Las gamonitas han comenzado a florecer en Monfragüe. Nacen entre la jara y su tallo se eleva para desenvolver unas flores arracimadas, blanquísimas, perfectas en sus perfiles.
La caña de la gamonita se empleó en el Renacimiento y Barroco español para un sorprendente oficio: seca ya, se le sacaba punta y se usaba como grafio o buril para el esgrafiado en los paneles pintados al temple de los cuadros y retablos. Con el cálamo de la gamonita se dibujaron los ornamentos de los trajes que vestían los santos de las tablas renacentistas. El cálamo tenía la fragilidad precisa para romperse en el punto en que pudiera afectar al pan de oro al que cubría el temple (una mezcla de yema de huevo como emulsionante y de pigmento puro; una pintura de secado rápido que antecedió al óleo hasta el Renacimiento). El cálamo incidía sin hacer daño. En el momento preciso se rompía.
Aprendí esto y una infinidad de cosas con un anónimo explicante que me enseñó a ver el retablo de Arroyo de la Luz. Un increíble documento de simbología religiosa en los primeros momentos de la contrreforma.
Había ido por recomendación de Raquel Rodríguez y su compañero a ver los cuadros de Luis de Morales en el retablo, una luminosa colección de aquél sutil, místico manierista que en ciertos aspectos estiliza a Rafael, pero en otros muchos deberíamos considerar el primer prerrafaelita.
El caso es que aprendí casi todo de Morales, el manierismo y la técnica de retablos de mi increíblemente bien informado cooperante que explicaba el templo y con quien he contraído una deuda que espero que la suerte me permita pagar.
La metáfora del cálamo de la gamonita me estuvo rondando todo el día. Por la tarde, paseando por el sacro lugar de los Berruecos de Malpartida de Cáceres, una acumulación de eflorescencias graníticas, batolitos, en los que Vostell encontró el mejor contraste para sus reflexiones sobre la sociedad industrial, un espacio en el que el mensaje de Fluxus adquiere completo sentido. Picad un momento en esta foto para sentir por un instante el milagro que sólo el arte consigue:
Es la más perfecta fusión de arte y naturaleza que jamás haya visto. El aprovechamiento y la transfomación de un paisaje que por la forma de la mirada se hace doblemente sublime. El museo Vostell es, y he visto innumerables, el primero en mi corazón:
Tuve ocasión de conocer a su viuda. Le pregunté inmediatamente lo que llevaba preguntándome desde hace años: ¿cómo rayos pudo conseguir Vostell un cazabombardero para convertirlo en un nido de cigüeñas? La historia no tiene desperdicio: fue poco antes de la caída del muro. Los rusos mandaron al desgüace su parafernalia militar y empezaron a vender a trozos, literalmente a trozos, su arsenal. Baratísimo: Vostell quería traerse a Cáceres media guerra fría.
Al rato tuve que escuchar una conferencia de un tal sobre el arte contemporáneo. Mis ojos estaban llenos de Morales, pero aquello se convirtió en un confuso álbum de diapositivas y comentarios que reiteraban el cansino recitativo de los dandis: "dios ha muerto, el arte ha muerto y yo mismo estoy que me duermo". Empleaba como explicación el concepto de "narcolepsia". A mi alrededor los oyentes se despertaban, reían las gracias de doce o trece comentarios de sus ciento veinte diapositivas y volvían al sopor. Justicia poética. Me preguntaba por qué los estetas no nos explican, no ayudan a encontrar sentido a un trabajo que sólo a veces es banal, y casi siempre penetrante. Comparaba a mi anónimo maestro del retablo y a este famoso intelectual que deslumbraba sin alumbrar. Ya me daba igual: en mis ojos se habían metido las flores de las arvejas (el guisante silvestre), la candela (se denomina así en ciertos sitios a la flor de la encina), el espino albar y el cantueso o tomillo de corpus, nuestra humilde lavanda, y lo demás era contingente. Gracias a la fotografía conservaré algunas imágenes del paseo por Monfragüe:
Me pregunto por qué quienes tenemos la palabra en la escritura no volvemos al cálamo de la gamonita: desvelar lo que está debajo sin romperlo, por qué no volvemos a la obra bien hecha y a emplear el tiempo en darle sentido a las cosas. Hay demasiados comisarios en el arte contemporáneo y demasiados pocos "curatores", cuidadores. Volverá a florecer la gamonita.
Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 29 de marzo de 2009
jueves, 26 de marzo de 2009
¿Educación o cultura?
El Ateneo de Cáceres (una increíblemente activa, dinámica y envidiable institución, que, como casi todo, funciona sólo por y con el entusiasmo de la buena gente) organiza estos días un curso/congreso con el intrigante título de "¿Cultura o Educación?". Me he distraído combinando la pareja de términos y construyendo posibles situaciones y sociedades en las que se promocionen las dos, una o ninguna. La concepción romántica de la formación de la persona y del pueblo, la Bildung, consideraba que ambas no pueden ir sino juntas (Me acaba de llegar el último libro de José Luis Molinuevo:
martes, 24 de marzo de 2009
De un niño de provincias que se vino a vivir a un Tintoretto
Lo confieso: había evitado prejuiciosamente toda visita a Venecia. El pastel de Visconti, La muerte en Venecia, había influido mucho en mis prejuicios: ese paseo por la laguna con el Adagio de la quinta de Mahler que arrebataba a Alfonso Guerra hace muchos años, hace muchos años que había obrado en mí de forma maligna. El deseo de no unirme al turismo masivo no era una razón menor. Pero siempre se termina cayendo en todas las tentaciones. Para disculparme a mí mismo me llevé un excelente libro de Vicente Molina Foix, Tintoretto y los escritores, como guía de campo. La verdad que Venecia en sí confirmó muchos prejuicios y disipó muchos otros. No sentí la morbidezza de John Ruskin (es difícil entre un millón de turistas como uno), pero sí la presencia de una cultura que amó el oro, la guerra y la belleza a partes iguales. Pero, en fin, Tintoretto fue el descubrimiento. Descubrir un escritor, un pintor, un director es una de las sorpresas que guarda la vida (las otras, las mejores, son descubrir gente, pero ésa es otra historia). Para mí, que siempre amé los interiores barrocos holandeses de Vermeer o Rembrandt, los pintores venecianos me resultaban demasiado retóricos. Pero no: descubrir a Jacopo Robusti, Tintoretto, ha sido descubrir el origen de la luz, el movimiento y la imaginación.
La crucifixión de la Scuola de San Rocco: una inmensa tela como una escena en cinemascope, un prodigio de narración, una historia de la muerte y el dolor. Uno puede estar horas contemplando lo que más que una composición pictórica es una composición narrativa. Una luz tenebrosa de ocres, un cristo en semiescorzo que abraza la escena, una mujer que se desmaya de dolor en manos de otras mujeres, todo es tiniebla y fin del mundo.
La matanza de los inocentes, orgía de la violencia y el horror sin que la escena muestre la violencia en sí. Basta el rostro y el gesto de sus víctimas: una mano de madre que agarra la espada del asesino, un cuerpo que cae al vacío representado en el angustioso instante de soltar al hijo. El final de la humanidad.
Es Tintoretto el inventor del cine ( o viceversa). Un universo de carnes y cuerpos sumidos en el horror.
El Juicio final de Santa Maria dell'Orto, otra tela infinita que representa el río de la vida, en el momento en que el suelo desborda de cadáveres semidescompuestos, miembros que surgen de la tierra y cuerpos que abrazan a la vida, un mar que se vuelca sobre el mundo, un baile de brazos y torsos en volatines increíbles. No he conseguido una imagen aceptable, es demasiado grande la tela y de una extraña forma ojival para adaptarse al lateral del altar. Pero es sublime: justifica que cualquier prejuicio se deje a la puerta.
El origen de la Vía Láctea, cuerpos ingrávidos que se coordinan en una danza de color y lujuria.
