Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 15 de enero de 2017
Parábolas de ciegos
La ignorancia es ignorada. Es un estado elusivo al que no se le da importancia pues se considera una fase temporal, algo de lo que hay que salir mediante el conocimiento. Es un concepto que se resiste a ser estudiado por su carácter negativo, lo que me parece tan erróneo como peligroso. Lo negativo -de esto trato de escribir hoy- es una fuerza positiva en la historia. Tenemos teorías del conocimiento, (epistemologías, en la jerga filosófica, un palabro que el ordenador me sigue subrayando en rojo a pesar de que es uno de los que más escribo) pero muy pocas, casi ninguna, epistemologías de la ignorancia.
Antes de seguir, permítaseme un breve escolio. Se habla de "ciencias positivas" porque hablan de los hechos, los explican y predicen. Raramente encontramos ciencias y filosofías de lo negativo, de la falta de hechos. Ciencias de la ausencia. Tenemos, por ejemplo, la economía y la filosofía del dinero, teorías sobre la riqueza, pero es difícil encontrar, si no es en los márgenes, teorías y filosofías de la pobreza. Ciencias cognitivas, pero no ciencias de la agnosia. Filosofías del poder, pero no de la impotencia. No por casualidad. Uno de los sesgos que tenemos los humanos es el de no valorar lo negativo. Tenemos aversión constitutiva a lo negativo.
En el marco de las epistemologías de la ignorancia, últimamente me interesa mucho el concepto de ignorancia estructural, de la ignorancia sobre la que se apoyan fábricas complejas: desde la subjetividad a las instituciones. Vayamos a un ejemplo: un hospital clínico contemporáneo. Los hospitales son instituciones de conocimiento (teórico y práctico). Foucault teorizó mucho sobre el nacimiento de estas instituciones (El nacimiento de la clínica) y sobre cómo en ellas se articulan el poder y los saberes. Teorizó menos, y es una pena, sobre las relaciones estructurales entre poder e ignorancia. Consideraba que el poder moderno se construye sobre el "querer saber" sobre los cuerpos y las almas, que las políticas del saber definen las políticas del poder. Se le escapaba, sin embargo, la importancia del "no querer saber" como muro de carga del poder.
Veamos los hospitales: son instituciones jerarquizadas por la autoridad epistémica, por las separaciones entre expertos y legos. Se ordenan por servicios y plantas que reflejan las ramificaciones de la pericia y conocimiento: los diagnósticos, las predicciones, las inquisiciones e intervenciones sobre los cuerpos. El conocimiento y las órdenes fluyen de "arriba a abajo", desde los doctores y las enfermeras (así, con estos marcadores de género, que, por suerte, ya empiezan a variar) hacia los pacientes, familiares y ocasionales visitantes. Desde la gerencia y administración a los expertos médicos.
Fluye el conocimiento como fluye el poder. Se distribuye con cuidado. El conocimiento puede hacer daño. El doctor comunicará al paciente algunas cosas sobre su estado, pero no otras. A veces, ni siquiera cuando es preguntado por aquél o sus familiares. Les comunicará lo que estrictamente ordena y permiten los protocolos a los que, a su vez, obedece. Sonreirá cuando el paciente afirme conocer algo sobre su dolencia. Inquirirá lo necesario. Lo que su especialidad exige, y sólo colateralmente preguntará por otras dolencias, alergias, tratamientos o historias clínicas pasadas. Raramente preguntará por cómo vive su trabajo o su falta de trabajo, por las relaciones con el jefe, la pareja, los padres, hijos o hermanos. Ocasionalmente. Sabrá quizás que hay depresiones estructurales, que no pueden ser curadas con pastillas porque están producidas por la falta de poder y de esperanza. Mejor, lo sabrá en teoría, pero no querrá saber la historia particular de esa paciente porque tendría que hacerse muchas preguntas por sí mismo que no quiere ponerse a pensar ni responder.
Es muy interesante descubrir que una mayoría (dentro de la minoría) de quienes trabajan en epistemologías de la ignorancia lo hagan en el marco de la filosofía de la enfermería, una especialidad, por cierto, poco cultivada en mi país. Porque las enfermeras (vuelvo a usar el femenino) son las que han trabajado más sobre la epistemología de la ignorancia. Así, en el espacio hospitalario, las enfermeras ocupan un lugar intermedio por el que fluye el conocimiento de arriba/abajo y raramente a la inversa.
En uno de los libros que acabo de leer sobre el tema, On the Politics of Ignorance in Nursing and Healthcare, se relatan varios casos en los que la ignorancia sobre las advertencias reiteradas de las enfermeras condujo a la muerte de pacientes (de niños, en uno de ellos). Las voces de las enfermeras solamente las escuchan los pacientes. Los doctores suelen tenerlas al lado en silencio. Lo que ellas conocen se queda para ellas, no forma parte del flujo de conocimientos que constituye la institución. Se puede seguir investigando sobre las ignorancias estructurales en los sistemas de salud, pero quien me lea tal vez se haga ya una idea de la dirección de mis palabras.
La ignorancia estructural articula las instituciones tanto como el conocimiento. El no querer saber es un elemento de la preservación de la estructura de autoridad de la institución. Es falso que el poder quiera saberlo todo de los subordinados. Al contrario. Lo que define las formas del poder son las articulaciones de su ignorancia. Hubo un tiempo, por ejemplo, en los que el jefe o encargado de la empresa se preocupaba, o aparentaba hacerlo, por la salud y estado de sus trabajadores. Fueron tiempos de un capitalismo ya ido, cuando había empresarios y no gerentes. Al jefe-gerente le importa sobre todo no saber. No puedo imaginarme a los especialistas en destruir empresas, a los encargados de recursos humanos o de selección de plantillas queriendo saberlo todo. No: lo suyo es no querer saber.
