sábado, 19 de abril de 2025

La mente reaccionaria

 


En la calificación  de "reaccionario" resuenan las grandes transformaciones en las escalas superiores de la historia: de un lado, las revoluciones y movimientos sociales que nacen del jacobinismo republicano, el movimiento obrero, el feminismo, el socialismo, el abolicionismo y antirracismo, el anticolonialismo, los movimientos LGTBI, ecologista, medioambientalista, alterglobalista  animalista y otros de mayor o menor calado histórico que han caracterizado los malestares de la modernización en  la modernidad avanzada. En reacción a estos cambios se desarrollan formas de autoritarismo, fundamentalismos e integrismos religiosos, fascismos, liberalismos neoconservadores, supremacismos raciales, militarismos y otras formas de manifestaciones de la lucha por lo que Corey Robin llama la “vida privada del poder”[1]. Elon Musk y el complejo neoconservador llamaría a esta confrontación “guerra cultural”; por su parte, Raymond Williams la llamó la “larga revolución” (y la no menos larga contrarrevolución), connotando sus extensas temporalidades.

Muchas veces pensamos la modernización bajo estereotipos que olvidan los matices del lento cambio en lo cotidiano. Recuerdo solo algunos ejemplos de las disparidades entre cambios económicos y culturales y sociales en los que se muestra la “vida privada del poder”: la violación intramatrimonial no fue considerada crimen legalmente en los países occidentales hasta el último tercio del siglo pasado y sigue sin serlo en los países musulmanes, India, China y otros países asiáticos y africanos. La lista de estados que persiguen la homosexualidad es enorme y la de sociedades donde la homofobia persiste en la vida cotidiana recorre la superficie terrestre. El supremacismo y la racialización no han disminuido sino que se expresan con creciente violencia en los países occidentales. Las condiciones de trabajo han mejorado en muchos aspectos en algunos países a cambio de la transformación de la disciplina desde el orden de los movimientos corporales al desbordamiento mental y el miedo a la pérdida de empleo. La vida privada del poder contrasta con la experiencia diaria de la impotencia, la vulnerabilidad y la incertidumbre.

Permítaseme esta cita de Corey Robin sobre las causas que explican las actitudes reaccionarias en medio del progresismo económico del capitalismo, es decir, la aparente disparidad y desconexión entre lo que ocurre en las escalas y esferas de lo grande y lo pequeño:

Una de las razones por las que el ejercicio de agencia política por parte del subordinado agita de tal modo la imaginación conservadora es que se produce en un escenario íntimo. Cada gran estallido político —la toma del Palacio de Invierno, la marcha sobre Washington— es puesto en acción por un estímulo privado: la lucha por los derechos y la posición en la familia, la fábrica y el campo. Los políticos y los partidos hablan de constitución y enmiendas, de derechos naturales y privilegios heredados. Pero el tema real de sus deliberaciones es la vida privada del poder. «Este es el secreto de las oposiciones a la igualdad de la mujer en el Estado», escribió Elizabeth Cady Stanton. «Los hombres no están preparados para reconocerlo en casa». Tras el altercado en la calle o el debate en el Parlamento, la criada le responde a su ama y el trabajador desobedece a su patrón. Por eso nuestros debates políticos —no solo sobre la familia, sino también sobre el estado de bienestar, los derechos civiles y muchas otras cosas— pueden ser tan explosivos: afectan a las relaciones más personales del poder (p.10)

“El conservadurismo es la voz teórica de la animadversión contra la agencia de las clases subalternas” resume Corey Robin[2] para explicar la reacción. La tesis es que esta animadversión se siente en los tejidos de la vida privada, de la familia y las relaciones cercanas, como si cualquier conquista o transformación de poder en los grupos subordinados amenazase con cambiar la vida propia interpelando sus costumbres. Desde el esclavista que lamenta que la abolición ha roto las “relaciones cercanas” con los esclavos a las reacciones de miedo al feminismo por una parte de los varones, los cambios sociales abajo se sienten como conmociones en el edificio de la casa personal. Así pues, la actitud conservadora de la experiencia del cambio social percibido bajo la categoría de miedo a la pérdida de mundo[3].