Como casi todos los buenos pintores, a Tintoretto no le preocupa el mecenas ni el tema: si es religioso, su piedad roza lo blasfemo, si es profano, su mirada limita con lo escandaloso. Pintó infinitos cuadros, innumerables cuerpos volantes, enseñó a los surrealistas todo lo que podían aprender de la imaginación, asombró al mundo. Sartre viajaba casi cada año a Venecia a visitarle. Su ensayo épico sobre Tintoretto no es creíble pero es lo más parecido a la pasión humana dentro de lo que podía sentir un ser como Sartre. Fueron innumerables sus admiradores y también sus detractores. Le acusan de haber inventado el cinemascope. Es la mejor alabanza.
No he acabado de curar mis prejuicios sobre Venecia, pero me he quedado a vivir en un Tintoretto.
La crucifixión de la Scuola de San Rocco: una inmensa tela como una escena en cinemascope, un prodigio de narración, una historia de la muerte y el dolor. Uno puede estar horas contemplando lo que más que una composición pictórica es una composición narrativa. Una luz tenebrosa de ocres, un cristo en semiescorzo que abraza la escena, una mujer que se desmaya de dolor en manos de otras mujeres, todo es tiniebla y fin del mundo.
La matanza de los inocentes, orgía de la violencia y el horror sin que la escena muestre la violencia en sí. Basta el rostro y el gesto de sus víctimas: una mano de madre que agarra la espada del asesino, un cuerpo que cae al vacío representado en el angustioso instante de soltar al hijo. El final de la humanidad.
Es Tintoretto el inventor del cine ( o viceversa). Un universo de carnes y cuerpos sumidos en el horror.
El Juicio final de Santa Maria dell'Orto, otra tela infinita que representa el río de la vida, en el momento en que el suelo desborda de cadáveres semidescompuestos, miembros que surgen de la tierra y cuerpos que abrazan a la vida, un mar que se vuelca sobre el mundo, un baile de brazos y torsos en volatines increíbles. No he conseguido una imagen aceptable, es demasiado grande la tela y de una extraña forma ojival para adaptarse al lateral del altar. Pero es sublime: justifica que cualquier prejuicio se deje a la puerta.
El origen de la Vía Láctea, cuerpos ingrávidos que se coordinan en una danza de color y lujuria.
Como casi todos los buenos pintores, a Tintoretto no le preocupa el mecenas ni el tema: si es religioso, su piedad roza lo blasfemo, si es profano, su mirada limita con lo escandaloso. Pintó infinitos cuadros, innumerables cuerpos volantes, enseñó a los surrealistas todo lo que podían aprender de la imaginación, asombró al mundo. Sartre viajaba casi cada año a Venecia a visitarle. Su ensayo épico sobre Tintoretto no es creíble pero es lo más parecido a la pasión humana dentro de lo que podía sentir un ser como Sartre. Fueron innumerables sus admiradores y también sus detractores. Le acusan de haber inventado el cinemascope. Es la mejor alabanza.
No he acabado de curar mis prejuicios sobre Venecia, pero me he quedado a vivir en un Tintoretto.
lunes, 16 de marzo de 2009
Las barbas de Moisés
Cuán demostrativo y cuán engañoso es a la vez el gesto: nos abre y nos oculta la intención. Nada hay escrito en el ademán, y sin embargo todo está escrito en él. Freud escribió en 1914 un ensayito sobre el Moisés de Miguel Ángel. Fue publicado de forma anónima en la revista Imago, aunque luego en 1924 ya apareció con su nombre. A Freud quizá le daba apuro ser pillado en un momento de debilidad y aprecio del arte. En su escrito discute la versión más extendida en su época según la cual Miguel Ángel habría representado a Moisés en el momento en que gira la cabeza, ve a su pueblo adorando el becerro de oro y entra en cólera. Todo su cuerpo está dispuesto a la acción que va a realizar, la de romper las tablas:
Freud no está de acuerdo. Observa el lenguaje corporal. Le resulta significativo que sus dedos se hayan enredado en la barba:
La interpretación de Freud es que Moisés ha sido representado en un momento de contención. Se ha sentado, cuando la Biblia dice que furioso arrojó a sus pies las tablas, pereciendo implicar que en aquel momento estaba de pie en la montaña. La infidelidad que Freud achaca a Miguel Ángel es por su intención de ejemplificar el conflicto interno de quien está furioso y lucha por sujetar su rabia. Los dedos, sin embargo, aclara Freud, hablan de su conflicto interno, como si al enredar la barba sujetasen su pasión. La mirada no sería la de alguien a punto de explotar cuanto la de un héroe en su conflicto:
Curioso Freud: que no firmase el artículo, que interpretase así el Moisés. Curioso, entre otras cosas porque lo que describe la Biblia es el momento de mayor conflicto de la historia entre las religiones de la imagen y las religiones de la palabra: la palabra triunfó, sabemos. También para Freud, pues el psicoanálisis es una terapia de la palabra, no del gesto. Freud necesita el gesto para hacerse cargo del conflicto de Moisés.
