Un viejo saca al jardín los muebles del comedor y los ordena en una nueva habitación sin muros. Pasa una pareja de jóvenes con una cierta alegría alcohólica; el viejo les invita a sentarse con él; les pone música y anima a bailar. Más tarde baila con la chica y le regala sus discos. Ésta es la trama del breve cuento "¿Por qué no bailáis?", que Raymond Carver incluye en De qué hablamos cuando hablamos del amor. No hay moraleja, no hay otra cosa que la pura historia. Como tantas veces se ha dicho de la narratividad americana, el cuento no habla de la soledad y rebeldía de los ancianos, ni siquiera de un anciano de un barrio residencial americano: cuenta sólo la historia particular de ese anciano que un día decidió sacar sus muebles al jardín. No hay lección que transmita el cuento, pero al acabar las breves siete páginas sabemos que hemos aprendido algo profundo sobre la vida, aunque no sabríamos desarrollar una teoría al respecto. Lo universal es aquí particular. La cultura ilustrada ha promovido desde hace varios siglos un programa de universalización de todos los aspectos de nuestro conocimiento y acción práctica; ha desarrollado políticas de objetividad que han tenido como finalidad "normalizar" todo lo cognoscible para hacerlo suceptible de estadística, de tratamiento matemático o universalizador. Hacer de los particulares tipos, objetos universalizables. Sin este proyecto serían incomprensibles las ciencias y la filosofía. La novela ha recorrido el camino en dirección inversa: la búsqueda constante de lo particular y de lo particularmente significativo. Ese anciano en un jardín nos habla de la soledad y de los lazos entre generaciones de una manera que no podría hacerlo ningún discurso "normalizador" sobre la tercera edad y la juventud. Los relatos aciertan con una verdad esencial humana: nuestra particular particularidad, los acontecimientos singulares de nuestras vidas, por humildes que sean, tienen una ineliminable significación para la humanidad. Somos un relato en un universo de relatos: es el descubrimiento de Don Alonso de Quijano, quien se pensó a sí mismo con la mirada de un imaginario relator de su propia vida. Por eso la vida de un loco es tan universal. Una civilización sin cotilleos ni relatos habría perdido la mitad importante de su capacidad para pensar el mundo.
Un trocito particular de refrescante antártida antes de que se derrita:
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