformó o superó la viciosa pecaminosidad de sus habitantes. Aquí encontramos un cansancio del mundo que tiende al sentimiento de Séneca en De otio (también presente en la obra de More) que la futilidad de la reforma dejó la retirada como la única opción disponible: “si el estado con el que soñamos no se encuentra por ninguna parte, la tranquilidad comienza a ser necesaria para todos nosotros, porque la única cosa que podría haber sido preferida al ocio ya no existe”. El segundo tema pesimista que Burton esculpió en su utopía fue también presentado como una causa del lamentable estado de las cosas en el mundo real, a saber, la incapacidad del estado para conceder roles de influencia política a sus ciudadanos educados filosóficamente. De nuevo un tema que encontramos en De otio  


La melancolía como estado afectivo se entrelaza con la invención del espacio interior como cimiento de la epistemología moderna. Una vez que adoptamos esta manera de ver, los grandes textos de la filosofía, comenzando por Descartes y siguiendo por Spinoza, adquieren de pronto otra coloratura. Son las reacciones intelectuales a un siglo herido. Reacciones a una experiencia histórica que conocían de primera mano. 

domingo, 23 de junio de 2019

Ciborgs turbadores



Lo afirmó sin rubor Elon Musk, el creador de Tesla y uno de los gurús de las nuevas tecnologías, en una reunión en Dubai de las élites mundiales en 2017: la economía del futuro exigirá ciborgs: gente que aumente su inteligencia y percepción conetada a máquinas inteligentes. Esta tecnología se llama, por sus siglas en inglés, BCI (Interfaz Cerebro Computador). Junto a algunos desarrollos de la más reciente bioingeniería, como son los derivados de las técnicas de edición genética (CRISP), la conexión cerebro-computador activa ciertos escalofríos y muchas preguntas inquietantes.  Esta línea de trabajo entra en un terreno cada vez menos de ciencia ficción y más de investigaciones dirigidas por intereses comerciales y estratégicos. Nos referimos a lo que conocemos bajo diversas apelaciones como “proyectos ciborg”, “mejora humana” y, en general, “transhumanismo”. Este amplísimo campo de la investigación se extiende desde la neuro-robótica a la bio-ingeniería.

El término ciborg nació en los años de la carrera espacial en el contexto de la Guerra Fría para referirse a seres que mezclaban partes orgánicas y partes mecánicas. En los años ochenta y noventa tuvo mucho éxito como motor imaginario en películas que se movían entre la ciencia ficción y la prospectiva tecnológica, como por ejemplo RoboCop. Esta popularidad correspondía a una creciente línea de investigación que integraba la biónica, o aplicación de soluciones biológicas a problemas mecánicos con la prostética, que investigaba la solución mecánica a problemas orgánicos humanos. La tecnología BIC es ahora una de las manifestaciones que concentra más intereses de múltiples tipos por cuanto conecta los desarrollos en Inteligencia Artificial y Robótica con la neurología y neuroanatomía.

La Interfaz Cerebro Computador es una línea de investigación que se remonta a los años setenta del siglo pasado cuando DARPA, una institución de investigación militar estadounidense comenzó a explorar la posibilidad de un control mental de máquinas complejas. La investigación se ramificaba en el desarrollo de técnicas para captar las señales que se puedan obtener del cerebro, y especialmente del córtex, desarrollos avanzados de procesamiento de estas señales para encontrar patrones convertibles en significados activos, y, por último, la conversión de estos datos en acciones, por ejemplo, órdenes para mover objetos o imágenes mentales. En los años ochenta, tras mucha investigación con animales ­--algo que suscita muchos problemas éticos--, se aplicó al control del movimiento de robots por parte de personas con problemas graves de movilidad. Desde entonces la investigación no ha dejado de crecer y es una de las grandes líneas estratégicas de la tecnología contemporánea.