Más curiosa es la discrepancia tan radical de dos interpretaciones sobre la misma figura. No es sorprendente que Ricoeur, en su De la interpretación, un ensayo sobre Freud, eligiese este ejemplo como paradigma de cómo el psicoanálisis es más una teoría de la cultura que una teoría científica de la mente.
Me ha fascinado siempre nuestra doble procedencia de Moisés y de Odiseo: uno huye, el otro regresa; uno actúa a través de la furia, el otro con el engaño y el ingenio; uno tiene el poder de la palabra, el otro el de la imagen y la máscara.
Que Miguel Ángel tenga que acudir a la ambigüedad del gesto para explicarnos lo que la Biblia dice en palabras muestra la tensión de la cultura. Quizá Miguel Ángel soñó que Moisés dudaba en un último instante entre destruir la bella imagen de un dios e imponer la seca abstracción de una ley, y es este el origen de su lucha interna. Sus dedos le traicionan, su barba le traiciona.
¿Qué quiso representar Miguel Ángel?, ¿importa algo?
Freud no está de acuerdo. Observa el lenguaje corporal. Le resulta significativo que sus dedos se hayan enredado en la barba:
La interpretación de Freud es que Moisés ha sido representado en un momento de contención. Se ha sentado, cuando la Biblia dice que furioso arrojó a sus pies las tablas, pereciendo implicar que en aquel momento estaba de pie en la montaña. La infidelidad que Freud achaca a Miguel Ángel es por su intención de ejemplificar el conflicto interno de quien está furioso y lucha por sujetar su rabia. Los dedos, sin embargo, aclara Freud, hablan de su conflicto interno, como si al enredar la barba sujetasen su pasión. La mirada no sería la de alguien a punto de explotar cuanto la de un héroe en su conflicto:
Curioso Freud: que no firmase el artículo, que interpretase así el Moisés. Curioso, entre otras cosas porque lo que describe la Biblia es el momento de mayor conflicto de la historia entre las religiones de la imagen y las religiones de la palabra: la palabra triunfó, sabemos. También para Freud, pues el psicoanálisis es una terapia de la palabra, no del gesto. Freud necesita el gesto para hacerse cargo del conflicto de Moisés.
Más curiosa es la discrepancia tan radical de dos interpretaciones sobre la misma figura. No es sorprendente que Ricoeur, en su De la interpretación, un ensayo sobre Freud, eligiese este ejemplo como paradigma de cómo el psicoanálisis es más una teoría de la cultura que una teoría científica de la mente.
Me ha fascinado siempre nuestra doble procedencia de Moisés y de Odiseo: uno huye, el otro regresa; uno actúa a través de la furia, el otro con el engaño y el ingenio; uno tiene el poder de la palabra, el otro el de la imagen y la máscara.
Que Miguel Ángel tenga que acudir a la ambigüedad del gesto para explicarnos lo que la Biblia dice en palabras muestra la tensión de la cultura. Quizá Miguel Ángel soñó que Moisés dudaba en un último instante entre destruir la bella imagen de un dios e imponer la seca abstracción de una ley, y es este el origen de su lucha interna. Sus dedos le traicionan, su barba le traiciona.
