sábado, 15 de noviembre de 2025

Haber nacido aquí y no allí

 



En discusiones sobre el cambio climático alguien dice: “nadie va a echarnos de menos”[1]. Hemos sentido el frío de esa frase algunas veces, lo hicimos en la última escena de Melancolía (Lars von Trier, 2011) y nos revuelve el estómago cuando se emplea con la intención de que sea un chiste, y nos envuelve la compasión cuando alguien lo expresa como signo de derrota. Quien lo hace habla por la humanidad y la frase navega entre el sarcasmo y un miedo ancestral que todos los humanos tienen no tanto a morir como a ser olvidados o echados de menos. Quizá el sentido de la vida no sea otra cosa que la expresión positiva de este temor a no haber sido más que un proceso más en la cadena de causas y efecto del universo, una sucesión de cambios químicos que termina en humus o en cenizas dispersas en el viento. Hannah Arendt[2] explica que si al animal humano estuviese condenado a una interminable repetición, al albur del azar y la necesidad que mueve la evolución biológica, no sería necesaria la acción y menos la memoria y eso le lleva a postular la natalidad como algo distinto a la pura fertilidad, a convertirla en el principio de la filosofía política que solo tiene sentido por la capacidad de iniciar algo nuevo, una cadena causal, una transformación que es lo que puede ser echado de menos. Porque nadie nos echaba de menos antes de nacer, ni nadie echaba de menos a la humanidad cuando otros homininos poblaban África y se extendían por los continentes.

Haber nacido aquí y no allí es la marca de la condición humana, no de la naturaleza humana, distingue Arendt, un hecho irreversible con el que vienen todas las condiciones y condicionamientos del cuerpo, del género, la clase, el grupo, la sociedad, la cultura, la tierra, el tiempo histórico, la materia transformada que llamamos entorno técnico. Ese tejido de condiciones es también una trama de posibilidades que se van desenvolviendo entre los nudos de los azares, las causas pero también las acciones, los proyectos, los planes conjuntos y los cambios que ocurren en biografías que se entrelazan en el discurrir de la sociedad.

Condiciones de nacimiento y de pertenencia, de los olores y cantos que oyes en la cuna, los ritmos del día y las noticias de la tarde, las paredes de la casa, la cocina y la escuela, los ruidos e imágenes, la atmósfera, el cuerpo que el azar biológico te ha concedido, la situación de la familia que irás comprendiendo con los años, los cariños o distancias, la gente que irá apareciendo en tu vida, a veces como compañía y a veces como amenaza, nada te ha sido consultado, nadie te había echado de menos en ese trozo de mundo hasta que llegaste, nada estaba en tu memoria excepto la herencia genética, nada tenía sentido hasta que fue abriéndose con tus primeros pasos y balbuceos, con los cuentos y conversaciones, con las ventanas que van desvelando el paisaje y las calles o caminos que te llevan a la escuela y las primeras formas de disciplina que no entiendes o empiezas a entender.

Naces en un lugar y un momento y vas descubriendo el espacio y el tiempo, las condiciones que al principio eran lo natural se van desenvolviendo y haciendo posiciones sociales y culturales, costumbres y ritos, ideas sobre las cosas y empiezas a oír que así es la vida. Todo son condiciones y condicionantes. Todo es un universo extraño que no sabes si tendrá sentido y ni siquiera sabes que en algún momento te preguntarás si ese mundo tiene sentido y si las cosas encajan en algún orden que no puedes entender.

Todo ser vivo nace en un aquí con sus condiciones, todo organismo crece en ellas y con ellas,  su vida discurre reproduciendo la vida y haciéndose cargo del entorno que le toca. En el caso humano el entorno se va abriendo por sendas que son a un tiempo físicas, sociales, culturales e imaginarias, se va haciendo deseo y pesar, y su cuerpo va encontrando un orden extraño que nace en ritos y costumbres, en normas y órdenes, en sujeciones y resistencias que van constituyendo las zonas de libertad, las zonas de dominación y las zonas grises donde lo bueno y lo malo no terminan de distinguirse.

Los personajes de Kafka son tan humanos porque siempre los describe en un despertar en un lugar extraño que el autor no explica, que para ellos es inexplicable, como las sillas y mesas de la taberna de El Castillo, los comunicados de El proceso o la habitación de La metamorfosis. Algo así es la experiencia humana de haber nacido aquí y no allí.

La primera de las ignorancias, la que nadie piensa siquiera como ignorancia es si acaso será echado de menos. Solo los fines y finales de la vida que han sido cavados en el suelo de la existencia hacen crecer esa pregunta final. El resto de la vida es, al contrario, una pregunta continua por si echas de menos o no lo que se ha perdido, el tiempo y los pasos pasados. El sentido se despliega como una pregunta por echar de menos un aquí que con el tiempo se ha convertido en un allí.



[1] Jonathan Lear emplea esta frase para reflexionar sobre el duelo en un hermoso libro: Lear, Jonathan (2022) Imagining the End. Mourning and Ethical Life, Harvard University Press.

[2] Arendt, Hannah (1958) La condición humana, Paidos, 21-22


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