De las lecturas preveraniegas, la larga conversación entre J.M. Coetzee, el novelista-filósofo o filósofo-novelista, premio Nobel y radical pensador moral, y la inteligentísima psicoanalista Arabella Kurtz, sobre el lugar de la verdad en la memoria, la experiencia y la terapia, me ha sido tan iluminadora que creo que pasaré el verano rumiándola. Es de esas lecturas que enseguida quieres compartirlas con el altavoz, aunque el demonio académico que te acosa te diga, déjala pasar, no la divulges, cópiala sin decir nada y quedarás bien entre los no enterados que son muchos, y los que la hayan leído seguro que no se enteran y creerán que las ideas son tuyas.
En realidad llevo trabajando sobre el autoengaño en los auto-relatos sobre los que constituimos nuestras identidades prácticas desde hace mucho, y me siento reconciliado conmigo mismo al haberme hecho muchas veces preguntas como las que ellos se intercambian y responden. A Coetzee le preocupa mucho lo que podría llamarse el problema de El Quijote (es el ejemplo que él propone): ¿por qué no sumergirse en un auto-relato de ficción que nos haga felices y nos salve de una vida desgraciada, aburrida, alienada? ¿es preferible, por el contrario, la verdad a la felicidad? ¿no es acaso la tarea de la terapia hacer que el sujeto se cuente a sí mismo una historia que le haga feliz aunque sea ficticia? Arabella Kurtz, desde su larga experiencia, le responde que depende qué entendamos por verdad: ¿una verdad impersonal y ajena a la experiencia o una verdad personal, profundamente escondida bajo el dolor o la angustia, que la ayuda de los otros (de la psicoanalista en este caso) ayudaría a salir a la luz?
Como era previsible, de la cuestión de la verdad, pasan a discutir sobre la relevancia, (todavía) de la idea de autenticidad, una idea que a veces me da miedo nombrar en público pues ha sido vapuleada como pocas en la filosofía contemporánea. Pero sí, en un momento, el problema de la verdad y la memoria se transforma en el problema de la autenticidad: Qué sea la autenticidad en un sentido no barato, de expresión de un yo esencial, es algo que queda fuera de esta nota, pero para insinuaría algunas pistas: la capacidad para sobreponerse a las resistencias en la agencia que nacen de los múltiples mecanismos de autoengaño que actúan como fuerzas persistentes sobre nosotros.
He encontrado en este debate entre un novelista y una psicóloga una profundidad y compromiso que no encuentro habitualmente en las páginas de filosofía de la mente, tan llenas de términos técnicos como de superficialidades técnicas que, a poco que se mire con cuidado, son productos de autoengaños fraglantes. Aunque mi demonio me dice: "cállate y copia, no pares, no pares, no pares", mi ángel gana y me dice: "divulga, divulga, que algo queda"