¿Qué quiso representar Miguel Ángel?, ¿importa algo?
viernes, 13 de marzo de 2009
El cuerpo expuesto
Verbum caro factum est: la palabra hecha carne, reza el credo de los cristianos, anunciando sin ser conscientes de ello el final de una era logocéntrica y el comienzo del reconocimiento de ser ante todo un cuerpo que tiene conciencia de sus afectos y de su propia corporeidad, que está entre otros cuerpos de modo distinto a como está entre las cosas.
Un siglo de psicoanálisis nos ha hecho extraños a nosotros mismos, Nos sabemos ya una mente hecha de estratos emocionales que nos constituyen sin autoconstituirnos, como si fuésemos la resultante de fuerzas en tensión de las que la conciencia es sólo un subproducto. Nos reconocemos y nos extrañamos a la vez: extranjeros a nosotros mismos. La mente se ha descompuesto como una sala de espejos rotos. El fin del egocentrismo y el fin del logocentrismo van unidos: la carne que somos nos convierte en seres expuestos. Nadie como Bacon para hacer esta idea imagen y cuerpo, para hacer visible la visceralidad de lo humano, la visceralidad de la pasión:
Y, sin embargo.... no es tampoco el cuerpo un centro transparente. No es el lugar de reconciliación de los opuestos. Leo a Jean-Luc Nancy quejarse en El extraño de su corazón implantado y se me ocurre que todas las vísceras terminan siendo extrañas. Un cuerpo expuesto al placer y al dolor, a la vista y a la sombra, que toma sus propios rumbos y te hace sufrir cuando no deberías, y te hace consciente de que está ahí, lleno de órganos a los que miras como un extraño echado en un lecho que tiene más de mesa de carnicero que de lugar de descanso.
No hay como una mala noche para hacerte consciente de que ni siquiera el cuerpo es el centro del universo.
Un siglo de psicoanálisis nos ha hecho extraños a nosotros mismos, Nos sabemos ya una mente hecha de estratos emocionales que nos constituyen sin autoconstituirnos, como si fuésemos la resultante de fuerzas en tensión de las que la conciencia es sólo un subproducto. Nos reconocemos y nos extrañamos a la vez: extranjeros a nosotros mismos. La mente se ha descompuesto como una sala de espejos rotos. El fin del egocentrismo y el fin del logocentrismo van unidos: la carne que somos nos convierte en seres expuestos. Nadie como Bacon para hacer esta idea imagen y cuerpo, para hacer visible la visceralidad de lo humano, la visceralidad de la pasión:
Y, sin embargo.... no es tampoco el cuerpo un centro transparente. No es el lugar de reconciliación de los opuestos. Leo a Jean-Luc Nancy quejarse en El extraño de su corazón implantado y se me ocurre que todas las vísceras terminan siendo extrañas. Un cuerpo expuesto al placer y al dolor, a la vista y a la sombra, que toma sus propios rumbos y te hace sufrir cuando no deberías, y te hace consciente de que está ahí, lleno de órganos a los que miras como un extraño echado en un lecho que tiene más de mesa de carnicero que de lugar de descanso.
No hay como una mala noche para hacerte consciente de que ni siquiera el cuerpo es el centro del universo.
sábado, 7 de marzo de 2009
La competencia del débil
Pregunta: ¿por qué el discurso político de Clint Eastwood es tan efectivo? Respuesta: porque no hay discurso político en sus películas. Clint Eastwood no se sitúa en el discurso político sino en un espacio anterior que es el que hace posible este discurso. Gran Torino, su última película, aborda cuestiones mortales: preguntas sobre la vida y la muerte. Comienza la película con un funeral y una homilía en la que un cura habla de la vida y de la muerte. Walt Kowalski, el viejo protagonista, le acusa de no tener idea de la vida y de la muerte, de hablar de ellas de oídas. La película se extiende sobre la preguntas más esenciales de la humanidad: ¿por quién merece la pena morir? ¿merece la pena matar? Esas cuestiones se entrecruzan con otras como el poder, la insolencia y la debilidad: ¿cuál debe ser la respuesta del débil ante la violencia? La respuesta de Eastwood: una respuesta competente que no sea la violencia del poder.
