Como en Barrio Sésamo, como si Epi y Blas nos
enseñasen el mundo, y tal vez no sería extraño pues estamos aún en la
infancia de la democracia, la teoría política contemporánea podría definirse
con las categorías de Arriba/Abajo, Fuera/Dentro, Antes/Después. Hay topologías
espacio-temporales sobre las que se construyen las ideologías. La más
tradicional, en la que hemos crecido, fue la de Izquierda/Derecha (y su
correspondiente conservador/progresista). Hoy, al decir de muchos, esta
dicotomía se ha convertido en algo vacío cuando no habitado por confusiones y
errores. Así, Esteban Hernández, amigo, teórico del capitalismo contemporáneo y
periodista de El Confidencial, escribe este artículo criticando a la incapacidad de la izquierda por no ser capaz
ni de entender cuáles son las claves del mundo contemporáneo ni, sobre
todo, proponer un modelo de mundo atractivo que no sea el de aplicar viejas
recetas para un capitalismo que ya fue superado. Lo que sigue es una suerte de
respuesta provisional.
(1) La derrota
La derrota ha sido el signo de los oprimidos a lo largo de la
historia. El triunfo de las clases dominantes ha sido la regla más que la
excepción. Y, sin embargo, la humanidad ha ido construyendo victorias sobre las
tumbas de los derrotados. No son pocas las conquistas que se han levantado
sobre las tumbas de las multitudes derrotadas. Guilles Pontecorvo en La
batalla de Argel, filmó
una coda al relato de la descripción de la derrota del FLN de Argelia: al año
siguiente de haberlo desarticulado, Francia se vio obligada a firmar la
independencia. Habría que seguir con tantas derrotas que se han vuelto menos
derrotas en la historia. Otras no, han sido terribles y poco productivas, han
generado lo que Benjamin ya denostaba como "melancolía de
izquierdas". Todo es muy complicado.
El gran pensador de la derrota fue Antonio Gramsci en sus Cuadernos
de la Cárcel. Rosa de Luxemburgo, quien se sumó renuente a una insurrección
que sabía que iba a fracasar, no tuvo tiempo de pensar en la derrota. Las
tropas de los Freikorps, llamadas por el gobierno socialdemócrata para vencer a
los espartaquistas, acabaron con su vida antes de que pudiera dar luz a la
derrota. A Gramsci, para suerte nuestra, le fueron concedidos unos años
(terribles) en los que pudo pensar por qué el levantamiento consejista italiano
fue derrotado y sustituido por el fascismo. Su tesis tiene una parte negativa
de crítica a la izquierda: no había entendido que la base de la explotación es
más amplia que la de la explotación industrial del proletariado. En "La
cuestión meridional" explica cómo las diferencias históricas y geográficas
siguen presentes. Tiene también una parte positiva: la de que la resistencia al
poder dominante se puede articular uniendo el trabajo teórico de zapa a la
ideología dominante y llevando hacia un sentido común los diversos malestares
que nacen de la diversidad de formas de opresión, uniéndose así el trabajo
reflexivo con el trabajo práctico de insubordinación y resistencia.
Gramsci fue resucitado en los años 70 por la izquierda
alternativa, que se agrupó alrededor de la revista The New Left, y la izquierda
disidente contra el estalinismo, y en los años 80 por la alternativa que representaron Laclau-Mouffe
con su idea de "articulación" de luchas frente a la Tercera Vía de
Blair, Felipe González et alii. Claro, todas las resurrecciones tienen el
problema que tuvo Cristo con Santo Tomás: "¿de verdad eres tú?". No
sabemos qué habría dicho Gramsci sobre la derrota del pensamiento de izquierdas
por el neoliberal, pero sospecho que habría comenzado por estudiar las razones
y causas de la gran catástrofe de la izquierda en la forma compleja en la que
se entreveran las modalidades económicas con la nuevas formas de la cultura, la ciencia y la tecnología. A diferencia de
los tiempos de Gramsci, la cultura ya no es simplemente una forma de dominio
hegemónico sino una de las fuerzas básicas de la economía. Las mayores empresas
mundiales son hoy empresas culturales (Google, Amazon, Uber, AirB&B,
FaceBook, …). No se entendería la economía financiarizada, por otra parte, sin
la masiva circulación de información y datos, una transformación cultural
que Gramsci no había podido pensar.
