domingo, 2 de diciembre de 2012

Tomar la palabra y devolverla



Durante muchos años me ha preocupado un problema en filosofía: la tensión entre la estabilidad y la inestabilidad de los significados. A medida que ha pasado el tiempo y me he convertido en un lector sinvergüenza, me ha comenzado a preocupar otra constelación de problemas ligada a la división entre la filosofía analítica y continental. En el cruce de las dos preocupaciones descubro muchísimas más convergencias y temas comunes que lo que estarían dispuestos a admitir los señores de las jergas académicas. Comienzo a pensar en la intersección de estos dos problemas y en cómo muchas discusiones se pueden aclarar si nos remontamos a las cuestiones que están en el fondo. Si no hay un cierto grado de estabilidad en los significados no hay posibilidad de comunicación, no hay posibilidad de reconocimiento de unos a otros en términos de partícipes en prácticas comunes. Si no hay inestabilidad no hay creación ni transformación de la realidad (que se expresa en la transformación de los discursos y prácticas). Imre Lakatos, sobre cuya obra trabajé en mi tesis doctoral hace una infinidad de años, escribió una de las obras más profundas, antiacadémicas y divertidas de toda la filosofía contemporánea: Pruebas y refutaciones.En ella dramatiza a un conjunto de matemáticos discutiendo sobre los conceptos en matemáticas desde diversas posiciones típicas y tópicas. La tesis central de la obra es que podemos leer la historia de la cultura como la lucha entre dos actitudes: los escépticos, que tratan de estirar siempre el significado y los conceptos, y los dogmáticos, que tratan de acotar, definir y defender los significados. Es una obra más profunda y trascendente que otra contemporánea que habría de convertirse en el best-seller de la posmodernidad, La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn. Pero así son las cosas en la academia. No se admite una obra de teatro como "obra de filosofía" (los académicos no suelen ser consistentes, pues habrían expulsado a Platón de la misma Academia por su afición a la dramaturgia filosófica).
Quine y Davidson  desarrollaron con mucha inteligencia la tensión entre estabilidad e inestabilidad: ambos llevaron la discusión a cómo las prácticas lingüísticas, en su interacción con el mundo, sufren complicadas derivas pues van cambiando de forma reticular, holística, en la medida en que hablantes y mundo van reconfigurando sus relaciones. No hay esperanza de delimitar qué está sucediendo en nuestros conceptos sin buscar los soportes sociales del significado. La estabilidad está en el centro, sostenía Quine, y la inestabilidad en la periferia. Derrida, por su parte, hizo una aportación fundamental que los analíticos no suelen tener en cuenta y que debería ser incorporada a un diálogo por ahora inexistente: que los lenguajes no comunican, sino que son sistemas inestables que están soportados por ciertas prácticas de repetición, que en la cultura humana se han materializado en la práctica de la escritura. Las palabras dependen de esta práctica más de lo que los teóricos del lenguaje estarían dispuestos a admitir. Las palabras fijan y cambian su significado porque son "repetidas" en textos que son escritos leídos y releídos a través de múltiples y diferentes contextos. Cada repetición, sostiene Derrida, recrea y cambia sutilmente el significado, creándose así una permanente inestabilidad que debe ser resuelta de algún modo.
Los analíticos desprecian la importancia de los medios materiales que fijan el significado y permiten cambiarlo. Los continentales se han vuelto adictos a la inestabilidad y no entienden bien la cuestión de cómo se estabilizan nuestras prácticas. Hay una tensión aquí entre dogmáticos y escépticos que debemos examinar con más cuidado.
Un ejemplo: últimamente, millones de personas han recorrido las calles de las ciudades españolas tomando la palabra para decir: "lo llaman democracia y no lo es". La frase es muy profunda  y plantea un problema ante el que los dogmáticos y escépticos desarrollan de nuevo su infinito juego inacabable. Hay dogmáticos de toda laya: los institucionalistas que nos han intentado educar en los últimos treinta años sobre "lo que significa democracia", que incluso ha tenido su expresión en esa asignatura de intención autoritaria que se llamó "educación para la ciudadanía" (que la derecha odia por razones contrapuestas a las que esgrimiría con más tiempo). Hay también presuntos revolucionarios del lenguaje que creen que se puede fijar el significado acudiendo a un hipotético origen filológico (Agamben es mi autor favorito de conservador dogmático que pasa por revolucionario). Enfrente de los señores del significado están los ácratas del significado para quienes poco importa lo que signifiquen las palabras pues todo lo que importa es quiénes mandan. También se equivocan al no pensar en la importancia de la estabilidad, incluso para entender la inestabilidad. Pero tienen razón en que es tiempo de extender algunos significados que habían perdido ya su función comunicativa y organizadora de la realidad. Cuando millones de personas toman la palabra es una locura pensar que los señores del significado pueden aún creer en que se pueden fijar las condiciones necesarias y suficientes que aíslen a los conceptos de la deriva de la historia. Devolvamos la palabra para que el juego de la historia siga.