Este año nos llenan de fastos por el bicentenario del nacimiento de Darwin. Nadie ha sido tan revolucionario desde Copérnico. Nadie ha sido tan manipulado. Se me cruzaron Eastwood y Darwin a propósito de una reunión en la que tuve que oir y soportar a un economista lleno de insolencia e ignorancia argumentar (es un decir) contra la irrelevancia de las humanidades porque los humanistas no publican en las revistas de impacto. Un discurso tan repetido como ignorante por lo poco matizado. El modelo de ciencia que compite por el reconocimiento en las citas ha sido adoptado del modelo de mercado. Hacer que la cita sea como la demanda, un índice del valor. Vaya, no me importa mucho. Respondí que sí, de acuerdo, que los de humanidades somos unos inútiles (e inutilizables) y que no merecíamos ningún "incentivo" (lo llaman así, claro). No me sentí tan dolido como avergonzado de que aún proliferen estos discursos neodarwinistas que han conducido a la crisis en la que estamos. Me di cuenta de que hay discursos que tienen dentro ya la violencia, a los que hay que escuchar como se siente el aullido del poder.
Y esa tarde fui a ver la peli de Clint Eastwood. Y resolví que había una confusión esencial en cierto neodarwinismo en el término competencia: entendían competencia como competencia contra cuando deberían haber entendido competencia para.
El débil es competente pero no compite. Cuando Proudhon escribió su Filosofía de la miseria. Sistema de las contradicciones económicas, estaba respondiendo por adelantado a la hubris del economista estólido que sostiene que toda política no es sino un espacio de lucha por la supervivencia. Ahora que se celebra a Darwin deberíamos recordar junto a Proudhon al príncipe Kropotkin, un verdadero príncipe de las ideas, que escribió respondiendo a Darwin, El apoyo mutuo. Es la respuesta del débil, una respuesta competente que no compite. La tesis de Kropotkin es que la historia de la vida es la historia del apoyo mutuo, que ha sido el apoyo mutuo la explicación de la supervivencia, y no la lucha de todos contra todos.
A veces creo que las especies no desaparecen sino que se transforman. Oigo algunos discursos y pienso que los neandhertales siguen por ahí. Veo algunas películas y me reconcilio con mi especie. Se me dirá que lo ignoro todo de la economía. Responderé que sí, vale, pero que conozco algo de la vida y de la muerte, que por eso me dedico a las humanidades y no a las neanderthalidades.
Este año nos llenan de fastos por el bicentenario del nacimiento de Darwin. Nadie ha sido tan revolucionario desde Copérnico. Nadie ha sido tan manipulado. Se me cruzaron Eastwood y Darwin a propósito de una reunión en la que tuve que oir y soportar a un economista lleno de insolencia e ignorancia argumentar (es un decir) contra la irrelevancia de las humanidades porque los humanistas no publican en las revistas de impacto. Un discurso tan repetido como ignorante por lo poco matizado. El modelo de ciencia que compite por el reconocimiento en las citas ha sido adoptado del modelo de mercado. Hacer que la cita sea como la demanda, un índice del valor. Vaya, no me importa mucho. Respondí que sí, de acuerdo, que los de humanidades somos unos inútiles (e inutilizables) y que no merecíamos ningún "incentivo" (lo llaman así, claro). No me sentí tan dolido como avergonzado de que aún proliferen estos discursos neodarwinistas que han conducido a la crisis en la que estamos. Me di cuenta de que hay discursos que tienen dentro ya la violencia, a los que hay que escuchar como se siente el aullido del poder.
Y esa tarde fui a ver la peli de Clint Eastwood. Y resolví que había una confusión esencial en cierto neodarwinismo en el término competencia: entendían competencia como competencia contra cuando deberían haber entendido competencia para.
