Matar al ángel de la casa: todo ángel es
terrible, pero no en el sentido que quizás le quiso dar el verso de Rilke. Los
seres humanos somos y estamos en algún territorio intermedio entre la bestia y
el ángel, en la zona gris que nombró Primo Levi en su experiencia en el campo
de concentración, donde la víctima y el victimario confunden sus papeles cuando
los que están abajo mutan en transmisores de la presión de la opresión en un
cielo oscurecido por el miedo. Así somos: en un horizonte de ansiedad, tratamos
de sobrevivir bajo la opacidad que nos impide ver cuántas opresiones que
sufrimos son estructurales y cuántos de nuestros actos ocasionales, sumados,
contribuyen a la reproducción de las estructuras de opresión. Zona gris en el
campo, en la selva o desierto de la cultura, donde las jerarquías se funden y
confunden. Zona gris entre la creación y la reproducción entre el capital y la
miseria cultural.
Matar al ángel de la casa: es una expresión
que han usado reiteradamente Rosi Braidotti y Remedios Zafra como ilustración
de la necesidad de que las mujeres dejen de considerar que sus trabajos de
cuidado están bien pagados con cariño. Remedios Zafra lo extiende, en El entusiasmo, a todos los trabajos que
hacemos más allá de la lógica del mercado y que entran en la lógica excedente
del don, ya colonizados por el nuevo capitalismo y su
progresivo control de nuestra creatividad y entusiasmo. Trabajos del amor en la
zona gris donde producción, reproducción y consumo se entremezclan. En el mismo
sentido cabría extender la recomendación a todos los que recorremos la cultura bajo
esta nueva extraña forma de prosumidores, que ya todos somos: producimos
cultura al consumir (redes sociales) consumimos al producir. La división social
del trabajo entre expertos y legos, entre la alta y baja cultura cada vez se
difumina más al tiempo que el espacio de la cultura está cada vez más
desacompasado con el ritmo de los aparatos ideológicos del estado, inventados
en una era donde todavía había estados autónomos y donde las instituciones prevalecían
sobre los medios y los nuevos entornos informacionales.
Matar al ángel de la casa: dejar en un desván
el viejo sueño romántico del arte por el arte, la vida donada a la cultura que
recibe su premio en forma de prestigio, reconocimiento, citas, ..., ojos, dice Remedios Zafra. Escribiendo o produciendo como un ángel para la comunidad de
los santos. Dejando lo amateur para las tareas bajas de la vida. Matar al ángel
es dar un paso más allá, en el territorio donde los ángeles no se atreven a
mirar, a donde el programa romántico de la formación del ciudadano (la Bildung que habría de educar la
sensibilidad donde se reconciliarían las contradicciones) no llega porque es el reino de un capitalismo cultural que solamente se
reproduce convirtiéndonos a todos en consumidores y productores de cultura. No
importa la división del trabajo: la adolescente del barrio que se diseña las
camisetas, el chaval que ensaya ritmos en el garaje prestado, el/a que escribe
poemas o anota en su diario, becarias redactando tesis y haciendo currículo,
precarios apuntode conseguir un bolo,
un trabajillo para el próximo mes, jubiladxs que se apuntan a y apuntan una
segunda oportunidad cultural, poseedores de capital cultural, índice-H y enorme
impacto en las citas, periodistas que sueñan con determinar la historia desde
su columna. Escribo estas líneas habitando también en la
zona gris, entre quien escribe y quien lee, entre quien enseña y aprende, entre
quien tiene un cierto, aunque mínimo, grado de poder sobre las vidas y
aprendizajes ajenos y quien sufre como mucha gente las derivas de la sociedad
contemporánea. Pienso en un lector, un enunciatario, para expresarlo en jerga,
muy diverso: ¿quién escribe? ¿quién lee? ¿quién debería escribir? ¿cómo debería
escribir? ¿quién soy yo para decirle a nadie qué leer, escribir o cómo hacerlo?
Y sin embargo es también mi responsabilidad, la de transmitir y cooperar en las
artes que no son solo del consumo sino que también son las de la producción.
Matar al ángel de la casa: escribir para sí/
escribir para/en otros. Usar el teclado, el boli, el rotulador o la pluma como
un exceso, como algo que queda más allá del mercado de las ideas, los factores
de impacto, los likes y retuits, las ventas y firmas en la feria. Escribir
simplemente para saber quién es uno, para saber qué piensa uno, porque si no se
escriben las palabras el cerebro mezcla las ideas y confunde las impresiones y
las certezas, deja lo importante en el olvido desbordado por lo urgente.
Escribir no para la posteridad ni para la humanidad. Matar al ángel de la casa.
Escribir, como escribía Celaya, como respiramos trece veces por minuto, porque
la palabra escrita es igual de necesaria.
Matar al ángel de la casa. Me ha tocado estos
días escribir un obituario de un intelectual famoso y determinante de un momento de nuestra cultura. No lo voy a repetir aquí. Me ha tocado sumergirme en la
historia intelectual y sociológica de la generación que vivió antes que yo y en
los comienzos de la mía, en sus escritos, en las hagiografías y críticas, en los textos de quienes estaban a su lado o en otras orillas. Sentía mientras escribía la agonía del ángel de la
historia, recordaba los hermosos versos de Paco Ibáñez: Manifiestos, escritos,
comentarios, discursos/ humaredas perdidas, neblinas espantadas/ qué dolor de
papeles que ha de llevar el viento/ qué tristeza de tinta que ha de borrar el
agua/ Las palabras entonces no sirven, son palabras.../ Ahora sufro lo pobre,
lo mezquino lo triste/ lo desgraciado y muerto que tiene una garganta/ cuando
desde el abismo de su idioma quisiera/ gritar lo que no puede por imposible y
calla. Así la triste venganza de la historia que desdibuja las palabras como el
agua de la lluvia en el cuaderno. Solo quedan aquellos breves retazos donde la
escritura se hizo sincera y trabajó las vivencias para convertirlas en
experiencias.
Matar al ángel de la casa. Gloria Anzaldúa llamaba
a toda mujer para que se comprara un bolígrafo y un cuaderno y comenzase a
escribir todos los días. Escribir, dibujar, lo que sea. Matar el ángel romántico
y apropiarse de lo que fueron las técnicas que nos hicieron humanos: escribir,
dibujar, construir palabras donde sólo había quejas e imágenes donde solo había
miedo. “Todo hombre es filósofo” escribía Antonio Gramsci. También toda mujer.
No lo saben, pero lo son. Solamente necesitan esas leves mercancías que son un
boli y un cuaderno.
Matar al ángel de la casa: el intelectual orgánico
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