Es una tecnología que tiene grados de invasión: en el extremo menos invasivo es simplemente una detección de señales mediante sensores externos al cerebro; en el más invasivo entraña implantes intracraneales en varios grados de profundidad. Una vez que se obtienen datos de las ondas cerebrales, y las inteligencias artificiales del computador extraen de ellas patrones significativos, correlacionados con actividades mentales, las perspectivas del uso de los impulsos y potenciales eléctricos del cerebro para controlar dispositivos a través de la mediación  computacional abren un número ilimitado de múltiples aplicaciones, desde lo militar a las terapias.

Esta trayectoria ya es en sí misma muy tan sugestiva como sorprendente, pero es sólo una parte, pues se limita a la una sola dirección: la que va del cerebro a la máquina. Son mucho más inquietantes las líneas de investigación bidireccionales, donde la inteligencia artificial del computador aprende a entender los patrones neuronales y puede intervenir en el cerebro modificando la percepción, las pautas sensoriomotoras e incluso las decisiones. DARPA investiga, por ejemplo, la posibilidad de aumentar la percepción de los soldados en el frente, generando imágenes limpias a partir de las nebulosas y lejanas que llegan a los ojos de los soldados. Incluso el intervenir sobre sus sistemas límbicos produciendo reacciones emocionales guiadas durante los enfrentamientos. Se puede trabajar sobre el córtex, pero también sobre el sistema límbico que genera las emociones y todo el funcionamiento afectivo del cerebro.

Estas líneas de investigación plantean escenarios muy abiertos pues, por una parte, nos hacen preguntas por la identidad humana cuando lo orgánico y lo artificial se fusionan en las fases superiores de la inteligencia, más allá de las meras prótesis mecánicas de toda la vida. Más allá incluso de algunos tipos de prótesis avanzadas, como son por ejemplo los implantes de memoria en personas afectadas por Alzheimer. La creación de espacios de interacción neuronas-computadores abre la posibilidad de que la mente, ya de por sí organizada de forma muy compleja, y llena de agujeros y procesamientos no conscientes, sea influida e incluso determinada por sistemas artificiales. Las técnicas BCI operan en varios niveles de interfaz: el del flujo continuo de interacciones entre sistemas perceptivos y datos que llegan del mundo, pero también en el del flujo continuo de señales que se generan intracranealmente. Como sabemos por los experimentos de hace años de Daniel Vegner, el control consciente de las acciones está precedido de la activación no consciente de dispositivos motores que se anticipan a la decisión. En esos circuitos es posible la intervención de señales producidas por computador.

La cuestión de la responsabilidad en estas nuevas estructuras mentes-computadores es una de las primeras que nos presentan las posibles aplicaciones de BCI. Por una parte, son sistemas muy vulnerables y con grandes posibilidades de fallos. El control cerebral de armas, por ejemplo, plantea preguntas muy inquietantes. Por otra parte, el hecho de que pueda intervenirse directamente sobre el cerebro mediante dispositivos artificiales no orgánicos ni ligados a la historia de la persona, nos hacer cuestionar cuál es la autonomía que podrán tener las personas dotadas con estos dispositivos.
Muchas de estas preguntas no pueden ser resueltas de forma sencilla por los sistemas éticos tradicionales que tienen en la base una concepción del ser humano prototípica basada en una distinción radical entre naturaleza y artificio. Cuando nos encontramos ante intervenciones que se sitúan en lo que anteriormente eran los modos orgánicos de interacción con el mundo, es decir, los sistemas sensorio-motores del organismo, los problemas éticos deben ser planteados en un contexto de una nueva consideración de la naturaleza humana como un producto híbrido de evolución biológica y cultural.

