En la calificación de "reaccionario" resuenan las grandes transformaciones en las escalas superiores de la historia: de un lado, las revoluciones y movimientos sociales que nacen del jacobinismo republicano, el movimiento obrero, el feminismo, el socialismo, el abolicionismo y antirracismo, el anticolonialismo, los movimientos LGTBI, ecologista, medioambientalista, alterglobalista animalista y otros de mayor o menor calado histórico que han caracterizado los malestares de la modernización en la modernidad avanzada. En reacción a estos cambios se desarrollan formas de autoritarismo, fundamentalismos e integrismos religiosos, fascismos, liberalismos neoconservadores, supremacismos raciales, militarismos y otras formas de manifestaciones de la lucha por lo que Corey Robin llama la “vida privada del poder”[1]. Elon Musk y el complejo neoconservador llamaría a esta confrontación “guerra cultural”; por su parte, Raymond Williams la llamó la “larga revolución” (y la no menos larga contrarrevolución), connotando sus extensas temporalidades.
Muchas veces pensamos la modernización bajo estereotipos que
olvidan los matices del lento cambio en lo cotidiano. Recuerdo solo algunos
ejemplos de las disparidades entre cambios económicos y culturales y sociales
en los que se muestra la “vida privada del poder”: la violación
intramatrimonial no fue considerada crimen legalmente en los países
occidentales hasta el último tercio del siglo pasado y sigue sin serlo en los
países musulmanes, India, China y otros países asiáticos y africanos. La lista
de estados que persiguen la homosexualidad es enorme y la de sociedades donde
la homofobia persiste en la vida cotidiana recorre la superficie terrestre. El
supremacismo y la racialización no han disminuido sino que se expresan con
creciente violencia en los países occidentales. Las condiciones de trabajo han
mejorado en muchos aspectos en algunos países a cambio de la transformación de
la disciplina desde el orden de los movimientos corporales al desbordamiento
mental y el miedo a la pérdida de empleo. La vida privada del poder contrasta
con la experiencia diaria de la impotencia, la vulnerabilidad y la
incertidumbre.
Permítaseme esta cita de Corey Robin sobre las causas que
explican las actitudes reaccionarias en medio del progresismo económico del
capitalismo, es decir, la aparente disparidad y desconexión entre lo que ocurre
en las escalas y esferas de lo grande y lo pequeño:
Una de las razones por las que el ejercicio de agencia política por parte del subordinado agita de tal modo la imaginación conservadora es que se produce en un escenario íntimo. Cada gran estallido político —la toma del Palacio de Invierno, la marcha sobre Washington— es puesto en acción por un estímulo privado: la lucha por los derechos y la posición en la familia, la fábrica y el campo. Los políticos y los partidos hablan de constitución y enmiendas, de derechos naturales y privilegios heredados. Pero el tema real de sus deliberaciones es la vida privada del poder. «Este es el secreto de las oposiciones a la igualdad de la mujer en el Estado», escribió Elizabeth Cady Stanton. «Los hombres no están preparados para reconocerlo en casa». Tras el altercado en la calle o el debate en el Parlamento, la criada le responde a su ama y el trabajador desobedece a su patrón. Por eso nuestros debates políticos —no solo sobre la familia, sino también sobre el estado de bienestar, los derechos civiles y muchas otras cosas— pueden ser tan explosivos: afectan a las relaciones más personales del poder (p.10)
“El conservadurismo es la voz teórica de la animadversión
contra la agencia de las clases subalternas” resume Corey Robin[2] para
explicar la reacción. La tesis es que esta animadversión se siente en los
tejidos de la vida privada, de la familia y las relaciones cercanas, como si
cualquier conquista o transformación de poder en los grupos subordinados
amenazase con cambiar la vida propia interpelando sus costumbres. Desde el
esclavista que lamenta que la abolición ha roto las “relaciones cercanas” con
los esclavos a las reacciones de miedo al feminismo por una parte de los
varones, los cambios sociales abajo se sienten como conmociones en el edificio
de la casa personal. Así pues, la actitud conservadora de la experiencia del
cambio social percibido bajo la categoría de miedo a la pérdida de mundo[3].
