Dos de las preguntas a las que tengo responder más habitualmente
son ¿cómo nos están cambiando las tecnologías?, y, ¿cuáles son los límites de
las tecnologías? (es decir, hacia dónde vamos o nos lleva el mundo tecnológico).
Son preguntas que todos nos hacemos y cuya respuesta está siempre en disputa. Porque
lo cierto es que, a pesar de la industria del transhumanismo y de los gurús y
visionarios del mundo por venir, no es sencillo responder a cuáles son los
cambios que sufrimos o disfrutamos debido a las tecnologías y cuáles son los
que se deben a la forma de sociedad que se está construyendo. Pese a lo que
afirma la propaganda de las grandes agencias y poderes, el modelo de sociedad
que padecemos no es un simple producto de las tecnologías que tenemos, pues
también las trayectorias tecnológicas dependen de los modelos e imaginarios
sociales. Es un ciclo sinfín en donde las únicas variables independientes, para
desgracia y vergüenza humanas son las que establecen la sostenibilidad
ecológica.
Para tratar de responder debemos comenzar estableciendo escalas
de espacio y tamaño. Vivimos en entornos materiales configurados por las
tecnologías, pero debemos diferenciar las escalas espaciales de estos entornos.
Los entornos técnicos se superponen a, amalgaman con, y transforman los
entornos físicos y ecológicos. Las redes de artefactos entre las que habitamos
definen un paisaje de posibilidades, de affordances (no tiene una buena
traducción al castellano, ni siquiera al inglés, es un neologismo), que limitan
y permiten la acción. Las aves peregrinas se guían aprovechando las direcciones
de los campos magnéticos de la Tierra: para ellas, el electromagnetismo
terrestre constituye una affordance central en su supervivencia, lo mismo que
la resistencia del aire que les permite volar. El paisaje técnico transforma
las affordances que nos corresponderían como grandes simios. El control técnico
del espectro electromagnético, que no vemos, pero en el que habitamos, crea un
entorno de performances de comunicación que, con mucho, es la primera gran característica
tecnológica de nuestro mundo.
Estos entornos tienen una escala diferente de eficacia: los
más cercanos son los entornos del adentro y la periferia del cuerpo. La
metáfora del ciborg se aplica con
fluidez a esta escala. El cerebro y la psicofisiología se transforman por los
entornos técnicos próximos. Así, las mil pantallas y los gadgets de
comunicación producen cambios sustanciales en nuestra relación dinámica con el
mundo y con los otros, e incluso en
nuestras formas de pensar y expresar los pensamientos. El control de la
atención se ha convertido ya en la principal fuente mundial de beneficios
económicos. Los es incluso, o sobre todo, más allá de las capas de la población
excluidas del espacio digital: la universalización del móvil o celular tiene ya
suficiente fuerza transformadora. Un grupo de Whatsapp o una foto de Instagram
puede generar más tensión en la adolescencia que una nota final de una
asignatura. Si ampliamos un poco el espacio nos hallamos en la habitación
propia conectada que ha teorizado Remedios Zafra: las viejas televisiones, las
consolas de juegos, los youtubes de música, la infinita soledad de la
cosmópolis en las que habitamos, con los remedos de amor que buscamos en las
redes sociales, cada vez más tensas y agresivas, cada vez más ásperas. El
entorno de la movilidad en la ciudad sin límites: trabajar o no trabajar a
distancia, el ciclo diario del transporte, la bulimia del viaje de turismo a
ciudades, paisajes y cocinas que ya son la misma ciudad, el mismo paisaje y la
misma cocina no importa cuál sea el destino de la compañía de bajo coste. Nos
llegan mercancías en sobres estandarizados del otro lado del mundo a precios
menores que en la tienda de la esquina, a donde ya nos da pereza acercarnos.
Desde el punto de vista de la influencia causal, debemos
distinguir grandes variedades de tecnologías. Las centrales son las tecnologías
intersticiales. Son aquellas que transforman a todas las demás, que sobreviven
reingenierizando el mundo, empresas e instituciones. Con diferencia, las
tecnologías de la mega-información, una de las ramas de las tecnologías de la
información, está llamada a ser una poderosa fuerza intersticial. Los peta y
zetabytes de información que se producen diariamente son tratados por
algoritmos que filtran e interpretan en una primera frontera los datos, por
analytics que generan clasificaciones muy finas y por inteligencias
artificiales, bots y otros dispositivos que convierten la información en
acciones. La inteligencia artificial, o las inteligencias artificiales es
también una tecnología intersticial. Produce dispositivos que actúan en los más
diversos espacios: los inmateriales de la red; los mecánicos de la robótica;
las redes eléctricas, de transporte, de comunicación, de vigilancia, de
inversión económica; las plantas de producción, convertidas ya en
cuasi-organismos integrados.