Hay además preguntas que debemos hacernos acerca de los grandes intereses que están detrás de estas investigaciones. Por ejemplo, Zuckerberg, el creador del imperio FaceBook, plantea la posibilidad de compartir experiencias y emociones en la red.  Se cree que está diseñando "una máquina que  trata de leer el pensamiento", según se cuenta un tanto escandalosamente. De hecho está invirtiendo mucho dinero en la Interfaz Cerebro Computador. Ya hemos citado las palabras de Musk, que acompañan a sus inversiones en estas líneas de trabajo (ha creado la empresa Neralink para trabajar en esta línea). Si no hubiera tanto capital invertido estaríamos hablando solamente de gurús proféticos. No. Ya es uno de los campos geoestratégicos de investigación militar y médica. Quizás es el momento de pensar en qué mundo estamos entrando.


NB para las filósofas y filósofos de la mente (una cuestión técnica): quienes se ocupan de la mente extendida se dividen en a) intracraneales, que rechazan la hipótesis de una mente ampliada al entorno, b) extracraneales: la mente podría incorporar aquellos dispositivos cognitivos que logre hacer tan familiares que se conviertan en transparentes, como lo son las gafas para quien está acostumbrado a ellas, c) integracionistas: los que aceptan la mente extendida pero exigen algo más que transparencia. Se necesitaría integrar en el sistema el dispositivo que amplia las capacidades. Cuadernos de notas en los que se deposita la memoria, ordenadores o smartphones suelen ser ejemplos usados en esta controversia que lleva unos años. Sorprendentemente, los dispositivos BCI bidireccionales son intracraneales, pues interactúan con los subsistemas cognitivos más profundos sensorio-motores, perceptivos, cognitivos o emocionales; son transparentes una vez que el usuario se acostumbra y la inteligencia artificial decodifica los patrones de ondas; y no son menos integrables que cualquier otro subsistema (por ejemplo, la difícil conexión entre atención y deliberación). Cumplen todos los requisitos, podrían llamarse mentes extendidas, mentes ampliadas o como se quiera. Sin embargo, a mí no acaba de convencerme que no sean una especie de transformación peligrosa de la mente. El problema está en que la presencia de inteligencias artificiales produce ilusión de autonomía, pero hay una real manipulación de un sistema externo. Por si alguien quiere seguir la discusión o escribir unas líneas (o un paper) sobre ello.  

domingo, 16 de junio de 2019

Robotización del cuidado de las personas





Algo dice sobre nuestras sociedades el que una de las líneas más promisorias de la robótica en un futuro próxumo sea con bastante probabilidad el desarrollo de robots de cuidado personal, Las formas de vida de las grandes metrópolis producen distorsiones de la vida social y generan un espacio de necesidades que serán cubiertos en parte por estos nuevos seres artificiales. Son robots a los que se les encomiendan diversas funciones, pero que se diseñarán con varios dispositivos ordenados a producir una relación emocional directa con la persona bajo su cuidado. Se diseña la forma exterior, los gestos y apariencia, pero sobre todo estarán dotados de inteligencias artificiales que establecen inmediatamente una relación ¿interpersonal? Reconocen a la persona, sus palabras, sus rutinas y establecen lazos quizás tan fuertes o aún más como los que se generan los animales de compañía.

Sin ser exhaustivo, las líneas más probables de producción serán (se adjunta un vínculo para cada uno de ellos, de entre los muchos que se encuentran en la red):

