Acabo estos días las Tanner Lectures de Axel Honneth, Reification, "una nueva mirada a una vieja idea", reza el subtítulo; un libro en debate con otras voces como Judith Butler, a quien he leído también este año con respeto y pasión. Bueno, tiene interés, muy en su línea de teoría crítica, reivindicando la idea de cómo nos convertimos unos a otros en objetos cuando perdemos los lazos con la experiencia y la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Me sorprendió sin embargo que al final llegase, y dejase como colgado, a un tema que me subyugó, que me da vueltas últimamente: cómo es posible que uno llegue a tratarse a sí mismo como un objeto, que llegue a convertirse a sí mismo en un medio para sí mismo. Y, ciertamente, explica muy bien qué ocurre con tantas vidas fracasadas. No en lo social, pues suele coincidir con gente que alcanza altos lugares de poder o reconocimiento. Pero cuando te encuentras con ellos descubres cuan poco amor sienten por sí mismos: la cosa más difícil del mundo. Llegar, primero, a aceptarse; luego, a amarse, no a compadecerse sino a convivir con la propia trayectoria de una manera que no es la del orgullo del insolente ni la culpa del resentido sino la tranquilidad del amante. Mirarse al espejo sin culpa ni compasión, tampoco sin engaño: como nos ocurre con quienes amamos. Hay que ser muy valiente para amarse a sí mismo.
Hace un par de años, después de una conferencia, un colega famoso por su lengua viperina me dijo con toda la maldad que era capaz, y era capaz de mucha: "se nota que te quieres mucho a ti mismo". No, la verdad, ya me gustaría. Como el cuadro de Dorian Gray, guardo mis retratos en en las oscuras sombras de mi mente y no siempre soy capaz de mirarlos con tranquilidad, ni mucho menos con amor. Me gustaría aprender a hacerlo.
Me decían algunos familiares autoritarios que me educaron: "¡hay que tener amor propio!", lo decían para que te esforzases en competir, triunfar, ganarle a otros la partida. ¡Qué falsa es esa forma de ver el amor propio!: verás la derrota de los triunfadores en su incapacidad para conservar la mirada: no miran a los ojos porque ya no son capaces siquiera de mirar al espejo; miran su imagen, pero no se miran a los ojos. Se odian a sí mismos y transmutan ese odio en desprecio a todo el mundo.
Gustarse a sí mismo es lo contrario de amarse. Pasa lo mismo con los otros: puedes decirle "me gustas", ... pero si dices " te amo" el horizonte cambia.
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