Las revoluciones no ocurren solamente en los cortos periodos que identifican los historiadores. Por el contrario, estos acontecimientos son puntos desencadenantes de otros cambios más profundos en las estructuras de sentimiento y, en el caso de la reacción conservadora, de transformaciones afectivas que dan sentido a modos de escepticismo existencial, de pesimismo esencial sobre la naturaleza humana que Hobbes detectó con lucidez y que se repiten bajo expresiones distintas en los diversos estadios de la modernización capitalista que constituyen toda una antropología política de la actitud reaccionaria:

  •           El mito de la violencia originaria y la necesidad de orden piramidal como condición de posibilidad de la instauración de lo cotidiano. Este principio es básico en el pesimismo antropológico. Pese a que todos los datos paleontológicos nos hablan de la centralidad de la cooperación en la evolución cultural y la antropogénesis, pese a todas las observaciones sobre los comportamientos solidarios en catástrofes varias, el mito hobbesiano del caos primigenio se ha instalado en las genealogías reaccionarias.
  •           La construcción ubicua e imaginaria de enemigos internos que actúan socavando lo cotidiano y sobre los que recaen los resentimientos y miedos difusos a los cambios que se han instalado en las conciencias del poder.
  •           La apelación a una trascendencia supranatural para que la cotidianeidad no se haga insoportable y búsqueda de consuelo en el sueño de la inmortalidad. Martin Hägglund ha argumentado persuasivamente sobre la relación profunda entre la apelación a la inmortalidad y la negación de la libertad espiritual en una vida conscientemente finita y vulnerable[4]
  •          El imaginario de una comunidad ideal formada por la familia y la vecindad que acompaña a un no menos imaginario orden social meritocrático al que se apela para justificar las diferencias y explicar los odios a los que han quedado atrás[5].

El miedo es constitutivo de la irrupción de lo cósmico en lo cotidiano[6]. Es la reacción afectiva básica ante la incertidumbre: el miedo es una forma de escepticismo (o el escepticismo una forma de miedo), tiene una ambivalencia constitutiva. Ese miedo reaccionario mutado en escepticismo se abre en dos trayectorias: en una, es miedo a tener que revisar la vida cotidiana, ahora contada por otros ya enemigos, en otra, miedo que sean los otros quienes reordenen los significados y valores. No se trata de que los otros sean impíos, sino que sean lo suficientemente capaces como para cambiar las creencias y comportamientos propios.

La actitud reaccionaria no es un simple modo de vida conservador, una vida regida por valores conservadores. Una parte sustancial de las sociedades occidentales se guía por valores conservadores en lo cotidiano sin ser abiertamente reaccionarios. Haidt[7] ha estudiado algunos marcadores que indican la proximidad o lejanía de los polos conservador/ progresista. Consisten en los sentidos que se dan a los cuidados, la libertad, la igualdad, la lealtad, la seguridad, etc. La forma de vida conservadora comienza a ser reaccionaria cuando el miedo a la pérdida de mundo asciende al control de la vida cotidiana y la persona conservadora lo teoriza como una cosmovisión de los valores privados. No pocas veces, esta reacción se asocia con ordenamientos del entorno material: la Asociación del Rifle en Estados Unidos tiene el poder que tiene por el imaginario que convierte la posesión de armas en un alivio a la ansiedad de la invasión del otro o la proximidad del apocalipsis. La elección de barrio, tipo de vivienda o tipo de automóvil tiene que ver también con estas formas de ansiedad. Un automóvil que sobreviva a los roces o golpes producidos por jóvenes conductores inconscientes, una casa en un entorno seguro y vigilado, en un barrio de gente como la propia gente, una vestimenta cuyos signos de logo indiquen a las claras el orden de la vida cotidiana. La vida religiosa puede ser parte de esta reacción, aunque no necesariamente: no, por ejemplo, si asistir a la misa dominical implica escuchar las homilías de un cura algo progre que predique contra el lujo o las formas de vida tan queridas.

El reaccionario no es conservador en un sentido estricto del término, sino revolucionario de la propia condición para impedir el avance de la otra revolución temida. La moral comienza, sostenía Nietzsche, cuando el resentimiento se vuelve creativo. Y esto es precisamente lo que convierte al conservador en reaccionario: entra en el campo del activismo y adopta las estrategias del otro. No es sorprendente que los activistas más prominentes del campo contrarrevolucionario hayan sido en su juventud parte de los movimientos de la izquierda. Sienten que la revolución ya fue hecha, que los cambios que hubo que aceptar fueron suficientes y que ahora es cuando el peligro es mayor, cuando el otro amenaza los límites últimos del orden de lo cotidiano.