-         Robots de cuidado infantil
-         Robots sexuales

Es un buen momento para comenzar a discutir los problemas éticos y políticos que plantea esta trayectoria tecnológica. Cada uno de estas líneas plantea problemas éticos propios y las tres presentan, a su vez problemas comunes. El primero y más importante es el del propio proceso civilizatorio que conduce a estas necesidades. El cuidado personal, como nos ha enseñado el feminismo, ha sido siempre el espacio de lo femenino, siempre o casi siempre fuera de la lógica del mercado: la gestación y cuidado de los niños, el cuidado de los mayores, el servicio sexual al marido. Como explica Marx, el trabajo no es solamente producción y reproducción del entorno y la sociedad, sino también producción de identidades. Milenios de trabajos de cuidado han contribuido al la producción del género como algo distinto a la pura diferencia sexual. En las discusiones contemporáneas sobre deshacer el género entrará cada vez más la cuestión de los cuidados. El reparto de tareas y el reconocimiento del cuidado como la forma esencial de la reproducción de la sociedad ya no está en cuestión, y no es el objeto de este texto. En una zona aún marginal, pero no por ello poco importante, están las nuevas formas de cuidado personal. Una parte del cuidado ha sido tradicionalmente encomendada a una suerte de mercado siempre problemático y siempre mayoritariamente femenino. Me refiero a las criadas para cuidado de los niños, a las asistentas para cuidado de los ancianos y a ese submundo negro de la prostitución. En las sociedades metropolitanas contemporáneas este mercado ha crecido exponencialmente y lo ha hecho generalmente sobre la mano de obra más o menos mal pagada, a veces esclavizada de mujeres emigrantes. Por ello, la discusión sobre los robots de cuidado personal se hace complicada, con múltiples facetas y punzantes espinas.

Las cuestiones menos encrespantes, desde el punto de vista de la controversia, son las asociadas con problemas de diseño. La más obvia es el problema de los riesgos asociados a fallos, malfuncionamiento o mal uso de estos seres. Por ejemplo, el agotamiento de las baterías en momentos de asistencia urgente, o la cuestión de posibles equivocaciones en las decisiones tomadas por el robot (pienso en equivocaciones en las pastillas suministradas al anciano). Estos peligros, probablemente, serán tratados con más o menos éxito por la ingeniería robótica en los próximos tiempos. Me imagino que los padres que dejen a su bebé encomendado a un robot babysitter tendrán que estar muy seguros de que no fallará en la vigilancia y el cuidado. Lo mismo podemos decir de los de cuidado de ancianos. Una parte de estos problemas ingenieriles será probablemente el cómo hacer comprensible el funcionamiento del aparato. Si un smartphone tiene ya dificultades de comprensión para mucha gente, es de suponer que un robot ofrecerá muchas más. Por ello, parte de la inteligencia artificial deberá estar dirigida a la interacción y comprensión mutua de las acciones (la "antropología" de la robótica es una de las más innovadoras líneas de investigación)

La segunda familia de cuestiones nace de los vínculos afectivos. Nuestras emociones han sido diseñadas, como mamíferos que somos, por eones de evolución biológica. Darwin reparó ya en ello en su conocido estudio sobre la expresión de las emociones en los animales y en el hombre. Los robots de cuidado personal habrán sido diseñados para crear lazos emocionales directos. La efectividad y robustez de estos lazos es mucho mayor de la que se cree. Quienes hayan visto de cerca alguno de los robots de juego dotados de inteligencia artificial (por ejemplo, este) habrán comprobado la rapidez con la que pueden establecer lazos de cariño y simpatía. No hay que excluir que algunos de estos robots creen los mismos lazos que crean los animales de compañía y que, como sabemos, son para muchos ancianos la única compañía de cariño que pueden disfrutar en su vida cotidiana. El mundo de las emociones artificiales es ya y lo será más aún en el futuro una de las líneas de investigación más importantes en la robótica. 

La tercera familia tiene que ver con las preguntas éticas que plantea esta relación con máquinas inteligentes. ¿Es un fracaso social el que tengamos que encomendar el cuidado a las máquinas? ¿qué tipos de cuidado pueden proporcionar? Por supuesto que es un fracaso, pero la otra cara de la moneda es la explotación sistémica de las mujeres sobre las que se han asentado los trabajos de cuidado. En lo que respecta a los robots sexuales, estas cuestiones éticas parecen surgir rápidamente. Suponen la maquinización y objetualización completas del erotismo, cierto, pero no lo es menos que la prostitución es ya la maquinización y objetualización de millones de mujeres. 

