El humanismo cultural nace, como todo el humanismo, en el
otoño del Antiguo Régimen y el ascenso de la burguesía, que proclama su deseo
de ordenar la ciudad, y se manifiesta en la proclamación de la república de las
letras de Christine de Pizan, Erasmo, Tomás Moro, Luis Vives, secundada por la
filosofía moral de la Ilustración y, sobre todo, continuada por el gran
proyecto educativo de la humanidad que fue el Romanticismo, tal como lo diseñó
Schiller en Cartas sobre la educación estética de la humanidad, un texto
que impulsa todo el culturalismo decimonónico tanto en las versiones
conservadoras de Matthew Arnold como en las radicales de Ruskin y William
Morris; un programa que Gramsci renovaría en el siglo XX y que renacería en los
estudios culturales de Birmingham, con Raymond Williams y E.P. Thompson. Un
programa que, sin embargo, ha sido puesto en cuestión por la poderosa
contracultura del transhumanismo y que no ha sido suficientemente reconocido
por el posthumanismo crítico[1].
La línea general del programa cultural del humanismo es lo
que en la filosofía moral y política contemporánea se ha calificado como
“perfeccionismo”. El término describe
más bien un aire de familia entre diversas variedades de la hipótesis humanista
que expresaba el lema “la cultura nos hará mejores”. El perfeccionismo sostiene de un modo general
que hay bienes y valores objetivos que merece la pena promover y preservar y,
en segundo lugar, que la cultura y la sociedad pueden ejercer influencia
positiva sobre personas y colectivos en la dirección de una mejora de
caracteres o capacidades en lo que respecta a estos valores y bienes. Así en
abstracto es un poco confuso, pero las formas concretas en que se ha presentado
en la historia nos ayudan a entenderlo. Suelen ser un síntoma de modalidades
perfeccionistas las expresiones de “florecimiento humano”, que puso de moda el
neoaristotelismo del siglo pasado, o la mucho más conocida de “mejora humana”
que ha popularizado el transhumanismo. En ética, el perfeccionismo se opone a
las muy influyentes líneas del consecuencialismo y del formalismo kantiano, en
toda la diversidad de opciones que estas presentan en la filosofía
contemporánea. Kant criticaba al perfeccionismo por no generar imperativos
categóricos, universales, que él consideraba la frontera de toda ética
legítima, aunque esta discusión podemos dejarla a un lado del hilo de esta
presentación de las relaciones entre humanismo y perfeccionismo. En filosofía
política, el gran adversario del perfeccionismo son ciertas corrientes del liberalismo
que abjuran de toda intrusión de la sociedad y el estado sobre la autonomía
radical de las personas para perseguir sus propios fines, por malos o buenos
que estos sean.
La idea de bienes y valores humanos que suscita el
perfeccionismo se relaciona con otras muchas en una constelación que agrupa
problemas metafísicos (identidades y personas), políticos (pobreza,
desigualdad, prosperidad), éticos (autonomía, universalismo o relativismo de
valores) y antropológico-culturales (necesidades, prácticas y planes de vida).
El perfeccionismo se entiende mejor si lo relacionamos con una de las
traducciones más extendidas (y discutidas) de la eudaimonia de los griegos:
“florecimiento humano”. El término
incorpora la idea de desenvolvimiento de posibilidades que están en potencia y
que se consideran valiosas y buenas. En este sentido, “felicidad” o “prosperidad”
no captan de igual modo esta idea de potencial y por eso de temporalidad e historicidad.
Y, por otro lado, el desenvolvimiento de lo posible nos lleva directamente a la
cuestión de una posible esencialidad biológica del ser humano, de
funcionamiento, en un sentido biológico amplio, como es el aristotélico o
ciertas formas de naturalismo ético contemporáneo (que defienden que la
selección nos habría hecho proclives a ciertos valores como el altruismo y la
cooperación), que es pronto contestado por quienes se preguntan por la
variabilidad y diversidad cultural humana. Desde esta perspectiva de variación
histórica y cultural, la idea de bienes (salud, libertad, reconocimiento y
comunidad, autoestima,…) pueden ser vistos como términos abstractos que no acogen
lo que tales palabras con mayúscula significarían en las situaciones concretas,
ligadas a la edad, la historia, la cultura, el género, los valores de los
planes propios de vida.