El débil es competente pero no compite. Cuando Proudhon escribió su Filosofía de la miseria. Sistema de las contradicciones económicas, estaba respondiendo por adelantado a la hubris del economista estólido que sostiene que toda política no es sino un espacio de lucha por la supervivencia. Ahora que se celebra a Darwin deberíamos recordar junto a Proudhon al príncipe Kropotkin, un verdadero príncipe de las ideas, que escribió respondiendo a Darwin, El apoyo mutuo. Es la respuesta del débil, una respuesta competente que no compite. La tesis de Kropotkin es que la historia de la vida es la historia del apoyo mutuo, que ha sido el apoyo mutuo la explicación de la supervivencia, y no la lucha de todos contra todos.
A veces creo que las especies no desaparecen sino que se transforman. Oigo algunos discursos y pienso que los neandhertales siguen por ahí. Veo algunas películas y me reconcilio con mi especie. Se me dirá que lo ignoro todo de la economía. Responderé que sí, vale, pero que conozco algo de la vida y de la muerte, que por eso me dedico a las humanidades y no a las neanderthalidades.
jueves, 5 de marzo de 2009
La violencia y lo sagrado
Creemos haber secularizado nuestro pensamiento pero seguimos en las manos de una metafísica de lo sagrado y lo profano que está prendida en una violencia originaria: la violencia contra el hijo.
"Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre! Respondió: "¿Qué hay, hijo?" --Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío" Y siguieron andando los dos juntos." Gn 22, 6-8.
Desde niño me horrorizó este relato. Si leemos un poco antes, donde se cuenta la historia del primer hijo de Abraham con la esclava egipcia Agar, Ismael, el horror no disminuye. Ha nacido Isaac de la esposa primera, Sara, y ésta pide a Abraham que expulse a la querida y a su hijo:
"Sintiólo mucho Abraham por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: "No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que te dice Sara hazle caso..."(...)
Ella se fue y anduvo por el desierto de Bersëba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: "No quiero ver morir al niño" Gn 21, 12-16
Imaginemos ahora la continuación de la historia de otro modo. Abraham tiene noventa y nueve años, se nos ha dicho. Ya no oye muy bien, tampoco ve mucho. Cuando llega el ángel enviado para detener su mano no entiende muy bien lo que dice, ni siquiera se da cuenta de que es un ángel, y... corta el cuello de su hijo. Vuelve a casa y dedica sus últimos años a lamentar haber dado muerte a sus dos hijos.
De hecho la historia continúa mal. Nos cuenta el Evangelio según San Mateo que Jesús se retiró al huerto y
"comenzó a sentir tristeza y angustia. (..) Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero sino como tu quieras tú" Mt 26, 38-40,
San Marcos cuenta el final:
A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, ¿lamá sabactaní? --que quiere decir.. "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)
La metafísica occidental no es sino la secularización de un relato de muerte y abandono.
Kafka dedicó toda su vida a pensar sobre sus orígenes abrahámicos: no pueden entenderse la Carta al Padre, ni La Condena ni La metamorfosis sino como fruto de su reflexión sobre su propia identidad: "me has llamado toda tu vida parásito, parece estar diciéndole a su padre, mira ahora en qué me has convertido", y así Julio Samsa se descubre una mañana como lo que verdaderamente es a los ojos de su padre.
Cuando Hegel, el gran metafísico de la modernidad, pensó sobre la identidad lo hizo bajo categorías abrahámicas: la lucha del amo y el esclavo por el reconocimiento. La Fenomenología del Espíritu es la lucha por el reconocimiento a los ojos del padre. Para Hegel, como para el Génesis, el relato acaba bien: ambos se reconcilian y reconocen en el Estado, pero las cosas podrían haber discurrido de otra forma. Y podrían haberlo hecho porque hay una violencia originaria en el relato. Toda nuestra cultura está creada sobre la muerte que un padre da a un hijo. Es el paradigma de toda violencia. ¿Qué otra cosa puede ser la violencia sino matar al hijo?