Otras cuestiones son de índole económica: ¿quiénes podrán "disfrutar" de estos artefactos?, ¿serán un índice nuevo de desigualdad en el acceso a bienes?, ¿podrán ser un complemento a la conciliación a la que puedan acceder quienes no tengan otros medios? 

No tengo respuestas a la ilimitada lista de preguntas que suscita la trayectoria tecnológica de los robots de cuidado personal. Pero ya es el momento de abrir la discusión. En los próximos años habrá que legislar y discutir sobre estos nuevos componentes de nuestro entorno. Antes de hacerlo, podríamos preguntarnos, sobre todo quienes nos acercamos a las edades donde el cuidado puede ser una necesidad, si estaríamos dispuestos a usar un robot como estos, que nos haga la compra, limpie la casa, tome la temperatura, la tensión, nos de las pastillas, avise a los servicios de urgencia cuando nos vea en peligro, nos cuente historias y ponga películas o música, etc. No sé responder a esta pregunta, pero sé que pronto nos la tendremos que hacer. (Una sugerencia para responder a esta pregunta: comparar con los pros y contras de las alternativas: presión sobre los familiares, residencias, atención por emigrantes mal pagadas, ...) 

En fin, se admiten sugerencias. 




Algunos de los problemas comunes son los siguientes:
-         El problema de los riesgos de malfuncionamiento o agotamiento de las baterías en momentos centrales
-         El problema de la interpretación y comprensión del funcionamiento. Aunque los robots estén dotados de poderosos programas de IA, el problema de la interacción humano-máquina está lejos de haber sido resuelto. Precisamente en los sectores más desfavorecidos por la brecha digital la ergonomía es aún una tarea por desarrollar
-         El problema de la misma idea de cuidado: las relaciones afectivas entre humanos y máquinas posiblemente se resuelva con un diseño avanzado, pero la concepción misma del cuidado de personas es algo problemático. Reducir el cuidado a una mera preservación de las condiciones básicas de satisfacción de las necesidades es una regresión que convierte a las personas en objetos
En lo que respecta al cuidado infantil, está claro que los robots serán siempre complementarios del cuidado parental y social, pero incluso en estos términos hay cuestiones que se plantean

domingo, 9 de junio de 2019

La base material de las identidades sociales







Esto no son sino apuntes para un texto  que habrá de elaborarse con más cuidado y datos, pero he aquí el esbozo de los argumentos centrales:

Se ha extendido la convicción de que los nuevos movimientos sociales (se les suele calificar también de "identidades") son producto exclusivo de percepciones del mundo, de actitudes o preferencias que se opondrían a las posiciones sociales basadas en lo objetivo y material o, como se decía en el marxismo tradicional, en la "contradicción principal". Como una consecuencia, se suele estigmatizar a estos movimientos como mero producto de superficiales políticas del reconocimiento frente a las que estarían las políticas profundas de redistribución e igualdad. Se ha discutido que esta dicotomía de "reconocimiento-redistribución" esté bien formulada, y hay muchas razones para ello.

En primer lugar, ¿de qué hablamos cuando hablamos de re-distribución? No obviamente solo de bienes básicos como suponía John Rawls en su Teoría de la Justicia. O por bienes básicos no podemos considerar ya únicamente alimentación, vivienda y cuidados de salud. Hay muchos otros que aparentemente tienen carácter inmaterial, aunque de hecho su base material sea muy real, como argumentaré más abajo. Todos ellos se resumen en posibilidades de proyectos y planes de vida personales, familiares o de comunidad cercana. Las posibilidades de futuro implican bienes como la seguridad, el ambiente de confianza, la situación en el mundo en términos de trabajo o de ocupación no alienante, de cuidados mutuos, de acceso al conocimiento y a los bienes culturales que se consideren que constituyen parte de una vida digna. En la redistribución, por ejemplo, está cada vez más incluida la sociedad de la información que por su propia naturaleza no tiene un carácter material, aunque no podría subsistir sin una base técnica: energética y material.

