En los cíclicos tiempos de oscuridad, la débil llama del humanismo indica el camino de la libertad. Fue el humanismo renacentista el que creó el concepto moderno de libertad en la desolación de tres siglos de violencia. En las tormentas de la historia, vuelve el humanismo a renovar las humanidades, donde se va depositando la memoria y la experiencia de la humanidad, en archivos que con el tiempo enmohecen y se acartonan, y retorna al impulso utópico que liga eternamente la justicia, la libertad y el cultivo de la sensibilidad.
Harry Lime, el poliédrico personaje de Graham Greene y Orson Welles, recuerda esta historia en El tercer hombre con su tantas veces escrito diagnóstico: "En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco". Fue mucho más, una mucho más larga historia de luchas de las ciudades-república norteitalianas contra los bárbaros que venían de Germania reivindicando el imperio y acabando con sus frágiles gobiernos elegidos por el pueblo. Era el despertar de la burguesía revolucionaria que admiraba Marx. El gran prosista e historiador que fue Eugenio Garin describía así estos tiempos:
"Si queremos, pues, comprender aquella íntima fusión de cultura y de vida, aquel culto profundamente sentido del saber, entendido como animador de toda actividad, habremos de poner atención sobre todo en el siglo XV. Fue durante este siglo cuando un pontífice podía enlazar plenamente los intereses políticos y culturales, cuando un príncipe trataba con idéntica gravedad una seria cuestión diplomática y la búsqueda de un objeto raro y precioso, cuando un erudito dejaba por un momento la lectura de Salustio para ir a apuñalar a un tirano. Lo clásico, redescubierto, se convertía en sangre y acción; hombres políticos y genios militares se conmovían ante César y Escipión, y, convertidos en nuevos mecenas, se rodeaban de historiadores y de poetas que hiciesen inmortales su nombre y su siglo, semejante al de Augusto"
El erudito que deja por un momento el texto para apuñalar a un tirano, lo clásico convertido en sangre y acción, es la figura que mejor representa el momento de la astucia de la razón que mira hacia atrás, a los historiadores y retóricos de la Roma republicana para buscar palabras que ponerle al futuro de su ciudad. Dante escapando a los golpes de estado de su ciudad promovidos por los güelfos, Salutati y Leonardo Bruni celebrando la valentía de Florencia en su lucha contra los señores de Milán, los Visconti guerreros, reflexionando sobre lo poco prudente que es contratar mercenarios y sobre cómo las murallas deben ser defendidas por los propios ciudadanos conscientes de sus libertades.
Una larga historia de violencia; también de reflexión filosófica. La Florencia del XIV, XV y tal vez XVI, como la Viena de entresiglos, fue un espacio de contradicciones, disputas y rayos de luz que otras ciudades imitaron. Siguieron sus pensadores la estela de Petrarca quien eleva su voz en el canto "Italia mía":
Vosotros, a quien dio Fortuna el freno
de esta Italia granada,
por la que compasión ninguna os pliega,
¿qué hace aquí tanta extranjera espada?
¿Por qué el verde terreno
con la sangre barbárica se riega?
Un vano error os ciega;
veis poco, y os creéis ver demasiado,
pues en mano venal buscáis fe ardiente;
y cuánta es más la gente
más del rival es cada cual cercado.
¡Oh diluvio engendrado
de desiertos lejanos
para inundar nuestra campiña opima!
Si esto hacen nuestras manos
¿quién habrá que nos salve y nos redima?
Porque la cuestión que debaten los eruditos toscanos, lombardos, vénetos, de la Emilia Romaña es la cuestión de la Fortuna y de cómo los humanos pueden encontrar espacios de libertad en los reveses de la suerte. Vuelven sus ojos hacia la idea de virtud de los antiguos, pero no encuentran allí luz. Tampoco en la idea de humanidad caída de Agustín de Hipona, quien deja a los humanos elegir entre el bien y el mal pero su universo es determinista, su destino está escrito en el libro de la Providencia.
Nada está escrito, piensan. La virtú es la capacidad de imponerse a la Fortuna. Es la agencia humana que triunfa por sus propios empeños y capacidades contra la suerte. Fue Maquiavelo quien desarrolló a un tiempo el nuevo concepto de libertad republicana y de agencia como logro de la voluntad y de las capacidades. Fue el humanismo el que modificó para siempre las libertades de los antiguos y las convirtió en el nuevo ideal de ser humano que se confronta con la historia como un libro que ha de ser escrito con "sangre y acción", con la luz de las letras y la fuerza de la voluntad. El humanismo elaboró la idea de acción indirecta: formar la mente y el cuerpo para transformar la historia.
Prendió esta nueva noción de libertad por una Europa asolada por la violencia. En las ciudades que crearon germanías y comunas para enfrentarse al Emperador; en la Amsterdam comercial donde Spinoza fue condenado por sus propios correligionarios a la humillación de ser atropellado y pisado a la puerta de la sinagoga; en las nieblas de Londres donde Tomás Moro soñó una tierra sin propiedad privada y una Iglesia sin privilegios.
Renació en los estados feudales de la Germania romántica, de la mano de un grupo de partidarios (decepcionados) de la Revolución francesa que propusieron la cultura como territorio de disputa, que Gramsci volvería a recuperar en los tiempos de derrota de la revolución italiana.
El humanismo es la teoría y la práctica de la agencia humana que se niega al determinismo, a la providencia y al destino y dedica todo el tiempo útil a la formación y conformación de la agencia. Alberti, en su tratado De la familia, prescribe que todo tiempo que no es dedicado a la formación de la virtú es tiempo perdido.
En los tiempos oscuros, cuando parece que todo canto es inútil, el humanismo convierte las humanidades, haciéndolas brotar de sus propias cenizas, en ejercicio, en cuidado y cultivo de la voluntad, en protección contra la suerte, contra la irrupción de la emoción ciega y en educación de una sensibilidad sobre la que reposa la capacidad de aprender de la experiencia, de convertir los agravios en experiencia y los triunfos en modestia.
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