Estos días en que he tenido abandonado el blog han sido muy intensos en discusiones en varios talleres y seminarios sobre los múltiples aspectos de nuestros puntos ciegos al juzgar a los otros. En uno de estos debates, Andrea Greppi y el que suscribe tuvimos una casi enconada discusión sobre las características de las democracias que queremos. Andrea ha escrito dos estupendos libros sobre el tema, y especialmente el último, La democracia y su contrario, donde reivindica la necesidad de instituciones de mediación, en las que la voluntad a veces incoherente de la gente, o las decisiones, bajo condiciones de extrema complejidad, puedan ser debatidas y re-presentadas. No hay re-presentación, sostiene Andrea sin mediaciones. Primero personales (delegaciones, partidos, expertos) y luego semánticas y teóricas (programas, ideologías, consideraciones técnicas). Desde su punto de vista, la trama socio-política y económica del mundo contemporáneo no permite ya el modelo de ágora, que había sido promovido por Hanna Arendt y sus discípulos más radicales (Lefort, Castoriadis, Rancière) y, más allá, por las corrientes autogestionarias.
El modelo que propone Andrea es el del teatro, donde espectadores que no participan directamente observan el discurrir de la acción (política) y sus debates.
Las razones fundamentales de Andrea son, en primer lugar, la complejidad de las decisiones, en segundo lugar, la necesidad de distancia y de lentitud en la elaboración democrática, en tercer lugar, la garantía de la división de poderes. Sin esas tres condiciones las decisiones estarían en peligro de ser tomadas bajo una turbamulta de opiniones sin garantías de preservación de las condiciones de representación limpia de todas las posiciones.
Es difícil no estar de acuerdo con sus argumentos dado que están fundados en una profunda comprensión de las condiciones elementales de una democracia sin adjetivos. Los problemas de la delegación, de la complejidad, de la división de poderes, del conocimiento experto, de la distancia en la elaboración, y otros varios son problemas muy reales de cualquier sistema político. Por ello tiene razón en pedir mediaciones donde se transformen las voluntades en decisiones fundamentadas.
Pero este recordatorio no impide que el grito de "no nos representan" que tantos han elevado y hemos elevado recientemente no tenga sus propias razones. Han sido muchos los discursos que en estos últimos años se han escrito en esta línea de pensamiento. De entre todos ellos, uno de mis preferidos es el conmovedor y profundo discurso de investidura de CUP en el Parlamento Catalán, pronunciado por David Fernández, en el que cita la vieja tesis del movimiento afroamericano:
"El problema no es lo que hace una minoría particularmente cruel o particularmente poderosa, sino que el problema reside en la mayoría, en lo que hagamos nosotros con nuestra indolencia o con nuestra exigencia"
O, dicho con el más conocido lema de Luther King, tal como algún día lo leí en un cartel que una mujer pobre mostraba, "lo más malo de las cosas malas es el silencio de la gente buena".
El problema es que si no hay sujeto no hay tampoco nada que representar. Una masa de espectadores, una multitud, incluso en la acepción técnica de nuevos pensadores como Negri, no será un sujeto a menos que se transforme a través de otro tipo de mediaciones en un lugar donde elaborar las propias concepciones, programas y deseos de vivir de otra manera. Sólo en las plateas de la historia se puede expresar el malestar de quienes han sido excluidos. Ciertamente, un sujeto político, un demos, no es un lugar ni una entidad apacible: es un territorio de conflictos, de reivindicación, de movilizaciones, de esperanzas y desesperanzas, de reproches y rencores, pero también de lazos afectivos humanizadores que construyen la presencia de los individuos como seres sociales, como ciudadanos.
Parlamentos, división de poderes, sí. Pero también apropiación de los espacios colectivos para convertirlos en lugares de discusión sobre el futuro que queremos, de resistencia a la creciente desigualdad, de enfrentamiento a la insolencia sin límites de un poder que cada vez se cree con menos límites. Si algo ha demostrado la mejor cara de la humanidad es que hay muchas formas de orden y gobernanza que no necesitan profesionales del poder y la representación.
