Estos días estoy con la novela de Kazuo Ishiguro Los inconsolables, una extraña historia desubicada y sin coherencias espacio-temporales, acerca de un concertista que parece haber perdido su memoria, en una ciudad extranjera a la que llega con una agenda que desconoce, y que comienza en un ascensor de su hotel, donde en los breves segundos de viaje el mozo de las maletas, que no ha dejado en el suelo a pesar de sus años y a pesar de su peso, le explica en un largo discurso de más de cuatro páginas que él y varios de sus compañeros de otros hoteles decidieron un día no soltar las maletas en todo el trayecto para hacer visible así el carácter y la importancia de su profesión. Se reúnen, decía, los domingos por la tarde en un café, desde hace muchos años, y se animan unos a otros a persistir, a pesar de que la edad ya casi no les permite ni apenas arrastrar un bulto. Pero tienen la conciencia de que la ciudad aprecia ahora la importancia y la dignidad de esta desconocida profesión.
Se me ocurrió que este fragmento kafkiano escondía un mensaje sobre la conversación del otro día, pero no he sabido contestarme a mí mismo cuál pudiera ser. Ni siquiera sabría decir si los mozos son ellos o somos nosotros (los que nos preguntábamos estas cosas).
Y se me ocurrió también ir al amigo de Montaigne, Étienne de La Boétie, a su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, y leí algunos párrafos como éste:
"Apenas puede creerse la facilidad con que el vasallo olvida el don de la libertad, su apatía el recobrarla y la naturalidad con que se sujeta a la esclavitud, que se diría que no ha perdido su libertad sino ganado su esclavitud. Es cierto que las primeras víctimas del despotismo lo sufren con violencia; pero los que nacen después de ellas, como no han disfrutado de la libertad, ni saben en qué consiste, sirven sin repugnancia y hacen de buena gana lo que sus pasados sólo hicieron a-la fuerza. Esto proviene de que naciendo los hombres bajo el yugo, crecen y se desarrollan con él, no miran más adelante y se complacen en vivir como han nacido, sin pensar en otro derecho ni otra felicidad que la que han encontrado, y llegando finalmente a persuadirse de que el estado de su nacimiento es el de su naturaleza."Y, quizá, sin saber aún si los mozos de las maletas son ellos (los que lo están pasando mal y no se rebelan) o nosotros (los privilegiados que tenemos trabajo estable y nos preguntamos por qué no se rebelan los que no lo tienen), las palabras de La Boétie nos sirvan de alguna ayuda para entrever en la niebla, y escrutar el mundo a través de la pantalla y sospechar que, como al personaje principal de la novela de Ishiguro, quizá se nos haya olvidado algo aunque no sabemos qué.
Los intelectuales necesitan revueltas sociales -o ausencia de ellas, da igual- para tener de qué hablar en las comidas. Pero en la Universidad también hay privilegiados y siervos, aunque a estos últimos ni siquiera se les permite ser reconocidos como tales. Lo que se dirá es que se están "formando" muy competitivamente para estar a la altura de instituciones de excelencia, todo ello dicho con un vocabulario que daría risa si no suscitara otras pasiones menos agradables. En la Universidad hay mucho conflicto social interior, pero de eso no se puede hablar por razones muy conocidas. Y mucha servidumbre voluntaria.
ResponderEliminarFernando, quizá, como dirían los Héroes del Silencio, falta "la chispa adecuada". Cuestión de tiempo, me gusta pensar.
ResponderEliminarAñoro los tiempos en que los que se decían a sí mismos filósofos alardeaban de querer cambiar el mundo con sus ideas. Ahora, en cambio, espolean a los púberes a que cambien el mundo bajo la amenaza del mileurismo. Añoro los tiempos en que los filósofos se comprometían ellos mismos con las ideas. Hoy en día presumen de tener un trabajo fijo. ¡Qué tiempos nefastos nos está tocando vivir!
ResponderEliminarGracias a todos: yo no sé si añoro los tiempos en los que los filósofos se comprometían con las ideas. Yo sufrí muchos de sus compromisos. Vaya si estaban comprometidos!!! (los otros, los que realmente estaban comprometidos no lo estaban con las ideas sino con la gente. Y respecto a la universidad: sí. Generalmente hay conflicto. A veces de clase(s) (la de al lado con la de al lado) o de facultades (la de sociales con la de humanidades) pero no son de clase. Tiendo a pensar que los que se quejan de la "competitividad" es porque prefieren tener maestros y mandarines que les den puestos sin tomarse mucho más trabajo que el de llevarles la cartera. Y sí: yo no presumo, simplemente hago notar que tengo trabajo y soy un privilegiado por ello, y que por eso hay que sospechar de mis discursos. Es simplemente un ejercicio de honestidad. Los filósofos "comprometidos" (no diré nombres...) generalmente vivían mucho mejor que el que suscribe, pero ese pequeño detalle no se nombraba, porque no era de buena educación.
