El concepto de alienación reinó durante dos siglos en la
filosofía y tuvo un declive en tiempos recientes, refugiado en los márgenes de
los estudiosos del marxismo. El creciente malestar con el capitalismo extendido
a todos los espacios y órdenes de la vida social y personal hace necesario
volver a repasar la historia de este concepto para extraer de ella el inmenso
poder de análisis que contiene.
Hay que buscar sus orígenes en los teóricos del contrato
social, basado en una enajenación de la autoridad personal para concedérsela al
príncipe o a la sociedad, pero fue en el Romanticismo alemán donde comenzó a
escalar puestos explicativos en la teoría social. Allí se eleva a una condición
que sufre el ser humano y que nace del desgarramiento de la autoconciencia
entre la subjetividad y la realidad, entre el yo y la sociedad y se manifiesta
en una suerte de extrañamiento (Entfremdung) y alienación
(Entäusserung). Esta condición atraviesa la Fenomenología del
Espíritu de Hegel, aunque es sobre todo Marx quien la convierte en un
núcleo central de su concepción de la existencia humana bajo el régimen de
trabajo asalariado en el capitalismo. Hegel consideraba la alienación como un
resultado del extrañamiento del Espíritu entre el individuo y la cultura que él mismo ha
creado a través de su trabajo, como un subproducto de la objetivación que
genera el salir de sí. Hegel deriva su noción en parte de Fichte y, sobre todo,
de las Cartas sobre la educación estética de la humanidad de Schiller,
donde el extrañamiento de la naturaleza, la distancia entre razón y naturaleza, por un lado, y la división de la cultura en especialidades por otro son los dos orígenes de la
alienación. El proceso de objetivación que sigue el Espíritu en Hegel, sin
embargo, se traduce en parte en una escisión interna en la formación de la
autoconciencia y en parte en una separación de la sustancia social que
constituye al individuo. La reificación y extrañamiento producida por la emergencia
de la autoconciencia inaugura dos formas de escisión que dan lugar a las dos
formas de alienación como extrañamiento y como enajenación.
De Hegel parten todas las concepciones de la alienación que
se orientan hacia una fenomenología o experiencia de extrañamiento o exilio de
sí basadas en la objetivación que se enfrenta a la subjetividad productora. En
un primer sentido, la alienación enfrenta al individuo con la otredad tanto de
la realidad como de la sustancia social. El agente deviene así auto-alienado .
Es una condición del Espíritu a la que Hegel dedica una sección entera de la
Fenomenología: «El Espíritu extrañado de sí mismo. La cultura». En un segundo
sentido, tiene algo de renuncia en pro de lograr una unidad: es una renuncia o
rendición que recoge la idea de contrato social de Rousseau, por cuanto el
individuo deja de ser independiente. En este sentido es una noción positiva. Marx,
sin embargo, hace una crítica radical de la concepción hegeliana a través de la
crítica radical en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Una
resignificación que madura en sus obras posteriores sobre el capital. Marx toma
la noción de alienación de Hegel como extrañamiento y como enajenación y las
sitúa en el marco del trabajo asalariado en tanto que forma particular de
producción bajo el capitalismo. Para Marx, no puede hacerse abstracción de la
condición histórica en la que el ser humano transforma la naturaleza mediante
su agencia y también se autotransforma con ello:
¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente, en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a si mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.
La alienación del trabajador, según Marx, se produce en
cuatro dimensiones. En primer lugar, el trabajador está alienado respecto al
producto de su trabajo, que deviene en un objeto ajeno que tiene poder sobre
él. En segundo lugar, no ya respecto al producto sino a la producción misma, al
trabajo en sí que percibe como algo que le daña: «el trabajador solo se siente
en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí». En tercer lugar, el trabajador se encuentra
alienado en relación con lo que Marx denomina su ser como especie o ser
genérico (Gattungswesen) por cuanto no se realiza el modo humano de
relacionarse con la naturaleza a través de la percepción, la orientación y la
apropiación del objeto de su acción y conocimiento. En cuarto lugar, el
trabajador se encuentra alienado con respecto a otros seres humanos, pues la
mediación del trabajo asalariado no como seres sociales sino como partes de la división social del trabajo
o como partes de la máquina de producción.
Es preciso notar que el análisis que Marx realiza de la
alienación del trabajo asalariado se contrasta con lo que él considera la
esencia del ser humano como ser-especie capaz de agencia, de la que el trabajo
manual es solamente una modalidad de algo más amplio que define la identidad
humana. Sostiene Marx que «De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo
se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y
todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus
funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y
lo humano en lo animal.» Lo humano, sostiene
Marx, lo que eleva a los seres humanos sobre los animales, es que están dotados
de necesidades y capacidades. Las necesidades van más allá de las meras
funciones biológicas, constituyen un mundo de deseos. Las capacidades son, en
primer lugar, capacidades de relación con la naturaleza: percepción, bajo cuyo
rótulo estaría la forma de pertenecer a la naturaleza que es la sensibilidad;
la orientación, que es la capacidad de situarse encontrando patrones, lugares y
valores; y la apropiación que corresponde a la capacidad de realizar los
deseos, lo que llamamos agencia. En este sentido, la apropiación abarca tanto
lo práctico como lo epistémico y teórico. En las tres dimensiones del
ser-especie existe un extrañamiento entre la subjetividad y el objeto. La
cuestión es cuándo estas relaciones que definen la agencia humana sufren
alienación y por ello determinan un marco injusto en el reparto de la
sensibilidad y de la agencia, para usar la extendida expresión de Jacques
Rancière.