4 comentarios:

  1. Si no te entiendo mal, Fernando, al final con tu frase de devolver el juego a la historia te decantas por la filosofía continental. En esta disputa te olvidas de otro filósofo provocador y "revolucionario" a su manera que fue Richard Rorty, quien sí hizo dialogar a Derrida con la tradición analítica. La cuestión, según Rorty, es si el significado trata sobre la relación entre las palabras y el mundo, o es un discurso sobre lo que se dice, de entender el presente, como diría Hegel (la filosofía dialéctica). En el primer caso se concibe una relación vertical entre la representación y lo representado, y en el segundo lo hace horizontalmente, como una reinterpretación. De esta manera, la frase a la que aludes "lo llaman democracia y no lo es" su significado será desde esta segunda forma de enterdelo, como una nueva reinterpretación de lo que entendemos por democracia. La gente simplemente manifiesta su desacuerdo con lo que "los que mandan" han impuesto como significado de democracia: depositar la papeleta cada cierto tiempo en una urna. Si no te he entendido mal, estarías de acuerdo con esta postura: será la historia quien decida el significado de la democracia. Pero la historia tiene vencedores y vencidos, y los vencedores son quienes reinterpretan la historia a su favor, es decir, los dueños del significado. La estabilidad de los significados es temporal pero cambia con la suficiente lentitud para que nos sea percibido el cambio, excepto en los momentos revolucionarios, que coincide con los cambio de amos. En este sentido tiene y no tiene razón Rorty. La filosofía es la reinterpretación de una reinterpretación anterior... y así sucesivamente.Pero también el significado es la relación que establecemos de las palabras con el mundo para permitir la comunicación y la discusión. Una vez fijada esta relación, es muy difícil de cambiar.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Hola Profesor Fernando, bastante interesante esta entrada. ¿Será que si se decanta por la filosofía continental? Aquí traigo esta cita de Mundos Artificiales que siempre me ha gustado "...Aquí se adopta una actitud diferente, la de la filosofía analítica. Que no es otra cosa que pelearse con el lenguaje y el pensamiento para decir las cosas claramente: todo lo que se puede pensar, se puede pensar claramente, todo lo que se puede decir, se puede decir con claridad." Broncano, 2000: p 12) ¿Qué cambio le haría a esta frase a partir de lo expresado en esta entrada de blog? Me gustaría saber su opinión.

    Un abrazo desde Colombia,

    Alvaro

    ResponderEliminar
  4. "todo lo que se puede pensar, se puede pensar claramente, todo lo que se puede decir, se puede decir con claridad." Broncano, 2000: p 12) - hmmm, ¿por qué me recuerda a Wittgenstein?. Habría que hacer tb un análisis sobre profundidades en el pensamiento, intentar explicar la paradoja de que lo que se indica en esa sentencia no suceda adecuadamente o con frecuencia, sino quizás ¿sólo en el mejor de los mundos posibles? -que diría Leibniz

    ResponderEliminar