Los lugares son para la experiencia humana lugares donde hacer algo. Son también lugares que contienen, o que están ahí, pero, en tanto que nos afectan, son lugares donde adquiere cuerpo nuestra experiencia. Difícilmente nos representaremos el centro de la galaxia como un lugar sino más bien como un punto en un espacio: el espacio. El mundo en que habitamos se ordena por nuestras representaciones y por nuestras prácticas, de ahí, por los lugares donde hacemos algo: la casa no es lo que afirma Le Corbusier, una "máquina de habitar" (o no es una mera máquina de habitar) sino un lugar donde se habita. La mesa, la cama, el hogar donde se enciende el fuego, son lugares que poseen acciones como parte del sentido, y por ello se convierten en artefactos, no en meros objetos. De una posible topografía de los lugares, me gustaría examinar alguna vez los lugares de la palabra: lugares donde ocurren enunciaciones, actos de habla que producen efectos sensibles y, en virtud de ello, se ritualizan como lugares de palabra. "Parlor" en norteamérica designaba el lugar de la casa que más tarde se llamó "living" y luego "hall"y que nosotros llamamos "comedor". No sin interés, porque en la cultura mediterránea la mesa designa un lugar para cierta clase de conversaciones muy públicas que se diferencian de las que tendrían lugar, por ejemplo, a lo largo de un tranquilo paseo. "Mesa de conversaciones" se dice en lenguaje periodístico. El aula, el templo, la cátedra, el púlpito, son lugares de palabra cargados de ritualizaciones sacras (recuerdo aquí esa idea de Sarkozy de recobrar la costumbre de que los alumnos se levanten al entrar el profesor, como si fuesen fieles en una suerte de culto). Lugares interiores de monólogos, lugares de lectura, lugares de condena o absolución: separamos los lugares por los actos de habla que en ellos tienen lugar. Llamamos "parlamento" a uno de estos lugares, el centro de la democracia, por la oralidad que tiene la política (al menos en la idea de Hanna Arendt, quien la diferencia del trabajo precisamente por ello). "Todo tiene su lugar"... así podría haber continuado el comienzo de el Eclesiastés (en la cultura antigua predominó sobre todo la atención al tiempo). La topografía de la palabra levanta el alzado de nuestros actos de habla constitutivos. Mi pequeño saltamontes: ¿estamos perdiendo lugares de la palabra?
Este blog descansará unos merecidos días. Buen verano.
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