Texto de mi aportación a la Revista Teorema como obituario de javier Muguerza:
Obituario
In memoriam Javier Muguerza
Carpintier
(1936-2019)
Fernando Broncano
Entre
el cariño y la ironía, Manuel Atienza calificaba a Javier Muguerza de pontifex, sin atreverse del todo a
añadir el calificativo inmediato de maximus.
Lo enunciaba, eso sí, acudiendo a la etimología del término –como “artífice de
puentes”— y ningún otro adjetivo le correspondería mejor en tanto que
filósofo que habría construido varios pasadizos sobre las aguas turbulentas de
la academia en lo que sociológica y políticamente llamamos ahora “cultura de la
transición”. La muerte de este filósofo el 10 de abril tiene un cierto aroma
simbólico de fin de era, como si la natura se acompasara con transformaciones
en el ámbito de la cultura. Su pontificado se extiende sobre dos ámbitos que no
siempre se corresponden: el estrictamente filosófico y el amplio espacio de la
sociología académica. Ninguno es irrelevante a la hora de repensar su figura,
pero sin la menor dura lo más interesante lo encontraremos en sus pasos
teóricos entre orillas filosóficas.
Continuando la imagen, no
sería incorrecto situar su pensamiento en una cierta betweenness, en los entredoses de pertenencias filosóficas que
recorren sus afiliaciones y disidencias, de las que haría necesidad virtud en
lo que posiblemente defina como un rótulo su filosofía: “la ética del disenso”.
Su obra se extiende por una diversidad de temas siempre nucleares, pero cabría
resumir su trayectoria en y entre dos significativas publicaciones: La razón sin esperanza, publicado en 1977
por Jesús Aguirre en Taurus, y en cuyo prólogo de 1976 se hace eco de la vuelta
de Aranguren a su cátedra tras el exilio académico, y Desde la perplejidad, publicado en 1990 pero cuyo prólogo, en la
edición que manejo del FCE está redactado en 1987. Fue una década de cambios
sociales en España que se refleja (sin ninguna tentación determinista) en las
variaciones que Muguerza manifiesta en su pensamiento: en los problemas, en las
soluciones y en el mismo “tono”, para expresarlo con el término de Stanley
Cavell.
La razón sin esperanza (RsE, en adelante) recoge trabajos –papers, para expresarlo con su nombre de estilo– de una década
anterior. Es un libro ortodoxamente analítico en las formas y en el contenido,
que brega con la open question de
Moore y con la falacia naturalista tratando de hallar un lugar para la ética en
un panorama intelectual como el contemporáneo a su redacción en donde el
pensamiento moral apenas se elevaba de la catequética. Pese a ello, no tiene
como enunciatario, o sujeto lector,
a los teóricos de la moral integristas o conservadores sino, todo lo contrario,
las formas de naturalismo que se estaban extendiendo en la renovación de la
filosofía española del momento. La historia de la filosofía analítica en la
Península ha ido por sendas diferentes a aquellas, pero en los finales de la
década de los sesenta los dos marcos de referencia principales eran la
filosofía de la ciencia y una suerte de marxismo abierto a formas de
racionalismo, bien por una cierta alianza con la lógica formal o bien
popularizando el racionalismo crítico alemán en sus formas habermasianas o
post-popperianas. A lo largo del
libro, Muguerza va orientando sus referencias hacia lo que en su momento
fueron autores que se movían en los márgenes de la filosofía analítica, como es
el caso de Toulmin, o hacia las modalidades más historicistas y sociológicas de
la filosofía de la ciencia,como
fueron los casos de Lakatos y Kuhn.
En este sentido, cabría
comparar la obra de Muguerza con la de Richard Rorty, alguien de su generación
y de similar trayectoria. Ambos parten de una suerte de alianza entre el
pensamiento moral y la ciencia (mucho más radical en el caso de Rorty,
directamente eliminacionista en sus comienzos). Ambos autores desarrollaron por
los mismos tiempos una crítica radical a la corriente analítica dominante.