Quizás, lo paradójico y relevante es que en un mundo globalizado la redistribución de derechos al futuro, o de posibilidades de vida son cada vez más diversas. Aquello que hace que la vida merezca ser vivida depende cada vez más de diferencias de situación personal, biológica, social y cultural. Diferencias por culturas y países, entre ciudad y campo, de características de género y opción afectiva, de edad y condición física, de entorno territorial o urbano. Por ejemplo, pensar que un anciano en una residencia ya no necesita más porque se le alimente, cambien las sábanas y ocasionalmente se le suministren las pastillas contra la tensión, es algo equivocado. La redistribución es siempre redistribución de dignidad de la vida.

Pero veamos las cosas del lado de la diversidad. Los grandes movimientos sociales reivindicativos en el mundo contemporáneo son el feminismo, los movimientos raciales y étnicos, los movimientos ecológicos y los de reivindicación de formas de vida afectiva no represivas. Pero todos ellos tienen una importantísima base en la desigualdad social. Como han estudiado multitud de autoras, la "feminización" de amplias zonas del trabajo equivale directamente a una sobreexplotación de la mano de obra: los trabajos de cuidado y mantenimiento de la familia son trabajos no pagados sin los que sería imposible la reproducción social. Una parte de las reacciones de los varones que se viven con tanta ansiedad  no son sino ansiedades que nacen de la pérdida del privilegio económico que nace de la explotación de la pareja oculta bajo las formas patriarcales. No es reconocimiento lo que se pide tantas veces, es redistribución. Por otra parte, un buen indicador de la degradación de las condiciones de trabajo es su grado de feminización. En el capitalismo salvaje del XIX mujeres y niños fueron incorporados a las minas. En el capitalismo del contenedor y la deslocalización contemporáneo, son las mujeres las que se incorporan como maquiladoras a las nuevas empresas de trabajo más rutinario y agotador. En el mundo urbano y metropolitano se feminizan los trabajos creativos mal pagados y precarios, las viejas profesiones de políticas públicas de enseñanza y sanidad. Los servicios de urgencias médicas están habitadas mayoritariamente por mujeres, así como los trabajos de enfermería y enseñanza primaria.  En el caso de los movimientos antirracistas no es solo reconocimiento lo que está en juego. También y sobre todo es explotación en los salarios y en los trabajos disponibles. El oculto (o no tanto) racismo de nuestras sociedades se sostiene sobre prácticas de explotación sistemática de la fuerza de trabajo. La sociedad global que se desplaza hacia una creciente importancia del cuarto sector deja cada vez más brechas salariales y de trabajos basura (literalmente) para los que se demanda a capas de la población crecientemente racializadas. Los viejos sindicatos han sido ciegos cuando no colaboradores de la racialización de la explotación.

Y lo han sido también los viejos movimientos de izquierda que no entienden que los emigrantes defiendan su vida acudiendo a las iglesias evangelistas y aspirando a condiciones de mercado dignas, que les hacen muy sensibles a los argumentos del liberalismo. Me contaba un amigo que había invertido dinero y tiempo en una cooperativa en la que trabajaban en la cocina dos emigrantes que habían pasado por todo tipo de trabajos basura antes de llegar a ese puesto, en el que hacían un trabajo excelente. Cuando se proponía repartir por igual los beneficios, esas personas defendían que se hiciese con relación al trabajo realizado, no por una ideología cooperativa que les volvía a dañar. No entender por qué los argumentos liberales han entrado con tanta fuerza en los sectores más perdedores es una de las cegueras más habituales.

El movimiento ecologista se ha estigmatizado múltiples veces como un movimiento de clases medias urbanas bien educadas, pero es la expresión de una ansiedad muy real por la urgencia de un cambio radical de modelo productivo, reproductivo y de consumo. Es sorprendente a veces que las propuestas de lo que se denomina un "Green new deal" se desprecien afirmando que no son sino nuevas formas de capitalismo. El feminismo, la des-racialización y el ecologismo resumen hoy las principales políticas anticapitalistas que profundizan en políticas contra las formas más dañinas de explotación.