En tiempos
posteriores del marxismo, la alienación fue un concepto que desapareció hasta
que fue reivindicado por Lukàcs en Historia y conciencia de clase, aunque
lo hace como «reificación» y toma como punto de partida más a Hegel que a Marx.
El descubrimiento de los Manuscritos significó un renacimiento del
término que influyó poderosamente en el marxismo posterior y en otras
filosofías de inspiración hegeliana. En la transición del XIX al XX, los padres
fundadores de la sociología habían considerado conceptos muy cercanos como
marcas de los procesos de modernización que afectaban a las sociedades bajo la
égida del industrialismo y la urbanización. Durkheim habló de «anomia» en La
división del trabajo; Simmel, en Filosofía del dinero habló de «despersonalización»
de las relaciones sociales; Weber, en Economía y sociedad, de «burocratización».
En la postguerra a la II Guerra Mundial se extendió, por influjo de Heidegger y
su idea de la «inautenticidad», una concepción básicamente existencial de
alienación. Marcuse, en Eros y civilización la considera una condición
ligada a la propia noción de trabajo, que solamente desaparecerá con la
abolición del trabajo; Erich Fromm, en Marx y su concepto de hombre lo
psicologiza como una experiencia de la enajenación de sí mismo; Sartre, en la
misma ola neohegeliana y heideggeriana, lo considera una suerte de condición
humana irredenta. La sociología americana de los años sesenta despolitiza el
concepto y lo lleva al terreno de la inadaptación individual a las condiciones
de la sociedad moderna. El estructuralismo francés rehusó utilizarlo y lo
consideró como un resto hegeliano de Marx que habría que olvidar en favor del
Marx más maduro. Sin embargo, los agitados años sesenta lo trajeron de vuelta.
Guy Debord, en La sociedad espectáculo lo extiende desde el ámbito del
trabajo al ámbito del consumo en tanto que éste sería el modo básico de
reproducción capitalista en la sociedad del capitalismo avanzado; en la misma
línea, Baudrillard, en La sociedad de consumo, lo entiende como una
extensión de la lógica de la mercancía a todos los ámbitos de la vida.
En este sentido, la filosofía marxiana contemporánea ha
vuelto a unir la idea de alienación con la de fetichismo de la mercancía,
fundamentalmente a través de una revalorización de los Grundisse y del publicado
tardíamente «Capítulo VI» del tomo I de El capital, donde se unen ambos
conceptos. Partiendo de estos textos, fue un concepto que sobrevoló el operaísmo
italiano de los años setenta (Franco “Bifo” Birardi, The Soul at Work. From
Alienation to Autonomy, 2009) y está volviendo en las lecturas más amplias
del marxismo basadas en la teoría del valor como las que realizó el grupo alrededor
de la revista alemana Krisis, y la
del seguidor de Guy Debord Anselm Jappe. Clara Ramas (Fetiche y mistificación capitalistas.
La crítica de la economía política de Marx, 2018) ha desarrollado
recientemente una lectura de los conceptos básicos marxianos en donde la
mistificación y el fetichismo de la mercancía definen la categoría de trabajo
asalariado en una visión que permite una reinstauración de la centralidad del
concepto de alienación.
En la otra línea fenomenológica, La socióloga alemana Jaeggi,
(Alienation 2014) desarrolla el concepto considerándolo como un marco
explicativo aún necesario de una forma de vida incapaz de hacerse con la propia
biografía. En esta reivindicación de la lectura existencialista, están los
infinitos textos del germano-coreano Byung Chul Han, quien ofrece análisis
fenomenológicos interesantes mezclados con superficiales apelaciones al
neoliberalismo, y que merece leerse con todas las precauciones con que se leen
los best-sellers. Mucho más interesante es el largo y profundo trabajo del
post-foucaultiano Richard Sennett, quien en varios libros, sobre todo en La
corrosión del carácter, realiza un análisis entre sociológico y
fenomenológico de la vida contemporánea imprescindible. En esta misma línea, varios
textos recientes de autores españoles son reivindicaciones del concepto aún si
no lo usan explícitamente: Jorge Moruno (No tengo tiempo), Alberto
Santamaría (En los límites de lo posible); Luis Enrique Alonso y Carlos
Fernández (Poder y sacrificio); en cierto modo Marina Garcés (En las
prisiones de lo posible), y Santiago López Petit, uno de los pocos
herederos en España del operaísmo en su texto Hijos de la noche.
La virtualidad de la vuelta al concepto de alienación es que
permite reunir las dos tradiciones marxista y fenomenológico-existencialista en
el diagnóstico de la condición humana del presente. Y permite explicar también
por qué se separaron innecesariamente.
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