Yo lo vi, dice el testigo, como en el grabado de Los desastres de la guerra de Goya. Se me ocurre después de una conversación con un entrañable amigo de la Universidad del Valle de Cali, que está por aquí de visita, sobre cosas de la memoria de los tiempos y me cuenta que de pequeño, en una aldea cerca de Cali donde tenían una propiedad, entró un día el ejército y mató a trescientos aldeanos. El capitán había prometido matar a cien por cada uno de sus tres hombres que habían matado los guerrilleros. Mi amigo era niño y lo vio. Los montones de cadáveres eran mayores que su altura. Él lo vio. Con razón nunca ha podido olvidarlo. Conversé hace dos años en Medellín con otro profesor que provenía de una zona en la que los paras habían expulsado de sus tierras a los campesinos por un método expeditivo: los habían desmembrado vivos con motosierras. Antes de matarlos les dijeron que los desmembraban para que nadie encontrase después sus huesos, que desperdigaron cuidadosamente por la zona. Eran ya tiempos más recientes y no tenían intención de someterse a juicios. A mi amigo le había sucedido una curiosa experiencia. Era (es) profesor de filosofía política y le habían encargado de dar un seminario de introducción a la democracia a unos jefes de los paras, en la nueva política de reinserción que se ha llevado a cabo recientemente. Se preguntaba si entre aquellos asistentes estarían algunos de los responsables de la matanza. Le asombraba que no sintieran culpa, y que razonasen con tranquilidad sobre el derecho a la violencia cuando el estado no alcanza para protegerlos. Comenté este caso con mi amigo de Cali y añadió el dato de que otra forma de desmembramiento habitual era atar al campesino a cuatro Toyotas. Me pregunto si esos paras sabían que era un castigo acostumbrado en las tribus bárbaras que invadieron el imperio romano y que fue heredado en la Edad Media. Quizá no: ellos pensaban estar defendiendo la civilización occidental.
Quienes se dedican a temas de procesos de transición, y tengo a mi alrededor a varias personas que lo hacen, insisten en que no se debe detener el intelecto en las barbaridades para no perder el hilo de lo esencial. Pero yo no puedo: la memoria de los testigos directos tiene para mí algo de sagrado. Paseando un día por la Sierra de Salamanca tuve ocasión de conversar con un viejo, ya medio ciego, que cuidaba una huertita con su viña. A las pocas frases me dijo: le voy a contar un sucedido que me ocurrió aquí mismo. Lo que le había ocurrido es que una noche en la inmediata posguerra había ido a esa misma viña a llevar alimentos a su padre que estaba escondido para escapar a un más que probable paseo de los falangistas. A la vuelta, en la carretera, a altas horas de la madrugada, se escondió porque vio llegar un par de camiones. Bajaron a una familia entera, padre, madre, varios niños, y algunos más: once personas. Los fusilaron allí tras los muros de una casa de camineros. Él tenía nueve años y estaba contento porque ahora ya mayor era capaz por fin de poder contar aquello. Entendí las razones de su silencio.
La ira, dice Aristóteles en la Retórica, es el sentimiento que se despierta cuando nos hacen un daño que no merecemos. A veces, cuando desaparece la ira queda otra emoción, de largo plazo, el resentimiento. Junto a la culpa, es una emoción o actitud afectiva esencialmente moral: la moral está hecha al final de culpa y resentimiento. Hay personas y pueblos que quedan encastrados en el resentimiento y no pueden ser curados por el tiempo. El duelo no hace su labor. Se ha dicho del pueblo hebreo. Ahora ya ha hay varios más que tardarán en ser curados. Las políticas de la memoria, de nuevo, deben soslayar esos relatos de crueldad para hacer un trabajo frío de dar nombres, recobrar huesos, enterrar muertos. Pero a veces un testigo viene y te lo cuenta. Y no puedes sino volverlo a contar y no te importa que con ello el resentimiento no se cure.
Querido Fernando, yo tengo otra interpretación del resentimiento: el resentimiento es el triunfo definitivo de la maldad en el mundo. Cuando, por ejemplo, tras un atentado terrorista, oigo a la gente abogar por la oena de muerte, siempre digo lo mismo: ese sería el gran triunfo de ellos, de los asesinos, de los cobardes, de los poderosos que reprimen a los humildes, de todos aquellos que han hecho del odio su bandera. Y es así por eso mismo, porque no les mueve otra cosa que el odio y desean transdmitirlo a la humanidad entera. Si calléramos en el error (y horror) de responder como ellos, nos habrían vcontagiado. Por eso el mal es tan poderoso, porque permanece mucho tiempo después de que hayan pasado sus efectos más inmediatos. Eso es el resentimiento.
ResponderEliminarEl resentimiento es la memoria de la víctima. Sólo ella es quien puede perdonar (el resto, en el mejor de los casos, puede olvidar). Pedirle a la víctima que no tenga resentimiento es convertirla doblemente en víctima. Si tu discurso lo trasladamos del resentimiento a la culpa, alguien podría decir que también la culpa es mala, que no hay que aceptar el sentimiento de culpa. Porque hay daño (no mal: el mal es un concepto religioso, que no todos comparten. El daño es el sufrimiento que no tendría que haberse causado) hay resentimiento.
ResponderEliminarBelén Gopegui afirma, y yo estoy bastante de acuerdo, que el resentimiento es la emoción fundamental. En esto me parece que no estaremos de acuerdo. Otra cosa es la venganza. Algún día hablamos de perdón y venganza.
Aunque el comentario anterior figura como anónimo, a causa de desmanes informáticos, era una respuesta mía al primer comentario. Reitero lo afirmado: el resentimiento no es malo ni bueno en sí, es la emoción que identifica a la víctima. En todo caso es malo cuando no hay razones objetivas, cuando la víctima no lo es, se hace la víctima, usa su estatus como chantaje, etc. No ocurre en ninguno de los casos del relato, donde no fueron las víctimas sino los testigos quienes hablaron.
ResponderEliminarFernando, ¿leiste "Operación Masacre", de Rodolfo Walsh? Empieza con esta frase: "Hay un fusilado que vive". Si ya sabés de qué va, ok, si no sabés y te interesa te cuento.
ResponderEliminarTe felicito por tu juventud y la labor en los barrios, me parece muy bueno.
Un abrazo, m.