domingo, 3 de abril de 2016

La escritura como duelo




Hay un cuadro de  Georges La Tour, "Magdalena penitente", que se expone estos días en el Museo del Prado, que me hizo entender la última obra de Remedios Zafra, Los que miran. Y que, por extensión, me acerca y acompaña en un sinuoso sendero de preguntas y tartamudas respuestas acerca de nuestros duelos, entre ellos los duelos que realizamos, o queremos hacer, por nuestros yoes pasados de los que nunca volveremos a saber más que por algunas imágenes que ya no son nuestras. Magdalena ha perdido a su amante/amado y, tal como define Freud el duelo, se mira en un espejo narcisista de dolor en el que parece reprochar a la persona ida que lo haya hecho. Pero nosotros no vemos la imagen especular que Magdalena está viendo. El cuadro nos permite ver un reflejo  monstruoso de una calavera que, apoyándose en una resma de papel, quizá ya escrito, nos oculta la luz que ilumina el cuadro. Ella, nosotros, la imagen ida que ya queda solamente como un recuerdo cadavérico.



El texto de Remedios Zafra está en ese entredós, que comenzó con Flaubert y definió la escritura contemporánea, en el que la poesía inundó el relato y el pensamiento y reformó irreversiblemente el lugar de la escritura en la literatura y la vida. Es un texto en el que alguien que ha perdido a alguien trata de recuperar en el papel y en la imagen lo que la muerte le ha robado, y que acaba de descubrir como irreversible. La imagen de la persona que se ha ido ya solo cuenta como foto fija que está ahí y te dice en cada segundo que fue y que ya no está y que tú estás y esa persona ya no está. Un texto que camina por los bordes de la poesía, el relato y el pensamiento ensimismado en la situación de extrañeza que es no estar con alguien ya.

La irrupción de la imagen en el espacio común donde construimos nuestros relatos de identidad distorsiona la experiencia premoderna del duelo, cuando la imagen desaparecía con la memoria, y en donde el duelo era esencialmente un trabajo del relato. Recordar las anécdotas, los dichos, las experiencias pasadas, que se hacían verbo y al ser expresadas en público iban curando el recuerdo y despidiendo a la persona que se había ido. Al comienzo eran relatos insistentes, doloridos, repetitivos de las últimas palabras. Más tarde aparecían anécdotas que ensalzaban la virtud del ser querido. Por último, la conversación discurría hacia las pequeñas o grandes faltas, hacia su humor y temperamento difícil, y en esos momentos el duelo caminaba a su fin de la mano de  los relatos, mostrando la distancia de la persona que aleja en la memoria dejando a los vivos.

La imagen llegó para distorsionar la memoria. Es sabido que la fotografía comenzó a extenderse popularmente en el siglo diecinueve como retratos postmortem, como andamio de la memoria que hacía pervivir la imagen de la persona querida, aunque fuese bajo esa máscara que adopta el cuerpo cuando deja de vivir. Más tarde se popularizó como registro de los momentos rituales de la vida: la boda, la mili, acaso la escuela, el carné de identidad. Virxilio Vieitez, el fotógrafo gallego convirtió esta tarea notarial de la vida de un pueblo en arte y antropología. Aún así, hasta la edad del consumo, la imagen fotográfica era escasa y no interrumpía el poder evocador y terapéutico del relato. Ha sido el tiempo presente el que nos ha llenado de imágenes que, poco a poco invaden nuestros ojos aún llorosos. Nos pasamos los hermanos fotografías de los padres que guardamos en la caja de latón, ya amarronadas por el tiempo, portadoras de un evento que habíamos olvidado y que acaso ya no podemos recordar, pero que nos devuelve insistente la imagen en vida de quien nos acompañó tantos años.

Se nos pueblan ahora los recuerdos de imágenes que no podemos desterrar, presentes en los archivos del móvil, en múltiples videos que recuerdan la vida cotidiana y que persisten en una eternidan que impide el trabajo del duelo, el alejamiento en la memoria de la persona querida. El relato de Remedios Zafra es un relato sobre las imágenes en el duelo: la imagen persistente que asalta a la persona adulta, que, como el espejo de Magdalena,  tuerce el recuerdo y nos devuelve una máscara que querríamos a la vez conservar y alejar. Sobre las imágenes del niño que ha perdido a alguien muy cercano y se rebela contra las imágenes, y se vuelve al calor de una pantalla donde encontrar otras imágenes lejanas, tal vez documentales de leones depredadores en los que refugiarse de la vida depredadora que le rodea.

Los viejos relatos de duelo permitían la magia de las apariciones del muerto, el encuentro inesperado con el fantasma, mezclando el sueño y la vida en un flujo de recuerdos que convertían la falta en certeza, el dolor en nostalgia. La hiperpoblación de imágenes invade la conversación con su pretensión de verdad, de imposición de realidad y presencia dañando la necesaria tarea del olvido. Es entonces el cuaderno, el retiro a la escritura el posible remedio para el daño. Escribir para olvidar, para hacer que las palabras detengan la intrusión de las imágenes. Recomendaba Gloria Anzaldúa a todas las mujeres el guardar un cuaderno donde la palabra escrita se convirtiese en afirmación diaria de su capacidad de resistencia. Remedios Zafra nos muestra cómo la escritura puede ser el último espacio del olvido que nos permite el universo de las mil pantallas.

Aunque no abundante, la escritura del duelo tiene ejemplos conmovedores en la literatura contemporánea. Pienso en Los autonautas de la cosmopista, de Julio Cortázar, en Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes o en Tiempo de vida de Marcos Giralt, más reciente. Los que miran, de Remedios Zafra, se incorpora a esta tradición que sustituye la elegía por el relato poético. Es un texto de una asombrosa valentía en donde la voz narradora se expone ante el lector dejando que las palabras discurran por la piel como lágrimas. Es un texto que, como todos los grandes relatos tiene a la vez funciones estéticas y terapéuticas. Cura a quien lo escribe y cura a quien lo lee haciendo de la memoria olvido que disuelve las imágenes en la distancia a la vez que deja los sentimientos en su sitio.


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