Ayer tuve la suerte de asistir (a la distancia proletaria que permiten las emisiones en directo a cines) al estreno de La Valquiria de Wagner en La Scala de Milán dirigida por Daniel Barenboim. Afuera, los italianos se manifestaban contra los recortes económicos en cultura y educación que está infligiendo el estado (italiano, todos). Se tocó el himno nacional (estaba presente el presidente Giorgio Napolitano) y, a continuación, el director, siempre consciente de su lugar y tiempo, comenzó por declarar su preocupación por el futuro de la cultura en Europa. Leyó el artículo 9 de la constitución italiana que promete la protección a la cultura científica y humanística y, tras un encendido aplauso, dio comienzo a la representación. Era imposible que tal marco no determinase la interpretación.
La Valquiria es la parte de El anillo del nibelungo que ilumina más el mundo de los hombres: héroes y villanos, amores y odios de tribus. Los dioses (Wotan) son conscientes de su pecado: se han vendido al oro y ahora están amenazados por los ejércitos del mal: los ejércitos del nibelungo Alberich, que abominan del amor y representan la fuerza del poder del dinero, les amenazan y la lenta recolección de héroes muertos que Wotan ha emprendido no bastará para detener el curso de la historia. Creen los dioses que sólo un héroe (humano, libre) puede salvarlos. Wotan ha creído ver en el Welsungo Siegmund el sueño de este héroe (que los dioses sueñan con un héroe humano es el mensaje de Wagner. Que los dioses estén enfrentados a un destino trágico es el tema que resuena en el heideggeriano "demasiado tarde para los dioses, demasiado pronto para el Ser"). El héroe también está destinado a un fin trágico: los dioses tienen que elegir entre la moral del héroe y la moral convencional y eligen la última. Siegmund es condenado pero la Valquiria Brünnhilde salva el futuro (Siegfried) a costa de su propia inmortalidad: su precio es convertirse en humana.
Metáfora de la aristocracia cultural alemana en decadencia ante los ejércitos de la burguesía y el mercado, las parábolas de El anillo de los nibelungos sonaban anoche como trompetas que llamaban a un juicio final a los señores de Europa. Amor contra mercado, héroes contra dioses, valentía frente a los miserables que mandan. Weslungos por los bosques en perpetua huida de los bárbaros interiores, condenados al sacrificio por las diosas de los mercados (¿por qué se parecería tanto la diosa Fricka, esposa de Wotan (Ekaterina Gubanova) a Ángela Merkel?).
Como la prostituta de Pretty Woman atendiendo a La Traviatta, no pude evitar las lágrimas en varios momentos: el romanticismo me puede. Pero mi cabeza seguía maquinando: el tiempo de los dioses está feneciendo y llaman en su agonía a los héroes de los hombres. Como si el tiempo de los héroes aún fuese posible.
La nostalgia de Wagner, que resonó en la llamada de Daniel Barenboim, llenaba el espacio real de La Scala de melancolía y sueños de un mundo otro, desde éste, ya desencantado de sus esperanzas. Ahora que asistimos al final del sueño europeo, todos somos la valquiria. No queremos obedecer a los dioses; no sabemos amar a los héroes.
Menos mal que has vuelto. Desde el 28 de noviembre al 6 de diciembre se me hizo eterno.
ResponderEliminarLo mismo digo.
ResponderEliminarY vuelves con mi pasión, la ópera!
Hace 16 años estrenaron también con Walkiria, me las ví todas, vi ensayos y estuve presente en todas las representaciones, me marcó la vida.
El año pasado en Valencia en forma de concierto se me pasó como un rayo...
Tiene algo especial Walkiria, conmueve, te hace soñar, te revive.
Te tengo que pasar la versión de hace 16 años, más teatral y menos vitrina que la de este año...te gustará.