Es difícil pillar a Diderot en un renuncio. Pues sí: el autor de El sobrino de Rameau, el gran manifiesto sobre la espontaneidad y la sinceridad, tiene sus momentos. Lo encuentro en el inteligentísimo libro de Michael Fried, El lugar del espectador, que versa sobre cómo el ensimismamiento, entre otras actitudes y pasiones, se convirtió en un tema central de la pintura francesa de la segunda mitad del XVIII. Diderot era un crítico apasionado, que creía en la capacidad de la imaginación del buen pintor para captar el auténtico estado mental del retratado, como si no hubiese espectadores y al sujeto representado se le pudiese captar en ese momento de absoluta intimidad que refleja su verdadero ser.
El caso es que su amigo y admirado Louis-Michel Van Loo le hizo este retrato:
A Diderot le hicieron muchos retratos. Éste no le gustaba. Obsérvense sus razones (habla de sí):
"Se le ve de frente; tiene la cabeza descubierta; los cabellos grises, tan delicados, le dan el aspecto de una vieja coqueta que todavía quiere resultar agradable; la posición es de un secretario de Estado y no de un filósofo. La falsedad del primer momento ha influido en todo lo demás. Fue la loca de la señora Van Loo, que se ponía a charlar con él mientras le pintaban, la que le dio ese aspecto, y la que lo estropeó todo. Si se hubiera sentado al clavicordio y hubiera iniciado o cantado
Non ha ragione, ingrato
Un core abbandonato
o algún otro fragmento del mismo género, el filósofo sensible hubiera cobrado un carácter totalmente distinto y el retrato lo habría reflejado. O mejor todavía, era necesario dejarle solo y abandonarle a su ensoñación. Entonces su boca se habría entreabierto, su mirada distraída se habría ido muy lejos, el trabajo en su cabeza, intensamente ocupada, se habría pintado en su rostro y Michel hubiera hecho algo bello" (citado en Fried 2000, pg 137)
El texto no tiene desperdicio: quién estropea el cuadro y por qué, y cómo debería ser un cuadro bello que captase al "verdadero" Diderot, es la lección que deja asomar el fragmento de la crítica "artística" de nuestro, por otras mil razones, amado y admirado filósofo.
El caso es que hubo un retrato que le complació. No se conserva, aunque sí se ha preservado un dibujo de su mismo autor, Jean-Baptiste Garand. Diderot considera que su mejor retrato lo ha realizado "un pobre diablo llamado Garant", y señala por qué:
"Me ha representado con la cabeza descubierta, vestido con un batín y sentado en un sillón; mi brazo derecho sujeta el izquierdo, y éste, mi cabeza; tengo el cuello de la camisa desabrochado y miro al infinito, como si meditara. En este lienzo, de hecho, estoy meditando. En él estoy vivo, respiro, tengo vitalidad, se puede ver el pensamiento en mi frente"
"Se puede ver el pensamiento en mi frente". Así es cómo quería ser retratado: déshabillé, ensimismado, como si no hubiese ningún espectador y así fuese él mismo, no como cuando conversa con la señora Van Loo. Cielos: Diderot toda su vida quiso ser aceptado como intelectual, cuando lo mejor de él es su crítica mordaz de la pasión de ser de los dandis intelectuales.
En este otro retrato, Fragonard ha negociado entre los dos Diderots: el que era y el que quería ser. Nuestro personaje está entre distraído y ensimismado, entre pensativo y sonriente. También se le ve ahora un pensamiento, pero estoy seguro que es una maldad sobre alguien. Diderot auténtico.
Claro que ahora sí hay un espectador.
Me ha encantado
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