La reacción es reacción porque hay una sensación de que el cómodo presente en el que se ha vivido ya no existe o está en grave peligro. Bourdieu estudió algunas formas de esta reacción en el campo intelectual, cuando, por ejemplo, el grupo de autores que han sido hasta el momento seguidos por grandes masas de lectores y han sido favoritos de los medios de comunicación repara que en que ni sus nombres, ni sus temas, ni siquiera su estilo son ya del favor general, o al menos son ya disputados por nuevos nombres que antes no eran visibles y ocupan lugares que eran hasta ahora su privilegio. Esta reacción es comprensible en lo que tiene de ansiedad, pero se convierte en un activismo teórico cuando se modela todo un complejo de ideas ordenado a propagar el miedo a lo que parece estar en el horizonte y se diseñan planes de acción sistemáticos para resistir. Robin recuerda la tesis de Oakeshott de que el conservadurismo no es un credo ni una doctrina sino una disposición en la vida cotidiana.



[1] Robin, C.(2018) The Reactionary Mind. Conservatism from Burke to Trump, 2ª ed. Oxford: Oxford University Press.

[2] O.c. p 7

[3] Sobre el conservadurismo hay una enorme literatura a la que habría que referirse para enmarcar con más precision histórica las tesis de Corey Robin: George H. Nash, The Conservative Intellectual Movement in America since 1945  (Wilmington, Del.: Intercollegiate Studies Institute), xiv; Roger Scruton, The Meaning of Conservatism (London: Macmillan, 1980, 1984), 11. John Ramsden, An Appetite for Power: A History of the Conservative Party since 1830 (New York: Harper Collins, 1999);  John Ramsden, An Appetite for Power: A History of the Conservative Party since 1830 (New York: Harper Collins, 1999); David Farber, The Rise and Fall of Modern American Conservatism: A Short History (Princeton, N.J.: rinceton University Press, 2010); Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago: University of Chicago Press, 1962, 1982, 2002); Richard A. Epstein, “Libertarianism and Character,” in Varieties of Conservatism in America, ed. Peter Berkowitz (Stanford, Calif.: Hoover Institution Press, 2004); William Graham Sumner, What the Social Classes Owe to Each Other (Caldwell, Idaho: Caxton Press, 2003); ed. Frank O’Gorman British Conservatism: Conservative Thought from Burke to Thatcher, (London: Longman, 1986); Conservatism: An Anthology of Social and Political Thought from David Hume to the Present, ed. Jerry Muller (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1997); Rick Perlstein, Before the Storm: Barry Goldwater and the Unmaking of the American Consensus (New York: Hill & Wang, 2001); Lisa McGirr, Suburban Warriors: The Origins of the New American Right (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2001); Donald Critchlow, Phyllis Schlafly  and Grassroots Conservatism: A Woman’s Crusade (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2005); Kevin Kruse, White Flight: Atlanta and the Making of Modern Conservatism (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2005); Jason Sokol, There Goes My Everything: White Southerners in the Age of Civil Rights, 1945–1975 (New York: Vintage, 2006);  Matthew Lassiter, The Silent Majority: Suburban Politics in the Sunbelt South (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2006); Joseph Lowndes, From the New Deal to the New Right: Race and the Southern Origins of Modern Conservatism (New Haven, Conn.: Yale University Press, 2008); Allan J. Lichtman, White Protestant Nation: The Rise of the American Conservative Movement (New York: Grove Press, 2008); Mattson, Rebels All!; Steven Teles, The Rise of the Conservative Legal Movement: The Battle for Control of the Law (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2008); Bethany Moreton, To Serve God and Wal-Mart: The Making of Christian Free Enterprise (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2009); Phillips-Fein, Invisible Hands. Also see Julian Zelizer,  “Reflections: Rethinking the History of American Conservatism,” Reviews in American History 38 (June 2010), 367–392; Kim Phillips-Fein, “Conservatism: A State of the Field,” Journal of American History 98 (December 2011), 723–743.

[4] Hägglund (2022) o.c.

[5] Melinda Cooper ha realizado un ilustrativo estudio histórico de la relación entre las políticas de la familia y la evolución de las culturas neoliberal y neoconservadora en Cooper, M. (2022) Los valores de la familia. Entre el neoliberalismo y el nuevo social-neoconservadurismo, trad. Elena Fernández-Renau, Madrid: Traficantes de Sueños.

[6] Robin, C(2004) Fear. The History of a Political Idea, Oxford: Oxford University Press

[7] Haidt, J. (2019) La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, Barcelona: Grupo Planeta. Edición de Kindle.

 Imagen creada por Gpt 4



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