Rorty, a partir de la crítica al predominio de la epistemología en el
pensamiento moderno y las ansiedades por la verdad y la objetividad. Muguerza, a partir de la
crítica al olvido de la autonomía del sujeto en las diversas formas más
extendidas de pensamiento moral. Rorty fue en parte responsable del
renacimiento del interés por el pragmatismo en el ámbito norteamericano.
Muguerza, por una suerte de neokantismo amplio en el ámbito hispano o, quizás
mejor, hispano-mexicano.
A comienzos de los años
setenta Muguerza ya había adquirido una reconocible capacidad de influencia en
las editoriales más activas del momento, en particular a través de su relación
con Javier Pradera, y planificó una larga antología de textos de la filosofía
analítica que habría de ocupar cinco volúmenes, pero que al final quedaron en
dos. En 1974 ya se habían desarrollado círculos analíticos en Valencia y
Barcelona que hacían extemporánea la publicación, pero aun así no dejaron de
tener una influencia didáctica en el creciente número de grados de filosofía en
la universidad española del momento. El texto suyo que abre la antología
“Esplendor y miseria de la filosofía analítica” ya es una declaración de
principios de lo que desgranaría el volumen de RsE.
La década siguiente fue
una época de bastantes cambios en la sociedad y la universidad y en ella se
sentaron las bases de lo que ha sido el discurrir de la filosofía española en
las últimas décadas. Estos cambios son relevantes también para entender la
evolución del pensamiento de Muguerza hacia los textos que recoge Desde la perplejidad, un texto central
en las líneas fundamentales de la comunidad académica en ética, filosofía moral
y del derecho (DP, en adelante).
Siempre es ilustrativo
leer las referencias que a lo largo de una biografía intelectual muestran las
ideas con las que se mide un autor. Las que aparecen en DP cumplen esta función con eficiencia. En las postrimerías de RsE, las lecturas toulminianas de Wittgenstein habían ido cobrando importancia y,
menos prominentes, las alusiones al filósofo postmarxista polaco Leszek
Kolakowski, uno de los espíritus más influyentes en los procesos del final de
la Guerra Fría. DP comienza
reivindicando esta convergencia de la filosofía analítica soft con el postmarxismo en sintonía con la línea que en aquellos
momentos conducía la editorial Taurus de la mano de Jesús Aguirre, un editor
clave en el aggiornamento entre el
catolicismo postconciliar y el marxismo de la constelación de la Escuela de Frankfurt.
En este hilo, y al compás de la política de traducciones de esta editorial, las
conferencias recogidas en DP van
creciendo, desde la simpatía y distancia, en la abundancia de discusiones de
las filosofías de Apel y Habermas, patronos de la
aplicación de una cierta lectura de la filosofía analítica pragmática del
lenguaje a la filosofía política. DP
desvela progresivamente otra red de citas y autores que Muguerza considera en
cierta tensión y discusión con el neopragmatismo alemán: se trata de una cierta
lectura liberal de Kant desde la perspectiva de Rawls.
No son ociosas estas
alusiones a las citas e ideas con las que se mide Muguerza en DP, un texto icónico de una época
filosófica en el espacio hispano. No creo cometer una sobre-interpretación si
me atrevo a decir que se estaba creando una suerte de canon fundacional de lo
que académicamente se establecería como el área de ética y filosofía moral, un
proceso institucional que acompaña a la recopilación de textos que conforman DP. Un abandono nostálgico de la
filosofía analítica; un abandono no menos melancólico del marxismo (y así el
fin de la transida disputa entre analíticos y dialécticos del fin de los
prolegómenos de la transición); una recepción cuidadosa y distante de lo que podría
llamarse la filosofía oficial de la socialdemocracia de los setenta, en una
tensión-diálogo con el liberalismo (en el doble sentido filosófico y político
en el contexto norteamericano) del contractualismo neokantiano. Algo así como
la creación de un tripolo: el wittgensteinianismo abierto, el marxismo de la
esperanza y el liberalismo avanzado de Rawls.