Diría cosas muy parecidas de los movimientos contra la discriminación por elecciones afectivas. Su base material es muy real y se aproxima mucho a lo que ocurre con el feminismo. Salir del armario significa en muchos trabajos directamente la expulsión y la "gay-ficación" de varios sectores (dependientes de tiendas de moda, peluquerías, etc..) no es un signo de identidad sino de explotación, lo mismo que las opciones de música, deporte o droga para los negros, gitanos y otras capas racializadas. No es identidad, es opresión y falta de posibilidades de vida.


Parecería que estoy dando la razón a quienes han argumentado contra la trampa de la diversidad, pero en realidad lo que estoy postulando es lo contrario. La diversidad habla de la diversidad de la opresión y explotación. La trampa está en usar el término "identidad" para estigmatizar la diversidad de las reclamaciones reduciéndolas todas al mínimo común denominador. Hay mucha teología política en este mantra: "tres sujetos  una clase verdadera".

En las identidades cuenta, por supuesto, la conciencia  la subjetividad y el orgullo, pero lo que realmente cuenta es la diversidad de las bases materiales de la opresión y explotación.









domingo, 2 de junio de 2019

Organismos, organoides, androides, ginoides e inteligencia artificial







Tras una mesa redonda en la Universidad Autónoma, me quedé intrigado por la conversación que mantuve con José María Carrascosa, un bioquímico de la casa, con el que hablé sobre lo extraños que se están volviendo los conceptos tradicionales de vida después de los descubrimientos y métodos de la biología contemporánea.

Comenzamos hablando de la dificultad de definir ahora qué es un organismo entre otras cosas por la revolución que está suponiendo el estudio sistémico del microbiota (el colosal número de microorganismos comensales, simbiontes o patógenos que están presentes en todos los organismos pluricelulares). Esta línea de investigación, una de las más productivas actuales está suponiendo algo así como una revolución en medicina. El microbioma humano contiene tres veces más células que las que forman los tejidos (se estimó incluso que eran diez veces más), así como una riqueza de ADN mucho mayor que el genoma humano. Es responsable no solo de las enfermedades infecciosas sino del equilibrio en múltiples procesos que aún están siendo investigados. Todos conocemos la importancia de la flora intestinal, pero esto es solo el comienzo. Así que mi informante me confirmó que la idea de holobionte o de superorganismo es algo que mayoritariamente se acepta ya en la comunidad científica.

Mientras escuchaba, una parte de mi cerebro traducía esta complejidad orgánica a esa extraña función que llamamos mente y que no es otra cosa que una red de redes de funciones sostenida por una red de redes neuronales moduladas por una cocina química de neurotransmisores y hormonas. La idea de que somos muchos bajo el mismo cráneo no es infundada. El laberinto de la mente se parece mucho más a las geometrías obscenas y extrañas de Lovercraft que a los edificios perfectos que soñó la Ilustración.

Seguimos conversado (más bien el respondía a mi acoso a preguntas) sobre lo extraño de la biología contemporánea, la nueva reina de las ciencias. En particular sobre las nuevas técnicas de producción multicelular en tres dimensiones, es decir, de la creación de organoides a partir de células madre. En vez de hacer cultivos en placas bidimensionales, se pueden generar cúmulos de células que adoptan la forma de tejidos y de ahí a extraños objetos como cuasi-órganos. Me contaba incluso que se pueden vascularizar de modo que pueden criarse en probetas creciendo como extraños nuevos seres. Las líneas de aplicación son múltiples, desde generar órganos para trasplantes a eso que se llaman ahora las hamburguesas artificiales, que permitirían comer un filete sin tener que matar ningún animal (otra cosa es que sea sostenible por la necesidad y precio de nutrientes). Plantearía algunos problemas al veganismo moral, puesto que no implicaría la muerte ni la estabulación industrial de animales.

