Fue en el seminario que hicimos esta semana con Rosi Braidotti, sobre poshumanismo y feminismo. Me sentí irritado por la intervención de un asistente, quien en tono un poco displicente despreciaba todo este rollo del poshumanismo crítico (Braidotti, Haraway) como no otra cosa que la nueva ideología del capitalismo. Le pregunté si no había captado el tono paródico y estuve a punto de preguntarle si creía que también el feminismo era la nueva ideología del capitalismo. Pero me contuve. Ramón del Castillo, a mi lado criticó el tono de cierta superioridad que destilaba su discurso “no se puede hacer nada, van más deprisa que nosotros” (fueron sus palabras). Más tarde Ramón me confesó que él entendía en cierto modo lo que aquél quería decir, a pesar de haberle criticado. De hecho yo también repensé más tarde sus palabras y las mías. Si no hubiera estado tan cansado y hubiera habido más tiempo probablemente podríamos habernos aclarado mejor.
Estaba recordando al intentar responderle el libro que estoy
leyendo con calma y pasión de Gayatri Chakravorty Spivak, The Aesthetic
Education in the Era of Globalization (2012). Spivak es una personalidad más
que interesante del panorama de la cultura contemporánea. Traductora de Derrida
al inglés, sucesora de Paul de Man en lo que respecta a la influencia del
estilo deconstruccionista en la Teoría Literaria en Estados Unidos, es más
conocida mundialmente por su teorización de la poscolonialidad como dimensión
imprescindible de la cultura contemporánea. Cuanto trato de explicar sus ideas
en mis clases observo las caras aburridas de los alumnos, como indicándome: “estas
son cosas de progres que piensan en negritos” o algo así. Comienzan a atender
cuando les pregunto por cuántos creen que van a ser capaces de desarrollar su
carrera de humanidades en inglés. Y no en el inglés académico, que a lo mejor
logra alguno, sino en el inglés real que es capaz de cambiar el mundo. Les
hablo entonces de los pocos que lo han conseguido: Navokov, Conrad, Santayana o la propia
Spivak, nacida en Calcuta. Y ya empiezan entonces a entender algo del problema de por qué
el sujeto subalterno no puede hablar, y cuando lo logra lo hace en una lengua
que no es suya.
Spivak responde en este libro a La educación estética de la
humanidad de Friedrich Schiller. Fue aquél un manifiesto y programa político que
ha perdurado por dos siglos. A partir de
la tercera crítica de Kant, Schiller proponía la educación de la sensibilidad
de la “humanidad” en pro de una nueva era de libertad. En dicho manifiesto
está, sin duda alguna, lo mejor que
hemos heredado de la Ilustración tardía que se prolongó en lo que llamamos
Romanticismo. Cada vez que defendemos a las humanidades en esta era de
neoliberalismo estamos renaciendo las propuestas de Schiller tal vez con
palabras diferentes. Desde Schiller a Hegel, desde Ruskin y William Morris a
Raymond Williams, desde Unamuno a Ortega, este programa ha suministrado el
discurso por el que las humanidades han exigido un lugar en el proyecto
educativo del ciudadano.
Spivak abandona esta senda y lo hace sumándose a una línea
ácida en el proyecto educativo, mucho más crítica con nuestra tradición.
Comienza Spivak por reprochar a Schiller que abandonase lo que Kant tenía muy
claro en su teoría del juicio estético (que era lo que estaba en juego): la
tensión irresoluble entre razón y sensibilidad y se creyese e intentase hacernos creer que
la transformación de la sensibilidad sería suficiente. El argumento de Spivak
es que sin la razón la sensibilidad está colonizada y ciega, se convierte en
algo plástico a la cultura hegemónica. Frente a aquél programa, básicamente
teórico, básicamente encerrado en la cultura de la academia, donde la educación
tomaba el modelo de la paideia griega, basada en una relación asimétrica
maestro-alumno, Spivak hace referencia a otra tradición, la de todos los
educadores y educadoras (más en femenino en estos tiempos) que pensaron la
educación como una forma de estar-con, de estar-entre, de transformar y ser
transformado. Ella misma dedica parte de su tiempo a las escuelas de los
barrios de su tierra de origen, a hablar y estar con las maestras de las
escuelas primarias. Porque allí, dice, es donde la razón y la sensibilidad se
pueden educar en una era de globalización. Enseñando lenguas, enseñando la
tensión entre ellas y enseñando a mirar alrededor. Cita a Paulo Freire como
precedente (un autor y activista olvidado ya en nuestros sistemas educativos).
En tres días tengo que defender el programa de Podemos en un
debate con gestores de la ciencia de otros partidos ante un público académico.
Y no dejaré de pensar en el argumento de Spivak: si abandonamos la tensión
entre razón y sensibilidad, entre “ciencia” y “cultura”, si abandonamos la
tensión entre teoría y práctica, la educación se convertirá en reproducción
cada vez más efectiva de la cultura dominante. Una cultura paradójicamente
insensible en un capitalismo de las emociones. Intentamos abandonar la idea educación (de ciencia, en mi
caso en unos días, pero también de cultura, si tuviera que hacerlo en otro contexto) basada en
la asimetría y en la escisión de teoría y práctica. Proponemos crear por todas
partes centros donde los ciudadanos se apropien en la práctica de las
tecnologías, donde desarrollen sus aspectos creativos, donde se eduquen mutuamente, en prácticas que no separen la razón de la sensibilidad,
donde crear y resistir, transformar y ser transformado no sean procesos ajenos.
Son acciones locales, claro, como el tiempo de Sipvak en los barrios miserables
bengalíes. Son acciones que pueden promover un nuevo programa para las
humanidades, en donde la razón y la sensibilidad, la ciencia y la cultura
(quiero decir las dos formas de cultura) no abandonen su tensión pero no se
escindan.
Acciones que quieren resistir el argumento de “no se puede hacer
nada”. No voy a responder que ésa sí que es la nueva ideología dominante (ya se me ha pasado la irritación) porque estoy seguro de que quienes lo esgrimen en realidad están preguntando "¿qué es lo que se puede hacer?"
Gracias por la entrada, siempre de interés. Sin embargo, al leerla, no puedo dejar de pensar en la contradicción sobre la que se sostiene: predicamos un modelo simétrico y tensional de la educación estando ya fuera de ese espacio transformativo del estar-con y del estar-entre. Creo, más bien, que hay fórmulas para evitar que la cultura dominante subsuma la educación sin necesidad de abandonar el modelo clásico de la paideia griega. La primera: una profunda reflexión sobre los fines de la educación....y es que con tanto medio estamos olvidando la condición de medio.
ResponderEliminarGracias por trasladar las ideas explicándolas y por ofrecer tu tiempo al intercambio. Lo leo con interés. Yo también creo que hay otras formas de hacer humanidades. A veces me parece casi un privilegio vivir este momento en el que se pueden construir esas otras prácticas humanísticas y educativas. De la necesidad, virtud. Es cierto que la situación general es preocupante para nuestras áreas. Pero también, me parece a mí, se abre un espacio para la creatividad y el divertimento, siempre tan necesarios.
ResponderEliminarStella