El tiempo fuera del trabajo, el tiempo del ocio opuesto al negocio, es en el imaginario popular el tiempo libre. Marx escribía que solo fuera del trabajo el ser humano es humano mientras que en el trabajo es un objeto, fuerza de producción, componente de la máquina que modela sus movimientos y su cuerpo. De modo que en el inacabable antagonismo entre trabajo y capital la conquista del tiempo es lo que define el territorio de la lucha: para el capital, la conquista del tiempo expropiado como plusvalía, es decir, de tiempo de trabajo excedente a la reproducción del trabajador y convertido en beneficio. Por parte del trabajador, la conquista es también permanente y tiene un horizonte: acabar con el tiempo de trabajo asalariado, dejar de ser trabajador para comenzar a ser humano, es decir, acabar con el tiempo esclavo para conquistar el tiempo libre. La historia de las luchas de los trabajadores lo han sido por el tiempo: tiempo de la jornada, tiempo de la jubilación, tiempo de la incorporación tardía al trabajo en la forma de tiempo de educación.
Lo llamamos “tiempo libre” porque
parece ser el tiempo de la acción libre, el tiempo humano de la decisión
intencional, de los proyectos y planes de vida, el tiempo del ser humano real,
el tiempo de la resistencia contra el poder perverso del capital que invierte
la naturaleza de las cosas. En los Manuscritos, escribe Marx:
Como tal potencia inversora, el dinero actúa también contra el individuo y contra los vínculos sociales, etc., que se dicen esenciales. Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la estupidez en entendimiento, el entendimiento en estupidez.
Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el trueque de todas las cualidades naturales y humanas.
Aunque sea cobarde, es valiente quien puede comprar la valentía. Como el dinero no se cambia por una cualidad determinada, ni por una cosa o una fuerza esencial humana determinadas, sino por la totalidad del mundo objetivo natural y humano, desde el punto de vista de su poseedor puede cambiar cualquier propiedad por cualquier otra propiedad y cualquier otro objeto, incluso los contradictorios. Es la fraternización de las imposibilidades; obliga a besarse a aquello que se contradice.
Si suponemos al hombre como hombre y a su relación con el mundo como una relación humana, sólo se puede cambiar amor por amor, confianza por confianza, etc. Si se quiere gozar del arte hasta ser un hombre artísticamente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro hombre, hay que ser un hombre que actúe sobre los otros de modo realmente estimulante e incitante. Cada una de las relaciones con el hombre —y con la naturaleza— ha de ser una exteriorización determinada de la vida individual real que se corresponda con el objeto de la voluntad. Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia. Karl Marx, Manuscritos
Así pues, en el imaginario vivimos un conflicto de tiempos
fracturados: un tiempo de representación y un tiempo de realidad. Allí donde
reina el capital, el valor, todo es representación; allí donde se conquista el
tiempo libre, emergen las condiciones reales del ser humano: la confianza, el
amor, el libre intercambio de las cosas y los cuerpos.
Marx tenía razón. Demasiada razón. Pero también su visión estaba condicionada
históricamente por una forma de capitalismo limitado a la fase industrial, a un
acierta forma orgánica de capital en la que el tiempo de trabajo asalariado era
la forma básica de producción de la plusvalía.
En el capitalismo avanzado, un capitalismo que ha recibido
múltiples adjetivos como posfordista, cognitivo, emocional, de la atención, y
otras variadas maneras de entender los mecanismos básicos de producción de
mercancías, las cosas parecen funcionar de modo distinto. La distinción entre
producción y consumo se hace más tenue y en parte se disuelve, y con ella la
distinción entre ocio y negocio. En el capitalismo cognitivo la principal fuerza de producción comienza a
ser una parte muy especial del cuerpo: la atención. Pues la atención, el tiempo
de atención es un bien mucho más escaso de lo que era el tiempo del trabajo
físico. La atención moviliza todas las potencias del cuerpo y las concentra,
pero el agotamiento es rápido y la posibilidad de error se incrementa
exponencialmente con el tiempo de atención. Y está el nuevo fenómeno del
consumo productivo, del prosumo, del trabajo gratis, de la producción fuera del
circuito del trabajo asalariado que, sin embargo es trabajo productivo, creador
de valor.
Los nuevos estudios sobre el capitalismo cognitivo nos hablan
de una producción de plusvalía más allá de la esfera tradicional de la
producción en los espacios de la empresa, la factoría, la fábrica. El trabajo
social produce valor, pero lo hace de forma extendida, en tanto que el cuerpo y
la mente se extienden en el complejo entorno técnico de las plataformas, de las
industrias del ocio y del consumo productivo.
¿Cuán libre es el tiempo libre? Si observamos atentamente,
si nos observamos atentamente, en los tiempos de ocio y no caemos en los
autoengaños que genera la industria de la felicidad productiva, concluiremos
que el tiempo libre está mucho más limitado de lo que parece: trabajamos
emocionalmente creando presentaciones de la persona en un espacio social
definido por marcas, iconos, formas de comportamiento que apuntan a una
presencia constante de apariencias de felicidad y experiencia de libertad como modo
de relación. Pero tales experiencias están profundamente marcadas y reguladas
por los entornos sociales y técnicos. “Escuchar música”, es decir, crear autoespacios
de intimidad definidos por los nichos de aparatos técnicos de escucha que crean
subjetividades separadas. O lo contrario: “ir a un concierto” que no es un
concierto de cuerpos sino una industria de viajes, consumos, alojamientos,
preparaciones de escucha mediante compras de discos o atención a las
plataformas de la escucha,… O cultivar una huerta facilitada por el
ayuntamiento o comprada en los alrededores de la ciudad, en donde el trabajo
parece no ser asalariado aunque sigue siendo productivo en el consumo de las
inmensas industrias del bricolage y el tiempo libre organizado. O el deporte,
el turismo y el viaje, que exigen una preparación de vestimenta deportiva
adecuada, de branding, de presentación productiva del cuerpo en sociedad,
subido a una bicicleta de marca o calzado por unas deportivas reconocibles. O
simplemente permanecer libremente en el sofá atendiendo a la televisión, a las
plataformas de series o a las plataformas de las redes sociales.
En la era del capitalismo posfordista no desaparece la
disciplina de los cuerpos en la máquina, por el contrario, se extiende a la disciplina
de la atención y la experiencia y sigue la lógica de la inversión de las
cualidades humanas.