Estudiando filosofía como yo hice en una universidad recomida por la caspa y la sarna tardofranquista, la expresión "ciencias del espíritu" resonaba frecuentemente con una suerte de falsete que el correspondiente disertante impostaba para, a continuación, poner una mueca de asco con la que pronunciaba "ciencias de la naturaleza". Estos días me he dedicado a revisar literatura del tiempo de esas dicotomías: Dilthey, Husserl, etc,... para repensar qué hacemos con las humanidades. Y me entró un escalofrío al sentir cómo los padres de estos conceptos estaban ya tan contaminados de este virus. El cientificismo y el anticientificismo, el objetivismo y el subjetivismo, el naturalismo y el romanticismo (como tipos) nacieron juntos: se interdefinen, se construyen a la imagen del otro, se autoidentifican frente al otro.
"Ciencias del espíritu", aspiración a hacer objetividad de la subjetividad, como si las prácticas de objetivación no fueran las causantes de ese miedo a la subjetividad, como si la idea misma de subjetividad no fuera ya una expresión de derrota frente a la "objetividad", lugar de refugio, santuario frente al "objetivador". Las técnicas de objetivación fueron prácticas como hacer estadísticas, encuestas, medidas, números, estándares, protocolos, repetición de lo igual, expulsión de la diferencia y la idiosincrasia, como si lo particular oliera, como si lo individual no significara. Más que en la ciencia es en el lenguaje del político y sobre todo del economista o analista de la economía donde se encuentra mejor esta compleja articulación de lo objetivo y lo subjetivo que constituye la sociedad del espectáculo contemporáneo. Aspirar a lo "objetivo", a la encuesta favorable, al indicador objetivo, etc. (todos sabíamos de la crisis, "subjetivamente", por nuestras experiencias personales antes que los indicadores supieran algo, pero sólo los indicadores parecen haber hecho que los políticos y empresarios se rindan a lo objetivo: un ejemplo contidiano de la estupidez de nuestra cultura).
"Ciencias del espíritu", como si nuestra experiencia necesitase ser científica para ser experiencia, como si necesitásemos la bata para palpar el mundo, como si las palabras mágicas surtiesen efecto en el exorcismo contra lo subjetivo. Como si lo subjetivo no fuese objetivo; como si lo objetivo no fuese subjetivo; como si las huellas de Viernes en la arena no fuesen rastro de lo humano en el mundo.
En el Filoctetes de Sofocles: "Y el que no deja de hablar, el eco que se oye a lo lejos, respondía a sus lamentos". Imagino que eso debe ser la objetividad.
ResponderEliminarBuen verano.
Javier
Gracias Javier, eso es precisamente la objetividad, los ecos que recibe quien no sabe escuchar
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