Pero sabemos bien que una gran parte de lo que es humanamente significativo está fuera de esta dicotomía. Las prácticas y las emociones no han podido ser incorporadas a ninguno de los dos espacios por muchos esfuerzos que hayan hecho la sociología, psicología o la filosofía. Sabemos que son elementos centrales y constitutivos de lo humano y sin embargo no pueden ser explicados por simples complejos de causas o razones. Todas las tradiciones culturales que lo han intentado han fracasado. Lo que ocurre es que prácticas y emociones son elementos que instauran e instituyen nuevos órdenes de lo real: los lugares en los que habitamos los humanos.
He explicado muchas veces que los humanos son una especie producto de la mezcla de lo natural y lo artificial, de las cosas del mundo y de los artefactos de su técnica. Los artefactos se ordenan en nichos propios: hospitales, fábricas, calles, hogares, campos de cultivo, aeropuertos, ministerios, cuarteles, cárceles, .... Pero su orden no es un simple orden instrumental, funcional, técnico. El orden del mundo en el que habitamos es un orden de artefactos establecido por la mutua y constitutiva interacción de prácticas y emociones.
Aulas, cuarteles, fábricas y cárceles son lugares ordenados por cosas, prácticas y emociones. En eso consiste la cultura: en tallar la conducta humana para acomodarse a estos espacios que no pertenecen ni al orden de las cosas ni al orden de las razones. Sino al orden de las emociones. Cuando se empiezan a mirar las cosas con esta luz se iluminan muchísimos rincones que las viejas divisiones disciplinarias habían dejado a oscuras.
¿Y no han sido las emociones y prácticas los responsables de instaurar también el orden de las causas y de las razones?, ¿no obedece dicha división a necesidades humanas, históricas?...¿no es la razón sierva de la emoción?...
ResponderEliminarBuen comentario. Sí, ¡pero habría que preguntarse qué emociones onfiguraron este desprenderse de las emociones!
ResponderEliminarUna pista: A. O. Hirchmann: Las pasiones y los intereses (FCE)
El laberinto debe tener necesariamente una salida. Y en el caso de la personalidad, la salida es la trascendencia.
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