Qué sea y qué no sea derrota en nuestros tiempos está también en
disputa. El neoliberalismo se ha impuesto como modo de ordenar y explicar los
cambios en el mundo, cierto, pero el planeta se ha vuelto desordenado e
ingobernable. En el corazón del Imperio ya no se entiende bien lo que pasa y
las fuerzas dominantes se dividen entre los intereses nacionales y los
intereses que nacen de los paraísos fiscales. La transformación de la vida
cotidiana, por otro lado, no ha ido por los caminos definidos por el
neoliberalismo, sino por múltiples senderos muchas veces contrahegemónicos. Por
mucho que se quejen las voces de la derecha y la izquierda las fuerzas de las
identidades, fuerzas solo en apariencia subjetivas, siguen siendo fuerzas
históricas de primer orden. Si dejamos a un lado el poder religioso, los nuevos
nacionalismos (Rusia, China, USA) se imponen sobre los propios intereses de un
capitalismo transnacional.
(2) El nuevo capitalismo
Como explicaban Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, la
burguesía está condenada a revolucionar todo, a profanar lo sagrado y destruir
sus propias bases. La fuerza de la búsqueda de beneficios acaba con las mismas
bases de la sociedad que originó las estructuras de dominio. El nuevo
capitalismo, que Estaban Hernández explica tan bien en Los límites del deseo, destruye las promesas que hizo de
cambiar la sociedad. La desigualdad se hace cada vez mayor; donde había
libertad de mercado hay monopolios, donde se prometía seguridad y bienestar emerge un mundo cada vez más siniestro, vigilado, en guerra permanente y con
cada vez mayores capas de la población al pairo del destino.
En los años ochenta del siglo pasado, Manolo Castells y otros
teorizaban que las fuerzas de la identidad eran las grandes fuerzas del futuro.
No se equivocaban del todo, aunque ahora se muestra el gran poder ya no del
conocimiento y de su triple hélice, sino el de los inmensos capitales que migran como estorninos, como
hunos, destrozando vidas y haciendas: empresas, estados, sociedades. Las
teorizaciones de los años del posmodernismo (Laclau-Mouffe, Zizek, Jorge
Alemán) unían las nuevas formas fracturadas de conciencia y subjetividad, desde
una lectura lacaniana (lo simbólico, lo imaginario, lo real), con los procesos
históricos después de la derrota de la Guerra Fría. ¿Siguen siendo válidos
estos análisis después del gran giro tras el 11S; tras la conversión del mundo
en un tablero para el ejercicio de potentes tecnologías militares de control e invasión? ¿Siguen siendo
válidos cuando estados enteros caen bajo la presión de los grandes capitales
que se imponen sobre las formas incluso transnacionales de derecho? ¿Siguen
siendo válidos cuando la tecnología se impone a muchas formas ideológicas
transformando las estructuras económicas de manera que se crean nuevos nichos
para la explotación universal? ¿Soportan Laclau y los seguidores lacanianos un
análisis desde un mundo construido desde Silicon Valley y adláteres? Posiblemente
también a la Nueva Izquierda le ocurra lo que a quienes hablan de las Nuevas
Tecnologías, que siguen anclados en fuerzas y tecnologías de hace cincuenta
años.