Paulette Dieterlen[2] dibuja
un ilustrativo mapa de la idea de florecimiento humano que resume en cuatro
posiciones: la idea liberal de bienes primarios, defendida por Rawls y su esfera
de influencia, la tesis neoaristotélica de las capacidades y el funcionamiento,
de Martha Nussbaum y Amartya Sen, la tesis republicana y comunitarista de Charles
Taylor y Michael Walzer y la tesis marxista que liga las necesidades a los
modos de producción, defendida por Julio Boltvinik[3]. Este
mapa está bosquejado en dos ejes que permiten situar a los autores citados por
Dieterlen o cualquiera otros. En un eje tenemos la historicidad y diversidad de
lo que es considerado como bienes y valores comunes: desde las posiciones
universalistas a las relativas a un tiempo, sociedad y cultura u otros
determinantes de la identidad. En otro eje está el grado de individualidad o
comunidad de los bienes y valores: desde el individualismo proclamado por el
liberalismo a las formas varias de comunitarismo. El perfeccionismo ligado al
proyecto cultural del humanismo atraviesa este territorio en lo que cabría
denominar como un “metaperfeccionismo” o si se quiere un perfeccionismo
normativo que puede incorporar las distintas variedades que se encuentran en la
historia del pensamiento, sean las de Aristóteles, Spinoza, Marx o las posiciones
relatadas por Dieterlen. Resumido en la idea de “la cultura nos hará mejores” se
expande, por un lado, en un principio que liga la mejora a la autodeterminación
y autonomía personales y colectivas. En este sentido, el perfeccionismo del
humanismo cultural no se opone a las demandas de autonomía que subyacen al
liberalismo. Sin embargo, la idea de cultura inyecta un elemento de comunidad y
sociedad en la agencia: no hay agencia autónoma que sea independiente de los
vínculos sociales y las prácticas culturales que constituyen las identidades.
El humanismo cultural adquiere así un componente utópico que
ha sido resaltado por la socióloga y teórica de la utopía Ruth Levitas[4], quien
se rebela contra la usurpación de la idea de felicidad por parte de la
industria de la autoayuda y vincula el florecimiento humano por un lado a la
práctica política contra las formas de explotación, desigualdad y exclusión y
por otro lado a la imaginación de las posibilidades alternativas. Levitas
reivindica ambos componentes en tradiciones culturalistas utópicas como la
representada por William Morris, especialmente a través del retrato que realiza
E.P. Thompson[5].
En el diseñador socialista y cabeza del movimiento Arts & Crafts convergen
las tradiciones humanistas del renacimiento y romanticismo con la fuerza
transformadora del marxismo. En William Morris se expresa ciertamente un
perfeccionismo nostálgico de un tiempo y espacio no destruido aún por el industrialismo
que le acerca a las formas de perfeccionismo que Stanley Cavell descubre en
Emerson y Thoreau[6].
El humanismo, en sus versiones cívica (republicanismo) y
cultural (perfeccionismo), se constituye en la historia como una tradición que
ha sido puesta en cuestión con más o menos justicia por dos versiones
contemporáneas: el transhumanismo, forma publicitaria y comercial del
antihumanismo, y el poshumanismo crítico de origen spinoziano, en sus presentaciones
más políticamente neutrales como las de Bruno Latour y en sus modalidades
ecosocialistas e interseccionales de Donna Haraway y Rosi Braidotti.
[1]
El contenido de este proyecto culturalista es el tema de Fernando Broncano
(2018) Cultura es nombre de derrota. Cultura y poder en los espacios
intermedios, Salamanca: Delirio.
[2]
Paulette Dieterlen (2007) “Cuatro enfoques sobre la idea del florecimiento
humano”, Desacatos, 23, pp. 147-158, consultado en https://www.redalyc.org/pdf/139/13902307.pdf
(09/10/2021)
[3]
Julio Boltvinik (2020) Pobreza y florecimiento humano. Una perspectiva
radical, Zacatecas: editorial Ítaca. http://www.julioboltvinik.org/wp-content/uploads/LIBROS/sigloXXI/2020_Pobr%20y%20flor%20hum.pdf
(09/10/2020)
[4]
Ruth Levitas (2007) “Florecimiento humano: ¿una agenda utopista?” Desacatos,
28, pp. 87-100. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5860080
(09/10/2021).
[5] Eduard P.Thompson (1976)
William Morris: Romantic to Revolutionary, Londres: Merlin.
[6] Stanley Cavell (1990) Conditions
Handsome and Unhandsome. The Constitution of Emersonian Perfectionism, La
Salle IL: Open Court.
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