Franco nos fatigó hasta el último de sus
días con la cantinela de un complot rojo judeo-masónico para destruir
España. Los protocolos de los Sabios de Sión fue un panfleto
escrito por la policía secreta zarista y publicado en 1902 para justificar
alguno de los continuos pogromos contra los judíos. Postulaba una intriga para
dirigir el mundo por parte de un pequeño grupo de poderosos banqueros y
políticos hebreos. Goebbels conocía su origen, pero eso no importaba: Hitler lo
creía a pies juntillas y bastó para poner en marcha el Holocausto. La misma tarde del 11 de
marzo de 2004 el gobierno de Aznar y la prensa afín comenzó a difundir sin
pruebas que el atentado de Atocha era una maquinación de ETA, y quizás servicios secretos, para culpar al
fundamentalismo islámico. Durante años, una parte de la población española
creyó esa patraña y aún muchos siguen afirmándola contumazmente. Son teorías de
la conspiración dañinas que fueron aceptadas por una parte importante de la
población y tuvieron consecuencias históricas.
Otras teorías de la conspiración son más
inocuas y algunas divertidas. Oliver Ibáñez, un licenciado en derecho y
youtuber, lanzó una campaña hace un año defendiendo que la Tierra era plana y
que había un plan mundial para ocultarlo y hacer creer al mundo la esfericidad.
Tuvo decenas de miles de oyentes y posiblemente obtuvo beneficios de su
campaña. El terraplanismo es una de las teorías de la conspiración más
divertidas. Mucha gente cree (tengo un amigo que lo hace) en que la historia
del poder en los últimos siglos no se explica sin un pequeño grupo, los
Illuminati, conjurados para dominar el mundo. Una parte importante de la
población mundial aún cree que el alunizaje de la nave Apollo 11 fue un montaje para competir en la carrera tecnológica con la Unión Soviética.
Las teorías de la conspiración son
numerosísimas (tengo varios libros que recogen las más extendidas). Algunas son
letales y otras divertidas. Todas se extienden y anclan en las creencias
populares durante largos periodos de tiempo. Algunas de ellas son muy rentables
políticamente. Durante la campaña para las elecciones presidenciales de Estados
Unidos, Donald Trump se unió a la teoría de que Obama había nacido en Kenia y
era un criptoislamista. Actualmente, a continuación de una carta publicada por
el New York Times por un grupo de gente cercana a él, afirmando que tienen que
corregir continuamente sus vaivenes y decisiones locas para no dañar a Estados
Unidos, ha insistido de nuevo en una conspiración del “sistema” para impedir
que salve a su país con sus medidas audaces. Su última frase favorita es que es víctima de una "caza de brujas".
La filosofía analítica más exquisita
(Quasim Cassam) afirma que las teorías de la conspiración son vicios
epistémicos que nacen de personalidades con tendencias paranoicas y de mente
cerrada. De hecho no hay adjetivo más denigratorio para cualquier posición
política que calificarla de “teoría de la conspiración”. ¿Son realmente las
teorías de la conspiración discapacidades mentales que inhabilitan para
entender la historia? Vayamos por partes.
Una conspiración es un plan urdido por un
grupo que mantiene ocultas sus intenciones y acciones en orden a conseguir un
objetivo de orden político, económico o cualquier otro tipo de ventaja social.
“Teoría de la conspiración” suele aplicarse a interpretaciones de hechos
históricos como producto de conspiraciones que se mantienen a pesar de las
evidencias más que razonables en contra de la existencia del complot. El
problema es que es muy difícil identificar cuando una hipótesis interpretativa
es una “teoría de la conspiración”.
Sería una trivialidad circular definir una
teoría de la conspiración como una teoría de conspiraciones que no existen.
Porque el caso es que las conspiraciones existen y se producen muy
habitualmente. Una teoría de la conspiración ampliamente extendida es que el
atentado del 11S fue urdido por los servicios de inteligencia de Estados
Unidos. Es falso, pero el 11S hubo conspiraciones: la primera, para asociar a
Sadam Husseim con los atentados, a pesar de las evidencias de que Al Qaeda no
tenía conexiones con él. La segunda, para convencer al mundo de la acumulación
de armas de destrucción masiva por parte del gobierno iraquí. La película In
the Loop, reconstruye ficcional pero verosímilmente cómo pudo producirse el
complot entre los gobiernos estadounidense y británico, al que se adhirió
entusiastamente el ínclito José María Aznar.
Noam Chomsky es calificado como teórico de
la conspiración por la prensa conservadora. A pesar de que sus explicaciones
con datos sobre cómo el imperialismo estadounidense ha maquinado numerosas
veces en muchos escenarios, se le considera una especie de loco paranoico. La
prensa hebrea fundamentalista también le califica como uno de los ocasionales
judios “auto-denigratorios”. Pero Chomsky suele tener razón en sus denuncias.
No hay ninguna duda de que Estados Unidos maquinó contra Salvador Allende y el
gobierno de la Unidad Popular, ni que, junto a diversos sectores
latinoamericanos, montó la Operación Cóndor para reprimir a la izquierda de ese
continente (el periodista Mark Weisbrot recorre aquí algunas de estas conspiraciones). Las conspiraciones existen porque son parte de las estrategias del
poder. No hay estado ni gran corporación que pueda mantener su posición
dominante sin secretos ni conspiraciones.
Por otro lado es cierto que hay razones
para temer a las “teorías de la conspiración”. De hecho hay que temerlas mucho
porque se están convirtiendo en una forma sistémica de la política y de la
comunicación contemporáneas. No serían posibles muchos de los movimientos de la
nueva forma política basada en la polarización sin el uso estructural de
teorías de la conspiración. Aunque siempre han existido, actualmente se ha
instalado un estilo conspiranoico que recorre la esfera pública. Es un efecto
de la extensión del fenómeno de la “postverdad”, que he definido como
“indiferencia a los hechos”. La teoría de la conspiración coloniza un modo de
ser de la mente humana que es la atribución intencional por defecto a los
hechos que no se interpretan fácilmente. Las religiones nacieron de esta capacidad:
atribuir el destino temido a la acción intencional de poderosas fuerzas
divinas. Los niños atribuyen intenciones a múltiples hechos físicos que no
entienden. En general, la teoría de la conspiración es una suerte de argumento
a la mejor explicación cuando no se tienen datos para conocer las causas de
algo. Esta actitud natural es fácilmente colonizable por cualquier medio
poderoso de propaganda. Goebbels fue uno de los genios (malos) que comprendió
el poder de la colonización de la credulidad humana.
¿Cómo evitar las teorías de la
conspiración y al mismo tiempo no cejar en la voluntad de desvelar las
maquinaciones del poder contra la voluntad de los pueblos? La ciencia ha sido
una de las grandes conquistas de la humanidad contra las atribuciones de
intencionalidad a la naturaleza. Hoy necesitamos un sistema de investigación
similar referido a las estructuras sociales. La prensa, la investigación social
y los movimientos sociales y políticos necesitan transformar los vicios en
virtudes epistémicas. Desarrollar programas de investigación de los hechos que
al tiempo que admiten las conspiraciones como hipótesis lo hagan con el
escepticismo del investigador que examina con cuidado las fuentes y los datos
para impedir que su credulidad sea instrumentalizada.
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