El filósofo Paul Feyerabend escribió un día, pensando en el poder cada vez mayor de los llamados expertos:
“Lo que cuenta –añade— en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real”... “el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada”
Hay muchas veces que las instituciones mediadoras (partidos, grandes grupos mediáticos,...) se creen educadores de los ciudadanos sin haberse tomado el mínimo tiempo que exige escucharles y aprender cómo se organizan cuando las cosas vienen mal dadas. En tiempos de catástrofes, cuando todo se hunde, la gente se levanta y se organiza. A veces en los callejones sin salida es donde se encuentra la salida.
Totalmente cierto que las posibilidades del Agora en nuestras sociedades parece agotada, sobre todo en los acontecimientos nacionales e internacionales, para las grandes definiciones. Sin embargo, las esperanzas sobre el Agora en nuestros días se sostiene y alimenta en múltiples prácticas de vida comunitaria local, regional o de comunidades dialogantes ocupadas en la resolución de un problema, objeto o acción, es una práctica fructífera y autoreguladora, pero como mecanismo de sociedades nacionales contemporáneas, parece no solo agotarse, sino que ha dado lugar a la simulación del debate de "los expertos", como representativo... en fin pareciera escenario teatral otra posibilidad, hay mucho analizar, porque hoy es vídeo y el cine quien crea y recrea prácticas y movimientos culturales y con las posibilidades de que las tecnologías de la información han inaugurado de ser productores y consumidores es muy interesante... podríamos tener tramados muy interesante en donde un debate pudiera ser transterritorial, transectorial. Ahora muchas consultas, que se hacen en nombre de la "Prácticas Democráticas" se diseñan atendiendo a que se explicita la opinión de sectores, grupos y ello hace que parcialice mucho los resultados y con ello se descalifiquen por locales o sectoriales los resultados, el propio dispositivo invalida sus resultados... en fin como pensar las decisiones y elecciones democráticas en proceso, no solo como un acontecimiento que se cierra y abre en un solo hecho el "voto", con grandes mayorías que tienen mucho que opinar, proponer y poner a consideración.. pero que están agobiados en las contingencias del día a día de la sobrevivencia, cómo hacer procesos dispositivos que vayan conformando las grandes tendencias y definiciones,no se una vez y para siempre sino por aproximaciones sucesivas y tanteo experimental, que sea posible rectificación políticas,si hoy herramientas como la educación pública, las tecnologías de la información y dialogo transterritorial y transsectorial, en suma intercultural, no nos permiten pensar nuevas maneras, si que estamos llegando a una frontera preocupante para pensar nuevas prácticas y posibilidades democracia ...
ResponderEliminarEn mi opinión, es precisamente en estos momentos cuando el Ágora es totalmente necesaria. Además, es el momento en que el Ágora es potencialmente más potente que nunca (Blogs, Twitter, Facebook, ...) y puede convocar a individuos activos y no ser meros espectadores y sufridores de las decisiones políticas más peregrinas.
ResponderEliminarEl conglomerado de grandes poderes (económicos, financieros, mediáticos, ...) han luchado duramente y, de momento con éxito, para conseguir una sociedad, dicen que democrática, de individuos dóciles. Se han ocupado afanosamente de su "amaestramiento" y de hacer bueno lo de "lo más malo de las cosas malas es el silencio de la gente buena". O dicho de otra manera, "el silencio de los corderos". Conseguir un rebaño amaestrado en el que nos hemos dejado convertir. En llevar la creencia de que somos demócratas porque votamos. ¿Y eso es todo?.
Si nos mantenemos como espectadores pasivos del teatro de la política y no nos hacemos oir, nuestra indolencia y nuestra comodidad, dará alas a las decisiones más beneficiosas para los verdaderos "amos del mundo".
Un saludo
Siempre vuelvo a la misma reflexión: qué es lo que hace que los ciudadanos no se animen a participar, a debatir, a argumentar, a proponer o decidir en los asuntos de todos en el ágora. Por qué se inhiben.
ResponderEliminarQué hace que muchos ciudadanos no contemplen la ventana de oportunidad que les ofrecen la plaza y sus vecinos.
Qué miedos, qué temores. Qué cultura construye la condición de los que nunca participan.
Ana la de la Carpetana.
¿La confianza no viene a ser como una reciprocidad diferida?
ResponderEliminarAna la de la Carpetana