Uno de los conceptos más oscuros de las tradiciones
dialécticas, que agrupan a las hegelianas, marxistas y las variedades de la
Teoría Critica es el concepto de mediación (Vermittlung). Es sin embargo una
aportación muy seductora que merece salir de las oscuras cloacas de las jergas
de estas líneas de pensamiento para incorporarse a otras maneras de escribir y
pensar. Más allá del término alemán, los orígenes latinos de “mediación” nos
llevan a una exquisita ambigüedad que no es propiamente polisemia sino una
profunda indeterminación que nace en el mismo concepto que categoriza esta
extraña relación.
Mediación, en principio, es una relación que se da entre
términos o entre polos que están en contradicción. Éste es el modo en el que
entendemos cotidianamente la idea de mediación: dos antagonistas que necesitan
una instancia que ayuda a resolver las diferencias. La mediación, entonces,
existe sólo en cuanto los dos polos contienden y en esta instancia se resuelve
la contradicción. Entendida así, la mediación es una relación externa a las
partes, que de una u otra forma establece constricciones sobre las mutuas
aspiraciones facilitando una nueva relación que es el acuerdo, el contrato o
algo similar. En este sentido, la mediación ocurre como una suerte de
imposición que se superpone a las partes. Es la forma más primitiva de
mediación y tal vez la menos interesante, pues supone la existencia de un poder
superior a las partes que ambas reconocen. Así, en la idea liberal, el Estado
media entre actores en conflicto, o los poderes internacionales entre grupos o
estados. En esta modalidad, la dialéctica aporta poco pues en realidad no
necesitamos ya la dialéctica, o sólo en el modo también primitivo de dialéctica
que es el dia-logos, la confrontación verbal.
La dialéctica comienza a producir frutos sustanciosos cuando
la relación no existe bajo una forma externa de un tercer término, sino que se
produce directamente entre los dos polos, que median mutuamente, e incluso en
un solo elemento, cuando se desenvuelve en contradicciones y media sobre sí
mismo. La conocida dialéctica del señor y el siervo es un ejemplo, bien si la
entendemos como dos polos o, como ocurre en Hegel, como el desenvolvimiento de
la conciencia. Ambos median entre sí en tanto que solo existen como señor y
siervo en tanto que así son mirados por el otro, y esa mirada del otro es
necesaria para reconocerse a sí mismos bajo estas categorías. Esta es la
modalidad que ha tenido más recorrido en la filosofía: capital y trabajo, en
el marxismo; sujeto y objeto, en la dialéctica negativa de Adorno, en fin…; la
historia de la filosofía contemporánea no puede entenderse sin esta forma de
mediación entre polos que cada uno ejerce de mediación sobre el otro.
Para quienes se sienten muy alejados de la galaxia dialéctica no les será difícil entender la idea de mediación si atienden a las recientes derivas de la psicología cognitiva y la filosofía de la mente. Lo que llamamos "mente situada, incrustada y encarnada" (situated, embedded, embodied) no es sino una forma de formular la idea de mediación como superación de la vieja dicotomía mente-cuerpo: la mente sólo existe en una continua negociación de información entre esquemas motores, affordances y situaciones particulares donde todo el proceso adquiere sentido (lo que llamamos contenido mental). No hay dualismo pero tampoco reducción, ni siquiera emergencia. Pura y simple mediación. Para los teóricos de la comunicación, el viejo dicho de Mcluhan de que el medio es el mensaje inicia la aplicación de la mediación a la teoría de los medios. Ahora extendida al medio digital. Los contenidos no sobreviven impunes al medio.
La idea de mediación puede ayudar a entender una vieja
discusión que lleva décadas enfangada en la teoría crítica en lo que se refiere
a la relación entre la base socioeconómica y la llamada superestructura
cultural. El marxismo más rancio y mecanicista sostenía que la relación entre
estos dos niveles es la de determinación o, en la forma más capciosa e
ininteligible, de “determinación en última instancia”. La base material de las
fuerzas de producción, en esta vieja idea, determinaría el estrato de la
cultura que adoptaría la forma de “ideología” o representación falsa, destinada
a preservar las relaciones de producción.
La noción de mediación permite entender de una manera mucho
más compleja la relación entre estos dos polos de la sociedad. La base material
es una base en la que se realiza todo lo social, incluida la cultura. No hay
cultura que no sea cultura material: libros, editoriales, luces, cámaras,
escenarios, …., Las fuerzas de producción son eso, fuerzas de producción. Pero
no existirían sin la reproducción, que es precisamente lo que posibilita la
cultura: desde la comida y el sexo al conocimiento y la técnica, la ordenación
de los espacios, los rituales o las formas de familia, la cultura reproduce las
fuerzas de producción que la producen. No podemos entender las partes sino como
mediación mutua.
En el viejo marxismo, que aún persiste en numerosas
expresiones políticas, se postulaba una forma anterior a la mediación que era
la yuxtaposición que nacía bajo el eslogan de “alianza de las fuerzas del
trabajo y la cultura”. Esta concepción, aunque aparentemente proletaria es
profundamente burguesa, pues la alianza que postula se da entre dos partes y
fuerzas separadas y ajenas. Cuando se postula que los obreros deben dedicarse a
la lucha económica, lo que se quiere decir es que dejen la cultura para los
intelectuales. Y viceversa. Está en la genética leninista el creer que la clase
obrera dejada a sus propias fuerzas solamente puede producir lucha sindical, y
que la conciencia teórica debe ser insuflada desde fuera, como el espíritu que
baja de los cielos.
Esta concepción es autoritaria y dogmática. Profundamente
equivocada en lo que respecta a su visión de las clases populares, subalternas,
pero también y sobre todo en lo que respecta a la cultura. Hereda una visión
burguesa de la cultura como aquello externo que se posee como un capital
(Bourdieu acierta en lo que se refiere al funcionamiento de la cultura como
capital, pero yerra en su concepción de la cultura en general. También el
confunde a veces el valor de cambio y el valor de uso). La cultura, comenzaron
a pensar quienes abandonaron la idea de la sociedad como un mecano, y la
pensaron en forma de mediaciones, es lo común, lo que permite la reproducción
de la sociedad y crea también las tensiones y resistencias.
Una vez que adoptamos esta mirada, no tiene mucho sentido
hablar de “frente cultural”, “frente económico” y “frente político”. Todo es
cultura como todo es economía. A cada parte hay que repetirle la advertencia de
Clinton: “es la economía, estúpido”, “es la cultura, estúpido”. Pensar que la
economía actual pudiera funcionar como una máquina de producir desigualdad sin
antes haber configurado los sujetos para que se relacionen entre sí como
mercancías es estar ciego, como lo es lo contrario: pensar que por hacer un arte
o filosofía críticos se está cambiando la realidad sin estar cambiando las
relaciones sociales también lo es.
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