Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
sábado, 31 de enero de 2009
Lápices de colores
Pensamos en el "otro" en términos algo románticos: otreidades que en realidad son sólo diferencias cercanas y muy familiares. La otreidad del simbionte, casi invisible, cada vez más invisible, nos pasa desapercibida. Como los lápices alpino que aún quedan en los escaparates de las papelerías de barrio.
¿Como será la ciudad vista con los ojos del simbionte?
sábado, 24 de enero de 2009
Circumdederunt me, gemitus mortis
Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Un soldado derrotado, que llega de Flandes, pobre y melancólico, viendo cómo el imperio se descompone, cómo su vida dedicada a la dura batalla ha quedado en una extrañada vida de quien ya no tiene sentido, y llega a un catafalco que celebra la muerte con unos fastos que aplastan la dimensión humana por una representación de lo divino en la Tierra.
Que los imperios caen no es una idea extraña: es la idea sobre la que ha sido construida la cultura que nos habita. Unos imperios caen y nosotros somos los sucesores: es el pensamiento imperialista presente en nuestra cultura. Los imperios caen y nosotros debemos celebrar la muerte pues es nuestro destino: es la modernidad del sur, lo que aportamos a la esencia de Europa.
El Requiem de Morales es un hermoso y emocionante diálogo entre el coro masculino y femenino sobre la fragilidad humana y lo efímero del poder. El imperio filipino optaba por lo efímero; Obama ha elegido lo épico, pero observo, o al menos siento, que la misma melancolía preside las dos ceremonias. Observo el espectáculo del Mall, entre el Congreso y el monumento a Washington, y voto a dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla.
miércoles, 21 de enero de 2009
El mundo hostil
Lo he recordado y celebrado volviendo a ver La diligencia, The Stagecoach de John Ford de 1939, recordando también la fecha. La diligencia es una meditación sobre lo interior y exterior en un mundo hostil. Lo hostil está fuera, el peligro de los apaches y de los hermanos Plummer, a los que ha de enfrentarse Ringo. Pero el peligro real lo llevan los personajes dentro: el banquero ladrón, el jugador antiguo aristócrata confederado, que huye de su padre, la esposa del guerrero embarazada, que se siente atraída por el jugador, en el que reconoce a su clase, la casquivana Dallas, que ha sido expulsada por la puritanía y se lleva el sentimiento de culpa, el doctor alcohólico: "yo no soy un filósofo -afirma Doc- soy un fatalista", el vendedor de alcohol que ejemplifica la bondad, Ringo el presidiario escapado perseguido por la necesidad de venganza. El infierno no está fuera, sino dentro de la diligencia: huyen y temen llegar a donde caminan. La hostilidad de fuera solamente es el marco en que discurre su existencia.
Es La diligencia una película esencialmente calvinista: el interior es el verdadero mundo hostil, lo que acecha en el umbral solamente es la suerte, como la bala que espera Doc en cualquier momento, y que no le molesta tanto como su pasado.
No se me ha ocurrido mejor símbolo de Estados Unidos en estos avatares. Su dentro y su fuera, su infierno y su camino.
Miran hacia afuera con temor:
Pero realmente es el dentro el que temen:
lunes, 19 de enero de 2009
Los fantasmas del limen
Permanecen ahí los muros tras siglos de sitios y pestes. Hoy han venido los bárbaros desde su oscura estepa, en largas procesiones con fásculas y luminarias, a rendir homenaje a la persistencia de la piedra y del estuco, a pesar de que saben hace décadas que nada oculta la muralla que defienden espectros aterrados, que las riquezas y mantos de marta cebellina se fueron tras las gentes temerosas de los bárbaros. Ellos, que sólo deseaban una voz hospitalaria, una promesa con sonrisa complaciente (ya sabían que era engañosa). Pero estaban los muros, ahí, para impedirlo.
