Cuando uno mira con la distancia de Nietzsche, los sistemas normativos y morales que sostienen nuestras instituciones, el espectro de colores parece invertirse y donde la pantalla nos muestra ideales que justificarían las instituciones en las que vivimos, la realidad muestra que las prácticas están orientadas justamente a lo contrario. Leamos, por ejemplo, El estado y la revolución de Lenin, un libro necesario para entender el mundo contemporáneo, donde se diseñó lo que sería más tarde el socialismo real. Fue un libro-programa que tenía dos adversarios en su horizonte: la socialdemocracia, que pretendía un estado donde se hiciera compatible la búsqueda de la justicia social con las formas parlamentarias, y el anarquismo, que pretendía una reforma radical del estado en una perspectiva antiautoritaria. Lenin dibuja un horizonte donde se combina lo utópico con el realismo:
"Nosotros nos proponemos como meta final la destrucción del Estado, es decir, de toda violencia organizada y sistemática, de toda violencia contra los hombres en general. No esperamos el advenimiento de un orden social en el que no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría. Pero, aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que éste se convertirá gradualmente en comunismo, y en relación con esto desaparecerá toda necesidad de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de subordinación de unos hombres a otros, de una parte de la población a otra, pues los hombres se habituarán a observar las relas elementales de la convivencia social sin violencia y sin subordinación"¿Quién no firmaría este programa? Sabemos que su realización histórica fue un sistema donde la subordinación y la violencia alcanzaron niveles insoportables. ¿Hay alguna relación entre esta declaración y el resultado final? Sí y no: no se trata de que las utopías se conviertan en pesadillas de la historia cuando se ponen en práctica, como suele ser la respuesta conservadora. No, se trata de los supuestos profundos sobre los que fue construida la hipótesis leninista. Lenin, en su obsesión por el realismo, pensaba que la naturaleza humana es frágil, de hecho está dañada radicalmente, y necesita de la subordinación a la colectividad en una fase de transición donde lo individual se debe a los más altos intereses de la colectividad, de la clase que ejerce el poder en este caso. Es, sin duda una antropología que Lenin hereda del jesuitismo y, más allá, de Pablo de Tarso: nos debemos a la colectividad como la mano al cuerpo.
La perversión estaba, como carcoma, en una desconfianza radical de la posibilidad de cooperación espontánea de la gente común con las necesidades de lo común. Lenin coincidía en lo más profundo con el sistema que pretendía combatir. Creía, como Hobbes, como Pablo de Tarso, en la naturaleza dañada del ser humano. Anton Pannekoek, el físico y pensador consejista, en su Lenin filósofo, desmontó con autoridad la metafísica que dirigía el leninismo. No fue leído ni escuchado, claro, hasta las olas antiautoritarias de los años sesenta.
No sorprendentemente, la hipótesis neoliberal en la que habitamos contiene la misma perversión de ideales y realidades. El neoliberalismo nace como ideología de una conspiración intelectual en el marco de la Guerra Fría para minar los supuestos filosóficos de todas las filosofías colectivistas y socialistas. Pero fue el triunvirato de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Karol Wojtyla el que diseñó y puso en práctica el programa político, económico y cultural que se convirtió en el llamado "pensamiento único" tras la derrota final de la Unión Soviética (debida más a derivas tecnológicas que a estrategias políticas, como ha mostrado claramente Manuel Castells en su imprescindible trilogía).
El presunto liberalismo basado en "no sé qué es la sociedad, sólo conozco a los individuos" de la Thatcher, ha conducido a una increíble superestructura burocrática de sistemas de sistemas que se vigilan, se ordenan, se articulan, se enredan, se intersectan, se subordinan, se interrumpen,... que terminan en una ordenación jamás vista de las vidas cotidianas, enmarcadas por los grandes monopolios comerciales, mediáticos, políticos.
El neoliberalismo ha logrado a través de su ideal de libertad lo que todos los sistemas autoritarios desearon a lo largo de su historia: la implantación del determinismo histórico, de la encarnación en lo más profundo de las conciencias de "no hay alternativa", "los humanos somos así". La implantación de la ideología barata de las presuntas "leyes del mercado" es una consecuencia que Lenin habría suscrito con pasión, pues también desconfiaba de todos los espontaneismos infantiles (es decir, de lo que ahora llamamos "activismos").
Ahora, más que nunca en la historia, se hace necesaria la crítica de las ideologías que no consiste tanto en mostrar que la realidad es distinta a los ideales (el pesimismo es siempre conservador), sino en hacer visible cómo las consecuencias no queridas de lo que predican los programas se justifican por la "naturaleza" humana, cuando no son más que derrotas de los subalternos. Estamos obligados a estudiar los mecanismos que producen estas perversiones de sistema
Acertado como siempre en las referencias que mandas.Pensar que los acontecimientos presentes no responden a planteamientos y acuerdos anteriores, es no querer ver una realidad ya programada con anterioridad.
ResponderEliminarPero... no seremos capaces de cambiar la sociedad donde pongamos al hombre como principal sujeto