Sí, he ido corriendo a ver El Caballero Oscuro. Los amigos (Jesús Vega) me insisten en que el cine ha muerto, que fue un arte sublime del XX, ahora superado por otra cosa: las series de TV, los espectáculos de masas como The Dark Knight, en fin. Seguro que es cierto. Y sin embargo algunas películas te permiten volver a la fascinación de otros tiempos por el cine. La fascinación es una experiencia intelectual poco valorada, oculta en los pliegues de nuestra infantilidad no superada, pero contiene un modo de reaccionar ante el mundo que es básicamente celebración y compromiso, dejarse llevar y al mismo tiempo admirar. La fascinación es difícil de lograr si no es calando profundamente en lo que somos.
Christopher Nolan no es muy valorado por la crítica seria: Memento se considera engañosa, The Prestige, rara e increíble, a Batman Begins se le concede algo. Pero por alguna razón todas sus películas me han fascinado. La forma de repensar los rincones de la ciencia que tiene Nolan como guionista y director le llevan a la mejor tradición de la ciencia ficción (sí: es un director/autor de ciencia ficción). En El Caballero Oscuro plantea como tema la tentación del mal. The Joker es una especie de anarquista dostoievskiano (Los demonios) que pretende hacer explícito el mal que todos llevan dentro, especialmente los elegidos como héroes. No contaré nada (me irrita que me cuenten las películas) pero toda la película es una trama de traiciones a sí mismo, de ejemplos del dilema del prisionero y otros dilemas sociales. Es una meditación sorprendentemente lúcida sobre la naturaleza de la política en la sociedad del espectáculo. Grabada en parte con cámaras IMAX, sin efectos 3D produce una sensación onírica de oscuridad e indecisión.
Así que volvemos a la cuestión de la muerte del cine: el espectáculo que sucede al cine, me parece, fue también parte de lo que el cine buscó, enganchar, enredar. Yo me dejo. ¿Quién de los dos somos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario