Haber nacido aquí y no allí es la marca de la condición
humana, no de la naturaleza humana, distingue Arendt, un hecho irreversible con
el que vienen todas las condiciones y condicionamientos del cuerpo, del género,
la clase, el grupo, la sociedad, la cultura, la tierra, el tiempo histórico, la
materia transformada que llamamos entorno técnico. Ese tejido de condiciones es
también una trama de posibilidades que se van desenvolviendo entre los nudos
de los azares, las causas pero también las acciones, los proyectos, los planes
conjuntos y los cambios que ocurren en biografías que se entrelazan en el
discurrir de la sociedad.
Condiciones de nacimiento y de pertenencia, de los olores y
cantos que oyes en la cuna, los ritmos del día y las noticias de la tarde, las
paredes de la casa, la cocina y la escuela, los ruidos e imágenes, la
atmósfera, el cuerpo que el azar biológico te ha concedido, la situación de la
familia que irás comprendiendo con los años, los cariños o distancias, la gente
que irá apareciendo en tu vida, a veces como compañía y a veces como amenaza, nada
te ha sido consultado, nadie te había echado de menos en ese trozo de mundo
hasta que llegaste, nada estaba en tu memoria excepto la herencia genética,
nada tenía sentido hasta que fue abriéndose con tus primeros pasos y balbuceos,
con los cuentos y conversaciones, con las ventanas que van desvelando el
paisaje y las calles o caminos que te llevan a la escuela y las primeras formas
de disciplina que no entiendes o empiezas a entender.
Naces en un lugar y un momento y vas descubriendo el espacio
y el tiempo, las condiciones que al principio eran lo natural se van
desenvolviendo y haciendo posiciones sociales y culturales, costumbres y ritos,
ideas sobre las cosas y empiezas a oír que así es la vida. Todo son condiciones
y condicionantes. Todo es un universo extraño que no sabes si tendrá sentido y
ni siquiera sabes que en algún momento te preguntarás si ese mundo tiene
sentido y si las cosas encajan en algún orden que no puedes entender.
Todo ser vivo nace en un aquí con sus condiciones, todo
organismo crece en ellas y con ellas, su
vida discurre reproduciendo la vida y haciéndose cargo del entorno que le toca.
En el caso humano el entorno se va abriendo por sendas que son a un tiempo
físicas, sociales, culturales e imaginarias, se va haciendo deseo y pesar, y su
cuerpo va encontrando un orden extraño que nace en ritos y costumbres, en
normas y órdenes, en sujeciones y resistencias que van constituyendo las zonas
de libertad, las zonas de dominación y las zonas grises donde lo bueno y lo
malo no terminan de distinguirse.
Los personajes de Kafka son tan humanos porque siempre los
describe en un despertar en un lugar extraño que el autor no explica, que para
ellos es inexplicable, como las sillas y mesas de la taberna de El Castillo,
los comunicados de El proceso o la habitación de La metamorfosis.
Algo así es la experiencia humana de haber nacido aquí y no allí.
La primera de las ignorancias, la que nadie piensa siquiera
como ignorancia es si acaso será echado de menos. Solo los fines y finales de
la vida que han sido cavados en el suelo de la existencia hacen crecer esa
pregunta final. El resto de la vida es, al contrario, una pregunta continua por
si echas de menos o no lo que se ha perdido, el tiempo y los pasos pasados. El
sentido se despliega como una pregunta por echar de menos un aquí que con el
tiempo se ha convertido en un allí.
[1]
Jonathan Lear emplea esta frase para reflexionar sobre el duelo en un hermoso
libro: Lear, Jonathan (2022) Imagining the End. Mourning and Ethical Life, Harvard University Press.
[2] Arendt, Hannah (1958) La
condición humana, Paidos, 21-22
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