Publicado en El laboratorio el 15 de marzo de 2021
El negacionismo se caracteriza
habitualmente como una ignorancia voluntaria de todos aquellos hechos o
posibilidades que, de conocerlos, obligarían a cambiar de actitud o al menos a
sufrir alguna forma de disonancia cognitiva. El sociólogo Stanley Cohen estudió en su libro States of denial. Knowing about
Atrocities and Suffering (Polity
Press, 2000) los esfuerzos de los gobiernos para no enterarse de las violencias
reales que se cometen bajo sus órdenes como, por ejemplo, las torturas o los
sufrimientos que producen en la práctica sus órdenes ejecutivas redactadas en
un lenguaje neutral. Cuando el negacionismo se convierte en un hábito de los
Estados o de las sociedades, se instala en su misma fábrica un fallo sistémico
que cabe definir como vicio público epistemológico, que tiene
graves consecuencias políticas y morales.
Se produce el negacionismo en diversas
escalas y con diferentes grados de perversidad. En un nivel micro, personal,
psicológico, la ignorancia voluntaria y la insensibilidad inducida pueden ser
en ocasiones un recurso necesario. Así, los estudiantes de medicina que tienen
que realizar prácticas con cadáveres, hacen bien en acorcharse y no querer
hacerse preguntas sobre la vida pasada de ese cuerpo. Más tarde, en su práctica
diaria, tendrán que negociar su empatía para no ser absorbidos por una vorágine
de sentimientos que impida su ejercicio profesional. Este no querer saber
aquello que no concierne a la tarea inmediata, ocasionalmente es una muestra de
capacidad de atención a lo que importa. Es un negacionismo inocuo. Pero es
ocasional, relativo a planes de acción o investigación, y sumamente peligroso
cuando se convierte en una actitud ante la vida.
El negacionismo se convierte en vicio
epistémico cuando produce ignorancia estructural de aquello
que tendría que ser sabido. Las modalidades en las que se presenta son muy
variadas, aunque es posible seleccionar entre ellas algunas especialmente
dañinas. El no querer saber suele ser el mecanismo epistémico más importante
que sostiene la injusticia y las situaciones de opresión, explotación y
exclusión. Una primera modalidad que da forma y estructura a las sociedades es
la ignorancia de las experiencias de sufrimiento de quienes están en una
situación social subordinada. Los grupos privilegiados y dominantes emplean una
panoplia de armas y armaduras que tienen por objeto impedir que les afecte la
experiencia de quienes sufren sus decisiones políticas y empresariales.
Hay diseños institucionales cuya principal
función es la de producir ignorancia. Pensemos, por citar un caso,
en la barroca burocracia que generan las administraciones en lo que respecta al
contacto con los ciudadanos en múltiples aspectos de su vida cotidiana: está
organizada en apariencia para ser neutral, pero en realidad lo está para que
las experiencias concretas de daño no puedan ser siquiera enunciadas, algo que
de ser representado como tal en los papeles, construiría un retrato monstruoso
de la sociedad. Desde la falta de casillas donde explicar la situación personal
y las fórmulas lingüísticas meliorativas que ocultan la descripción de la
experiencia, a los tiempos largos de los procedimientos, una gran parte del
sistema de contacto de la administración de los Estados y las empresas con los
ciudadanos está diseñado para producir ignorancia de su situación real.
Muchas formas de negacionismo se encuentran
en el corazón de los instrumentos epistémicos de los aparatos administrativos,
pues los Estados, las empresas y las instituciones de todo tipo son también
proyectos epistémicos. Así, por ejemplo, los sistemas de indicadores y
estadísticas que forman la columna vertebral epistémica de las administraciones,
seleccionan la información que llega y la que están dispuestos a asumir quienes
controlan esas instituciones. Una empresa eléctrica, pongamos por caso, estará
muy interesada en conocer la tasa de impagos que se da en un barrio, pero no
los daños que causa un corte de energía eléctrica a una familia sin recursos.
En la medida en que sea posible, la administración tenderá a sustituir el
contacto directo con los ciudadanos a través de personas y funcionarios
especializados, por máquinas automáticas que den respuestas pautadas e impidan
cualquier otro tipo de pregunta que no sean las FAQ, es decir, las únicas
preguntas que la administración está dispuesta a responder.
La forma más dañina de negacionismo
estructural es la que se esconde bajo la neutralidad de las leyes y medidas que
organizan la vida. Se disfraza de economía cooperativa la extensión de
plataformas digitalizadas cuya consecuencia primera es convertir a los
trabajadores en presuntos autónomos sin derechos y sin obligaciones
empresariales. Se instituye un lenguaje de eficiencia en lo que no es sino
expropiación de los servicios públicos en contratas a grandes monopolios
empresariales especializados en dar peores servicios, con mayor explotación de
sus trabajadores y mecanismos de exclusión que los Estados no podrían adoptar
por sus obligaciones legales. Se estipulan leyes de organización del suelo que,
bajo la promesa de futuros brillantes de desarrollo, hacen caso omiso de los
informes que anticipan la degradación del suelo y del subsuelo, la destrucción
del paisaje y de la variedad biológica, y la exclusión de las formas de vida
ancestrales que mantenían formas de equilibrio ecológico necesario.
Así, por ejemplo, se constituye todo un
aparato ideológico llamado Cuarta Revolución Industrial que convence a ciudadanos e instituciones de la
imposibilidad de alternativas tecnológicas que no sean las de la automatización
masiva de las decisiones, sin querer poner en marcha estudio alguno que informe
de las tasas de falsos positivos y negativos que generan las decisiones de los
algoritmos a cargo de las decisiones. El aparatoso lenguaje ingenieril está
ordenado para producir opacidad y falta de transparencia sobre cuáles son los
valores reales que tiene en cuenta el algoritmo que decidirá la concesión de un
servicio médico, de una libertad condicional, de un crédito a una familia con
recursos escasos, de un trabajo a una persona con perfil no estándar, de una
pensión por jubilación o incapacidad, de una prórroga de contrato eléctrico o
telefónico.
El negacionismo tiene muchas formas, pero
las dos básicas son las de no querer saber lo que ocurre y las de no querer
saber lo que podría ocurrir. Los daños a la lucidez y a la imaginación son las
modalidades que infectan a nuestra sociedad, que se proclama «del conocimiento»
y sin embargo no tiene menos zonas de ceguera epistémica que aquellas
sociedades premodernas o medievales a las que presume haber superado.
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