ResponderEliminarNo se tome lo dicho por usted, sr. Broncano. Son los signos de los tiempos que nos toca vivir y es sumamente dificil retrotraerse al sentimiento general
ResponderEliminarYo no sé...pero sí veo más probable que pescadores y filósofos terminen hermanados como Pedro y Pablo.
ResponderEliminarVayan ustedes al Vaticano: las imágenes de un pescador y un filósofo, y que terminaron los dos ahí en el mismo lugar probablemente porque todo el tiempo en que no se rebelaron estuvieron siendo honestos consigo mismos.
Lo difícil fue justamente que un filósofo pescara filósofos en el areópago. Ahí sí es cierto que el pescador tuvo un éxito más inmediato. Todo esto, a propósito de los conflictos entre clase(s) y no de clase. Yo no sé...la chispa adecuada para mí tiene que seguir siendo una Autoridad que nos ilumine y enseñe, con el ejemplo, a hacer distinciones que resuelvan nuestros dilemas desde lo cotidiano: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". A veces será un pescador, un maletero, un taxista, una mesera, una secretaria, un oficinista, una ama de llaves, y a veces será un filósofo o una maestra: Y ojalá que no dejemos de escucharlos a todos y de imaginarlos unos al lado de los otros
Estimado don Fernando, fui alumno suyo, hace muchos años, en ese Campus de Getafe. Permanezco atento y leo su obra. Además, sigo su blog, aunque hasta ahora nunca he hecho ningún comentario. Me cuesta mucho aceptar que tan sutil epistemólogo sea tan poco fino como economista,y recientemente haya confundido a los niños malcriados por Berzosa, en ese lamentable Campus de Pozuelo, con las víctimas de esta horrible crisis; o que, en esta ocasión, tal vez entenebrecido por el aristocraticismo fabiano de alguno de los comensales, no vea claro dónde va a radicar la protesta frente al fracaso social de una izquierda que se atribuye,-como usted sabe-, ventaja epistémica y superioridad moral. Me pregunto si un exceso de pensamiento desiderativo resta calidad a su capacidad de análisis, pues me niego a atribuirle ni un gramo de mala fe. No obstante, el próximo día 22 de mayo comprobará el destino, a corto plazo, de la fatal arrogancia.
ResponderEliminarY yo que lo que creo y en lo que insisto siempre es que el problema no ha sido nunca de izquierdas o de derechas, sino que el problema es mucho más profundo y tiene raíces religiosas: aquellos que cometieron idolatría -esos padres- no deben hacer pagar el pecado a sus hijos. Obraron mal, con soberbia y falta de humildad, y con ello pretenden confundir el futuro de sus hijos y de sus pensmaientos. Esa prepotencia en el consumo, esa idolatría, puede hacerles perder a sus hijos. Un fatal error de cristianos que están perdidos en el conocimiento de lo que sea el Bien, falsos cristianos adorados sólo de la Cruz y no del Altísimo, que pretenden confundir con su idolatría a sus propios hijos. Pero los hijos nunca deben pagar por los pecados de sus padres, a no ser que perseveren en ellos. Si sus padres fueron esclavos en tiempos de Franco y continúan siéndolo aun en democracia, sus hijos deben ser libres para aprender ellos mismos de sus propios errores, y no ser confundidos por una hiperreaccionaria derecha que quiere seguir esclavizando mentes mediante la idolatría y la confusión
ResponderEliminarHola Fernando. Creo que la libertad sólo la apreciamos en la necesidad en que la necesitamos. El gran discurso de la LIBERTAD (así, con mayúsculas) es un discurso grandilocuente al que nos gusta entregarnos a esos que llamamos "intelectuales", pero es imposible conjeturar sobre el deseo de libertad cuando nos falta la propia definición de libertad.
ResponderEliminarSi nos custambramos a vivir sin ella, o sólo con ciertas dosis de ella, no echamos en falta la parte que nos falta. Pero ¿qué parte nos falta? ¿cuanta libertad es necesaria? ¿cuanta es mucha o poca? ¿cuando estaríamos en esa dosis a partir de la cual no sería necesaria más? ¿cuando tenemos tan poca libertad que es preciso exigirla?
En un sistema como el occidental, al que llamamos democrático, o aún más "plenamente democrático", se nos ha convencido de que tenemos toda la libertad que podamos desear o necesitar. Si, nos lo hemos creído. Entonces ¿para qué exigir más?