domingo, 10 de febrero de 2013

La ciudad y la muerte





Haneke comienza su última película, Amor, abriendo las puertas de la casa por gente que viene a ver lo que pasa y termina la película cuando el protagonista, Georges, las cierra tras de sí (con un breve colofón en el que un personaje, la hija, rehabita el piso y recomienza otra historia). En el interim se nos permite asistir a la historia de dos personajes que han decidido enfrentarse unidos a la historia de la decadencia final de uno de ellos clausurando el resto de sus relaciones con el mundo. El tiempo de morir exige un espacio de intimidad y la suspensión de todo lo que no sean los lazos esenciales con el mundo. Que, nos dice, Haneke, no son otros que los lazos del amor. La historia discurre en un laberinto de entrecruces de miradas, entre quien se está yendo, Anne,  y quien ha decidido quedarse allí para acompañarla en el viaje, Georges. Haneke, el filósofo y humanista, nos invita a asistir a esta ceremonia del adiós en silencio, como si se nos estuviese permitiendo entrar en un espacio al que somos absolutamente ajenos: un espacio de intimidad que no se agota en lo visible, que nos ofrece un misterio que no podremos desvelar y que entendemos sin entender.

Vuelve Haneke sobre uno de los problemas característicos de la cultura de la modernidad: el ocultamiento de la muerte. Las culturas premodernas mantienen una relación equilibrada con la muerte. En ellas el morir es un acto público al que asiste la comunidad y con el que todos están familiarizados. El dolor de morir y el dolor de ver morir son actos públicos que se elaboran en rituales de despedida y duelo en los que participa la familia y la comunidad. Recuerdo haber asistido en mi niñez (entre los siete y nueve años, un (olvidable) tiempo en que me obligaron a ser monaguillo), a decenas de agonías acompañando al cura y sus santos óleos. No recuerdo haberme sentido impresionado por nada de aquello, no más que por otros rituales de bautizos, bodas y comuniones. El dolor, la muerte, eran productos naturales del ritmo de los días. La transformación del mundo que llamamos modernización crea un velo de extrañeza y silencio sobre la última de las historias de la vida.

Es más que sorprendente el contraste contemporáneo entre la hipervisibilidad de la violencia y las muertes en las pantallas y el ocultamiento de la muerte en la vida. Haneke se atreve a una explicación: la muerte ha pasado de ser parte del dominio de lo público a formar parte del espacio de lo íntimo. Como en otros aspectos de la vida, la ciudad crea muros para proteger lo íntimo de lo público. Llamamos a las viviendas apartamentos por esta acción de levantar paredes que separan espacios y prácticas. Dentro de ellos discurren nuevas formas de relación nuevas. Se crean también nuevas formas de emoción y relación social.

La casa burguesa era aún, como la familia burguesa, un espacio semipúblico que permanecía abierto a la vecindad y las relaciones. La casa urbana y sus habitaciones se recrea ahora como el ámbito de las emociones íntimas. En la película, ni siquiera a la hija le es permitido asistir al discurrir de la decadencia de su madre. El espacio se ha cerrado a todo lo que no sean las emociones necesarias e imprescindibles. Haneke resuelve la historia como un relato espacial más que temporal. No sabemos cuán larga haya sido la despedida. Él nos muestra sólo los hilos que conectan los espacios de intimidad, las habitaciones de la emoción.

Este breve apunte iba de otra cosa, pero en el tiempo presente no puedo sino sublevarme ante lo que significan los embargos hipotecarios en mi país: la destrucción final de miles de vidas por la destrucción (expropiación, rapiña) de sus lazos de intimidad y existencia, la amenaza a lo que hacía vivible la ciudad, la creación de espacios de intimidad de vida y muerte. No es extraño que se hayan producido tantas muertes, ahora, sí, públicas.

4 comentarios:

  1. Permítame comentar sobre su último párrafo.
    Yo también me sublevo ante esos embargos destructores de vidas. Y además, me sublevo ante la pasividad judicial contra las personas que generaron los engaños de aquéllas hipotecas imposibles de pagar. La impunidad de aquéllos inductores necesarios, hace más triste y escandaloso este trágico fenómeno social
    Un saludo

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  2. Una hipótesis enlazada también con el último párrafo: no solo se privatiza lo público sino también lo íntimo. J.L.Pardo mostró hace años cómo la identificación de lo íntimo y de lo privado destruye a lo primero: banalización espectacular de lo cotidiano, incluido algo tan cotidiano como la enfermedad y la muerte (creo que la película también se puede abordar por aquí).
    Ideología, tan común en los supuestos "años de bonanza", del "sálvese quién pueda":
    yo tengo mi casa, pase lo que pase fuera, yo estoy aquí seguro (aunque hipotecado,eso sí).
    Ahora, en los tiempos del desahucio generalizado, a lo mejor resulta que el refugio esta ahí fuera, en los vecinos, en la calle, en la plaza.
    Saludos
    Sergio

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  3. "en los tiempos del desahucio generalizado, a lo mejor resulta que el refugio esta ahí fuera, en los vecinos, en la calle, en la plaza. " - Magnífica luz de esperanza... porque la sociedad -desde los más jóvenes a los más mayores- se habían vuelto extremadamente egoístas y tramposos

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  4. Somos tan distintos y tenemos concepciones y valores tan diferentes mi vecino, el que duerme al otro lado del tabique y yo, que compartimos el saludo en la escalera y poco mas. Ya en la reunión de vecinos cuando aportan su particular visión de los problemas que nos atañen a todos, me horroriza pensar que pudiera tener que hablar de cualquier cosa con ellos.

    En las reuniones familiares tambien se dicen muchas tonterías pero estan los vinculos afectivos, el juego de roles aprendidos desde la niñez, es la argamasa que sujeta las piedras de este muro.


    Federico

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