Cuando trabajaba sobre estas cosas, apareció en los periódicos la historia del catedrático de la Universidad de Sevilla acosador de varias profesoras. Lo espeluznante del caso no era tanto la figura del catedrático, pequeño sátrapa rijoso que no es inusual encontrarse por los pasillos, sino la ignorancia activa de los compañeros de las profesoras y becarias acosadas. Durante años no quisieron saber. Es muy importante saber lo que una institución ignora para poder reproducirse como institución. Porque ciertos saberes harían que mutase y se transformase en otro tipo de institución que no quiere ser. Lo mismo nos pasa a las personas.
Ahora que trabajo con otros compañeros y compañeras en analizar las universidades, cada vez me interesan más las ignorancias estructurales que las constituyen. Cómo distribuyen los saberes, sí, pero también como son membranas osmóticas que no dejan pasar otros. La universidad neoliberal, por ejemplo, a la que vamos abocados si no la resistimos, está definida por sus ósmosis estructurales, por lo que no quieren saber: lo que han tenido que hacer los alumnos para llegar a ella, o lo que hacen por la tarde para poder continuar; lo que han tenido que hacer sus becarios y profesorado precario para llegar a ella o para poder continuar. Le importan los logros, los hitos, las conquistas de puestos, pero no los fracasos. Por eso no aprenden.
Cierto: hay funciones positivas de la ignorancia. No sería posible la especialidad sin la ignorancia. Uno (el que aquí escribe) no es científico y es un filósofo mediocre por no haber aprendido nunca a ignorar cosas que le iban sugiriendo sus lecturas. Si las hubiera ignorado, ahora tendría otro puesto en los rankings. Lo mismo ocurre con los poderes. Ocupar puestos es aprender a cerrar los ojos, a ignorar lo que no es relevante para la función encomendada. Lo dejaremos para otra entrada.
Para quienes deseen introducirse en las epistemologías de la ignorancia, otra recomendación:
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Entre politólogos y afines circulan montañas de bibliografía sobre la capacidad epistémica de las organizaciones inteligentes, diseñadas a conciencia, con mucho estudio, para cooptar a los que saben. Y mientras toda esa gente inteligente se dedica a escribir sobre estas cosas, desde hace al menos veinte años, esas instituciones de las que ellos hablan, las más vanguardistas, como la UE, se les desmoronan bajo los pies. Y si esto es así no es tanto porque a las instituciones, o a los nuevos asesores de príncipes, les falten conocimientos o información, sino porque no aciertan a hacerse las preguntas adecuadas. Esto es, porque no atinan a reconocer lo que ignoran. Tienes toda la razón en apuntar adónde apuntas: faltan preguntas acertadas y sobran respuestas.
ResponderEliminarDa gusto leerte, Fernando. Enriqueces mi pensamiento y agitas mis neuronas, aletargadas entre tanto like y tanta cotidianidad. Gracias por el hermoso regalo de tu lúcido e inconformista pensamiento. Un abrazo.
ResponderEliminarAlguna vez en una clase sobre Financiamiento de la Educación, el profesor, economista de profesión, nos definía la economía como una ciencia de la escasez, en especial cuando hablamos de economías nacionales, recursos y presupuesto público que tiene los límites definidos.
ResponderEliminarMe llama mucho la atención de las epistemologías de las ignorancias, puesto que ha sido un reclamo y un camino poco explorado, un reclamo de las comunidades y también de la naturaleza, muchos desastres y errores ocurren no por la solidez del saber, sino por estos espacios, grietas y susurros ignorados. Una filosofía de las ignorancias estaría cercana a la filosofía de los intersticios y las diferencias.
Muy sugerente tu entrada, como de costumbre. En el fondo late la tensión entre la erótica del poder y la de la búsqueda de la verdad, que en este caso te ha llevado a desentrañar la lógica de algunos poderes institucionales. Agradezco profundamente tu renuncia a no querer saber. Gracias
ResponderEliminarAl hilo de tu entrada me pregunto si esta función positiva del "no querer saber", que sustenta y estructura las instituciones, con sus formas de distribución y gestión de conocimiento, no está abocada a un fracaso irremisible, irreversible, no medible por los estándares habituales. Sócrates anticipó que el origen del conocimiento está en el (re)conocimiento de la ignorancia. Éste es el paso previo para iniciar el cambio, la transición a nuevas formas de conocimiento, a nuevos caminos desde los que seguir caminando. Por lo mismo, ¿no supone la "ignorancia ignorada" el cierre definitivo del camino?, ¿no caminamos hacia unas instituciones que, incapaces de (re)conocer su propia disposición a no querer saber, están abocadas al quietismo estructural y la parálisis definitiva?
ResponderEliminarUna de las consecuencias de esta dinámica institucional es el dolor silenciado. La ignorancia activa puede silenciar el dolor, que queda a la intemperie, desamparado, sin nadie que lo acoja, y entonces se transmuta en pesadumbre.
ResponderEliminarLa lectura de este artículo me ha recordado el refrán: ojos que no ven, corazón que no siente. O dicho con más palabras: ojos que no quieren ver, corazón que no quiere sentir. Gracias por sus artículos y recomendaciones.
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