No es el final feliz, sino los términos del relato los que importan: hemos pensado lo sagrado siempre en términos de violencia (sacer recuerda Agambem es lo que no se toca, sobre lo que no se ejerce violencia) y ahora tenemos que recordarnos continuamente que la persona es sagrada, que no hay que sacrificarla. No somos capaces de pensar sino en términos de violencia y sacrificio.
Imaginemos a Abraham caminando con su hijo Isaac por el monte: pasean, disfrutan, Abraham se queja de lo mal que oye y ve, recogen hierbas, vuelven alegres al poblado. No sacrifican ni profanan nada: viven en mutua dependencia.
Matar al hijo, matar al padre: sólo encuentro sangre en la metafísica.
"Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre! Respondió: "¿Qué hay, hijo?" --Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío" Y siguieron andando los dos juntos." Gn 22, 6-8.
Desde niño me horrorizó este relato. Si leemos un poco antes, donde se cuenta la historia del primer hijo de Abraham con la esclava egipcia Agar, Ismael, el horror no disminuye. Ha nacido Isaac de la esposa primera, Sara, y ésta pide a Abraham que expulse a la querida y a su hijo:
"Sintiólo mucho Abraham por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: "No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que te dice Sara hazle caso..."(...)
Ella se fue y anduvo por el desierto de Bersëba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: "No quiero ver morir al niño" Gn 21, 12-16
Imaginemos ahora la continuación de la historia de otro modo. Abraham tiene noventa y nueve años, se nos ha dicho. Ya no oye muy bien, tampoco ve mucho. Cuando llega el ángel enviado para detener su mano no entiende muy bien lo que dice, ni siquiera se da cuenta de que es un ángel, y... corta el cuello de su hijo. Vuelve a casa y dedica sus últimos años a lamentar haber dado muerte a sus dos hijos.
De hecho la historia continúa mal. Nos cuenta el Evangelio según San Mateo que Jesús se retiró al huerto y
"comenzó a sentir tristeza y angustia. (..) Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero sino como tu quieras tú" Mt 26, 38-40,
San Marcos cuenta el final:
A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, ¿lamá sabactaní? --que quiere decir.. "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)
La metafísica occidental no es sino la secularización de un relato de muerte y abandono.
Kafka dedicó toda su vida a pensar sobre sus orígenes abrahámicos: no pueden entenderse la Carta al Padre, ni La Condena ni La metamorfosis sino como fruto de su reflexión sobre su propia identidad: "me has llamado toda tu vida parásito, parece estar diciéndole a su padre, mira ahora en qué me has convertido", y así Julio Samsa se descubre una mañana como lo que verdaderamente es a los ojos de su padre.
Cuando Hegel, el gran metafísico de la modernidad, pensó sobre la identidad lo hizo bajo categorías abrahámicas: la lucha del amo y el esclavo por el reconocimiento. La Fenomenología del Espíritu es la lucha por el reconocimiento a los ojos del padre. Para Hegel, como para el Génesis, el relato acaba bien: ambos se reconcilian y reconocen en el Estado, pero las cosas podrían haber discurrido de otra forma. Y podrían haberlo hecho porque hay una violencia originaria en el relato. Toda nuestra cultura está creada sobre la muerte que un padre da a un hijo. Es el paradigma de toda violencia. ¿Qué otra cosa puede ser la violencia sino matar al hijo?
No es el final feliz, sino los términos del relato los que importan: hemos pensado lo sagrado siempre en términos de violencia (sacer recuerda Agambem es lo que no se toca, sobre lo que no se ejerce violencia) y ahora tenemos que recordarnos continuamente que la persona es sagrada, que no hay que sacrificarla. No somos capaces de pensar sino en términos de violencia y sacrificio.
Imaginemos a Abraham caminando con su hijo Isaac por el monte: pasean, disfrutan, Abraham se queja de lo mal que oye y ve, recogen hierbas, vuelven alegres al poblado. No sacrifican ni profanan nada: viven en mutua dependencia.
Matar al hijo, matar al padre: sólo encuentro sangre en la metafísica.
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