Un sueño en Madinat al-Zahra, bajo la lluvia de enero, entre multitudes de bárbaros con flashes que soñábamos con estar (ser) tras esos muros:
jueves, 15 de enero de 2009
Un pensamiento en la frente
El caso es que su amigo y admirado Louis-Michel Van Loo le hizo este retrato:
A Diderot le hicieron muchos retratos. Éste no le gustaba. Obsérvense sus razones (habla de sí):
"Se le ve de frente; tiene la cabeza descubierta; los cabellos grises, tan delicados, le dan el aspecto de una vieja coqueta que todavía quiere resultar agradable; la posición es de un secretario de Estado y no de un filósofo. La falsedad del primer momento ha influido en todo lo demás. Fue la loca de la señora Van Loo, que se ponía a charlar con él mientras le pintaban, la que le dio ese aspecto, y la que lo estropeó todo. Si se hubiera sentado al clavicordio y hubiera iniciado o cantado
Non ha ragione, ingrato
Un core abbandonato
o algún otro fragmento del mismo género, el filósofo sensible hubiera cobrado un carácter totalmente distinto y el retrato lo habría reflejado. O mejor todavía, era necesario dejarle solo y abandonarle a su ensoñación. Entonces su boca se habría entreabierto, su mirada distraída se habría ido muy lejos, el trabajo en su cabeza, intensamente ocupada, se habría pintado en su rostro y Michel hubiera hecho algo bello" (citado en Fried 2000, pg 137)
El texto no tiene desperdicio: quién estropea el cuadro y por qué, y cómo debería ser un cuadro bello que captase al "verdadero" Diderot, es la lección que deja asomar el fragmento de la crítica "artística" de nuestro, por otras mil razones, amado y admirado filósofo.
El caso es que hubo un retrato que le complació. No se conserva, aunque sí se ha preservado un dibujo de su mismo autor, Jean-Baptiste Garand. Diderot considera que su mejor retrato lo ha realizado "un pobre diablo llamado Garant", y señala por qué:
"Me ha representado con la cabeza descubierta, vestido con un batín y sentado en un sillón; mi brazo derecho sujeta el izquierdo, y éste, mi cabeza; tengo el cuello de la camisa desabrochado y miro al infinito, como si meditara. En este lienzo, de hecho, estoy meditando. En él estoy vivo, respiro, tengo vitalidad, se puede ver el pensamiento en mi frente"
"Se puede ver el pensamiento en mi frente". Así es cómo quería ser retratado: déshabillé, ensimismado, como si no hubiese ningún espectador y así fuese él mismo, no como cuando conversa con la señora Van Loo. Cielos: Diderot toda su vida quiso ser aceptado como intelectual, cuando lo mejor de él es su crítica mordaz de la pasión de ser de los dandis intelectuales.
En este otro retrato, Fragonard ha negociado entre los dos Diderots: el que era y el que quería ser. Nuestro personaje está entre distraído y ensimismado, entre pensativo y sonriente. También se le ve ahora un pensamiento, pero estoy seguro que es una maldad sobre alguien. Diderot auténtico.
Claro que ahora sí hay un espectador.
miércoles, 14 de enero de 2009
Eurídice en la niebla
Canta Rilke en uno de los poemas que aparecen en sus Sonetos a Orfeo,
Sólo quien comió con los muertos
la adormidera, la de ellos,
no volverá a perder
el sonido más leve
Ha descendido a los infiernos pero de ellos no trae a su amada: las imágenes no vuelven, los sueños se desvanecen al ser mirados. Pero ha sido capaz de recordar. A cambio no volverá a perder el sonido más leve.
Hay cualidades de Orfeo que me subyugan: la fragilidad, que le convierte en figura opuesta a todos los demás héroes guerreros, la sensibilidad, la atención. Es frágil pero ha descendido a los infiernos por amor: no cabe esperar mayor valentía de nadie; ha ido a donde los ángeles y héroes no se atreven a mirar. De allí ha traído la capacidad de escuchar: ha comido con los muertos la adormidera, la fuente del sueño y ahora está atento al mundo.
Pienso en una generación, la mía, y en los muchos que descendieron a los infiernos: tiempos de adormidera y paseos por el lado salvaje del que los mejores no volvieron (Lou Reed les dedicó a todos ellos un hermoso disco, Magician). Aprendieron a escuchar cuando todo era ruido y furia. Pienso en ellos, ahora que los aparentemente fuertes sólo saben gritar. Pienso en Orfeo destrozado por la furia, y me veo llevado de su mano al Hades a intentar rescatar una imagen de la memoria. La de Eurídice en la niebla llevando una maleta:
domingo, 11 de enero de 2009
Esto sí es música
Filosofía, poesía, música, ciencia,..., vida. Saberes cómo, sendas de aprendizaje que no son meros ámbitos intelectuales sino zonas de saber hacer, saber vivir, saber amar. La oscuridad y la luz sólo existen para quienes ven: para el ciego no hay oscuridad sino espacios otros.
Sofía Gubaidulina siempre supo que había de ser compositora: tuvo que llegar a ser.
PD. Vuelvo al formato anterior del blog, no me acaba de convencer el experimento.
Dejo aquí esta figura melancólica de nuestro sentido del sonido (para los que oímos mal es también nostálgica):
jueves, 8 de enero de 2009
Allí donde los sueños se forman
¿Por qué, pues, nos importa
que todo se convierta en polvo?
¿Sobre cuántos abismos he cantado,
en cuántos espejos he vivido?
No soy ni sueño ni consuelo,
y menos aún soy la gracia,
pero tal vez recordarás.
más a menudo de lo que debes,
líneas cuyo murmullo se acalla
y una mirada que oculta en su fondo
el polvo de la corona de espinas
en el silencio vivo.
Pocas voces pueden hablar sobre la memoria con mayor autoridad que Anna Ajmátova: si hubiera que pensar en una imagen que representase el siglo pasado, como estatua perdida en algún parque olvidado, en un invierno helado, elegiría sin duda su figura. Hermosa y seductora, mil veces retratada y amada en su juventud por poetas y pintores, el resto de su vida fue el sueño de un dios loco lleno de furia y ruido. Esperó horas y días a las puertas de las cárceles estalinistas para llevar algo de comida a su hijo, que murió allí como su marido y como tantos amigos que antes había visto caer. Vivió una revolución, dos guerras y el cerco de Leningrado. Había sobrevivido de milagro, apenas para contar lo que pasaba a las puertas de la prisión. Perseguida y condenada al silencio, recitaba una sola vez sus poemas en un murmullo y luego los rompía. Una noche de 1944 se encontró con Isaiah Berlin, y ambos se enamoraron para perderse en el tiempo, y volverse a encontrar por unas horas en Oxford, rehabilitada tras la muerte de Stalin en 1965, ya a punto de morir. Escribió entonces "He dormido todo el día y en mi sueño él se me ha acercado. "Te voy a decir algo, pero sólo en la cumbre de la montaña". Subimos allí. En la cumbre de una montaña montaña muy abrupta me abrazó y me besó. Reí diciendo: "Y eso es todo". "No, que vean el quinto divorcio." Y yo de repente sentí que esas extrañas palabras me decían que yo para él significaba lo mismo que él para mí". Moría al poco tiempo de haber escrito estas palabras, como si sólo hubiera vivido los últimos veinte años para llegar a escribirlas.
Si toda vida es sueño, pocas pesadillas pueden haber sido como la suya, y sin embargo con qué nostalgia habla de lo ido, como si sólo hubiera existido para ser memoria, recuerdo, hilos y líneas cuyo murmullo se acalla. Su poesía es puro requiem por un siglo oscuro que sólo fue iluminado de tiempo en tiempo por vidas como la suya.
Leo estas campañas de ateos y católicos en los autobuses persiguiendo la felicidad y se me ocurre que la vida de gente como Anna se justifica menos por la felicidad que no tuvo que por su valor para recordar y lamentar que todo se convierta en polvo, para saber que veinte años de recuerdo de un amor valen por veinte años sin haberlo experimentado, que una tarde en la puerta de una cárcel recordada en un poema valen por miles de tardes de estúpida tranquilidad. Vivir para poder escribir:
No nos adormecieron las amapolas
e ignoramos nuestra culpa.
¿Qué en las estrellas
nos reservó la tristeza?
¿qué venenos malignos
nos sirvió la tiniebla de enero?
¿Qué fulgor invisible
nos encendió hasta la aurora?
Quizá la voluntad de ser memoria.