Las revoluciones no ocurren solamente en los cortos periodos
que identifican los historiadores. Por el contrario, estos acontecimientos son
puntos desencadenantes de otros cambios más profundos en las estructuras de
sentimiento y, en el caso de la reacción conservadora, de transformaciones
afectivas que dan sentido a modos de escepticismo existencial, de pesimismo
esencial sobre la naturaleza humana que Hobbes detectó con lucidez y que se
repiten bajo expresiones distintas en los diversos estadios de la modernización
capitalista que constituyen toda una antropología política de la actitud
reaccionaria:
- El mito de la violencia originaria y la necesidad de orden piramidal como condición de posibilidad de la instauración de lo cotidiano. Este principio es básico en el pesimismo antropológico. Pese a que todos los datos paleontológicos nos hablan de la centralidad de la cooperación en la evolución cultural y la antropogénesis, pese a todas las observaciones sobre los comportamientos solidarios en catástrofes varias, el mito hobbesiano del caos primigenio se ha instalado en las genealogías reaccionarias.
- La construcción ubicua e imaginaria de enemigos internos que actúan socavando lo cotidiano y sobre los que recaen los resentimientos y miedos difusos a los cambios que se han instalado en las conciencias del poder.
- La apelación a una trascendencia supranatural para que la cotidianeidad no se haga insoportable y búsqueda de consuelo en el sueño de la inmortalidad. Martin Hägglund ha argumentado persuasivamente sobre la relación profunda entre la apelación a la inmortalidad y la negación de la libertad espiritual en una vida conscientemente finita y vulnerable[4]
- El imaginario de una comunidad ideal formada por la familia y la vecindad que acompaña a un no menos imaginario orden social meritocrático al que se apela para justificar las diferencias y explicar los odios a los que han quedado atrás[5].
El miedo es constitutivo de la irrupción de lo cósmico en lo
cotidiano[6]. Es la
reacción afectiva básica ante la incertidumbre: el miedo es una forma de
escepticismo (o el escepticismo una forma de miedo), tiene una ambivalencia
constitutiva. Ese miedo reaccionario mutado en escepticismo se abre en dos
trayectorias: en una, es miedo a tener que revisar la vida cotidiana, ahora
contada por otros ya enemigos, en otra, miedo que sean los otros quienes
reordenen los significados y valores. No se trata de que los otros sean impíos,
sino que sean lo suficientemente capaces como para cambiar las creencias y
comportamientos propios.
La actitud reaccionaria no es un simple modo de vida
conservador, una vida regida por valores conservadores. Una parte sustancial de
las sociedades occidentales se guía por valores conservadores en lo cotidiano
sin ser abiertamente reaccionarios. Haidt[7] ha
estudiado algunos marcadores que indican la proximidad o lejanía de los polos
conservador/ progresista. Consisten en los sentidos que se dan a los cuidados,
la libertad, la igualdad, la lealtad, la seguridad, etc. La forma de vida
conservadora comienza a ser reaccionaria cuando el miedo a la pérdida de mundo
asciende al control de la vida cotidiana y la persona conservadora lo teoriza
como una cosmovisión de los valores privados. No pocas veces, esta reacción se
asocia con ordenamientos del entorno material: la Asociación del Rifle en
Estados Unidos tiene el poder que tiene por el imaginario que convierte la
posesión de armas en un alivio a la ansiedad de la invasión del otro o la
proximidad del apocalipsis. La elección de barrio, tipo de vivienda o tipo de
automóvil tiene que ver también con estas formas de ansiedad. Un automóvil que
sobreviva a los roces o golpes producidos por jóvenes conductores
inconscientes, una casa en un entorno seguro y vigilado, en un barrio de gente
como la propia gente, una vestimenta cuyos signos de logo indiquen a las claras
el orden de la vida cotidiana. La vida religiosa puede ser parte de esta
reacción, aunque no necesariamente: no, por ejemplo, si asistir a la misa
dominical implica escuchar las homilías de un cura algo progre que predique
contra el lujo o las formas de vida tan queridas.
El reaccionario no es conservador en un sentido estricto del
término, sino revolucionario de la propia condición para impedir el avance de
la otra revolución temida. La moral comienza, sostenía Nietzsche, cuando el
resentimiento se vuelve creativo. Y esto es precisamente lo que convierte al
conservador en reaccionario: entra en el campo del activismo y adopta las
estrategias del otro. No es sorprendente que los activistas más prominentes del
campo contrarrevolucionario hayan sido en su juventud parte de los movimientos
de la izquierda. Sienten que la revolución ya fue hecha, que los cambios que
hubo que aceptar fueron suficientes y que ahora es cuando el peligro es mayor,
cuando el otro amenaza los límites últimos del orden de lo cotidiano.
La reacción es reacción porque hay una sensación de que el
cómodo presente en el que se ha vivido ya no existe o está en grave peligro.
Bourdieu estudió algunas formas de esta reacción en el campo intelectual,
cuando, por ejemplo, el grupo de autores que han sido hasta el momento seguidos
por grandes masas de lectores y han sido favoritos de los medios de
comunicación repara que en que ni sus nombres, ni sus temas, ni siquiera su
estilo son ya del favor general, o al menos son ya disputados por nuevos nombres
que antes no eran visibles y ocupan lugares que eran hasta ahora su privilegio.
Esta reacción es comprensible en lo que tiene de ansiedad, pero se convierte en
un activismo teórico cuando se modela todo un complejo de ideas ordenado a
propagar el miedo a lo que parece estar en el horizonte y se diseñan planes de
acción sistemáticos para resistir. Robin recuerda la tesis de Oakeshott de que
el conservadurismo no es un credo ni una doctrina sino una disposición en la
vida cotidiana.
[1] Robin, C.(2018) The Reactionary
Mind. Conservatism from Burke to Trump, 2ª ed. Oxford: Oxford University
Press.
[2] O.c. p 7
[3] Sobre el conservadurismo hay una
enorme literatura a la que habría que referirse para enmarcar con más precision
histórica las tesis de Corey Robin: George H. Nash, The Conservative
Intellectual Movement in America since 1945
(Wilmington, Del.: Intercollegiate Studies Institute), xiv; Roger
Scruton, The Meaning of Conservatism (London: Macmillan, 1980, 1984),
11. John Ramsden, An Appetite for Power: A History of the Conservative Party
since 1830 (New York: Harper Collins, 1999); John Ramsden, An Appetite for Power: A
History of the Conservative Party since 1830 (New York: Harper Collins,
1999); David Farber, The Rise and Fall of Modern
American Conservatism: A Short History (Princeton, N.J.: rinceton
University Press, 2010); Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago:
University of Chicago Press, 1962, 1982, 2002); Richard A. Epstein,
“Libertarianism and Character,” in Varieties of Conservatism in America,
ed. Peter Berkowitz (Stanford, Calif.: Hoover Institution Press, 2004); William
Graham Sumner, What the Social Classes Owe to Each Other (Caldwell,
Idaho: Caxton Press, 2003); ed. Frank O’Gorman British Conservatism:
Conservative Thought from Burke to Thatcher, (London: Longman, 1986); Conservatism:
An Anthology of Social and Political Thought from David Hume to the Present,
ed. Jerry Muller (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1997); Rick
Perlstein, Before the Storm: Barry Goldwater and the Unmaking of the
American Consensus (New York: Hill & Wang, 2001); Lisa McGirr, Suburban
Warriors: The Origins of the New American Right (Princeton, N.J.: Princeton
University Press, 2001); Donald Critchlow, Phyllis Schlafly and Grassroots Conservatism: A Woman’s
Crusade (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2005); Kevin Kruse, White
Flight: Atlanta and the Making of Modern Conservatism (Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 2005); Jason Sokol, There Goes My Everything:
White Southerners in the Age of Civil Rights, 1945–1975 (New York: Vintage,
2006); Matthew Lassiter, The Silent Majority:
Suburban Politics in the Sunbelt South (Princeton, N.J.: Princeton University
Press, 2006); Joseph Lowndes, From the New Deal to the New Right: Race and
the Southern Origins of Modern Conservatism (New Haven, Conn.: Yale
University Press, 2008); Allan J. Lichtman, White Protestant Nation: The
Rise of the American Conservative Movement (New York: Grove Press, 2008);
Mattson, Rebels All!; Steven Teles, The Rise of the Conservative Legal
Movement: The Battle for Control of the Law (Princeton, N.J.: Princeton University
Press, 2008); Bethany Moreton, To Serve God and Wal-Mart: The Making of
Christian Free Enterprise (Cambridge, Mass.: Harvard University Press,
2009); Phillips-Fein, Invisible Hands. Also see Julian Zelizer, “Reflections: Rethinking the History of
American Conservatism,” Reviews in American History 38 (June 2010),
367–392; Kim Phillips-Fein, “Conservatism: A State of the Field,” Journal of
American History 98 (December 2011), 723–743.
[4]
Hägglund (2022) o.c.
[5]
Melinda Cooper ha realizado un ilustrativo estudio histórico de la relación
entre las políticas de la familia y la evolución de las culturas neoliberal y
neoconservadora en Cooper, M. (2022) Los valores de la familia. Entre el
neoliberalismo y el nuevo social-neoconservadurismo, trad. Elena
Fernández-Renau, Madrid: Traficantes de Sueños.
[6] Robin, C(2004) Fear. The History
of a Political Idea, Oxford: Oxford University Press
[7] Haidt,
J. (2019) La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen
a la gente sensata, Barcelona: Grupo Planeta. Edición de Kindle.
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