Los organoides nos introducen en una nueva categoría de seres intermedios. Por ejemplo: cuasi-cerebros que desarrollen ciertas funciones de computación, que aún no logran las redes neuronales digitales (que no son sino programas que se instalan en ordenadores secuenciales tradicionales, aunque simulen el comportamiento en red). La cuestión intrigante es cuál será nuestra actitud moral hacia estos objetos. No hemos tenido problemas (por ahora) con el desarrollo de inteligencias artificiales basadas en algoritmos clásicos o en redes neuronales, porque, al fin y al cabo, están basadas en un mundo de silicio, pero ¿qué ocurrirá si empezamos a crear funciones mentales en cuasi-cerebros húmedos, vascularizados, modelados por neurotransmisores (por tanto por cuasi-emociones)? Buena pregunta.

La conversación nos llevó entonces a territorios más pantanosos como son los de la investigación con embriones humanos. Como es sabido, la regla moral que se ha impuesto es la llamada de los catorce días. Se permite experimentar con embriones siempre que no hayan cumplido 14 días, en los que aún no se ha desarrollado el esquema orgánico mínimo ni mucho menos el tejido neuronal. La Iglesia Católica se opone incluso a esta regla a pesar de que, de hecho, está admitida internacionalmente en la investigación médica. Ahora bien, ¿qué ocurre si se emplea este embrión para continuar su desarrollo artificialmente? No me refiero a la creación de bebés probeta sino de otros nuevos organismos extraños diseñados para quién sabe qué propósitos.

Por supuesto que todas estas investigaciones son aún territorio controvertible y más que peligroso. Mientras seguía la conversación mi cerebro continuaba trabajando en modo doble y pensaba, de nuevo, que no parece que haya restricciones a la construcción de robots androides (o ginoides, especialmente para usos del mercado sexual) puesto que están hechos de materiales no biológicos. No nos importa la inteligencia artificial ni los cuerpos artificiales siempre que sean metálicos o plásticos, pero sí cuando la investigación se desarrolla en el espacio de la vida artificial. La pesadilla de Un mundo feliz, con una población diseñada para funciones jerárquicas, no parece tan lejos (de hecho, parece que la estamos produciendo ya por métodos económicos: la desigualdad creciente también produce desigualdad creciente en capacidades epistémicas. Camareros con un inglés básico enchufados al fútbol, como pretende la estrategia neoliberal).

Y por último, las quimeras que, como bien se sabe, eran animales míticos formados por la mezcla de dos o más especies. Es ya un territorio abierto: la inserción de genoma de una especie en otra. Quizás, nos tememos, genoma humano en grandes simios u otras especies.Todo el rollo este del transhumanismo me recuerda cada vez más a las carretas del Oeste que transportaban frascos de nitroglicerina para las minas de oro. Es cierto lo que decía Hegel que la lechuza de Minerva alza su vuelo en el atardecer de la historia, cuando esta ha hecho su trabajo y la filosofía lo traduce en conceptos. Pero, por una vez deberíamos pensar que es muy importante dar nombres a las cosas antes de que estas existan. 

En un espacio de posibilidades cercanas, dar nombre puede significar despejar un poco la niebla del futuro. A mí personalmente siempre me ha interesado la naturaleza ciborg pero tal vez es el momento de distinguir ciborgs de monstruos nada prometedores. Hay muchas razones de orden moral para hacerlo, aunque a mí me interesan más las políticas: ¿Cuánto van a costar estos inventos en términos de sostenibilidad ecológica y social?, ¿quiénes van a pagar estos costos? Porque mucho me temo que sean los de siempre y que los beneficios se los lleven los de siempre. 

La bioética y la biopolítica (no la de Foucault) tienen trabajo que hacer. Lo tenemos todos los ciudadanos y los gobiernos. Pero también la metafísica. La cadena del ser parece tener ahora extraños eslabones.