Es conmovedora esta imagen de Gilles Deleuze: los ojos entrecerrados, el rictus de los labios, el brazo derecho cansino en su función de apoyo, el izquierdo avanzado como mostrando la precariedad de un cuerpo en ultimidades. Parecería que vislumbraba un punto del espacio metafísico y que estaba en el instante de la enunciación. Pero quizás sólo era la máscara de una vida cansada. El 4 de noviembre de 1995 GD decidió acabar con su vida arrojándose al vacío desde la ventana de su apartamento. Qué incorrecta y sin embargo correcta expresión "arrojarse al vacío" pues el cuerpo se arroja a un espacio químicamente lleno mientras que el alma se arroja a un espacio absolutamente exento. GD sufría de insuficiencia respiratoria, la enfermedad de los fumadores compulsivos, que va cegando lentamente la vida: el corazón no recibe suficiente oxígeno y trata de obtenerlo haciendo que el cuerpo intente inspirar con más fuerza y velocidad, pero este esfuerzo se traduce en una mayor insuficiencia respiratoria y los segundos se convierten en agonía interminable, pues dura años hasta que el corazón se cansa. Corazón contra pulmones, ambos contra una mente desesperada. Impulso de vivir hasta que el corazón se cansa. O, como le ocurrió a GD, hasta que se cansa el alma. Eligió el impulso más espinoziano, el arrojarse, el dar velocidad a su conatus hasta agotar las fuerzas de la vida.
Foucault pronosticó que el siglo sería el siglo de Deleuze, y en muchos aspectos tuvo la razón (en otros también lo diríamos de él, de Wittgenstein o de otros y otras."El@ pensador@ del siglo" es, como "el partido del siglo", una noción esencialmente ambigua y contextual). GD creó la vuelta a Spinoza. No fue hegeliano, no fue del partido comunista francés, no se psicoanalizó, se ha dicho; fue monógamo compulsivo, aburrido y de voz ronca. No tuvo nada de intelectual francés como su amigo Félix Guattari o su admirador Michel Foucault, ni siquiera fue viajero o nómada. Fue un pensador y un fumador compulsivo y murió de su propio impulso de vivir.
En esta otra fotografía le encontramos en un ambiente monacal, en posesión de todas las fuerzas de la vida y en la actitud que da la espontaneidad cuando vence a la pasividad. Todo Spinoza, todo impulso de vida. Y sin embargo, no sé por qué, siento que el verdadero GD está en el aire al que se arrojó, quizá pensando en que la velocidad de caída le suministraría el oxígeno que su cuerpo le negaba.
En un campo continuo de tensiones binarias, donde la individuación sucede como un proceso o trayectoria errática entre gradientes de fuerzas que no nos son dadas controlar, como diría su admirado Simondon, GD realizó un sendero singular que le aleja, como a Wittgenstein, de la posibilidad de una lectura definitiva de su vida y de su obra. Es lo que él pensaba, que la vida es la suma de las partes y las partes trascienden al orden de los cuerpos.
Casi diez años y su cuerpo sigue cayendo en el vacío.
Deleuze al que homenajea me hace pensar qué arrebato es ese capaz de imponerse al instinto de supervivencia, no siempre reprobable ni admisible. Qué duda cabe que no le cuajan las ideas de Platón, ni Aristóteles, lo de Espinoza sería discutible ,bueno sí las causas externas (elhabanos rompe pechos) son las que le matan y no él. Y sí se aprecia una infuencia enorme de Hume, epicúreos y estoicos. Seguro que su decisión fue consecuencia de un cálculo racional : lo que importa no es la cantidad sino la cualidad de vida, no vale la pena conservar la vida a cualquier precio. Yo creo que Deleuze estaba con Séneca, "no se trata de cobardía sino de ejercer nuestra propia libertad ". Una sola entrada a la vida, miles de salidad.Si te place vive, sino estás en tu perfecto derecho para regresar al útero materno.Su suicidio nos plantea la polémica y revenida cuestión de si es un acto cobarde o valiente. Yo considero valentía el que sosegadamente se mata porque hace falta cuajo para sobreponerse al insinto de supervivencia, y a mí me parece más ferozidad que debilidad.
ResponderEliminarA mí el los desasosiegos de este agosto infernal y los ataques mosquitiles me hacen pensar seriamente en el suicidio, y por qué no.
Enhorabuena por pasar de la vida de los filósofos a su muerte. Ha encontrado un tema sin límites. Para el próximo le propongo que nos hable de Nietzsche y de dónde pudo contraer la sífilis. Lo que han de hacer algunos para poder "comer" de la filosofía
ResponderEliminarLo cierto es que como filósofo no me importa mucho la vida ni la muerte de los filósofos, sino la vida y la muerte. Tampoco vivo de la vida y la muerte ni de los filósofos ni de nadie. Ni soy médico ni enterrador sino profesor, así que vivo de otras cosas.
ResponderEliminarDicho lo cual, la muerte de Deleuze tiene algo de fascinante. No más ni menos que cualquier otra vida o muerte, pero sí de lo singular que resulta su relación entre lo que dice y lo que hace. Por cierto, seguro que mi anónimo conversador conoce bien la tesis de Albert Camus de que el suicidio es el único problema filosóficamente importante.
"El@ pesnsador@ del siglo" "El@ pesnsador@ del siglo" "El@ pesnsador@ del siglo" "El@ pesnsador@ del siglo" "El@ pesnsador@ del siglo" "El@ pesnsador@ del siglo"
ResponderEliminar¡POR FAVOR, DOCTOR!
Gracias, ya está corregido lo que había que corregir.
ResponderEliminarLa muerte de Deleuze, tal como la cuentas, me recuerda a la canción de Mecano "Aire". No se si eso es una trivilidad, lo que se es que has tocado una fibra muy sensible. Gracias!!
ResponderEliminaracto poiético / auto-propulsión hacia el otro territorio
ResponderEliminar