RP pontificaba sobre aguas turbulentas. Fueron
corrientes diversas las que confluían en lo que terminó siendo la
estabilización académica de la filosofía en la transición española. La
filosofía académica del franquismo estaba en declive, por más que aún
sostuviese un cierto poder institucional y aparecían nuevos núcleos de tensión.
En un lado, aún menor, aunque con una cierta audiencia mediática, la creciente
ola de “posmodernismo” en variantes estéticas o postestructuralistas: en otro
lado, la compleja resistencia a lo que se veía como una nueva filosofía
institucional, que Muguerza representaba como primer director del Instituto de
Filosofía del CSIC; en un tercer lado, el nuevo fenómeno de la apertura de la
filosofía española a los espacios antes ignorados latinoamericanos, y en
particular a la potente filosofía del derecho argentina. Fueron tiempos
complejos, ahora ya difíciles de reconstruir, y Javier Muguerza lidió en ellos
con toda su inteligencia para preservar, por una parte, una cierta
independencia intelectual de la filosofía moral respecto a otras disciplinas y,
por otra parte, con las crecientes tensiones entre escuelas y tradiciones que
antes habían estado en una suerte de pax
augusta en los momentos previos a la transición. Muguerza, en este
laberinto de pasiones, propuso una alternativa que trataba de negociar las
múltiples tensiones: la alternativa del disenso.
La propuesta de Muguerza
es una suerte de adaptación de la vía negativa a las controversias filosóficas
contemporáneas. La epistemología popperiana, y sus versiones más radicales como
la de Feyerabend, adoptaron esta idea de que la disidencia era el núcleo básico
de la racionalidad humana. Muguerza nunca lo reconoció, pero el trasfondo del
popperianismo crítico está muy presente en su alternativa del disenso. También,
ciertamente, hay muchas convergencias en esta idea y una de las grandes
virtudes del pensamiento de Muguerza fue tejerlas con habilidad. La alternativa del disenso reserva
un espacio de autonomía allí donde todas las formas de naturalización serían
proclives al determinismo en el juicio o la decisión. En este sentido, Muguerza
se alinea con lo que una década más tarde se popularizará como neokantismo en
teoría de la acción y campos relacionados.
La idea del disenso tiene
además un contexto socio-cultural y en cierto modo político que no cabe obviar
en una rememoración de este pensador tan central. Muguerza estaba preocupado
por no ser arrinconado en una cierta esquina cultural de servidor de la nueva
ideología socialdemócrata que rigió la península y que recorría Europa en los
años ochenta. Quiso establecer la noción de antagonismo como ideal crítico
interminable en todos los estratos de la cultura. Con una cierta distancia
reconocemos en Muguerza una potencialidad de pensamiento que llegaría a ser
mucho más extendida en el siglo xxi.
Volvamos al comienzo:
Muguerza como trazador de puentes. Ciertamente, los puentes no son pasos que
tracen cualesquiera ingenieros. Se necesita mucha habilidad, conocimiento y
poder para poder erigir estos lugares de paso. No es la alternativa de la vía
negativa la peor de las formas donde fundar las arquitecturas conceptuales de
una trayectoria cultural. Es una suerte de negocio permanente entre el
dogmatismo y el relativismo. En este sentido, en el haber de Javier Muguerza
está el haber proporcionado medios poderosos para resistir a la ola compleja,
pero en general destructiva, de un cierto posmodernismo de la parodia, la
frivolidad y el rencor contra los hechos y la verdad.
Sociológicamente, Javier
Muguerza ha tenido una influencia muy reconocible en la instauración de líneas
de trabajo y estilos, en particular en lo que institucionalmente se conocían
como áreas en el marco de la filosofía, y en particular en el área de ética y
filosofía moral. En términos más amplios, fue el primer director del Instituto
de Filosofía del CSIC y no hay ninguna duda de que allí dejó su impronta.
Contribuyó a la creación de Isegoría,
una de las revistas más relevantes del medio académico español en filosofía.
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