La verdad es que la respuesta no es sencilla y no la voy a
responder en esta entrada. En algontenían razón los pensadores y pensadoras posmodernos: la tecnología que abre nuevos espacios de dominación ha abierto
también nuevos espacios de transformación social. Los grandes poderes sociales
han ido, últimamente, de victoria en victoria hasta sus progresivas derrotas:
el mundo estuvo en una crisis profunda porque Estados Unidos perdió la Guerra
de Vietnam contra un enemigo inferior. Ganó la Guerra Fría y derrotó a los
sindicatos, fracturó a la izquierda y desarrolló el pensamiento único, pero
perdió todas las guerras imperialistas en Oriente Medio: sus fáciles victorias
han redundado en un mundo de inseguridad y caos permanente, que recuerda más al
fracaso de los estados que al cielo de seguridad que prometía. El triunfo del
capital ha sido la derrota de la economía: cada vez más dependiente de la
absorción de empresas, cada vez menos basada en la gestión de las necesidades.
Las formas de victoria y resistencia se han vuelto muy complicadas. No son
explicables por fáciles mecanismos de poder y dominación. Quejarse de la fuerza
de las identidades en el mundo contemporáneo es como quejarse de la fuerza de
la gravedad cuando uno pilota un avión.
(3) El (sospechoso) poder de la cultura
El giro del pensamiento de izquierda de hace décadas fue hacia la
reivindicación del poder de la cultura que habían abandonado los marxistas. Althusser
y sus aparatos ideológicos, Foucault y sus biopoderes, los lacanianos y sus
resignificaciones, … Se postulaba un complejo de lo material, corporal y lo
subjetivo que se asentaba tanto en la diferencia como en las hegemonías. Se le dio
a la cultura el poder mágico de la llamada “hegemonía”, un concepto gramsciano
que había nacido de la observación de que en Italia la Iglesia Católica era
capaz de unir a favor de las clases dominantes las subjetividades más diversas.
No está nada claro ahora qué se quiere decir con hegemonía. También en la
cultura, como en el mundo, rige el caos y el desorden. Llamamos “neoliberal” a
una suerte de pensamiento esquemático que deja todo en manos mágicas (nuevas
formas de la Providencia): el Mercado, la Competencia, los Rankings y las
Consultorías de Calidad (sus nuevos sacerdotes). Pero no está claro que, a
diferencia de la Iglesia Católica en Italia, consiga arrastrar los sentidos de
la vida hacia un modo dominante. Nacen nuevas formas de malestar que no son
teorizables con los instrumentos neoliberales: la precariedad estructural, el
final de la familia patriarcal, la fractura integradora de la cultura del
bienestar, incapaz ya de asimilar las formas de vida condenadas al margen, la
desesperación de las inmensas multitudes de exiliados de la historia que
desbordan las fronteras de la riqueza, el sentimiento de fin de mundo por
agotamiento de los recursos, la fractura irreversible entre las generaciones
presentes y las futuras. Ni siquiera la esperanza en la tecnología, como instrumento
del neoliberalismo, puede ser empleada como recurso ideológico. La tecnología está
cada vez más orientada hacia la espiral de la desigualdad, como prueba la
creciente presión por las tecnologías del transhumanismo, que dejan en la
cuneta de la historia a la humanidad en favor de una minoría de privilegiados
transhumanos.
Del lado del economicismo hay una mala forma de entender la
cultura, como si fuese solo una piel que esconde los verdaderos órganos
funcionales. El capitalismo es ya cultural: es un capitalismo en donde la
información, el conocimiento y la ignorancia programada, los trending topics y
las agitaciones culturales son tan volátiles, y a veces tan fuertes como los
movimientos de los inmensos capitales. Por esta misma razón, las viejas ideas
de “hegemonía” no acaban de encajar en un mundo de culturas encontradas, de
movimientos emocionales que transforman los sentidos con más eficiencia que las
ideas, en un mundo en el que el control de la imagen tiene fuerza militar, como
Al Qaeda nos enseñó en Nueva York y Madrid.
Siempre fue así. Se equivocó el programa romántico que pensaba en
una educación de la humanidad, de hecho en un proyecto político de un estado
cultural. Se equivoca también quien piense que una movilización unida
anticapitalista unificará por sí sola todos los malestares. En esa zona gris,
aún por pensar, que no cree en soluciones mágicas ni de “articulaciones” ni
mucho menos de “frentes populares” está el espacio efectivo de resistencia.
También contra el sentimiento de derrota.
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