Están también las poderosas tecnologías específicas y
sectoriales, que transforman enormes aspectos de la realidad: la
nanotecnología, el diseño de materiales, la automática y robótica, la
biotecnología, la impresión en 3D, … Los artefactos nuevos, desde gadgets
diarios a órganos artificiales comienzan a ser productos de las innovaciones en
estas nuevas tecnologías sectoriales. Conviene también distinguir, para quienes no estén
familiarizados con ello, entre tecnologías e ingeniería. Las tecnologías
agrupan a técnicas y materiales que procesan una zona de la realidad. Las
ingenierías son las técnicas para usar las tecnologías al servicio de
proyectos. Sin las ingenierías, las tecnologías son solo productos
intelectuales o patentes que no tienen actividad. Son las ingenierías las que
las ponen en acto, hibridándolas, articulándolas para generar procesos y
productos. Las ingenierías cabe también distribuirlas en macroingenierías, que
transforman grandes áreas del mundo, por ejemplo las que dan lugar a las
infraestructuras de la comunicación, el transporte y la energía; en
mesoingenierías, que intervienen en aspectos visibles del mundo, como el
urbanismo, la industria, la seguridad, etcétera; y, por último, las
microingenierías, que desarrollan proyectos muy particularizados en problemas
locales, de una dimensión pequeña. Así, la logística de un campo de refugiados
de Médicos sin Fronteras es una microingeniería, mientras que la gestión de la
red de transporte de gas o petróleo es una macroingeniería. Si no distinguimos
tecnologías, técnicas e ingenierías terminamos en una selva metafísica como la que
plantó Heidegger, donde la técnica se convierte en una niebla en la que no
caben categorías. Su metáfora del puente y el pantano es uno de los monumentos
más excelsos de la confusión que puede producir la filosofía.
Si en otro tiempo la filosofía se ocupó de los límites de la
razón, teórica y práctica, o del lenguaje, tal vez haya llegado el momento de
que pensemos en los límites de la tecnología. Hay una creencia extendida de que
esos límites son fáciles de encontrar: la moral y sus principios de precaución
o prudencia establecen los límites de la acción tecnológica. Lo que ocurre es
que precaución y prudencia son ya términos prácticos e ingenieriles, no morales
ni políticos. No se dicen de tecnologías en general sino de ingenierías macro o
micro. Y cuando adoptamos esta perspectiva nos damos cuenta de que los límites
no se exploran desde fuera sino desde dentro, como Wittgenstein nos enseñó del
lenguaje refutando las ilusiones transcendentales de la tradición kantiana. Lo
mismo puede decirse de la intuición rápida de que la ecología y la
sostenibilidad definen el límite de la tecnología: el tamaño de la población
mundial, la tecnología disponible y la ecología definen mutuamente el tamaño de
la población mundial, la tecnología disponible y la ecología de la
sostenibilidad. No hay un afuera desde el que fijar los límites.
Solo si adoptamos una suerte realismo/materialismo interno
al espacio de las prácticas podemos tantear los límites de la tecnología,
establecer códigos, instituciones y costumbres que nos protejan del
determinismo tecnológico. El determinismo tecnológico es el punto en el que se
encuentran el pesimismo y el optimismo tecnológico. El optimismo de Klaus
Schwab y el pesimismo de la desastrología. Ciertamente, una vez que adoptamos esta actitud, reparamos
en que el cambio social, el tecnológico y el cultural se implican mutuamente.
Pensar que se puede cambiar la tecnología sin cambiar el capitalismo y ambos
sin una transformación cultural es eso, simple metafísica.
Se dibuja un negro panorama que se identifica con el "fin del trabajo". Ciertamente, muchas de las tareas que se pueden automatizar, sufrirán procesos de "ingenierización" para ser realizadas por dispositivos inteligentes. Mucho del trabajo en el que se ocupaba la clase media seguramente será sometido a estos procesos de ingenierización para automatizarlos, particularmente los trabajos de gestión. La política económica, industrial y tecnológica, sin embargo debería orientarse hacia planificar la emigración del trabajo automatizable al no automatizable. La política neoliberal solamente considera no automatizable el trabajo mal pagado de servicios (camareros, kellys, cuidadoras, etc.) y la alta dirección. Aquí es donde aparece la ideología terrorista que usa ciertas ideas de la tecnología como instrumento de la lucha de clases. No es cierto. La trama de los entornos técnicos crea nuevas tareas no automatizables a la vez que reingenieriza otras. Encontrar los transfondos humanos que no queremos dejar en mano de las máquinas es una de las tareas que nos espera en los próximos años y que no puede ser abordada si no es con una mezcla de conocimiento experto y experiencia histórica. Muchas de las tentaciones políticas neofascistas o similares, que parecen hablar en lugar de la clase obrera son simples reflejos de este decaimiento de los trabajos que ocupaban antes ciertas clases medias. Es el momento de la lucidez y no el de las viejas ideologías del industrialismo.
Se dibuja un negro panorama que se identifica con el "fin del trabajo". Ciertamente, muchas de las tareas que se pueden automatizar, sufrirán procesos de "ingenierización" para ser realizadas por dispositivos inteligentes. Mucho del trabajo en el que se ocupaba la clase media seguramente será sometido a estos procesos de ingenierización para automatizarlos, particularmente los trabajos de gestión. La política económica, industrial y tecnológica, sin embargo debería orientarse hacia planificar la emigración del trabajo automatizable al no automatizable. La política neoliberal solamente considera no automatizable el trabajo mal pagado de servicios (camareros, kellys, cuidadoras, etc.) y la alta dirección. Aquí es donde aparece la ideología terrorista que usa ciertas ideas de la tecnología como instrumento de la lucha de clases. No es cierto. La trama de los entornos técnicos crea nuevas tareas no automatizables a la vez que reingenieriza otras. Encontrar los transfondos humanos que no queremos dejar en mano de las máquinas es una de las tareas que nos espera en los próximos años y que no puede ser abordada si no es con una mezcla de conocimiento experto y experiencia histórica. Muchas de las tentaciones políticas neofascistas o similares, que parecen hablar en lugar de la clase obrera son simples reflejos de este decaimiento de los trabajos que ocupaban antes ciertas clases medias. Es el momento de la lucidez y no el de las viejas ideologías del industrialismo.
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